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jueves, 28 de agosto de 2008

Ignacio de Loyola, fundador de la Sociedad de Jesús

Ignacio de Loyola, fundador de la Sociedad de Jesús nació en a en 1491. En la batalla de Pamplona con los franceses en 1521, herido tan severamente que ya no pudo seguir la carrera militar, tras convalecía leía leyendas sobre Francisco y Domingo, que descritos como soldados de Cristo. Loyola decidió convertirse en caballero de la virgen María. Después de su recuperación ingresó al monasterio dominicano de Manresa. Su profunda devoción lo llevó a peregrinar a Jerusalén en 1523. Incapaz de cumplir allí su misión como deseaba, procuró educarse y regresó a la escuela en Barcelona, a la edad treinta y seis años, para sentarse en clase con muchachos de años. Hizo rápidos progresos, y en 1528 entró a la Universidad de Allí juntó un pequeño grupo de seguidores, entre los que estaba primeramente Francisco Javier, y en 1534 el grupo hizo votos solemnes de trabajar en Jerusalén o en cualquier parte que el papa pudiera dirigirlos.

Tres años después se inició la expedición a Jerusalén, pero por causa de la guerra de los turcos fueron detenidos en Venecia. Aquí Loyola encontró a Caraffa y atrajo la atención de Contariní. El papa pablo III (1534-49) se impresionó con la capacidad de Loyola y con su devoción a la Iglesia Romana, y el 27 de septiembre de 1540 autorizo la Sociedad de Jesús. Originalmente se permitió sólo un número de miembros de sesenta. Dos años después se quitó esta limitación. Loyola fue escogido como primer general de la orden y tuvo ese puesto hasta su muerte en 1556.

Organización y Doctrinas. — El gran impacto de esta nueva orden puede verse en el hecho de que cuando el Concilio de Trento se reunió, solamente cinco años después de que la sociedad fue autorizada, fue­ron los jesuítas los que tuvieron la parte principal en este importante concilio. Esta sociedad ha sido la avanzada de algunas de las más grandes realizaciones de la Iglesia Católica Romana. La organización tenía una simplicidad militar: un general a la cabeza, provinciales so­bre distritos geográficos, y un cuidadoso sistema de reclutamiento y entrenamiento. Ya para 1522-23 Loyola había empezado a preparar una serie de ejercicios espirituales para soldados cristianos. El manual delineaba un curso de cuatro semanas: veintiocho divisiones genera­les con cinco meditaciones, una cada hora, que cubrían todo el drama de la redención. Los novicios debían ser probados mediante difíciles, servicios por un período de dos años, y después eran promovidos, para ser eruditos, educados tanto en la enseñanza eclesiástica como en la secular. El siguiente paso era el de coadjutor. Este oficio se daba a los que eran escogidos y cuidadosamente preparados para servicio particular. Incluía a maestros, sacerdotes, misioneros, escritores, confe­renciantes y consejeros. Después de un servicio largo y fiel, unos cuan­tos coadjutores podían ser admitidos al círculo interior de la sociedad, el de los profesores, de los cuales se escogían los oficiales generales.

El entrenamiento concienzudo y las normas éticas de los jesuí­tas rápidamente los colocaron en lugares directivos por toda Europa. Como confesores y abogados eclesiásticos influían grandemente a los príncipes católicos en los asuntos de estado; sus escuelas, su naturale­za transigente en el confesionario, su predicación hábil, y su celo misionero, les dieron amplia adhesión. Quizás la palabra "obediencia" es la palabra más grande en el jesuitismo. Loyola escribió en su Ejercicios Espirituales:

Que podamos ser completamente de la misma opinión y de conformidad con la iglesia misma, si ella hubiera definido algo como negro y a nuestros ojos aparece blanco, debemos de la misma manera decir que es negro. Porque debemos creer sin duda, que el Espíritu de nuestro Señor Jesucristo, y el Espíritu de la Iglesia Ortodoxa, su Espo­sa, por cuyo Espíritu somos gobernados y dirigidos a la salvación, es el mismo...

Y además, en la Constitución, se hace la siguiente declaración:

Que cada uno se persuada a sí mismo de que los que viven bajo obediencia deben dejarse dirigir y gobernar por la divina pro/videncia obra mediante sus Superiores exactamente como si fueran un cuerpo que se sufre a sí mismo para ser dirigido y manejado en la ma­que fuera; o exactamente como el bastón del anciano que sirve al lo tiene en su mano, dondequiera y como quiera que él desea usarlo

Esta obediencia ciega demandaba renunciar a la conciencia individual. Otra norma moral inaceptable' de los jesuitas son las doctrinas del probabilismo (cualquier proceder puede ser justificado si se encuentra una autoridad en su favor), la del intencionalismo (si la intención es buena, deben pasarse por alto otras consideraciones), la las reservas mentales (no tiene que decirse necesariamente toda verdad, aun bajo juramento). Hay otras dos doctrinas que se atribuyen a los jesuitas, pero han sido negadas por sus dirigentes respon­des. Una es que el fin justifica los medios; si el resultado es para la mayor gloria de Dios, entonces cualquier medio usado para alcanzar­es permitido. La otra es el asesinato de los tiranos. A pesar de las protestas de los jesuitas, hay evidencia de que estos últimos dos prin­cipios eran aceptables en el primer período de la historia dé la socie­dad y, de hecho, están implícitas en las primeras tres de estas nor­mas morales.

El Progreso de la Sociedad.La sociedad hizo rápidos progresos
en Italia, Portugal, Bélgica, y Polonia. Sus mayores victorias fueron: ganadas en Alemania y Austria, donde, junto con las controversias luteranas, la Iglesia Católica Romana recuperó casi todo el territorio del sur de Alemania que la Reforma había enajenado. Las actividades de la sociedad tuvieron sólo éxito parcial en Francia hasta después de la muerte de Enrique IV (1589-1610), pero a partir de entonces los jesuitas gobernaron Francia hasta la Revolución Francesa. En Venecia, Inglaterra y Suecia, su programa no tuvo éxito de ninguna manera durante este período. Fieles al propósito original para el cual había sido fundada la sociedad, los jesuitas entraron activamente en la obra misionera. Aunque no les fue posible ir a Jerusalén, en 1542 Francisco Javier (1506-52) fue enviado a India y a Japón, donde por diez años trabajó sacrificial y heroicamente; en 1581 Mateo Ricci (1552-1610).

Los esfuerzos por reformar el sistema católico romano

Nada podría ilustrar mejor la condición secularizada del cristianismo en el siglo XVI que el hecho de que los esfuerzos por reformar el sistema católico romano trajeron dos siglos de las más sangrientas luchas que los hombres habían conocido. Los antecedentes del uso de la fuerza militar para suprimir la disensión religiosa eran muchos y muy antiguos. No había apoyo para ello en las enseñanzas del Nuevo Testamento ni en el ejemplo de los cristianos primitivos. La adopción del cristianismo por Constantino en 312, sin embargo, introdujo el uso de métodos políticos y de armas para la supresión de la disensión reli­giosa. Sólo en este terreno la supuesta regla benéfica de Constantino probó ser un golpe más mortal para el verdadero cristianismo que las más severas persecuciones de sus predecesores en el trono romano.

