Para 325, cuando se reunió el primer concilio católico (universal), el cristianismo había asumido varias características que, claramente no eran escriturarias y podían llamarse "católicas". Estas incluían la idea de una iglesia universal visible compuesta de los obispos, la creencia de que los sacramentos (como ahora serían llamados) llevaban con ellos una clase mágica de gracia transformadora, el empleo de un sacerdocio especial (clero) que sólo por la ordenación estaría preparado para administrar estos sacramentos, y el reconocimiento de los obispos como oficiales gobernantes (gobierno episcopal). Todas estas características pueden verse en la actualidad en los grupos cristianos que se llaman a sí mismos católicos: católicos romanos, católicos griegos, y católicos anglicanos.
Después de 325 vinieron los fundamentos de un nuevo avance en el desarrollo jerárquico. La oligarquía, el gobierno de muchos obispos, empezó a cambiarse en monarquía, el gobierno de un obispo —el obispo de Roma. Esto no significa que los obispos romanos no estaban entre los obispos sobresalientes de todo el cristianismo antes del 325, porque ya para el año 58 el apóstol Pablo había elogiado a la iglesia de Roma por su excelente reputación por todo el mundo. Los escritos no canónicos hablan de la influencia del grande, poderoso y generoso cuerpo de los cristianos de Roma.
Después de 325 vinieron los fundamentos de un nuevo avance en el desarrollo jerárquico. La oligarquía, el gobierno de muchos obispos, empezó a cambiarse en monarquía, el gobierno de un obispo —el obispo de Roma. Esto no significa que los obispos romanos no estaban entre los obispos sobresalientes de todo el cristianismo antes del 325, porque ya para el año 58 el apóstol Pablo había elogiado a la iglesia de Roma por su excelente reputación por todo el mundo. Los escritos no canónicos hablan de la influencia del grande, poderoso y generoso cuerpo de los cristianos de Roma.
La iglesia se había beneficiado con el ilustre nombre y la historia de la ciudad en la que estaba situada, porque Roma había sido ya el centro del mundo por siglos. Era habitual, inclusive, que las iglesias que tenían problemas escribieran a las iglesias más grandes y con más experiencia sobre asuntos de disciplina y doctrina. Se sabe que la iglesia de Roma recibía muchas de esas peticiones de ayuda. Un buen ejemplo es la carta que la iglesia de Corinto dirigió a Roma en la última década del Siglo I. La iglesia de Corinto, ejerciendo su prerrogativa como un cuerpo autónomo, había quitado a varios presbíteros que habían sido nombrados por los apóstoles, y en la controversia alguien había escrito a la iglesia de Roma pidiendo consejo. La respuesta de Clemente, un pastor u obispo de Roma, es probablemente típica de las cartas escritas por muchos obispos a las iglesias que les pedían consejo en tales asuntos. La iglesia de Roma fue más tardía que algunas de las otras en poner a un solo obispo sobre el resto de sus oficiales, aparentemente el obispo Aniceto (154-65), parece ser el primer monarca de la congregación romana.
La referencia del obispo Ireneo de Lyon a la tradición apostólica del obispo romano llevaba un énfasis en la rectitud de la doctrina de Roma, más que en la autoridad eclesiástica de Roma. Ireneo, como Cipriano, podía escribir más elocuentemente de la eminencia del obispo de Roma que lo que podía demostrar. A mediados del Siglo II se desató una disputa entre Roma y ciertos líderes de Asia Menor respecto a la fecha adecuada para observar la Pascua. La práctica oriental era celebrarla de acuerdo con la luna, sin relación al día de la semana que fuera, mientras que la práctica romana era esperar hasta el siguiente domingo. El obispo Policarpo (un discípulo del apóstol Juan), representando al Oriente, y el obispo Aniceto, representando al Occidente, no pudieron ponerse de acuerdo, y cada uno continuó observando la Pascua de acuerdo con su propia práctica. La controversia se llevó a todas las iglesias y amenazó la paz del mundo cristiano. Se convocaron sínodos (o concilios) en Roma y Palestina en particular, que debatieron los méritos de cada lado, y la práctica de observar la Pascua en domingo fue favorecida en lo general. Cuando el obispo de Efeso y muchas iglesias de Asia Menor se negaron a cambiar su antigua práctica, con sínodo o sin él, el obispo Víctor de Roma (189-98) los declaró excomulgados. Muy pronto Ireneo censuró a Víctor por su acción, levantando la duda en cuanto a lo que Ireneo realmente creía en cuanto a la ortodoxia y autoridad del obispo romano.
