La historia de Europa está ligada a la Revolución Francesa durante la primera parte de este período. En el siglo XVIII apareció un creciente reconocimiento del pueblo común por toda Europa de que el absolutismo y la opresión del estado y la iglesia eran grandemente responsables de su depresión económica y su condición social. La corrupción y el lujo en los altos puestos de la iglesia y el estado contrastaban grandemente con la necesidad y sufrimientos de las clases bajas.
Esto era particularmente cierto en Francia. La Iglesia Romana poseía la mitad de las tierras de Francia, y era tan reprensible como el estado secular por su trato al pueblo. Había resentimiento general contra los diversos diezmos impuestos por la iglesia, contra la rigurosa represión de los disidentes religiosos, y contra las estériles órdenes monacales. La arbitraría política nacional y los disipados hábitos personales de los reyes Luis XIV, XV, y XVI (de 1643 a 1793) trajeron a Francia al borde de la bancarrota. Para imponer impuestos adicionales, el rey se vio obligado a convocar una asamblea de los Estados Generales, un congreso formado de clero, la nobleza, y los comunes. Los representantes del pueblo común, conocidos como el Tercer Estado, se apoderaron del control y por su audacia y certera representación del estado de la época tuvieron éxito en iniciar una reforma radical. El 21 de septiembre de 1792, Francia se convirtió en República, y cuatro meses después el rey fue ejecutado.
Como reacción contra la intensa oposición de la Iglesia Romana, la nueva república se levantó sobre líneas ateístas al principio, pero gradualmente fue cediendo hasta permitir el culto religioso. Napoleón Bonaparte, un general francés, resultó victorioso al derrotar una coalición de otros poderes que intentaban echar abajo la Revolución Francesa. En 1798 Napoleón invadió Italia y deshizo el estado papal, y puso prisionero en París al papa Pío VI, donde muy pronto murió. Napoleón fue coronado emperador en 1804. Sus victorias y diplomacias cambiaron el mapa de Europa. Sin embargo, finalmente fue derrotado por una coalición de poderes y exilado a la Isla de Santa Elena en 1815. El Congreso de Viena (1815) se esforzó por restaurar el mundo que Napoleón había desarreglado. Se inició un período de conservatismo político reaccionario y de romanticismo en la literatura y la religión.
La Iglesia Católica Romana. — En Francia la misma revolución hizo trizas a la Iglesia Romana en sus propiedades, su establecimiento sus diezmos y sus impuestos papales, y su sistema monástico. La reorganización de la vida religiosa en Francia en 1790 por la Asamblea Nacional, ignoró en efecto las diferencias religiosas. En el reino del terror de los dos años siguientes, cientos, tal vez miles de fieles sacerdotes católicos romanos fueron asesinados. En la reacción después de 1795, sin embargo, a los católicos y a los otros se les permitieron privilegios para tener cultos. En 1795 el papa Pío VI se unió con los dirigentes europeos para preparar un ejército contra Francia. Napoleón Bonaparte derrotó la coalición, capturó Roma en 1798, y puso prisionero al papa en Francia, donde murió en 1799.
En 1801 el nuevo papa, Pío VII (1800-20) consiguió un consentimiento de Napoleón de restaurar la Iglesia Romana en Francia bajo limitaciones radicales, pero Napoleón abrogó la mayor parte de esto con sus interpretaciones arbitrarias. En 1809 él anexó el estado papal a Francia. Cuando el papa protestó, fue puesto prisionero. En 1813 él obligó al papa a firmar un acuerdo que permitiera la anexión, pero en el desastre en Rusia, Napoleón perdió su poder coercitivo. El papa repudió su firma y en 1814 restauró la orden jesuita. Aunque la supresión de esta orden en 1773 había significado teóricamente la total abolición, se encontró que estaba completamente organizada y en casi completa fuerza para entrar en batalla. El cardenal Consalvi representó al papado en el Congreso de Viena en 1815, y pudo conseguir la devolución de todo lo que Napoleón había quitado a la Iglesia Romana.
Luteranismo. — La Revolución Francesa afectó grandemente a los luteranos en los Estados Alemanes. La guerra y los sufrimientos revelaron que el escepticismo y la infidelidad no eran suficientes para hacer frente a las necesidades del espíritu humano, y las multitudes se volvieron una vez más a la fe religiosa. El Santo Imperio Romano se deshizo en 1806, estimulando el fortalecimiento de estados independientes como Austria, Prusia, y Bavaria. Más tarde en el siglo esto contribuyó a la unificación del pueblo alemán bajo el liderazgo de Prusia.
Calvinismo. — El calvinismo en Europa también sintió el golpe de la Revolución Francesa. Ya el escepticismo había debilitado este grupo en Francia, Suiza, los Estados Alemanes, y los Países Bajos. Las inestables condiciones políticas que siguieron hasta el Congreso de Viena en 1815 trajeron desorganización e incertidumbre al calvinismo continental.
Reacción y Continuación del Conflicto (1815-70)
Durante una década después del Congreso de Viena, la reacción contra la revolución y los movimientos democráticos fue evidente en la diplomacia y la actividad de los grandes poderes. Los sentimientos nacionales, sin embargo, no pudieron ser suprimidos por mucho tiempo. Dos veces más Francia disparó explosivos movimientos nacionalistas en 1830 y en 1848, en su búsqueda de un gobierno sensible y estable. Holanda (1815), Bélgica (1830), y Grecia (1832) establecieron gobiernos autónomos, y otros iniciaron su camino hacia la existencia como estados.
Los Estados Alemanes dieron la clave para los importantes eventos de la última parte de este período. El Congreso de Viena había ayudado a la formación de una unión alemana (Bund) compuesta de treinta y cinco estados, y después se organizó una Unión Alemana del Norte encabezada por Prusia. En 1870 Prusia declaró la guerra a Francia, y la victoria trajo la organización de la moderna nación alemana. Por curioso que parezca, durante la guerra franco-prusiana, el gobierno francés dio el paso que llevó a la fundación de un estado italiano unificado. La corte papal había empleado soldados franceses para proteger el estado papal. Cuando París estaba amenazado en 1870, Francia ordenó que estos soldados regresaran a su patria, y los patriotas italianos pudieron vencer a Roma y unificar las diversas secciones de la península.
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