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sábado, 13 de septiembre de 2008

Iglesia Católica (325-1215 d. de J.C.)


De 325 a 1215 la Iglesia Católica Romana, encabezada por el papa, creció y alcanzó su cumbre. La fecha inicial es la del primer concilio mundial, que inauguró una nueva dirección; la fecha final del período señala también la reunión de todavía otro concilio—el Cuarto Concilio Lateranense (también llamado el Decimosegundo Concilio Ecuménico de la Iglesia Romana). El Cuarto Concilio Late­ranense representa el pináculo alcanzado por la Iglesia Católica Ro­mana. De esta manera entre el Concilio de Nicea de 325, cuando se tomó la nueva dirección, y el Cuarto Concilio Lateranense de 1215, la Iglesia Católica Romana creció, se extendió y alcanzó su cumbre.
Los grandes movimientos de este período fueron políticos y mi­litares. En los Siglos IV y V los bárbaros germanos del norte y noreste invadieron el mundo occidental trayendo lo que ha sido llamado la Edad Media. La economía y cultura grecorromanas fueron arrolladas, pero las tribus en general fueron o ganadas del paganismo o doctri­nadas contra el cristianismo ario mediante los esfuerzos de la Iglesia Romana. Una de las tribus, los Francos, se convirtieron en el poder militar dominante, y la Iglesia romana hizo alianza con ellos. Uno de los reyes francos, Carlomagno, fue coronado en 800 como el Santo Em­perador Romano. La Santa Iglesia Romana y el Santo Imperio Roma­no lucharon por el poder —lo "espiritual" contra lo secular— por todo el resto del período.
El mundo occidental no fue invadido por las hordas germánicas, pero fue arrollado por un destino aun peor. Los mahometanos de Ara­bia empezaron su conquista por la dominación mundial a la mitad Siglo VII Casi toda la sección oriental alrededor del Mediterráneo cayó ante los sarracenos en poco más de medio siglo; para 732 ya ha­bían conquistado todo el Norte de África y España y amenazaban a Francia. En ese año Carlos Martel los derrotó en Tours. El trato. Que estos mahometanos y sus sucesores ofrecieron a la Europa occidental jugó un gran papel en el movimiento de la historia.

Escuelas de pensamiento siglo III.


Constantino era un genio político. De su comparativamente esca­sa comprensión del cristianismo y de su breve contacto con él, con­cluyó dos cosas: que el cristianismo llegaría a ser el sistema religioso dominante del mundo, y que el agonizante Imperio Romano podría salvarse, o cuando menos prolongarse; por una unión con esta religión dinámica. Constantino quería que el cristianismo fuera el cemento del imperio; él quería que la religión actuara como un factor unificador en el sistema político. Esta no era una idea completamente nueva, porque la religión había sido una parte del sistema romano de gobierno a través de los siglos. La innovación consistía en la clase de religión, que no era un sincretismo planeado por el gobierno para invitar a todos a unirse a él, sino un movimiento poderoso y extenso que era exclusivo en su concepto de Dios y en sus requisitos para la admisión.

Tal unión de fuerzas fue algo nuevo, tanto para el imperio como-para el cristianismo. Cada uno se desarrolló de manera diferente por esta alianza. El cristianismo no pudo salvar al Imperio Romano— ha­bía ido demasiado lejos; y Constantino estaba equivocado, también, al suponer que el cristianismo actuaría como cemento para el imperio.

¿Cómo podía el cristianismo traer unidad al mundo político cuando el cristianismo mismo no poseía unidad? Ya tres escuelas de pensamiento habían desarrollado y desplegado antagonismo unas contra otras.

Alejandría era el centro de la más antigua de esas escuelas. Un filósofo convertido, Panteno, organizó una escuela para instruir a los cristianos convertidos. Fue sucedido por Clemente, y Clemente por Orígenes; estos dos últimos ya fueron mencionados en conexión con los monumentos literarios del segundo período de la historia eclesiástica. Estos hombres veían la filosofía como el medio de interpretar el cristianismo. En la mejor tradición filosófica, la Biblia se leía alegóricamente. Se daba gran énfasis a la redención, como una unión mística con Dios por medio de Cristo.