Tertuliano, el presbítero cartaginés que ha sido llamado el padre de la teología católica romana, no simpatizaba con las pretensiones del obispo romano y en 207 rompió con él y se unió al movimiento montañista. Su discípulo Cipriano también podía escribir elocuentemente acerca del lugar único del obispo de Roma, pero alrededor del año 250 él le dijo vigorosamente al obispo que dejara de entrometerse fuera de la diócesis de Roma. La única superioridad que él le permitía al obispo romano era de dignidad. Es significativo que los donatistas del Siglo IV dirigieran su apelación a un concilio, y después al emperador, pero no al obispo romano.
La referencia del obispo Ireneo de Lyon a la tradición apostólica del obispo romano llevaba un énfasis en la rectitud de la doctrina de Roma, más que en la autoridad eclesiástica de Roma. Ireneo, como Cipriano, podía escribir más elocuentemente de la eminencia del obispo de Roma que lo que podía demostrar. A mediados del Siglo II se desató una disputa entre Roma y ciertos líderes de Asia Menor respecto a la fecha adecuada para observar la Pascua. La práctica oriental era celebrarla de acuerdo con la luna, sin relación al día de la semana que fuera, mientras que la práctica romana era esperar hasta el siguiente domingo. El obispo Policarpo (un discípulo del apóstol Juan), representando al Oriente, y el obispo Aniceto, representando al Occidente, no pudieron ponerse de acuerdo, y cada uno continuó observando la Pascua de acuerdo con su propia práctica. La controversia se llevó a todas las iglesias y amenazó la paz del mundo cristiano. Se convocaron sínodos (o concilios) en Roma y Palestina en particular, que debatieron los méritos de cada lado, y la práctica de observar la Pascua en domingo fue favorecida en lo general. Cuando el obispo de Efeso y muchas iglesias de Asia Menor se negaron a cambiar su antigua práctica, con sínodo o sin él, el obispo Víctor de Roma (189-98) los declaró excomulgados. Muy pronto Ireneo censuró a Víctor por su acción, levantando la duda en cuanto a lo que Ireneo realmente creía en cuanto a la ortodoxia y autoridad del obispo romano.
Tertuliano, el presbítero cartaginés que ha sido llamado el padre de la teología católica romana, no simpatizaba con las pretensiones del obispo romano y en 207 rompió con él y se unió al movimiento montañista. Su discípulo Cipriano también podía escribir elocuentemente acerca del lugar único del obispo de Roma, pero alrededor del año 250 él le dijo vigorosamente al obispo que dejara de entrometerse fuera de la diócesis de Roma. La única superioridad que él le permitía al obispo romano era de dignidad. Es significativo que los donatistas del Siglo IV dirigieran su apelación a un concilio, y después al emperador, pero no al obispo romano.
Para 325, el obispo romano, aunque considerado indudablemente uno de los más fuertes obispos y reconocido por algunos como poseedor de una dignidad inusitada entre los obispos, sin embargo, era uno entre muchos obispos, todos los cuales, de acuerdo con Cipriano tenían igual autoridad apostólica. El sexto canon del concilio de Nicea (325) reconocía al obispo romano igualdad a los obispos de Alejandría y Antioquia. Es significativo que se haya insertado una falsificación en la copia de este canon que estaba en poder del obispo romano, que argumentaba que Roma siempre había tenido la primacía. Este piadoso fraude fue descubierto después cuando la copia romana fue comparada con otras copias de los archivos de Nicea. Esto sugiere que el ánimo de los que estaban en Roma era procurar por todos los medios, justos o no, reclamar la preeminencia. No es de maravillar que muchos eruditos actuales duden del texto de algunos de los escritos más antiguos que han sido preservados por Roma: inserciones y decretos falsos aparecen por toda la historia de la Iglesia Romana en un esfuerzo por alcanzar su posición.
Entre el primer conflicto universal de 325 y el cuarto tenido en Calcedonia en 451, sin embargo, el obispo romano puso la base para la monarquía eclesiástica ahora conocida por su título. Hubo muchos factores sobresalientes que formaron parte de este desarrollo.
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