En cualquier parte donde podía gobernar a los dirigentes secu­lares, la creciente Iglesia Católica Romana seguía el ejemplo de Cons­tantino de suprimir la disensión con la espada. Durante el período medieval es probable que la espada secular hiciera más por el creci­miento del poder romano que todos los misioneros de Roma juntos. Las cruzadas representaban en gran manera el detestable espíritu de la coerción militar en nombre de la religión. La caza de herejes y la pena de muerte en la hoguera ocuparon la atención de la mayor parte de los obispos ortodoxos del sistema católico romano hasta 1243, cuando la maquinaria especial de la Inquisición fue preparada por el papado para localizar y suprimir por la fuerza la disensión religiosa.

Las guerras husitas del siglo XV dieron una vislumbre de los horrores que vendrían el siguiente siglo. Julio II (1503-13), el papa guerrero que alardeaba de sus hazañas con la espada, es una figura típica en una época en que la fuerza hacía el derecho, hasta en reli­gión. En el siglo XVI los intentos por reformar la Iglesia Romana produjeron guerras represivas en cuatro países: Suiza (contra Zwinglio), Alemania (contra Lutero), Francia (contra los hugonotes), y los Países Bajos (contra el calvinismo), mientras que la Guerra de los Treinta años del siglo XVII hizo estragos en la mayor parte del continente.

Estallido y causas de la Guerra de los Treinta años

La ocasión inmediata para la guerra ocurrió en Bohemia. El em­perador Matías (1612-19) prohibió a los protestantes construir ciertos templos, pese a su voto inicial de que toleraría a los numerosos protes­tantes súbditos de Bohemia. Para empeorar la situación, el dispéptico Matías arregló que su primo Fernando, un católico romano militante, lo sucediera como rey de Bohemia. La reforma protestante se encen­dió en violencia en Praga, en mayo de 1618, y la guerra se hizo cierta cuando los protestantes bohemios rechazaron a Fernando como su rey el año siguiente, y eligieron en su lugar a un protestante.

La guerra que siguió tuvo cuatro fases distintas.

La Lucha en Alemania (1618-23). — La política católica roma­na de preparación continua rindió frutos inmediatos. Para 1620 los protestantes bohemios fueron hechos añicos. Todas las escuelas e iglesias protestantes fueron cerradas en Bohemia, Moravia, y Austria. Sus pastores fueron desterrados. Los romanistas no fueron generosos en la victoria, y tomaron medidas inmediatas para recatolizar las tierras conquistadas. El gobierno calvinista del Palatinado fue domi­nado en 1623, y se ordenó a los protestantes conformarse o irse. Esta victoria tuvo significado porque el príncipe del Palatinado era uno de los siete electores del emperador, y con la victoria católica en el Pala­tinado, el papa gobernaba la mayoría de los electores, garantizando emperadores subordinados a la Iglesia Católica Romana.

La Fase Europea (1623-29).—Profundamente alarmados por la ri­gurosa represión del protestantismo por los católicos en las tierras re­cientemente ganadas, los príncipes protestantes del norte de Alemania se prepararon para el conflicto, y buscaron ayuda de Dinamarca, In­glaterra, y Holanda, estados nominalmente protestantes. Los católicos romanos, sin embargo, derrotaron a los nuevos enemigos. El Edicto de Restitución de marzo de 1629, continuó los severos términos de los vic­toriosos católicos romanos. Todos los protestantes debían ser desterra­dos de las tierras católicas, y parecía que todas las victorias de la Re­forma Protestante serían borradas bajo el programa romano.

Gustavo Adolfo (1629-32). — En esta obscura hora para los pro­testantes, dos nuevos acontecimientos cambiaron el cuadro. El prime­ro fue la pelea entre los diversos dirigentes católicos, seculares y ecle­siásticos, por la división de los botines. El segundo fue la intervención] de Gustavo Adolfo, el sagaz y brillante sueco. En 1630 él empezó su invasión de Europa. Al principio los otros protestantes le dieron atención, pero en dos años ya había derrotado todos los ejércitos católicos romanos y era el amo del continente. En su momento de victoria en Lützen en 1632, sin embargo, murió en la batalla.

Peleas indecisivas (1632-48). —Los siguientes dieciséis años trajeron terribles matanzas y gran destrucción de propiedades, pero ningún lado podía conseguir la victoria. Alemania, en particular, si como campo de batalla y sufrió grandemente. A pesar de la oposición oral del papa Inocente X, los agotados ejércitos de cada lado consintie­ron en terminar la guerra.

Resultados de la Guerra

La Paz de Westfalia de 1648 es una señal en la historia religiosa. Cerró la última de las guerras generales por causa de la religión y usualmente es considerada como el principio de la era moderna. Me­diante los términos del tratado, luteranos, calvinistas y católicos roma­nos eran reconocidos con iguales derechos civiles y religiosos. El año 1624 fue designado como el año normal; es decir, que cada estado o territorio volvería a su estado religioso de esa fecha.

Puede haber poca duda de que Francia ganó la guerra. La larga batalla entre esa nación y la línea de los Hapsburgo se resolvió por fin. Los estados alemanes no habrían de recuperarse de la devastación de la tierra en más de una generación, y muchos de sus mejores diri­gentes fueron matados. El emperador continuó existiendo de nombre solamente. El papa protestó por el cese de hostilidades, y, de hecho, muy poco tomó en cuenta los términos de Westfalia. El continuó acti­vamente sus esfuerzos de recatoliquizar mediante la subversión y la diplomacia. Generalmente hablando, el sur de Europa continuó sien­do católico romano, y el norte, protestante. Los estados alemanes y Suiza incluían a ambos grupos. Es una ironía que los protestantes de Bohemia y Austria, que habían empezado la gran batalla treinta años antes, no recibieron ningún alivio en los términos finales. Esta guerra agotadora aparentemente convenció a la Iglesia Católica Romana de que el protestantismo no podía ser derrotado con armas.

Causas de la Guerra de los Treinta Años (1618-48)

La primera fase del movimiento de reforma se terminó en 1555 cuando la Paz de Augsburgo acabó la lucha entre los católicos roma-nos y los Iliterarios (ahora llamados protestantes. El resultado inme­diato fue una victoria para el luteranismo. El imperio secular recono­cía ahora el derecho legal del luteranismo dé existir y extenderse. Esto estaba en marcado contraste con el cuadro de dos décadas antes, cuando el movimiento luterano, con su dirigente oficialmente juzgado como hereje y proscrito, siguió existiendo sólo porque el emperador Carlos V estaba muy ocupado peleando con Francia, con el papa y con los turcos, para suprimirlo. Pese a las vehementes protestas del papa, el luteranismo pudo propagar su fe osadamente. Parecía que el uso de la espada como medio de fijar jurisdicción religiosa había llegado a su fin.

Contemplando hacia atrás este período desde el presente punto de ventaja, sin embargo, puede verse que todos los factores señalaban otra guerra. En general, los siguientes asuntos produjeron el estallido de una nueva guerra entre católicos romanos y protestantes.