Antioquia era el segundo centro. Esta escuela fue fundada por Luciano al final del Siglo III. Representando la tradición del apóstol Juan, esta escuela de pensamiento exaltaba las Escrituras como las mejores intérpretes de si mismas. Por causa de la intensa lucha con el gnosticismo, la filosofía se volvió sospechosa. Se procuraba el significa­do literal de un texto, a la luz de su fondo gramatical e histórico.
La escuela occidental del pensamiento reclamaba escritores tan­to del continente como del Norte de África. Como el centro de Antioquia, también desconfiaba de la "filosofía y colocaba, su principal énfasis en la aplicación practica del cristianismo.
Las controversias que empezaron a levantarse en el cristianismo seguirían el modelo de pensamiento representado en las varias escue­las; es decir, con los mismos hechos y escrituras los seguidores de la escuela alejandrina, usando el enfoque filosófico, alcanzaba diferen­tes conclusiones de la escuela de Antioquia y de la de Occidente. Mu­chas veces la búsqueda de la verdad era simplemente un estímulo se­cundario en la controversia; la rivalidad intelectual acicateaba a los adherentes de cada tipo de pensamiento más allá de los límites de la caridad cristiana.
Con esta clase de desunión en el movimiento cristiano, había considerable duda de que trajera unidad al Imperio Romano cuando for­maron la alianza. No fue mucho antes de este hecho que Constantino despertó bruscamente. Reuniendo movimientos cismáticos históricos como montañismo y novacianismo, la división donatista en el Norte de África se lanzó contra Constantino casi al tiempo que él había decidido hacer del cristianismo el cemento del imperio. El trato de Cons­tantino para el donatismo fue, por supuesto, motivado por factores po­líticos. El hizo lo que pudo apelando, argumentando, amenazando, y, finalmente, persiguiendo físicamente para cerrar las filas del cristia­nismo, todo sin éxito.

Para Constantino este problema era solamente una prueba de lo que habría de venir. Más tarde, el clamor de los donatistas, "¿Qué tiene que ver el emperador con la iglesia?" fue el que simbolizaba el dilema más grande de la nueva alianza entre la iglesia y el estado. ¿Qué debía hacer un emperador para mantener el control político cuando sus ciudadanos cristianos insistían en formar partidos teológicos hostiles sobre la base de sus interpretaciones escriturarias? Sea o no que su intención original fuera considerarse a sí mismo de esa manera, Constantino se vio obligado a convertirse en "obispo de obispos” en un intento de restaurar la unidad.

Esta posición le fue concedida por los príncipes eclesiásticos del imperio.La controversia que puso a Constantino en este lugar de liderato eclesiástico y doctrinal fue llamada la controversia arriana, y tenia que ver con la interpretación de la persona de Cristo en relación a Dios.

La controversia arriana


Se recordará que una de las primeras discusiones doctrinales en el cristianismo se centró en la naturaleza de Cristo y su relación a Dios el Padre. ¿Era Jesucristo completamente Dios o era menos que Dios? Esta pregunta nunca ha sido contestada adecuadamente. Muchos es­critores cristianos sobresalientes han luchado con el problema. Si Je­sús era completamente Dios, se pregunta, ¿entonces tienen tres Dioses los cristianos (incluyendo al Espíritu Santo)? Sin embargo, venía la respuesta, ¿podía Jesús traer salvación a los hombres si no fuera Dios, como él había pretendido? Orígenes de la Alejandría había indagado profundamente en esta cuestión en el Siglo III. Sus escritos contienen dos opiniones diferentes. En un lugar Orígenes afirmaba que Cristo esta subordinado a Dios, es menos que el verdadero Dios. En otro él declara que Cristo era el hijo de Dios eternamente engendrado; Cristo siempre había existido como el Divino Hijo, tanto antes como durante la creación temporal. Aunque pueda parecer extraño, estas dos posiciones en Orígenes forman el centro de la lucha arriana con la primera que precipita la controversia y la segunda que finalmente re­suelve el conflicto.
Arrio, el hombre responsable de principiar el conflicto, era un presbítero bajo el obispo Alejandro de Alejandría, pero había sido pre­parado en Antioquia para interpretar las Escrituras en un sentido lite­ral. Por el año 318, Amo decidió que sería comprometer la dignidad y el honor de Dios el Padre decir que Jesucristo era de la misma esencia divina y eterna de Dios. Consecuentemente, elaboró un sistema que declaraba que Cristo era un ser que había sido creado antes del tiem­po, y que por medio de Cristo Dios había creado todas las otras cosas. Su teoría hacía a Cristo más grande que el hombre y menor que Dios— algo intermedio .entre los dos, pero ni uno ni otro completamente.

La controversia se extendió rápidamente más allá de Alejandría y pronto se apoderó de todo el mundo oriental. La escuela de pensa­miento de Antioquia no podía ver nada malo en la interpretación y le añadió rivalidad intelectual al asunto. Arrio era un predicador capaz y popular, y obtuvo mucho apoyo por su encanto personal. Conforme, creció la controversia, Constantino reconoció que debía haber tomado una clase de acción. Después de llegar a ser el emperador absoluto en 323, siguiendo la experiencia que había obtenido al tratar a los donatistas, él mandó que se convocara una reunión de todos los líderes cristianos para arreglar el asunto. Este concilio universal (el significa­do de la palabra griega para católico) se reunió en Nicea y consistió de más de trescientos obispos.

