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sábado, 6 de septiembre de 2008

la elección del papa Bonifacio VIII (1294-1303)

El Principio de la Humillación Papal
El papa Inocente III murió en 1216, un año después del especta­cular Cuarto Concilio Lateranense que marcó la cumbre de las pre­tensiones papales. Por cerca de setenta y cinco años no se había hecho ningún desafío directo a la dominación papal, ni en la esfera eclesiás­tica ni en la secular. Sin embargo, con la elección del papa Bonifacio VIII (1294-1303), empezó a aparecer el nuevo orden de cosas. No era que Bonifacio tuviera menos voz para sus pretensiones papales, ni fuera menos agresivo en sus demandas sobre los príncipes seculares y eclesiásticos; si acaso, era más gritón y más arrogante que los papas anteriores. Sin embargo, sus pretensiones y demandas no eran atendi­das en la misma manera que las de sus predecesores. En su entrometimiento en los asuntos políticos de los estados italianos, había resul­tado menos que victorioso. El intentó obligar a finalizar la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra pero fue ignorado por am­bas naciones. Encolerizado, amenazó tanto a Inglaterra como a Francia con la veda y la excomunión si ellos continuaban imponiendo im­puestos de guerra sobre la Iglesia Romana en sus dominios. El rey Eduardo de Inglaterra sencillamente hizo caso omiso del papa: su parlamento voto por los impuestos. El rey Felipe de Francia, por su parte, no fue tan amable. Inmediatamente él prohibió la exportación de cualquier renta al papado. Herido en un punto sensible y con la moral debilitada, Bonifacio canonizó al abuelo de Felipe en un es­fuerzo por aplacar al rey francés. Sin embargo, la guerra había empezado. En 1302 después de una escaramuza preliminar, Bonifacio emitió subülá titulada Unam Sanctam —llamada así como de costumbre, por las dos primeras palabras de la bula— excomulgando Felipe y colocando a Francia bajo veda. Esta famosa bula decían claramente que todo hombre debe obedecer al papa o perder su sal­vación. Felipe no se turbó, sin embargo; las armas que habían llevad al poder a Gregorio VII y a Inocente Ill habían perdido su aguijó: La muerte de Bonifacio ocurrió el siguiente año.

La Cautividad Babilónica y el Cisma Papal

El sucesor de Bonifacio, Benedictino (-1303-4), vivió solamente nueve meses después de su elección para el oficio. EJ sucesor de Benedicto Clemente V, (1305-14) fue nombrado por la influencia del rey Felipe de Francia. En su pontificado el cuartel papal fue cambiado de Roma a Avignon, Francia, en 1309, Durante los siguientes setenta años siete papas franceses ocuparon el oficio. Por causa de que el papado estuvo ausente de Roma por cerca de setenta años (igual que el reino del sur estuvo en cautividad en Babilonia por un período parecido), este período de residencia papal en Francia ha sido llamado "la cau­tividad babilónica de la iglesia".
Clemente mostró su subordinación a Felipe de Francia consin­tiendo en la destrucción de los Caballeros Templarios. Hay poca duda de que esta acción fue dictada por el rey francés. Los templarios se habían opuesto constantemente a Felipe, y el temía que la orden fuera a convertirse en un rival militar. Mediante torturas y promesas, se con­siguió suficiente evidencia para convencer al papa Clemente. En octubre, 1311 el convocó un concilio ecuménico (el quinceavo en los registros romanos), que votó suprimir la orden por causa de sus prácti­cas corrompidas e inmorales y por otros crímenes, incluyendo la blasfemia.
Los sucesos de los siguientes setenta años convencieron a los es­tados de Europa que el papado se había convertido en una institución francesa. Se habían nombrado cardenales franceses en número sufi­ciente para constituir mayoría. Se idearon muchos nuevos métodos para recoger dinero, particularmente por Juan XXII (1316-34).
El regreso del papado a Roma se convirtió en tema en cada elec­ción papal. Se reconocía que la identificación del papado con los in­tereses franceses era un serio desatino, particularmente en vista de los nacientes lazos de nacionalismo en todas partes. Finalmente, en 1377 Gregorio XI terminó el fiasco al regresar a Roma a morir. Urbano VI (1378-89) fue elegido para suceder a Gregorio con la promesa de re­gresar a Avignon, pero después de su elección Urbano decidió perma­necer en Roma. Los cardenales se reunieron otra vez y eligieron otro papa, Clemente VI (1378-94), que regresó a Francia. Ahora había dos papas, y cada uño alegaba haber sido electo válidamente— y así era. Por un cuarto de siglo los papas rivales en Avignon y en Roma se ana­tematizaron uno a otro y procuraron socavar mutuamente su obra. Por supuesto, había habido antipapas antes. En 251 Novaciano había sido electo obispo de Roma por un partido rival. Otros papas rivales incluyen a Félix II (355-65), a Bonifacio VII (974), y a Juan XVI (997-98).
