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jueves, 28 de agosto de 2008

Reacción y conflicto ante el congreso de Viena( 1815-70)

Reacción y Continuación del Conflicto (1815-70)

Durante una década después del Congreso de Viena, la reacción contra la revolución y los movimientos democráticos fue evidente en la diplomacia y la actividad de los grandes poderes. Los sentimientos nacionales, sin embargo, no pudieron ser suprimidos por mucho tiem­po. Dos veces más Francia disparó explosivos movimientos nacionalis­tas en 1830 y en 1848, en su búsqueda de un gobierno sensible y estable. Holanda (1815), Bélgica (1830), y Grecia (1832) establecieron gobiernos autónomos, y otros iniciaron su camino hacia la existencia como estados.

Los Estados Alemanes dieron la clave para los importantes eventos de la última parte de este período. El Congreso de Viena había ayudado a la formación de una unión alemana (Bund) compuesta de treinta y cinco estados, y después se organizó una Unión Alemana del Norte encabezada por Prusia. En 1870 Prusia declaró la guerra a Francia, y la victoria trajo la organización de la moderna nación alemana. Por curioso que parezca, durante la guerra franco-prusiana, el gobierno francés dio el paso que llevó a la fundación de un estado italiano unificado. La corte papal había empleado soldados franceses para proteger el estado papal. Cuando París estaba amenazado en 1870, Francia ordenó que estos soldados regresaran a su patria, y los patriotas italianos pudieron vencer a Roma y unificar las diversas sec­ciones de la península.

La Iglesia Católica Romana. — La reacción contra los excesos de la Revolución Francesa produjo gran prestigio a la Iglesia Católica Ro­mana como un factor de conservación y estabilización. León XII (1821-29) pudo negociar concordatos o acuerdos favorables con la mayoría de las naciones importantes, incluyendo estados protestantes. Los católicos recibieron completa libertad en Inglaterra el año de la muerte de León, y durante todo el período tuvieron lugar permisos de la Iglesia de Inglaterra para la Iglesia Romana.

Otra característica de este período fue la continuación de los es­tallidos antiprotestantes del papado. En 1816 Pío VII denunció las so­ciedades bíblicas como instrumentos diabólicos para socavar la reli­gión. En mayo de 1824, León XII publicó conceptos similares y llamó sus traducciones (dé las sociedades) "evangelio del diablo". En 1826 él anunció que "cualquiera que estuviera separado de la Iglesia Ca­tólica Romana, sin importar cuan intachable pudiera ser en otros aspectos de su vida, por esta sola ofensa estaba separado de la unidad Cristo, no tenia parte en la vida eterna, y la ira de Dios estaba sobre él”. Pío VIII (1829-30) también incluyo la libertad de conciencia y las sociedades bíblicas entre otros males. Gregorio XVI (1831-46) calificó la libertad religiosa de locura demencia. Estas declaraciones formaron el fondo para el arrollador "Compendio de Errores" de Pío IX, que será considerado en breve. En este período, el movimiento "conocido como ultramontanismo" también alcanzó su cumbre. La pa­labra es una referencia geográfica a la dominación papal. La restaura­ción de los jesuítas en 1814 fue un gran paso en esa dirección. La reacción conservadora después del Congreso de Viena lo favoreció también. El movimiento llegó a su cumbre durante el pontificado de Pío IX (1846-78). De manera muy singular, sus victorias doctrinales; dentro de la Iglesia Romana y sus derrotas políticas del exterior se unie­ron para exaltarlo a él y al papado hasta cumbres de aquí en adelante inaccesibles. Su estrategia en su victoria doctrinal fue planeada cuidadosamente y bien ejecutada. Pío se convirtió en papa en 1846 durante un período político muy tormentoso. En 1849, aprovechando la general veneración católica (y en algunos casos verdadera adoración) de María, la madre de Jesús, Pío envió comunicados a todos los obispos católicos romanos preguntándoles si deseaban que el papa preparara una declaración autorizada con referencia a María que mostrara sus propias opiniones, diciendo, "Vosotros sabéis muy bien, venerables hermanos, que toda la base de nuestra fe está puesta en la santa Virgen... Dios la ha revestido de la plenitud de todo bien, para que en adelante, si hay en nosotros alguna esperanza, si hay al­guna gracia, si hay alguna salvación, debamos recibirla solamente de ella, según la voluntad del que nos dará la posesión de todas las co­sas por María."

Después de recibir la aprobación de la gran mayoría de los obis­pos, el 8 de diciembre de 1854, Pío definió el dogma oficial. Debe recordarse que un canon es una ley eclesiástica que puede ser cambia­da subsecuentemente si las circunstancias lo autorizan, pero un dog­ma es una declaración oficial de la verdad que no puede ser cambia­da o alterada y que debe ser creída por todos los fieles como una con­dición para la salvación. Esta fue la primera ocasión que un dogma ha sido promulgado por un papa sin la autoridad del concilio general. Pío pretendía que este dogma había sido revelado por Dios y debía ser creído firme y constantemente por todos los fieles. Afirmaba que "la muy bendita Virgen María, en el primer instante de su concepción, por una singular gracia y privilegio del Dios todopoderoso, por la in­tuitiva percepción de la raza humana, era guardada inmune de cual­quier contaminación del pecado original". La mariolatría fue llevada así un paso adelante. La tradición romana la ha declarado sucesiva­mente una virgen perpetua, enseguida la liberó de pecado después de la concepción de Cristo, después extendió esa libertad de pecado a su propio nacimiento, y este dogma la declaró sin pecado heredita­rio. Quedo para el siglo XX la proclamación de su ascensión corporal al cielo, a su muerte.