Puesto que se consideraba que los obis­pes eran la iglesia, y dado que ésta era una reunión mundial de obispos, en realidad esta reunión le dio expresión visible a la Iglesia Ca­tólica (universal). Constantino dominó el concilio, dirigiéndolo cuan­do él deseaba y determinando la posición doctrinal que debía ser adoptada.

La redacción del credo doctrinal

Después que se atendieron los' asuntos preliminares, Arrio presen­tó una confesión de fe. Definía la naturaleza de Cristo como diferente de la de Dios, y veía a Cristo como un ser creado, más grande que el hombre y digno de adoración, pero menor que Dios. Este credo fue pronta y vehementemente rechazado. El obispo Eusebio de Cesárea ofreció entonces un credo que dijo había sido usado previamente en su iglesia. La redacción de este credo era ambigua. Cuando el parti­do ortodoxo vio que los arríanos estaban deseosos de aceptar el cre­do, dirigieron un movimiento para rechazarlo, con base en que no era suficientemente explícito. Entonces Atanasio, un joven diácono de la iglesia de Alejandría, y campeón del punto de vista ortodoxo, presen­tó el siguiente credo al concilio:

Creemos en un Dios, Padre todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles, Y en el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, Engendrado del Padre y el único engendrado, Es decir, de la esencia del Padre,
Dios proveniente de Dios, Luz proveniente de Luz, verdade­ro Dios proveniente del verdadero Dios, Engendrado, no hecho, De una esencia con el Padre. A través del cual todas las cosas fueron hechas, tanto las cosas en el cielo como las cosas sobre la tierra, Quien para nosotros los hombres y para nuestra salvación, Descendió y se hizo carne y se hizo hombre, Sufrió y resucitó al tercer día, y ascendió a los cielos, Y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Creemos también en el Espíritu Santo.

Enseguida de este credo se tuvo la condenación de todos los que negaran su doctrina, mencionándose específicamente la declaración de los arríanos de que Cristo no existió por toda la eternidad. Debe notarse que éste credo hace hincapié en la unicidad de Cristo con Dios el Padre. Las palabras claves eran "de una esencia con el Padre". Constantino decidió entonces que este credo traería paz religiosa y política, indudablemente con el consejo del obispo Osio de Córdoba, su consejero eclesiástico Por eso. Con su aprobación fue adoptado el credo, y se dirigió un decreto de deportación contra Arrio y los que siguieran su criterio. Los cristianos que habían sido víctimas del poder imperial sólo unos cuantos años antes, ahora utilizaban el poder impe­rial para perseguirse unos a otros.

Más tarde Constantino cambió de opinión e hizo volver a Arrio, exilando a Atanasio. Una vuelta completa de doctrina no significo nada para su mente política. Es probable que Constantino tuviera poca comprensión de los principios doctrina­les cristianos. Su bautismo diferido, sus normas éticas y morales, y su retención del oficio pagano que garantizaba su lugar como dios roma­no después de la muerte, eran en sí mismos evidencias de su carácter espiritual.

Influencia del arrianismo


Había mucha insatisfacción dentro del cristianismo después de la decisión del concilio de Nicea. El lenguaje del credo llevaba a unos a temer al triteismo (tres dioses) y a otros a temer al modalismo (la pérdida de la personalidad individual). Por medio de maniobras polí­ticas y burlándose de los temores de los pensadores religiosos sinceros, el arrianismo obtuvo la ventaja por una generación.

Una escuela semiarriana que surgió tomó una posición intermedia entre la de Atanasio y la del concepto arriano, y declaraba que aunque Cristo no era de una esencia con Dios, sin embargo era similar a Dios. Esto atrajo a mu­chos seguidores del partido estricto de Atanasio. Atanasio mismo fue exilado repetidas veces por adherirse a los conceptos del credo de Nicea.

La escena política contribuyó al triunfo temporal de Arrio. Cuando Constantino murió en 337, sus tres hijos, Constantino II, Constante y Constancio, se dividieron el Imperio Romano. Sin embargo, Cons­tantino fue matado en 340, en una batalla contra Constante, y Cons­tante se suicidó en 350. Estos dos hombres favorecían el concepto de Nicea. El tercer hijo, Constancio; era arriano. Su femado, de 337 a 361 como único gobernador después de 350, dio oportunidad para que el arrianismo se desarrollara con la bendición de la autoridad imperial.