La Desunión Luterana.Aunque el luteranismo estaba amenaza­do de extensión en las guerras esmalcáldicas que empezaron en 1546, los teólogos luteranos estaban peleando vigorosamente entre ellos en si terreno doctrinal. No es de sorprender que las controversias doctri­nales ocurrieran entre los seguidores de Lutero. El rompimiento con la Iglesia Romana llevó a Lutero a acometer por nuevas direcciones de pensamiento. Algunas veces su naturaleza impetuosa lo impulsaba a hacer énfasis en ciertos aspectos de la teología hasta el extremo; otras veces se expresaba en términos que parecían contradecir lo que había dicho antes. Difícilmente tenía él tiempo de meditar en un plan de teología completo y consistente, sino que se veía forzado a producirlo poco a poco en varios escritos. Además, conforme se desarrollaba y maduraba en sus ideas reformadoras, con frecuencia cambiaba sus conceptos expresados hacía unos cuantos años o hasta unos meses antes.

Además, los diversos fondos y las ideas de sus prominentes seguidores, algunas veces no representaban en realidad a Lutero. Felipe Melanchton, por ejemplo, después de la muerte de Lutero en 1546, in­trodujo nuevos elementos y actitudes al movimiento, que representa­ban una divergencia de la posición general de Lutero. Como resulta­do, una violenta controversia interna hizo tambalear el luteranismo en el siglo XVI después de la muerte de Lutero, con varios príncipes seculares apoyando a este o a aquel teólogo en sus conceptos doctrina­les. Estos príncipes luteranos no estaban en contra del uso de la fuer­za para suprimir lo que ellos creían eran doctrinas luteranas equivoca­das. No es de sorprender que los romanistas se animaran.

El Resurgimiento Católico Romano. — Mientras tanto, la Iglesia Ca­tólica Romana estaba ocupada también. Unificada y fortalecida con los reajustes internos del siglo XVI, la Iglesia Romana recuperó terreno y seguidores constantemente. La sociedad de Jesús proporcionó solda­dos preparados y celosos que se infiltraron en tierras y escuelas pro­testantes con efectos subversivos. Además, los príncipes católicos pronto empezaron a perseguir a los protestantes en sus terrenos. Esto fue particularmente cierto en Bavaria, Austria, Bohemia, y Hungría. No sólo fue detenida la defección de príncipes y clérigos católicos ro­manos al protestantismo, sino que la Iglesia Romana logró extensas e importantes victorias.

El Desafío del Calvinismo. — La Paz de Augsburgo (1555) había concedido al luteranismo el reconocimiento de religión legal, pero no dio reconocimiento a los seguidores de Juan Calvino, que se estaban volviendo numerosos y poderosos. El calvinismo se convirtió en rival no solamente del catolicismo sino también del luteranismo. Mientras los católicos romanos estaban robusteciendo sus fuerzas en los últimos años del siglo XVI, el luteranismo se envolvió en una amarga lucha con la Iglesia Reformada (el calvinismo). En muchos casos el calvinismo suplanto parcialmente al movimiento luterano, como en Polonia, Hun­gría, Bohemia y el Palatinado. Tal vez una explicación de por qué el calvinismo hiciera tan amplias incursiones era que el luteranismo ha­bía retenido mucho del sistema romano medieval. En tanto que el calvinismo era fuertemente antiromano, no tenía un Melanchton que procurara áreas de compromiso con el sistema católico romano. Ade­más, Calvino rechazaba toda la tradición e insistía en un comienzo fresco desde las enseñanzas directas de las Escrituras. En adición, el sistema calvinista era más íntimamente consistente en sus enseñanzas y sus métodos. Su énfasis en la predestinación de Dios en la experien­cia humana ponía hierro en las amias de los hombres al combatir el sistema romano.

Violaciones del Tratado de Augsburgo. — El papa nunca había estado de acuerdo con el Tratado de Augsburgo de 1555. Muy natu­ralmente sus seguidores 110 fueron escrupulosos de ninguna manera para observar el derecho legal de los luteranos. Tampoco tenía el pa­pado toda la culpa. Los luteranos también eran culpables. La unión de la iglesia y el estado, practicada a través de los siglos por la Iglesia Ca­tólica Romana y adoptada por el luteranismo, el zwinglianismo, el cal­vinismo, y el anglicanismo, convirtió en un imperativo para ellos el uso de las armas militares y políticas para el adelanto de cualquier movi­miento que fuera parte del interés nacional. Bajo esta filosofía, las diferencias religiosas eran consideradas como amenazas políticas y militares. Las violaciones flagrantes del Tratado de Augsburgo eran excusadas con base en el interés nacional, y llevaban inevitablemente a la guerra.

Rivalidad Política. — Cuando finalmente vino la guerra, presentó una escena confusa. Con frecuencia los intereses políticos tenían prio­ridad sobre las creencias religiosas. La Francia católica y la España católica no podían pelear del mismo lado por su rivalidad política. Los príncipes protestantes consideraban primero los factores políticos antes de tomar las armas y escoger partido. Consecuentemente, aun­que la lucha era básicamente entre católicos romanos y protestantes, la Guerra de los Treinta Años produjo extrañas alianzas y motivos dudosos.

La Paz de Westfalia de 1648 cerro la guerra

La Paz de Westfalia de 1648 es una señal en la historia religiosa. Cerró la última de las guerras generales por causa de la religión y usualmente es considerada como el principio de la era moderna. Me¬diante los términos del tratado, luteranos, calvinistas y católicos roma¬nos eran reconocidos con iguales derechos civiles y religiosos. El año 1624 fue designado como el año normal; es decir, que cada estado o territorio volvería a su estado religioso de esa fecha.Puede haber poca duda de que Francia ganó la guerra. La larga batalla entre esa nación y la línea de los Hapsburgo se resolvió por fin. Los estados alemanes no habrían de recuperarse de la devastación de la tierra en más de una generación, y muchos de sus mejores diri¬gentes fueron matados. El emperador continuó existiendo de nombre solamente. El papa protestó por el cese de hostilidades, y, de hecho, muy poco tomó en cuenta los términos de Westfalia. El continuó acti¬vamente sus esfuerzos de recatoliquizar mediante la subversión y la diplomacia. Generalmente hablando, el sur de Europa continuó sien¬do católico romano, y el norte, protestante. Los estados alemanes y Suiza incluían a ambos grupos. Es una ironía que los protestantes de Bohemia y Austria, que habían empezado la gran batalla treinta años antes, no recibieron ningún alivio en los términos finales. Esta guerra agotadora aparentemente convenció a la Iglesia Católica Romana de que el protestantismo no podía ser derrotado con armas.Otros ConflictosEl Arminianismo en los Países Bajos. —El sistema teológico de Juan Calvino exaltaba la predestinación de Dios. Había objeciones genera¬les para este sistema, porque se pensaba que incluía el fatalismo hu¬mano y comprometía el carácter de Dios. Jacobo Arminio (1560-1609) fue el dirigente del grupo que se opuso a la doctrina de Calvino. El negaba una elección incondicional, defendía una expiación universal para todos los creyentes, pensaba que el hombre puede cooperar con Dios para obtener la regeneración, insistía en que la gracia de Dios no era irresistible, y creía que los hombres podían caer de la gracia, conceptos fueron condenados en el Sínodo de Dort en 1618, y los disidentes fueron tratados vigorosamente.Inglaterra y Escocia. — Durante este período se desarrolló la violenta batalla entre Inglaterra y Escocia por el restablecimiento religioso. Aunque esa historia ya se ha relatado en relación con la reforma inglesa se refiere aquí para completar el cuadro de la confusa violenta situación durante la primera mitad del siglo XVII

El significado del cristianismo en América

El descubrimiento y colonización de América llegó en un tiempo peculiarmente oportuno. Las reformas en Europa e Inglaterra estaban obrando sus efectos purificadores para dar una base evangélica para la extensión evangélica. Hubo gran mejoría en el cristianismo católico romano que fue trasplantado, en que muchos de los abusos medievales de doctrina y moral habían sido reprimidos. La mayoría de los inmi­grantes católicos romanos en los años formativos vinieron de las Islas Británicas, donde se habían templado por su posición minoritaria y su contacto con otras minorías perseguidas. El catolicismo romano de los Estados Unidos no ha conocido el espíritu áspero y vindicativo que a mostrado en cualquier otra parte. El gran crecimiento del catolicismo romano en los Estados Unidos (con su diferente espíritu en muchos respectos) hasta llegar. A ser un poder dominante en todo el movimiento romano, produce la esperanza de que algún día el catolicismo romano pueda cesar en todas partes sus tácticas persecutorias y coercitivas.