En 1846 Pío IX emitió su "Compendio de Errores", que recapitu­laba las encíclicas de los papas inmediatamente anteriores y ponía la lista al día. Además de condenar las sociedades bíblicas, las escuelas públicas, y la libertad de conciencia, específicamente denunció la se­paración de la iglesia y el estado, insistió en que los pontífices roma­nos y los concilios ecuménicos nunca habían errado al definir la fe y la moral, y reclamó el derecho de usar la fuerza para llevar a cabo la política papal. El siguiente papa (León XIII) declaró que este compendio que denunciaba los llamados errores era emitido en condiciones* de infalibilidad.

En 1870 se tuvo el que puede haber sido el último de los conci­lios ecuménicos de la Iglesia Católica Romana. Prácticamente Pío IX arregló todos los detalles antes que el concilio fuera convocado. Pese a vigorosas protestas de una respetable minoría de obispos que se rehusaron a ser obligados, el concilio aprobó cuatro decretos. El primero, afirmaba que Simón Pedro fue hecho por Cristo cabeza visible de la iglesia, tanto en honra como en jurisdicción. El segundo identifi­caba al obispo romano como el perpetuo sucesor de Pedro, dotado del todos los privilegios de Pedro. El tercero pretendía que el pontífice romano tiene inmediato y completo poder sobre toda la iglesia por todo el mundo. El último afirmaba que cuando el papa habla excátedra (desde el trono) al definir una doctrina concerniente a la fe y la meral para ser sostenida por la iglesia universal, es infalible. La declara] ción terminaba con la afirmación de que' cualquiera de tales definiciones del papa (sin un concilio) es irreformable.

La estrategia que había ocupado el pensamiento de Pío IX muchos años ha sido cumplida. Mediante sagaz diplomacia el había declarado una enseñanza popular que tuviera fuerza dogmática, la concurrencia de un concilio ecuménico. Esto preparó el camino continuar la dominación papal. Esta declaración de infalibilidad 1870 volvió inútiles otros concilios ecuménicos. Todas las definición excátedra de fe y moral del papa romano tenían ahora la fuerza dogmas. La declaración de esta infalibilidad es muy ambigua, lo se ajusta exactamente al propósito de los proponentes jesuitas de la ción. Cuando el siguiente papa "infalible" León XIII, declaró que "Compendio de Errores" de 1864 era excátedra, el puede haber colocado, sin embargo, a la Iglesia Romana en tal posición que estará nuevamente en aprietos, particularmente los católicos americanos pretenden aceptar la doctrina de la separación de la iglesia y el do, y algunos que defienden de dientes afuera la libertad de conciencia, ideales americanos básicos.

Este desarrollo doctrinal ocurrió durante un período de revolución política. El estado papal había separado por más de mil las secciones norte y sur de la península italiana. Patriotas italianos como Víctor Emmanuel y Garibaldi deseaban fervientemente unificar toda la península y hacer de Roma la capital secular de la nación uni­ficada. El papado resistió vigorosamente. Sin embargo, la revolución popular en la península ya había estallado cuando Pío IX llegó al tro­no papal. En un esfuerzo por aplacar al pueblo, Pío concedió algunas reformas en el gobierno papal pero nada menos que la entrega total satisfarían a los patriotas del sur. Entre 1859 y 1866, mediante diplo­macia y guerra, Víctor Emmanuel pudo conseguir cuatro quintas par­tes de las tierras papales, y dejó únicamente Roma y sus alrededores en manos papales. Cuando Francia fue obligada a retirar sus tropas de Roma para defender París, Emmanuel venció la resistencia que que­daba y capturó Roma, e hizo de ella la capital nacional de una Italia unida.

Los patriotas italianos trataron de aplacar a Pío, pero él nunca se reconcilió por la pérdida de la administración temporal, y se negó a dejar el Vaticano, que, aunque había sido derrotado, se le permitió retener El conspiró por la devolución del estado papal hasta su muer­te en 1878. Los papas siguientes mantuvieron la pretensión de ser pri­sioneros en el Vaticano hasta1529. A pesar de la humillación personal en su pérdida temporal, el pa­pado fue impulsado grandemente por ella. Muchos amigos de la ver­dadera religión habían instado al papado por quinientos años a dejar la competencia temporal con otras naciones en bien de la influencia espiritual y el bienestar. Los donativos empezaron a volcarse en las ar­cas del pontífice, y toda la maquinaria de la Curia se dirigió al ade­lanto eclesiástico en vez de a la administración secular, y las relacio­nes con los diversos estados nacionales mejoraron grandemente en vis­ta del decreciente poder secular de un papado ambicioso y coercitivo.