Además del exilio de Atanasio, Constancio trató severamente a los adherentes judíos y paganos. Se estableció la pena de muerte por ofrecer sacrificios paganos y por convertirse en prosélito judío. En par­te por causa de esta severidad, tuvo lugar una reacción pagana. Cons­tantino había matado a sus parientes, menos a sus tres hijos, para ase­gurarse una sucesión apropiada, pero pasó por alto dos víctimas. Uno de ellos, Julián, el hijo de un hermano al que Constantino había mata­do, abrazó secretamente el paganismo, y en 361 peleó por el dominio del imperio contra Constancio. El hizo lo que pudo por aumentar las divisiones en el cristianismo.

Atanasio fue llamado del exilio, y otros disidentes fueron alentados. Julián también se esforzó por introducir un paganismo refinado y reformado —adoptando muchos elementos cristianos— como rival del cristianismo. Después de su muerte en 363, sin embargo, el emperador que lo sucedió favoreció el cristianismo del tipo niceano. La influencia del arrianismo cedió lentamente en los si­glos siguientes. El segundo concilio universal el año 381 en Constantinopla, reafirmó la posición del primer concilio relativo a la persona de Cristo.

Resultados del movimiento arriano


Un importante resultado del movimiento arriano fue la divulgación de su doctrina de Cristo por medio de la actividad misionera. En 340, aunque chamanismo gozaba del favor imperial, un joven misione­ro llamado Ulfilas, educado en la doctrina arriana, fue enviado a los vi­sigodos. El sirvió hasta su muerte en 383, aparentemente recibiendo mucha ayuda que ahora no puede ser determinada. Ulfilas mismo tra­bajó diligentemente, pero la conversión al cristianismo arriano de grandes masas de visigodos y de tribus vecinas, difícilmente podría ser la obra de un hombre.

Ulfilas es mejor recordado por reducir a la escritura el idioma gótico, por medio de la traducción de las Escrituras. Como resultado de su trabajo y del de otros, cuando el Imperio Roma­no finalmente fue arrasado por estas tribus germanas en los Siglos IV y V. la tarea del cristianismo católico romano se facilitó. Un notable nú­mero de invasores ya habían abrazado el cristianismo arriano y nece­sitaban sólo la enseñanza de la fórmula nicena.

Otro resultado del movimiento arriano fue la adopción, por Cons­tantino, de una política general de persecución física contra los disidentes eclesiásticos. Es cierto que los donatistas habían sufrido perse­cución física a manos de Constantino en 316, después de negarse a aceptar la decisión del concilio de Arlés. Después de cinco años Cons­tantino dejó de cerrar las iglesias donatistas y de exilar a sus obispos, sintiendo que los resultados del uso de la fuerza no eran satisfactorios. Con esta experiencia, hubo alguna duda sobre si Constantino, como único emperador, continuaría tal política. Su determinación de conti­nuar sugiere su profundo deseo de asegurarse cuando menos confor­midad externa.

Además, el concilio de Nicea proveyó un precedente y una norma para futuros concilios de esta clase. Todos sabían que la decisión del concilio había sido arbitraria. Constantino había decidido lo que el concilio debía decidir, aunque al mismo tiempo los decretos del con­cilio fueron reconocidos como declaraciones cristianas autorizadas. Líderes concienzudos examinaron este nuevo desarrollo.

La conducta y los motivos cristianos eran secundarios; las decisiones eran los asun­tos autorizados y las metas que debían alcanzarse. Aparentemente, la lección se había aprendido. Muchos de los concilios universales pos­teriores llegaron a sus decisiones mediante la coerción física y tácti­cas desordenadas. Es difícil ver qué parte de cristianismo genuino ha­bía en algunos de ellos.

Finalmente, el concilio de Nicea dio forma visible a la Iglesia Ca­tólica. Se recordará que en los escritos de Cipriano del siglo anterior se declaraba que la iglesia existía en los obispos. La Iglesia Católica (cristianismo universal), entonces, podía hacerse visible cuando todos los obispos se reunieran en concilio. Esto se efectuó en Nicea, y com­pletó la maquinaria eclesiástica para la dominación universal por una monarquía espiritual.

El cristianismo bajo Teodosio

El principio de una alianza entre el cristianismo y el Imperio Ro­mano bajo Constantino, influyó profundamente en la historia y el de­sarrollo, tanto de la religión como del estado. El cristianismo fue decre­tado oficialmente la religión del estado romano bajo el emperador Teodosio (378-95). Una Nueva Área de Controversia. — Antes de Nicea el cristianismo había tenido ocasión de reflexionar en lo que deberían ser sus rela­ciones con el estado.