Probablemente el más extraño cisma papal había ocurrido a mediados del siglo XI. Benedicto IX había sido colocado en el trono papal en 1032. En 1044 fue echado de Roma y ciertos nobles locales colocaron a Silvestre III en la silla papal. Benedicto regresó a Roma, sin embargo, y vendió el oficio papal por cerca de mil libras de plata a arcipreste de Roma, que tomó el nombre de Gregorio VI. Benedicto se negó a cumplir el negocio, y como resultado hubo tres papas, cada uno con suficiente fuerza para resistir a sus oponentes, pero no conbastante para conquistarlos. La situación fue finalmente aclarada por el emperador Enrique III.
La presencia de dos papas en el siglo XIV por un largo período, creó numerosos problemas. La validez de casi cualquier acto eclesiás­tico era puesto en duda. ¿Quién debía conferir el palio a los obispos recién consagrados? ¿A quién debían ofrecer sus votos solemnes las órdenes monásticas? ¿Quién debía ser reconocido por los diversos go­biernos? Desde el punto de vista de la organización, la situación era casi intolerable. Teóricamente cada papa, si fuera el verdadero, de­bía vigilar el nombramiento de obispos en cada diócesis, llenar las numerosas vacantes en los arzobispados, mantener el número dé car­denales, nombrar los dirigentes administrativos en la Curia, y llevar adelante los múltiples deberes requeridos en la operación de una mo­narquía eclesiástica tan difundida. Con dos papas era probable que hubiera dos nombramientos en los diversos puestos, rivalidad en los casos de derecho eclesiástico, y traslapo en la jurisdicción. El mundo cristiano estaba estupefacto. Las protestas venían de todas partes.
En 1409 los cardenales de los dos papas convocaron un concilio para reunirse en pisa. Este concilio, en una manera más bien apresurada, declaró vacante el puesto papal y eligió un nuevo papa, que tomó el nombre de Alejandro V (1409-10). Para desaliento de todos los dos ocupantes se negaron a reconocer la autoridad del concilio, ahora había tres papas. Por medio de maniobras políticas y generosos sobornos, los diversos gobiernos fuertes indujeron a sostener un nuevo concilio, convocado esta vez por uno de los papas. El Concilio de Constanza (1414-18) depuso a los tres papas y eligió otro, que toma el nombre de Martín V (1417-31). Esta vez, sin embargo, por medios políticos la tarea se llevó a cabo. Una vez más la espada secular con­troló la espiritual. El cisma había terminado, pero el prestigio del pa­pado romano había terminado muy abajo. Las voces de todas partes pedían una reforma drástica de todo el sistema. El siguiente capítulo discutirá con algún detalle este clamor de reforma.

CLAMOR POR UNA REFORMA PAPAL

La extensa "cautividad babilónica" de la iglesia y el desastroso cisma papal de cerca de cuarenta años simbolizó dramáticamente la necesidad de una reforma papal. Muchos reconocían que estos trági­cos eventos eran síntomas del problema, no su causa. Ciertamente los abusos económicos, políticos y morales del papado no aliviaron la si­tuación, pero el problema básico no era el abuso del sistema sino el sis­tema mismo. El clamor por una reforma no se refería sencillamente al problema inmediato, sino desafiaba las ideas defendidas por los papas por siglos. Algunas peticiones de reforma tenían una base distintiva­mente bíblica. Los dogmas doctrinales y eclesiásticos edificados por la Iglesia Romana en un largo período, fueron comparados con las Es­crituras y criticados desde ese punto de vista. Los motivos patrióticos empujaban a algunos a demandar una reforma. El naciente naciona­lismo del último período medieval produjo conflictos de lealtad en los corazones de los hombres de todas partes. No pocas de las protestas contra el dominio romano surgieron del resentimiento contra el con­trol francés del papado durante la "cautividad babilónica". Las misera­bles condiciones económicas y sociales, y los turcos asentados en la frontera misma del imperio en los Balcanes, llevaba a muchos a pensar que Dios estaba castigando al mundo por causa de las fechorías del papado. Finalmente, los hombres espirituales de todos los países esta­ban sinceramente apesadumbrados al ver el bajo nivel al que había llegado el cristianismo. El misticismo y la disensión aumentaban con­forme los hombres procuraban encontrar comunión con Dios fuera del sistema eclesiástico prevaleciente.