Otro interesante resultado de la declaración papal de la infalibi­lidad fue la secesión de la Iglesia Romana de un gran partido que negaba la infalibilidad papal, que incluía a algunos eruditos; muy capa­ces. El grupo tomó el nombre de Antigua Iglesia Católica y alcanzó un número de miembros de tal vez cien mil, pero gradualmente ha dis­minuido en número y nunca ha obtenido la adhesión popular que mu­chos supusieron tendría.

Luteranismo. — La historia del luteranismo europeo a mediados del siglo XIX concierne principalmente con el movimiento hacia la unión de la iglesia y con los desarrollos filosóficos.

El deseo de unidad del rey Federico Guillermo III de Prusia des­pués de la desolación causada por la Revolución Francesa lo llevó a escuchar con simpatía las sugestiones de Schleiermacher y otros cléri­gos dirigentes de que debería intentarse alguna clase de unión eclesiástica. La unión de luteranos y calvinistas en Prusia fue decretada en 1817 y tuvo la aprobación de la gran mayoría de prusia­nos. Por 1827 muchos de los Estados Alemanes habían seguido este ejemplo'. Las Universidades de Wittenberg y de Halle se unieron en una institución en Halle. Una ruidosa minoría protestó contra esta corriente general, particularmente entre los luteranos. Klaus Harnjs dirigió lo que fue conocido como Escuela Confesional en oposición a la unión con la Iglesia Reformada, y en 1841 un número de luteranos se separaron de la iglesia del estado y organizaron la Iglesia Evangéli­ca Luterana de Prusia. El luteranismo en otras partes de Europa, par­ticularmente en los países escandinavos, continuó contagiado por el racionalismo.

Debe recordarse que el racionalismo había traído al escepticismo y al ateísmo al frente durante el último período del cristianismo euro­peo (de 1648 a 1789). Emmanuel Kant (1724-1804), aunque un pro­ducto de la Iluminación (como era llamado el racionalismo) modificó el craso intelectualismo de Wolff al limitar el área de los detalles filosóficos a los fenómenos, y al concebir al hombre como más que—una mente. Hegel (1770-183Í) se fue por otras direcciones, pero, esencial­mente, por su optimismo filosófico y su teoría del desarrollo dio gran ímpetu a una posición media. F. E. D. Schleiermacher (1768-1834) afectados profundamente muy temprano por el pietismo alemán, die­ron un gran paso para aliviar el antagonismo entre el racionalismo y el sobrenaturalísimo al hacer de la religión una experiencia interior, la conciencia de absoluta dependencia de Dios. Su sistema deja mucho que desear para los que creían en la realidad objetiva de un Dios amante y personal, pero dio cierta respetabilidad a los credos del cristianismo. Soren Kierkegaard (1813-55), el "danés melancóli­co", puso los fundamentos para una nueva formulación teológica du­rante este período, pero no fue descubierto por un siglo.

Calvinismo. — Los lamentables efectos del racionalismo se ven en las luchas de las iglesias de este período, siguiendo las enseñanzas de Calvino. En la misma Génova, el lugar de nacimiento del calvinismo, la 'Venerable compañía" del clero se rehusó a ordenar candidatos en 1817 si ellos creían las mismas cosas en que Galvino hizo énfasis: la dei­dad de Cristo, el pecado original, y la predestinación. El resultado fue un cisma, y los conservadores organizaron congregaciones libres e independientes. El movimiento se esparció por toda Suiza y más allá, por el resto del período. Los dirigentes de este movimiento conservador en los cantones suizos fueron Alejandro Vinet (1797-1847) Federico Godet (1812-1900).

Los calvinistas franceses tuvieron la misma experiencia. El libera­lismo teológico prevaleció de tal manera en la Iglesia Reformada de Francia que Federico Monrod y el Conde Gasparin organizaron en 1849 la Iglesia Francesa Reformada Libre.

Una historia similar puede contarse de los Países Bajos. Antes de 1834 casi todas las iglesias reformadas estaban incluidas en la iglesia establecida. El liberalismo y el escepticismo religioso reinaban. Isaac da Costa (1798-1860), un convertido del judaísmo, se hizo evangelis­ta del calvinismo ortodoxo. De 1834 en adelante, un gran número de iglesias dejaron la Iglesia Reformada establecida y se unieron con las congregaciones conservadoras, que finalmente fueron reconocidas en 1869 como la Iglesia Reformada Cristiana. Muchos calvinistas conservadores permanecieron dentro de la institución más antigua con la esperanza de hacerla retroceder. Sin embargo, después de medio si­glo de lucha, éstos también se separaron de la iglesia establecida y más tarde se unieron con el grupo de los cristianos reformados. Otro parti­do que surgió del racionalismo de este período fue conocido como la escuela Groeningen, que hacía énfasis en el amor como fundamental en la religión. Eran indiferentes a las doctrinas calvinistas ortodoxas.

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