Al antagonismo original del imperio contra una religión "ilegal" habían seguido siglos de persecución secular El es­fuerzo por ajustar las relaciones entre el cristianismo y el poder secu­lar, forman una gran parte de la historia del cristianismo en los siglos que seguirían. Algunos sentían que el estado debería gobernar la igle­sia. La historia romana recomendaba este criterio, porque la religión había sido un departamento del gobierno mucho antes de que el cris­tianismo hubiera sido establecido. Constantino asumió esta actitud, y también sus hijos. El emperador era el "obispo de obispos". Tal rela­ción llegó a ser conocida como papado—cesáreo —la dominación de la iglesia por el estado. Otros sentían que la iglesia debía estar sobre el estado. Este llegó a ser el ideal del creciente sistema católico roma­no. Otros más veían a cada institución con una mayordomía peculiar proveniente de Díos, y creían que las dos debían trabajar lado a lado sin interferencia indebida. Debe decirse que este problema nunca ha sido arreglado a satisfacción de todos. Una nueva dirección se inició, con un gran significado en la historia y desarrollo del cristianismo, desde Nicea hasta el presente.

El Aumento de la Influencia Secular. — Es difícil concebir cómo se ejerció tanta influencia sobre el cristianismo mediante la alianza entre la iglesia y el estado bajo Constantino. En el campo de la organi­zación, por ejemplo, el cristianismo hizo uso del patrón imperial. En términos geográficos, el cristianismo fue organizado con base en divisiones políticas como ciudad, municipio, estado, región, nación, etcétera. Después del desarrollo del oficio del papa el siguiente siglo, la organización imperial y la del cristianismo eran notablemente similares.

Los mismos motivos de Constantino al adoptar el cristianismo in­dican la dirección que iba a seguirse. El quería usar el cristianismo como un factor social y político al fortalecer el estado. Esto significaba el uso del poder secular, como se ha visto, al establecer uniformidad. La disensión debía ser extirpada. Ello significaba la liquidación im­perial de disputas eclesiásticas y doctrinales. Los oficiales administra­tivos del estado pronto se encontraron aconsejando cómo aumentar la eficiencia en la administración cristiana. Los oficiales cristianos bajo Constantino empezaron a usar en la vida de la iglesia métodos e ideas que habían aprendido en el servicio del gobierno.

Nicea también trajo el problema de la autoridad secular al llenar los importantes oficios eclesiásticos. El movimiento cristiano era muy importante, políticamente, para permitir que radicales de cualquier clase tuvieran altos puestos. Ahora los obispos, debían complacer tanto al estado como a Dios. En esta esfera se ejerció influencia secular ampliamente.

El movimiento ermitaño religioso

Todos los historiadores hablan del movimiento masivo hacia el cristianismo después que éste recibió el favor imperial. Aunque el cristianismo no fue nombrado oficialmen­te religión del estado por cerca de medio siglo, sin embargo, la exhortación de Constantino a sus súbditos a hacerse cristianos, sus genero­sos regalos a los que ya eran cristianos, y la facilidad con que podía abrazarse el cristianismo, contribuyó a que muchos se decidieran.

La similaridad entre los sacramentos mágicos del cristianismo y los ritos paralelos del paganismo daba a los miembros en perspectiva un senti­miento de familiaridad en su iniciación. En el ejército, especialmente, la influencia de algún sagaz líder podía hacer que ganara en corto tiem­po a todos sus leales seguidores. Un ejemplo de la facilidad con que esto podía hacerse puede verse en la conversión de uno de los caudillos francos el siguiente si­glo. Clodoveo se enfrentaría a una batalla crucial el siguiente día. El hizo el solemne voto de que si el Dios cristiano de su esposa le daba la victoria en la batalla, entonces él se haría cristiano. Habiendo ganado la victoria, él guardó su voto. Cuando su ejército supo lo que estaba pasando, también quisieron unirse. Esto se llevó a la práctica fácil­mente. Los soldados marcharon al lado de un río donde se pusieron sacerdotes con ramas de los árboles. Cuando los soldados pasaban, los sacerdotes metían las ramas al río y rociaban agua bautismal sobre ellos, repitiendo todo el tiempo la fórmula adecuada. Tan pronto como el agua tocaba a los soldados, desde luego, supuestamente ellos se vol­vían cristianos. No es de sorprender que cuando estos paganos rocia­dos entraron a la membresía de las iglesias cristianas, hayan traído ideas paganas con «líos. Consecuentemente, el cristianismo se infec­tó más y más con corrupciones paganas al convertirse en un movimien­to popular. Impulso para la Aparición del Monasticismo. — La hartura de las iglesias cristianas con paganos rociados fue responsable en parte del rápido crecimiento del asceticismo.