No solamente los católicos romanos, sino todos los grupo cristianos de la primitiva América colonial, tuvieron contacto con las torrenciales corrientes religiosas de la Inglaterra del siglo XVII Millares habían huido a América para escapar a la intolerable política del arzobispo Guillermo Laud. La avalancha de tratados y libros de los últimos años de Carlos I, que abogaban por la tolerancia religiosa y hasta por la libertad religiosa, era conocido en la América colonial. La aspereza de la legislación reaccionaria del Parlamento de la restauración condicionó a los ingleses de las colonias para la entusiasta marea nacional y anti-romana que puso a Guillermo y a María en el trono, patria y colonias junto con el Acta de Tolerancia de 1689.

Con este fondo y en el aislamiento comparativo de las colonias de la interferencia inglesa, los hombres y mujeres que huyeron a un nuevo mundo plantaron una nueva clase de cristianismo que no podría haber sido entendido ni tolerado uno o dos siglos antes

Comienzos de Cristiandad en América siglo XV. I Parte

El descubrimiento de América no fue una mera casualidad; los exploradores tropezaron con ella. Fuertes razones financieras enviaron barcos de varias naciones marítimas en fuga al occidente, en las últi­mas décadas del siglo XV. Un comercio muy provechoso con el Lejano Oriente se había encauzado por los países mediterráneos orientales, pero en 1453 los turcos se apoderaron de Constantinopla, y en sus conquistas se tragaron sucesivamente, todos los antiguos puntos de comercio. El desarrollo del compás, del astrolabio, y de los mapas, que hacían posible la navegación cuando las estrellas y la tierra esta­ban a obscuras, dieron estímulo para los viajes aventurados. Además con la creciente convicción de muchos de que el mundo era redondo, y de que el vasto océano colindante con China, descrito por Marco Polo casi dos siglos antes, era probablemente el extremo occidental del mismo océano que bañaba las playas de España, los hombres temerarios se embarcaron hacia Occidente. Comúnmente no se consideraba que pudiera haber tierras en ese océano entre España y China.

Los exploradores portugueses empezaron hurgando en las ensenadas y bahías del África occidental, y de ahí al sudoeste hasta las Islas de Cabo Verde. Cristóbal Colon estaba poseído del gran sueño de que él podía alcanzar los provechosos mercados del oriente en un solo viaje, no demasiado accidentado ni distante, derecho al occi­dente. Él se embarcó el 3 de agosto de 1492, y llegó el 11 de octubre a lo que es probablemente una de las Islas Bahamas. Esto inició una se­rie de exploraciones, poniendo las bases para que España, Portugal, Francia e Inglaterra reclamaran grandes secciones del hemisferio occidental. Los españoles abrieron el camino con una serie de exploradores que tocaron tierra desde Carolina del Norte hasta el Estrecho de Ma­gallanes en el sur. Los exploradores portugueses visitaron Labrador, Terranova, y Brasil. Inglaterra dio escasa atención al principio a las exploraciones de la costa este de los Estados Unidos por Juan Cabot (tal vez acompañado de su hijo), pero un siglo después, las convirtió en la base para sus reclamaciones del Nuevo Mundo. Francia entré tarde en el campo, alcanzando la sección norte del continente median te la obra de Verrazano y Cartier.

España inició primero los esfuerzos de colonización. En el medio siglo después de Colón, por sus exploraciones, Cortés, Balboa, Ponce de León, de Soto, y Coronado, reclamaron para España la Florida. ­xico, y lo que ahora es el sur de los Estados Unidos. Sacerdotes y mon­jes acompañaron a estos hombres y establecieron el catolicismo de tipo español; sin embargo, tan pronto como se retiró la espada española, el movimiento se deterioró.

Parece providencial que Francia no capturara todo el continente americano y estableciera un cristianismo jesuita de tipo fanático. Su magnífico plan fue concebido por los mismos exploradores. Incluía nada menos que el completo control de América, montándose en "el centro del continente"—el San Lorenzo, los Lagos, y el Mississippi has­ta el Golfo. Por un siglo y medio parecía que este gran proyecto se con­sumaría ciertamente con éxito, puesto que por 1754 la bandera france­sa ondeaba sin ser desafiada en las mismas áreas del gran plano. Las grandes batallas diplomáticas y militares sobre el Continente, en lo que es llamada la Guerra de los Siete Años (1756-63), derrumbó este gran sueño cuando Francia rindió a Gran Bretaña todas sus posesiones americanas. Hubo razones secundarias, pero la principal fue la supre­macía militar sobre el continente. .


Colonias Cristianas En América (1607-48) IIParte.

Además de los movimientos católicos romanos establecidos por los españoles y franceses, el cristianismo americano durante este período puede dividirse en seis grupos. Tanto como sea posible, como un medio de hacer hincapié en la continuidad de los movimientos de reforma a pesar de las influencias geográficas y raciales, el plan del cris­tianismo americano seguirá el patrón general de los grupos de la Reforma. En ocasiones, por supuesto, las extensas modificaciones en una denominación, o la dilución de la influencia original de uno de los mo­vimientos de Reforma puede producir una denominación que debe ser tratada como un grupo diferente. Una denominación de América, como el congregacionalismo; por ejemplo, aunque en grande deuda con el calvinismo, no se pone bajo el grupo reformado sino es tratado ' como un cuerpo separado.

Las seis denominaciones incluidas en la primitiva colonización americana fueron la Iglesia de Inglaterra (1607), los congregacionalistas (1620), los calvinistas (1623), los luteranos (1623), los católicos romanos (1634), y los bautistas de (1638).

La Iglesia de Inglaterra en Virginia (1607-48).- Los esfuerzos ingleses por colonizar el continente americano empezaron durante el largo reinado de la reina Isabel (1558-1603). Aventureros capitanes de mar, habían descubierto una empresa lucrativa en el saqueo de los barcos españoles que navegaban a, y de las áreas coloniales con valio­sos cargamentos. Mientras tanto, los navegantes ingleses exploraban las tierras a lo largo de la costa sur del continente norteamericano y publicaban encendidos relatos. Sir Humphrey Gilbert y su medio her­mano, Sir Walter Raleigh, consiguieron títulos de la reina Isabel que los capacitaron para colonizar nuevas tierras. Después de la intempestiva muerte de Gilbert, Ralcigh intentó plantar una colonia en la Isla Roanoke en Virginia en 1587, sin éxito. Aprovechando considerable­mente sus experiencias, en 1607 se estableció la primera colonia per­manente en Jamestown, Virginia. A pesar de grandes penalidades, la colonia sobrevivió. Su fondo religioso era la Iglesia de Inglaterra, y se estableció una iglesia. Tenía la desventaja, sin embargo, de la falta de un obispo residente.