Uno de los grandes antecedentes de la reforma fue el movimiento conocido como el Renacimiento. La palpitación de la nueva vida intelectual y el descubrimiento de nuevos mundos prepararon profunda­mente el camino para la Reforma. El movimiento resultante conocido como "humanismo" produjo el nuevo enfoque de los ojos de los hombres y su nueva visión percibió muchas de las supersticiones que caracterizaban el sistema católico romano medieval. Algunos escritores han empequeñecido el panorama del Renacimiento, insistiendo en que la cultura occidental no requería renacer. Sin embargo, el mismo sis­tema teológico de la Iglesia Católica Romana fue en parte responsable de la lenta recuperación de las invasiones bárbaras y de las Edades Obscuras que siguieron. Puesto que la teología medieval descansaba en la vasta maraña de proposiciones establecidas mediante el uso del razonamiento deductivo, se sigue que las fuentes de la doctrina cató­lica romana eran completamente terminantes y tradicionales. Había muy poca molienda nueva para el molino, pero una constante remo­lienda de lo viejo. Por esta razón, la verdad y el progreso eran realmen­te estorbadas por los sistemas escolásticos de la teología católica romana.
Sin embargo, el Renacimiento vino. Los eruditos árabes que siguieron la invasión mahometana de España en el siglo VIII ayudaron la atisbar las puertas del conocimiento en el occidente. La cultura clásica y el estudio de la antigüedad se puso de moda. Las Cruzadas contribuyeron a introducir un nuevo mundo. La caída de Constantinopla (1453) le dio impulso al movimiento cuando los eruditos griegos huyeron al occidente en busca de refugio. La suma de otros factores —la nostalgia italiana por la antigua gloria de Roma, la aparición de genios las formas artísticas y literarias, el desarrollo económico, los descubrimientos geográficos, las invenciones revolucionarias— produjeron que ha sido llamado "el Renacimiento" (Renaissance) de Occidente.
Este despertar alcanzó al cristianismo en muchos puntos. El movimiento conocido como "humanismo", se extendió directamente de estos elementos. El humanismo fue muy influyente en la preparación del camino para la Reforma, excelencia de las antiguas formas literarias produjo desdén para escritos escolásticos. La renovación del interés en los antepasados también produjo el estudio de los textos griegos y hebreos resarciendo Escrituras Cristianas, así como la lectura cuidadosa de los antiguos ritos cristianos. Los ojos de los hombres, tanto tiempo enfocados en cielos, empezaron a volverse hacia el mundo circundante y bajo as. Los mismos fundamentos de la autoridad católica romana fueron socavados por las nuevas formas de pensamiento.
Los siglos inmediatamente anteriores al dieciséis retumbaron con las peticiones de una reforma. Tal vez el mejor cuadro de este clamor de reforma puede conseguirse discutiéndolo desde el punto de vista geográfico.
Italia
Las más fuertes protestas de Italia contra el sistema papal se basaban en la renovación intelectual y en el humanismo resultante. Humanismo era el nombre arbitrariamente dado a la renovación clásica y literaria que empezó en Italia alrededor del siglo XIV, Era en gran manera patriótica tanto como cultural. Se esperaba que la gloriosa historia de los días pasados, desplegada ante los ojos y mentes de la presenté generación, produjera la inspiración para conseguir una nueva unificación de Italia y asegurar otra vez la supremacía romana en la esfera secular. Una parte no pequeña de este anhelo se debía al cambie de la silla papal de Roma a Avignon, Francia.
Los humanistas coleccionaron manuscritos de los escritores clásicos de la antigüedad, aprendieron a criticar los textos antiguos mediante el estudio interno, se gozaron en la imitación del estilo literario y las costumbres sociales de los antiguos, y contemplaron el mundo en que vivían desde un rico fondo histórico y literario. Se organizaron sociedades para estudiar el idioma griego, para leer a Platón y a Cicerón, y para reunir bibliotecas de los autores antiguos. El movimiento se extendió rápidamente de Italia al norte de Europa mediante vínculos religiosos, intelectuales, sociales, y hasta económicos. El desarrollo de la imprenta contribuyó a extender el evangelio del humanismo de la misma manera que medio siglo después reproduciría los escritos de los reformadores cristianos para trasmitirlos a todas partes de mundo.
Debe notarse, sin embargo, que el énfasis del humanismo tomo un giro diferente en el norte de Europa. En Italia el interés era primordialmente cultural y patriótico, resultando en desdén para ideas y prácticas religiosas. En muchos casos engendró al cinismo actual. Él humanismo del norte, por su parte, canalizó su interés literario y cultural hacia las antigüedades religiosas. El estudio del hebreo y el griego procuraba la mejor interpretación de las Escrituras; la recuperación del mejor texto de las Escrituras alentó el examen crítico de los manuscritos antiguos; mientras que los interesados en inves­tigaciones históricas volvieron a publicar los escritos cristianos anti­guos con interpretaciones críticas. Es decir, el énfasis ^del norte procu­raba descubrir los orígenes antiguos de la fe cristiana y restaurar la pureza primitiva del movimiento.