La laxitud en la ética y la vida cris­tianas siempre ha traído movimientos reaccionarios. Algunas veces éstos no se desarrollaron hasta ser partidos o cismas, pero dieron expresión al remordimiento individual que guió a las prácticas ascéticas. Al permanecer en las iglesias regulares, los cristianos escrupulosos aliviaban su espíritu mediante el ayuno, largas horas de oración y ri­gurosa disciplina espiritual. Otros, sin embargo, escogieron un méto­do más radical. En el oriente, donde el clima era más atractivo la ma­yor parte del año, los hombres dejaban las iglesias y sus hogares y se convertían en ermitaños religiosos. Tomaban literalmente la exhor­tación de Jesús al joven rico para dejarlo todo y seguirlo. Sentían que encerrándose en una cueva lejos de los hombres y ocupándose en la oración y en la contemplación espiritual, podían "perder sus vidas para salvarse".
Uno de los más famosos de esos hermitaños era Antonio de Tebas, de mediados del Siglo III. Huyendo de los hombres, alrededor de los veinte años, pasó los siguientes ochenta y seis años en una cueva. El era venerado como un hombre muy santo, y su cueva se convirtió en un lugar de bendición.

Otros empezaron a dejar sus hogares y a se­guir su ejemplo. Antes de mucho tiempo había tantos ermitaños en el desierto que todas las cuevas estaban ocupadas. Pronto empezó también la formación de comunidades o grupos cenobitas. Un núme­ro de ermitaños se reunían bajo una regla común de organización. El movimiento más antiguo de esta clase que se conoce fue el de Pacomio, que tuvo lugar por el año 335 en Egipto.

Desde el oriente este movimiento se extendió a Asia Menor. La manera práctica de pensar de los occidentales y el clima riguroso des­animaron a los que huyeron a las cavernas, pero para el Siglo VI. Benedicto de Nursia empezó en Italia un movimiento disciplinado y efec­tivo.

La autoridad del obispo de Roma

Para 325, cuando se reunió el primer concilio católico (universal), el cristianismo había asumido varias características que, claramente no eran escriturarias y podían llamarse "católicas". Estas incluían la idea de una iglesia universal visible compuesta de los obispos, la creen­cia de que los sacramentos (como ahora serían llamados) llevaban con ellos una clase mágica de gracia transformadora, el empleo de un sacerdocio especial (clero) que sólo por la ordenación estaría prepa­rado para administrar estos sacramentos, y el reconocimiento de los obispos como oficiales gobernantes (gobierno episcopal). Todas es­tas características pueden verse en la actualidad en los grupos cristia­nos que se llaman a sí mismos católicos: católicos romanos, católicos griegos, y católicos anglicanos.
Después de 325 vinieron los fundamentos de un nuevo avance en el desarrollo jerárquico. La oligarquía, el gobierno de muchos obispos, empezó a cambiarse en monarquía, el gobierno de un obispo —el obis­po de Roma. Esto no significa que los obispos romanos no estaban en­tre los obispos sobresalientes de todo el cristianismo antes del 325, por­que ya para el año 58 el apóstol Pablo había elogiado a la iglesia de Roma por su excelente reputación por todo el mundo. Los escritos no canónicos hablan de la influencia del grande, poderoso y generoso cuerpo de los cristianos de Roma.