El Congregacionalismo en Massachusetts (1620-48).-- Los ingle­ses independientes, o brownistas, que habían huido a Holanda en 1607 bajo la dirección de Juan Robinsón, Guillermo Brewster, y otros, determinaron en 1620 embarcarse para Virginia en el Nuevo Mundo. El barco de estos patriarcas peregrinos, el Mayflower (Flor de Mayo), fue desviado al norte por los elementos y tocó tierra en lo que ahora es Massachusetts en noviembre de 1620. Una gran colonia de puritanos bajo Juan Endicott, se ubicó en el área en 1629, causando recelos entre estos peregrinos separatistas, pero mediante a la habilidad medica y el espíritu generoso del doctor Samuel Fuller de la colonia separatista, la hostilidad y las malas comprensiones entre los separatistas y los purita­nos fueron quitadas. A partir de un concilio común el grupo se unió en un solo sistema eclesiástico en el que la autoridad descansaban la congregación, unida por convenio, guiada e instruida por los ministros que eran apartados, y sostenida como parte de un gobierno teocráti­co. En 1631 la colonia promulgó la regla de que sólo los miembros de las iglesias congregacionales establecidas podían ser ciudadanos. De esta manera los ministros de las congregaciones locales pudieron go­bernar el sufragio sobre la base de la ortodoxia religiosa. Para 1648 esta colonia había crecido considerablemente, engrosada por el éxo­do de los puritanos de Inglaterra, entre 1630 y 1640.

La colonia de la Bahía de Massachusetts era completamente in­tolerante del separatismo. Las razones eran tanto religiosas corno po­líticas. En primer lugar, la colonia había nacido con el pensamiento de un "derecho divino" que la transformó de la categoría de los disidentes de Inglaterra en la iglesia establecida en América (y lo que es más curioso: convirtieron en disidentes a los adeptos de la Iglesia de Inglaterra en la colonia). Estos disidentes de la colonia americana eran considerados como detestadores de la voluntad revelada de Dios y rebeldes contra las órdenes dadas por Dios. Esta iba a ser una teocracia ideal. Además, la colonia era cismática de la Iglesia de Inglaterra. Una contienda ruidosa, particularmente cualquiera que pareciera favorecer} un separatismo radical en la colonia, podía haber traído la ira del arzobispo Laúd y de Carlos I y tenido serias consecuencias. Así, cuando Rogelio Williams llegó en 1631 e inmediatamente denunció el sistema teocrático de la Bahía de Massachusetts, se hicieron toda clase de esfuerzos por silenciarlo. En 1636 fue desterrado y en 1638 organizó las plantaciones de Providencia. De igual manera, cuando en 1637 la señora Anna Hutchinson introdujo varias ideas, ella también fue de terrada. Para al fin de este período la colonia de la Bahía de Massachusetts estaba envuelta en una lucha por mantener su naturaleza teocrática y su independencia política.

El Calvinismo. — La República Holandesa también hizo exploraciones a lo largo de la costa norteamericana e hizo posteriores reclamaciones de territorio. En 1609 Enrique Hudson inspeccionó la costa norteamericana de Terranova a Virginia en un esfuerzo por encontró un paso al Lejano Oriente. Aunque fracasó en esto, exploró el río que lleva su nombre y consiguió las áreas adyacentes para el estableci­miento en 1623 de Nueva Amsterdam, que después llegó a ser Nueva York. La Iglesia Holandesa Reformada (calvinista) se organizó aquí en 1628, aunque muchos otros grupos religiosos diferentes establecie­ron posiciones también. Hasta el fin del período hubo poca persecu­ción religiosa. Pedro Stuyvesant llegó a gobernador en 1647 y cambió esta política.

El presbiterianismo inglés y escocés-irlandés también empezó a infiltrarse en las colonias durante la última parte de este período. Al­gunas veces es difícil distinguir entre los presbiterianos, los puritanos de la Iglesia de Inglaterra, y los congregacionalistas, todos los cuales fueron influidos grandemente por las doctrinas y la organización de Juan Calvino. Entre 1637 y 1639 de hecho, hubo considerable corres­pondencia entre los dirigentes presbiterianos ingleses y los dirigentes del congregacionalismo de la Bahía de Massachusetts, respecto al nue­vo tipo de modificación calvinista en las colonias americanas. Algunas veces, como en Connecticut en lo general, el presbiterianismo se inte­gró sin fricción, y hasta el congregacionalismo dé la Bahía de Massachusetts absorbió algo de la inmigración presbiteriana de Ulster. Otros presbiterianos tuvieron considerable problema de doctrina con los ve­cinos congregacionales ya para 1640, pero fueron bien recibidos por los dirigentes de la Iglesia Holandesa Reformada en Nueva Amster­dam. La gran inmigración calvinista vino después del fin de este período.

El Luteranismo. —El movimiento del luteranismo continental a las colonias americanas vino por 1623, cuando luteranos holandeses fueron incluidos entre los primeros colonos de Nueva Amsterdam. Además, luteranos suecos empezaron a colonizar Nueva Wilmington, Delaware, en 1638, y establecieron la primera congregación luterana de América ese año. La inmigración luterana fue pequeña en este período.

Catolicismo Romano. — La primera colonia católica romana ingle­sa permanente se estableció en Maryland (Tierra de María) en 1634. Sir Jorge Calvert, un secretario de estado bajo Jaime I (1602-25) abra­zó el catolicismo romano en 1623. Muy interesado en la colonización, y deseoso de fundar un estado para la afluencia personal y de refugio religioso para católicos romanos, Calvert consiguió en 1632 con­cesiones en Terranova (bajo Jaime I) y de lo que ahora incluye Maryland y áreas adyacentes, aunque murió antes que se terminara la tran­sacción. Su hijo Cecilio procedió con el plan, y en marzo de 1634, la colonia fue fundada cerca del Río Potomac. Los sacerdotes jesuitas tra­bajaron activamente en el establecimiento de la colonia y en la conversión de los habitantes al catolicismo. En verdad, Lord Baltimore (Cecilio Calvert) se inquietó por el celo de los jesuitas y por su capaci­dad para conseguir tierra e inmunidades especiales; él promulgó sor­prendentes órdenes represivas para ellos, indudablemente porque él temía que por el efecto sobre la opinión pública, en la Inglaterra pro­testante se supiera que la nueva colonia americana estaba dominada por los temidos y mal vistos jesuitas.

Una considerable mejoría del trato al catolicismo romano en In­glaterra después de la muerte de Jaime I previno la esperada inmigra­ción a la nueva colonia católica. Consecuentemente, Cecilio, ansioso de Garantizar el éxito de la colonia, dio la bienvenida a los colonos de to­as las religiones y se negó a afirmar la Iglesia Romana con apoyo civil. Se dio una admirable tolerancia. Sin embargo, no era libertad religiosa, porque la famosa Acta de Tolerancia de 1649, el mismo fin de este período, promulgaba la pena de muerte para los que hablaran contra la Trinidad, e imponía fuertes castigos por no creer en Jesucristo, por quebrantar el día de descanso con maldiciones o con diversión desor­denada, y por ofensas similares.