La iglesia se había beneficiado con el ilustre nombre y la historia de la ciudad en la que estaba situada, porque Roma había sido ya el centro del mundo por siglos. Era habi­tual, inclusive, que las iglesias que tenían problemas escribieran a las iglesias más grandes y con más experiencia sobre asuntos de disciplina y doctrina. Se sabe que la iglesia de Roma recibía muchas de esas peticiones de ayuda. Un buen ejemplo es la carta que la iglesia de Corinto dirigió a Roma en la última década del Siglo I. La iglesia de Corinto, ejerciendo su prerrogativa como un cuerpo autónomo, había quitado a varios presbíteros que habían sido nombrados por los apóstoles, y en la controversia alguien había escrito a la iglesia de Roma pidiendo consejo. La respuesta de Clemente, un pastor u obispo de Roma, es probablemente típica de las cartas escritas por muchos obis­pos a las iglesias que les pedían consejo en tales asuntos. La iglesia de Roma fue más tardía que algunas de las otras en poner a un solo obispo sobre el resto de sus oficiales, aparentemente el obispo Aniceto (154-65), parece ser el primer monarca de la congregación romana.
La referencia del obispo Ireneo de Lyon a la tradición apostólica del obispo romano llevaba un énfasis en la rectitud de la doctrina de Roma, más que en la autoridad eclesiástica de Roma. Ireneo, como Ci­priano, podía escribir más elocuentemente de la eminencia del obispo de Roma que lo que podía demostrar. A mediados del Siglo II se des­ató una disputa entre Roma y ciertos líderes de Asia Menor respecto a la fecha adecuada para observar la Pascua. La práctica oriental era celebrarla de acuerdo con la luna, sin relación al día de la semana que fuera, mientras que la práctica romana era esperar hasta el siguiente domingo. El obispo Policarpo (un discípulo del apóstol Juan), repre­sentando al Oriente, y el obispo Aniceto, representando al Occidente, no pudieron ponerse de acuerdo, y cada uno continuó observando la Pascua de acuerdo con su propia práctica. La controversia se llevó a todas las iglesias y amenazó la paz del mundo cristiano. Se convocaron sínodos (o concilios) en Roma y Palestina en particular, que debatie­ron los méritos de cada lado, y la práctica de observar la Pascua en domingo fue favorecida en lo general. Cuando el obispo de Efeso y muchas iglesias de Asia Menor se negaron a cambiar su antigua prác­tica, con sínodo o sin él, el obispo Víctor de Roma (189-98) los decla­ró excomulgados. Muy pronto Ireneo censuró a Víctor por su acción, levantando la duda en cuanto a lo que Ireneo realmente creía en cuan­to a la ortodoxia y autoridad del obispo romano.
Tertuliano, el presbítero cartaginés que ha sido llamado el padre de la teología católica romana, no simpatizaba con las pretensiones del obispo romano y en 207 rompió con él y se unió al movimiento montañista. Su discípulo Cipriano también podía escribir elocuente­mente acerca del lugar único del obispo de Roma, pero alrededor del año 250 él le dijo vigorosamente al obispo que dejara de entrometerse fuera de la diócesis de Roma. La única superioridad que él le permitía al obispo romano era de dignidad. Es significativo que los donatistas del Siglo IV dirigieran su apelación a un concilio, y después al empe­rador, pero no al obispo romano.

Para 325, el obispo romano, aunque considerado indudablemente uno de los más fuertes obispos y reconocido por algunos como posee­dor de una dignidad inusitada entre los obispos, sin embargo, era uno entre muchos obispos, todos los cuales, de acuerdo con Cipriano tenían igual autoridad apostólica. El sexto canon del concilio de Nicea (325) reconocía al obispo romano igualdad a los obispos de Alejandría y Antioquia. Es significativo que se haya insertado una falsificación en la copia de este canon que estaba en poder del obispo romano, que ar­gumentaba que Roma siempre había tenido la primacía. Este piadoso fraude fue descubierto después cuando la copia romana fue compara­da con otras copias de los archivos de Nicea. Esto sugiere que el ánimo de los que estaban en Roma era procurar por todos los medios, justos o no, reclamar la preeminencia. No es de maravillar que muchos erudi­tos actuales duden del texto de algunos de los escritos más antiguos que han sido preservados por Roma: inserciones y decretos falsos aparecen por toda la historia de la Iglesia Romana en un esfuerzo por al­canzar su posición.

Entre el primer conflicto universal de 325 y el cuarto tenido en Calcedonia en 451, sin embargo, el obispo romano puso la base para la monarquía eclesiástica ahora conocida por su título. Hubo muchos factores sobresalientes que formaron parte de este desarrollo.