Los Bautistas. —Los bautistas americanos trazan la mayor parte de su primitiva ascendencia hasta Inglaterra. Durante el reinado de Carlos I (1625-49) un gran número de disidentes de todas clases hu­yeron de las estrictas medidas persecutorias del arzobispo Guillermo Laúd. Uno de estos fue Rogelio Williams, un "piadoso ministro muy educado y talentoso", según la primera descripción suya por el gobernador Winthrop de la colonia de la Bahía de Massachusetts. El llegó en febrero de 1631 cerca de seis meses después que Boston fue funda­da y nombrada. Williams es significativo no sólo como el organizador de tal vez la primera Iglesia Bautista en América, sino por sus avan­zados conceptos. La libertad religiosa, la separación de la iglesia y el estado, y la democracia, eran condenadas casi universalmente en am­bos lados del Atlántico en 1631, excepto por unos cuantos bautistas generales de Inglaterra y por Williams en América. Tomó una década de tiempo y una revolución política y constitucional en Inglaterra que los disidentes de cualquier tipo allí, fuera de los bautistas, abogaran por tales ideas.

¿Dónde obtuvo Williams tales nociones? Tal vez hay un indicio en sus escritos. El guarda una historia acerca del segundo pastor de la primera Iglesia Bautista de Londres, Juan Murtón, un antiguo contemporáneo de Williams. Esta historia dice cómo Murtón escribía tratados bautistas desde la prisión, usando leche y tapones de papel para como papel para escribir. Un aliado de afuera tostaba la leche para rescatar los escritos de Murtón. Murtón murió en Londres 1626, cuando Williams tenía como treinta y siete años de edad. Tal hay un contexto más amplio para esta anécdota de Murtón, que Williams recuerda, porque algunas de las ideas de Williams eran de Tomás Helwys, primer pastor de la iglesia, y de Juan Murtón. En cualquier caso, Williams fue desterrado en 1636 de la colonia la Bahía de Massachusetts por sostener tales opiniones. Sus críticos América pensaban que él tenía "molinos de viento" en la cabeza. 1638 él fundó una colonia en Providencia, basada en sus avanzados conceptos de la democracia y libertad religiosa, y el siguiente año él la que tal vez fue la primera Iglesia Bautista en América. No 10 después empezó a dudar de la validez de su bautismo, una pregunta que plagó a otros bautistas de Inglaterra, y se convirtió en un investigador.

Tales dudas no asaltaron al doctor Juan Clarke, fundador de la Iglesia Bautista de Newport, Rhode Island, tal vez en 1644 o antes. Su espíritu generoso y afectuoso, expresándose en amplios y sacrifícales trabajos en bien del evangelio, de la libertad religiosa, y de la separación de la iglesia y el estado, lo señala como el bautista sobresaliente de este período.

Los bautistas aparecieron durante este período en Nueva Hampshire y Connecticut y tal vez en todas partes, además de en la colonia de la Bahía de Massachusetts y Rhode Island, pero su número era pequeño.

Persecución de los Hugonotes, los Jansenistas y los Salzburguenses

El nuevo espíritu nacionalista que arrastraba al mundo demandó completo control del estado. La Iglesia Católica Romana, por otra par­te, reclamaba la inmediata fidelidad del clero y el pueblo. La substitu­ción del poder del imperio medieval por el de los estados individuales significaba la agotadora repetición del conflicto entre los poderes que se sobreponían unos a otros. La contienda entre el imperio universal y la iglesia universal fue reemplazada por la batalla entre muchos fuertes estados nacionales y la Iglesia Romana militante. En el conti­nente esto fue particularmente cierto respecto a Francia y Austria. En Francia Luís XIV (1643-1715) consiguió absoluta autoridad, y poco después, María Teresa (1740-80) de Austria se esforzó por el mismo ideal.

La historia principal de la Iglesia Romana entre 1648 y 1789 fue la interacción entre los objetivos eclesiásticos y diplomáticos de Francia y Roma. La actitud religiosa de Luís XIV estaba gobernada por sus objetivos nacionalistas del momento, porque aparentemente él tenía poca convicción religiosa. En 1682 él obligó al clero católico romano de Francia a emitir lo que es conocido como los Artículos Galos, una consolidación directa de los intereses nacionales, al limitar al papa a las cosas espirituales únicamente, y al poner toda la autoridad espi­ritual final en manos de concilios ecuménicos. El papa, Inocente XI (1676-89) fue uno de los pontífices más capaces y escrupulosos de todo el período, pero él vio al instante la naturaleza subversiva de esta legislación y la combatió acremente. De hecho, era tan grande su odio por Luís XIV de Francia que él podía haber consentido en el derroca­miento del rey católico Jaime II de Inglaterra, en parte por la amistad de Jaime con Luís XIV. El sucesor de Inocente, Alejandro VIII (1689-91), trató de concertar un compromiso con Luís, pero no tuvo éxito. Sin embargo, el siguiente papa, Inocente XII (1691-1700), encontró a Luís de un humor más tratable, y en correspondencia a favores del papa, el rey francés permitió que sus obispos desaprobaran los Artícu­los Galos.

Persecución de los Hugonotes. — Debe recordarse que los hugono­tes (calvinistas franceses) habían recibido la promesa "perpetua e irrevocable" de ciertas libertades según el Edicto de Nantes (1598). La Iglesia Romana consideraba esta tolerancia como deplorable, y tra­bajó continua y efectivamente para socavarla. Los soberanos católicos de Francia durante la mayor parte del siglo diecisiete fueron acremen­te hostiles a los hugonotes y esperaron solamente la oportunidad de destruirlos. En el terreno de la política práctica los hugonotes mejora­ron su situación al apoyar al gobierno en medio de las sublevaciones populares, y recibieron a su vez las alabanzas de Luís XIV. En 1656 el clero católico protestó con Luís XIV por los privilegios concedidos a los hugonotes. El rey mostró su verdadera desconfianza de los hugo­notes votando contra ellos, particularmente después de 1659. La per­secución empezó, y fue tan malvada como podía ser, tramada por la perversidad del absolutismo Borbón combinada con el carácter venga­tivo del fanatismo jesuita.

En octubre de 1685, el Edicto de Nantes, el título original de libertad de los protestantes franceses, fue revocado con las mismas pa­labras sin significado que la habían producido: un "edicto perpetuo e irrevocable". Todas las casas de culto protestante debían ser destrui­das y las escuelas abolidas, todos los servicios religiosos suspendidos, y todos los ministros protestantes debían dejar Francia en quince días. Si los ministros protestantes se hacían católicos, continuarían, con un substancial aumento de sueldo y otros beneficios específicos. La tor­tura, la prisión, y las galeras se convirtieron en la regla. Más de un cuarto de millón de hugonotes huyeron de Francia, pese a los guardas fronterizos apostados para detenerlos. Como resultado, Francia per­dió tal vez una cuarta parte de sus mejores ciudadanos; los que se quedaron violaron su conciencia, y sus hijos fueron criados como es-cépticos o verdaderos incrédulos; la Iglesia Católica Romana estableci­da desvergonzadamente explotó al estado y al pueblo de tal modo que el primer golpe fuerte de la Revolución Francesa un siglo después, fue dirigido a la iglesia, y la monarquía se volvió tan imperiosa con los de­rechos de la gente que se pusieron los fundamentos para la gran ca­tástrofe.

Persecución de los Jansenistas. — Los jansenistas recibieron su nombre de su fundador, Cornelio Jansen, obispo católico (1585-1638), que veneraba el sistema teológico de Agustín. Agustín, como se recordará, exaltaba la soberanía de Dios en todas las áreas de gracia y salvación. Los jesuitas, por otra parte, eran en su mayor parte pelagianos, y hacían hincapié en la capacidad del hombre para ayudar en la transacción redentora.

Después de la muerte de Jansen en 1638, sus amigos publicaron su obra maestra teológica, que encomiaba el sistema agustiniano. Natu­ralmente, los jesuítas hicieron cuanto pudieron por lograr que el papa condenara esta obra. Todo el asunto se convirtió en una prueba entre los jesuítas y sus enemigos. En 1653 el papa condenó cinco proposi­ciones que aparentemente contenían la médula de los conceptos de gracia de Jansen. Prominentes dirigentes, como Blas Pascal y Antonio Arnauld se alinearon en el lado jansenista. El papa Alejandro VII y Luís XIV se unieron para pedir a los jansenistas que se conformaran. La persecución y la coerción continuaron por más de medio siglo, y fi­nalmente arrasaron virtualmente el jansenismo francés, aunque sobre­vivió en los Países Bajos. El significado de esta controversia descansa en el hecho de que representa la condenación católica romana de las enseñanzas de Agustín, uno de sus padres antiguos, y una victoria para las ideas pelagianas de los jesuítas. El sinergismo del sistema católico romano es más favorable para el pelagianismo que para el agustinianismo.

Persecución de los Salzburguenses. —En las áreas montañosas de la Austria superior, la gente, inaccesible a la regimentación, había sido seguidora por largo tiempo, de las doctrinas evangélicas. Los valdenses, los husitas, los luteranos, y los anabautistas, tenían discípulos allí. Exteriormente la mayoría de la gente se conformaba a la Iglesia Católica Romana, pero se reunía secretamente para cultos evangélicos. Por el tiempo de la Paz de Westfalia (1648) muchos se habían conver­tido en adictos luteranos. Puesto que el tratado wesfaliano estipulaba que los luteranos en el territorio de un príncipe católico tenían el de­recho de emigrar pacíficamente, los protestantes de Europa se disgus­taron cuando las congregaciones del territorio del obispo de Salzburgo fueron rudamente encarcelados por su fe. El arzobispo murió muy oportunamente y cesaron tanto las persecuciones como el furor. En 1728, sin embargo, fue nombrado un nuevo arzobispo que juró que destruiría a los herejes. La persecución empezó otra vez, y en 1731 cer­ca de veinte mil luteranos fueron echados del país en medio del invierno. La mayoría fue a Prusia, donde fueron recibidos con gusto.

Supresión de los Jesuítas. —La orden jesuita fue probablemene el partido más influyente en la Iglesia Romana durante el primer siglo después que Loyola fundó la sociedad. Su organización firmemente unida, sus objetivos muy bien definidos, su ética oscilante, y su celo arrollador, los pusieron rápidamente al frente, pero esas mismas características también les trajeron enemistad de muchas partes.

En los primeros años del siglo XVIII, los dominicanos acusaron a los jesuítas de permitir que en China los chinos continuaran adorando Molos paganos con una delgada capa de vocabulario cristiano. En 1721 uno de los hombres que los jesuítas habían quitado de sus puestos en Portugal, fue elegido papa y tomó el nombre de Inocente XIII (1721-24). Inmediatamente retiró a los jesuítas el derecho a dirigir la obra misionera en China, y casi abolió la orden enteramente. Benito XIV (1740-58) también condenó las bárbaras prácticas de los jesuítas en los campos misioneros. Clemente XIII (1758-69), un firme partidario de los jesuítas, dio el golpe final con la emisión de dos bulas que alaba­ban la orden jesuita. Portugal ya había echado a los jesuítas en 1759; Francia hizo lo mismo en 1764, y en 1767 España y Sicilia tomaron la misma acción.

La tormenta de protestas contra el apoyo papal de los jesuitas trajo como resultado la elección, en 1769, de un papa antijesuita, Cle­mente XIV (176974). Francia, España y Nápoles demandaban la su­presión de los jesuítas como condición para continuar sus relaciones con el papado. Después de varios pasos preliminares, Clemente abolió la sociedad jesuita en 1773, en un lenguaje vitriólico. Ningún protestan­te los ha condenado nunca más inequívocamente. Federico de Prusia, un luterano, y Catalina de Rusia, una católica griega, dieron refugio a los jesuítas con la esperanza de beneficiarse con el resentimiento jesuita. La restauración vino cuarenta y un años después.

La Tormenta Próxima.Un vistazo a la historia de los papas du­rante este período nos muestra que en el siglo XVIII ellos enfrentaron un mundo hostil. La amarga rivalidad con el nacionalismo y el inter­cambio de golpes con el protestantismo da cuenta sólo en parte de su lucha; la otra parte vino de lo que ha sido llamado la Ilustración. El primer entusiasmo de descubrir un mundo ordenado, uno que opera sobre bases de leyes fijas y determinables, fue casi incontrolable. En la mente de muchos, la autoridad se había cambiado de un Dios sobe­rano a un hombre pensante, que era la medida de todas las cosas. Con la irrupción de la revolución en Francia, la Iglesia Católica Romana y el cristianismo en general fueron considerados como enemigos de los derechos humanos y opositores de las más altas realizaciones del gé­nero humano.

La Iglesia Luterana Europea en el siglo XVI

Las tierras luteranas sufrieron lo más reñido de la guerra que ter­minó en 1648. Los terribles resultados de esta guerra empobrecieron es­tos estados alemanes por un siglo. La población masculina fue diez­mada, y la constante marcha de ejércitos que vivían fuera de la tierra produjeron la devastación, tanto de los enemigos como de los aliados.

Controversias Doctrinales. — Las ásperas controversias entre los luteranos, después de la muerte de su fundador, apenas subsistieron hasta antes del estallido de la Guerra de los Treinta Años en 1618. La guerra detuvo parcialmente gran parte de la disputa teológica, pero el torrente de palabras iracundas pronto explotó otra vez. Esta vez em­pezó con Jorge Calixto (1586-1655), un descendiente espiritual del partido de Felipe Melanchton. La preparación y experiencia de Calix­to lo hicieron apto para desempeñar este puesto. Mediante largos viajes y diversos estudios él aprendió a apreciar a otros grupos cristianos. Para 1630 empezó a disminuir distintivamente las doctrinas luteranas y a sugerir planes para la unión cristiana. Su adversario fue Abraham Calovio (1612-86), cuyo temperamento y preparación le inspiraban una fuerte lealtad al confesíonalismo luterano y lo hacían aborrecer todo lo que Calixto defendía. Esta controversia, que anunciaba una di­visión similar pero menos amarga entre los luteranos americanos, en­volvió mucho de la vitalidad y atención del luteranismo continental de este período.