Pretensiones de Inocente y León I

Una de las razones más importantes de la elevación del obispo romano es el tipo de hombres que tuvieron el oficio. Ellos reconocían la dignidad de su posición y procuraban por todos los medios conse­guirla. Como lo evidencian las falsificaciones mencionadas antes, ellos querían el primer lugar y activamente lo buscaban. Su territorio inme­diato estaba bien organizado para consolidar sus posesiones. La ma­ravillosa habilidad de organización de los romanos fue convertida en canales eclesiásticos. Toda una serie de oficiales subordinados garan­tizaban la disciplina y la uniformidad. Dos de estos hombres gritaban bien alto sus pretensiones. Ino­cente (402-17) fue el primer obispo de Roma en pretender jurisdic­ción universal para el obispo romano con base en la tradición de Pe­dro. León I (440-61), que correctamente puede ser llamado el primer papa, declaró autoridad escrituraria para las pretensiones de Inocente, aseguró el reconocimiento imperial de sus pretensiones de primacía, y por una confluencia de intereses políticos y eclesiásticos pudo dictar la declaración doctrinal del Concilio de Calcedonia, el cuarto conci­lio universal de 451. "Pedro ha hablado", clamaron los obispos cuando se leyó el "Tomo" de León, y tal reconocimiento, eclesiástico e impe­rial, puso los fundamentos para el sistema papal. El obispo de Roma no tenía rival en el mundo occidental. Roma había sido la matriz eclesiástica de Occidente mucho antes de la apa­rición de fuertes obispados en el Norte de África y en Europa. Esto no había sucedido en Oriente. Antiguos y poderosos obispos en ciudades como Alejandría, Jerusalén, Antioquia y Efeso, disputaban cons­tantemente. En vez de escoger un árbitro entre ellos, estos obispos re­gularmente apelaban al único obispo de Occidente. Al hacerlo así au­mentaban inconscientemente la estatura del obispo romano. Inclusi­ve, el movimiento de la historia estaba orientado hacia Occidente. El mediterráneo oriental estaba dejando su lugar prominente. Con la irrupción de las tribus germanas en Europa central y nororiental, y con la agitación occidental del imperio, Roma estaba en el centro del avance.

Rivalidad de Roma y Constantinopla

En 330 el emperador Constantino cambió la capital del Imperio Romano dé Roma a Bizancio, que llegó a ser conocida como Constantinopla. En vez de debilitar la posición del obispo romano al hacerlo así el emperador inconscientemente contribuyó al crecimiento del prestigio obispal. Mientras el emperador vivía en Roma, el obispo de­bía tomar un segundo lugar. Como "obispo de obispos" el emperadorpodía proteger a sus súbditos políticos y dominar la política eclesiás­tica del obispo.

El cambio del emperador a una nueva ciudad en el Oriente emancipó al obispo romano de la influencia secular y le per­mitió crecer sin restricción. De hecho, con el cambio del emperador el obispo se convirtió en soberano, tanto eclesiástico como secular. Losobispos romanos se convirtieron en administradores de los asuntos seculares de la ciudad, defendiéndola contra agresores militares, manteniendo orden interno, proveyendo para sus necesidades físicas, e ini­ciando su política extranjera.

Roma había sido el centro del mundo político por varios siglos cuando el último de los apóstoles murió. No puede estimarse cuánto prestigio le dio a la iglesia de la ciudad esta situación política.

La im­portancia de tal centralidad política se ve en el hecho de que Constantinopla, localidad de la nueva capital, no tenía más pretensión de prestigio eclesiástico que ser el asiento del emperador; sin embargo, en poco más de un siglo Roma era su rival eclesiástico más grande por causa de su importancia política.

Términos de la sucesión de Pedro

Las Escrituras conectan a Pablo, pero no a Pedro, con la iglesia de Roma. La tradición de que Pedro fue pastor en Roma por un cuarto de siglo es muy tardía, y algunos escritores católicos romanos sobresa­lientes admiten que no puede probarse. Aun más: la pretensión ro­mana de autoridad basada en esta tradición no se reclamó hasta el Siglo V. Es decir, después que el obispo romano se hubo vuelto pode­roso se reclamó el derecho a esgrimir ese poder en términos de la sucesión de Pedro. El obispo León I (440-61) le dio base escrituraria a toda la teo­ría. El pretendía que Pedro había sido el primer obispo de Roma, e in­terpretaba tres pasajes bíblicos para probar que Pedro había recibida la autoridad para regir todo el cristianismo.

El primer pasaje se encuentra en Mateo 16:18, 19. Este era interpretado para significar que Cristo edificaría su iglesia sobre Pedro personalmente, y que Pedro había recibido autoridad para atar y desatar las almas en una monarquía espiritual.

El segundo pasaje es Juan 21:15-17, que se interpretaba de manera que dijera que Pedro iba a ser el pastor principal y tendría la tarea de alimentar, cuidar y vigilar todas las ovejas de Cristo en el mundo.

El tercer pasaje es Lucas 22:31, 32, que era explicado para que significara que Pedro, después de haber sido restaurado por Cristo de sus errores, llegaría a ser el maestro principal de la cristiandad. La teoría argumentaba que Pedro esgrimía esta autoridad sobre los otros apóstoles; que él había pasado esta misma autoridad a su sucesor del Oficio de obispo de Roma, y que otros obispos, como otros apóstoles, estaban sujetos a la autoridad del obispo romano.


El reconocimiento de las pretensiones de primado del obispo León por las autoridades imperiales y eclesiásticas, basa­das en la tradición de Pedro, dan base para creer que León fue el primero de los papas católicos romanos.

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