Pietismo. — Dentro del luteranismo, un fruto de la depresión eco­nómica y de las condiciones religiosas que siguieron a Westfalia fue un intento de traer una renovación vital del cristianismo práctico. El pie­tismo representa una reacción contra el rígido escolasticismo intelec­tual y un esfuerzo para volver a los principios bíblicos. No era un mo­vimiento aislado. Inglaterra tenía una especie de contraparte en sus avivamientos puritanos y wesleyanos. Los dirigentes del pietismo en­tre los luteranos fueron Felipe Jacob Spener (1635-1705) y Augusto Hermán Francke (1663-1727). Spener fue el iniciador, aunque Francke llevó el movimiento a su más grande éxito. Ninguno de estos hombres deseaba separarse de la iglesia luterana, sino reformarla desde adentro. Como pastor de Frankfort en 1666, Spener vio la diferen­cia entre el verdadero cristianismo del corazón y la mera aceptación formal e intelectual de doctrina que caracterizaba la vida de la iglesia circundante. El introdujo en su Iglesia clases de Biblia y oración en un esfuerzo por revitalizar el vivir cristiano. En 1675 publicó uña obrita titulada Deseos Piadosos, que instaba al cristianismo a ser mas personal, escriturario, práctico, y amante. Los hermanos luteranos acusa­ron a Spener de inclinarse a las doctrinas calvinistas y de separarse de la fe luterana.

Francke siguió adelante con su obra. Tuvo una experiencia de conversión en 1688 y se volvió fuertemente evangelista y piadoso. Su obra más grande la hizo en la Universidad de Halle. Mientras estuvo allí tradujo el cristianismo en una manera práctica de vivir, fundando un orfanato y dando oportunidades educativas para miles de mucha­chos, desde la escuela elemental hasta la universidad. De este centro surgieron los primeros vislumbres del misionero moder­no cuando en 1705 proveyó, los primeros misioneros para la misión danesa en la India. De igual manera, Enrique M. Muhlenberg, probable­mente el luterano americano antiguo más sobresaliente, vino de Halle en 1742.

Además, la obra de Spener y Francke produjo la fundación de los Hermanos Moravos. El conde Nicolás Ludwig von Zinzendorf (1700-60) fue criado por su abuela pietista y recibió su educación elemental en la institución de Francke en Halle. El permitió que dos familias de Hermanos Bohemios sé establecieran en su estado en Sajonia. Intere­sado, se unió a su grupo y asumió la dirección. Es interesante notar 3ue él consiguió sucesión episcopal tanto de fuentes luteranas como e reformadas. Zinzendorf deseaba establecer una asociación cristia­na de todos los verdaderos cristianos de todas las iglesias. Fue des­terrado de Sajonia por las autoridades del estado en 1736, y aprove­chó la ocasión para visitar a los Hermanos Moravos, como se llamaba su grupo, en Inglaterra y América. En 1742, para su gran disgusto, su comunidad en Sajonia se organizó como iglesia separada durante su ausencia. A él se le permitió regresar a su hogar en 1749. El celo y la actividad misionera de los Hermanos Moravos fue muy pronunciada durante el siglo XVIII.

Más allá de su propia vida organizada, el pietismo tenía con­siderable influencia. Le dio un énfasis renovado al estudio de las Es­crituras y exaltó el lugar de la experiencia de conversión. Como reac­ción contra sus conceptos, algunos de sus oponentes prepararon el ca­mino para el racionalismo.

Racionalismo. — Durante el período medieval los filósofos cristia­nos habían batallado con el asunto de la relación entre la razón hu­mana y la revelación divina. Particularmente cuando la razón parecía estar en conflicto con alguna área de revelación este problema se vol­vía agudo. Muchos cristianos consideraban que la síntesis de Tomás de Aquino establecía la relación apropiada. Aquino tomó la postura de que la razón debe ir tan lejos como pueda, formando una base para el conocimiento, y que la revelación debe completar entonces la estruc­tura, proveyendo así en un sentido un coronamiento o una terminación del todo. Otras fuerzas, sin embargo, continuaban levantando el proble­ma original. Entre otras cosas, el Renacimiento abrió nuevos mundos de saber y comprensión para los hombres. Además, durante los pasa­dos siglos XV y XVI el movimiento conocido como humanismo volvió a Los hombres crecientemente hacia la fe en sus poderes racionales. En un sentido la misma reforma protestante al combatir la superstición y apelar al razonamiento de los hombres y también al formular confesiones racionales y debatir sobre doctrina, contribuyó al giro hacia la razón. Algunos dirigentes de la Reforma exaltaban la razón humana y atenuaban drásticamente el campo de lo sobrenatural, pero generalmente la lucha era en los términos con respecto a lo sobrenatu­ral básico.

En este período, sin embargo, la acometida contra lo sobrenatural en favor de un racionalismo radical se hizo crítica. Por extraño que pa­rezca, el ataque más severo fue indudablemente lanzado por uno que estaba esforzándose por proteger al cristianismo contra el deísmo de Inglaterra y el escepticismo de Francia. Cristian Wolff (1679-1754) fue criado en la tradición de los filósofos Descartes y Leibnitz, que insistían en que toda verdad es factible de clara demostración y bási­camente es armoniosa. Wolf trataba de traer todos los conceptos filo­sóficos a una auto evidencia y a una claridad incontrovertible, y des­pués se volvió a la teología con el mismo propósito. Al creer que podía hacerlo así, afirmó que las doctrinas cristianas debían ser factibles de demostración con tanta claridad como las proposiciones matemáticas. Esto dejaba a la revelación completamente bajo el imperio del razonamiento humano. A menos que las doctrinas reveladas fueran comple­tamente demostrables a satisfacción de la mente, eran indignas de crédito.

Por causa de estos conceptos Wolff fue echado de su profesorado de filosofía en la Universidad de Halle, pero fue restaurado por el gobernador prusiano, Federico el Grande. El liberalismo y el escepti­cismo estaban ampliamente esparcidos por toda Alemania. La Ilumi­nación, como era llamado el movimiento, gobernó casi supremamente en Alemania por todo este período. La revelación llegó a ser casi sin significado. La demostración racional únicamente era aceptable en la enseñanza de la doctrina cristiana. El curioso sistema religioso de Emanuel Swedenborg (1688-1772) y su iglesia Nueva Jerusalén fueron un resultado directo de este fondo, al intentar él justificar el mundo espiritual al mostrar su correspondencia con el orden natural.

Este movimiento racional alcanzó su cumbre en Emanuel Kant

(1724-1804). Aunque con frecuencia llamado el padre del racionalismo alemán, él introdujo algunos elementos que se desviaban de una interpretación estricta y final de toda la vida. El demolió la idea de Wolff de que todas las verdades deben ser demostrables con ideas cla­ras, y aunque insistía en que la existencia de Dios no puede ser probada objetivamente, no obstante en su Crítica de la Razón Práctica introdujo un imperativo moral en la vida que sugería un gobernador moral del universo. Todo su sistema, sin embargo, descartaba la revelación so­brenatural y hacía de la razón del hombre el criterio final de la verdad. Este período de la vida luterana se cierra con un fuerte racionalismo y un escepticismo religioso esparcido por los estados alemanes.

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