En cuanto a la reforma concernía, entonces, la influencia del hu­manismo en Italia y en las regiones del norte realizó diferentes servi­cios. En Italia su contribución fue principalmente negativa; en el resto de Europa fue más bien positiva. Los factores negativos del humanis­mo en Italia que alentaron el espíritu reformador fueron dos. Primero,el humanismo produjo un desdén general por el cristianismo y exaltó los antiguos vicios tanto como las virtudes. Hasta el papado estaba so­metido a juicio después de su regresó de Avignon. En 1447 un erudito humanista sin reservas fue elegido papa y tomó el nombre de Nico­lás V (1447-55). Los asuntos religiosos se hicieron secundarios; las bibliotecas los poemas, y los clásicos, se convirtieron en los asuntos másimportantes del oficio. Pío II (1458 - 64) fue un notable versificador an­tes dé su elección como papa.
El humanismo también alentó la aplicación a los documentos cristianos de los métodos críticos usados en los manuscritos clásicos antiguos. Bajo Nicolás V, Lorenzo Valla, un joven erudito humanis­ta, fue traído a la corte papal para ayudar en la traducción de los clá­sicos griegos. Dentro y fuera del servicio papal él escribió mucho acer­ca del cristianismo desde el punto de vista humanista. Su estudio del texto griego del Nuevo Testamento fue de gran valor para los refor­madores medio siglo después. El sé burlaba del movimiento monástico y trataba rudamente la traducción Vulgata, que es la versión latina ins­pirada para los católicos romanos. Una de sus hazañas más espectacu­lares fue su .convincente prueba de la naturaleza espúrea de la Dona­ción de Constantino por medio de la aplicación de la crítica interna.
Un producto de este avivamiento patriótico italiano fue el celebrado poeta Dante. Exilado a Ravenna en el norte de Italia en el siglo XIV, Dante anhelaba la restauración de la gloria del antigua Roma. Su obra titulada Sobre la Monarquía discute las relaciones adecuadas entre el papado y el imperio. Dios le ha dado a cada uno una espada, decía Dante, y ninguno debe gobernar al otro. El papado no debe go­bernar al imperio ni entrometerse en asuntos seculares. Aunque su idea no era nueva, su aplicación haría retroceder al papado a una etapa anterior de desarrollo. El hecho de que hubiera sido sugerido por un católico ortodoxo cabal, en oposición a las pretensiones papales de varios siglos precedentes, junto con el hecho de que Dante usaba exégesis bíblica para controvertir las interpretaciones papales, hizo las ideas de Dante muy significativas.
El Imperio
La reunión libre de estados alemanes conocida como el Imperio sumó su protesta. El humanismo tenía cierto papel como fondo de demandas de reforma. La obra de hombres como Rodolfo Agrícola0; maestro de griego en la Universidad de Heidelberg, de Sebastián Brant de Basel, de Juan Reuchlin, y de otros, fue principalmente negativa. Sus escritos ayudaron a socavar el sistema romano, tanto entre el populacho como entre los pensadores. Los versos satíricos y la investigación docta se dieron la mano para protestar. Algunos humanistas como Ulrico von Hutten, Franz von Sickingen, y Pirkheimer de Nuremberg apoyaron activamente el movimiento de reforma cuando llegó. Felipe Melanchton, sobrino de Reuchlin y él mismo un completo humanista, se convirtió en la mano derecha de Lutero.
La situación política proporcionó la principal protesta contra poder papal, sin embargo. En 1314 el duque Luís de Baviera se convirtió en emperador después de su victoria militar sobre un candidato rival. Luis se vio enredado en una disputa con el papa Juan XXII en Avignon, sobre el derecho del papa a sancionar la elección de cae emperador. Entre otras cosas, el control francés del papado hizo muy desagradable para Luis someterse. (En JL324 el papa excomulgó a Luis Dos eruditos, Marsiglio de Padua y Juan de Janduno, colaborare para preparar uno de los más inusitados tratados de su tiempo. Era conocido como el Defensor Pacis (Defensor de la Paz).
Este documento declaraba que el pueblo es la autoridad final todas las cosas, sean seculares o eclesiásticas. De esta manera, en asuntos eclesiásticos todo el cuerpo de cristianos, siguiendo los principios del Nuevo Testamento, constituye el poder más alto. Este notable documento sovacó la teoría papel de gobierno. Probándolo con el Nuevo Testamento, negaba que el papa tuviera poder superior sobre ningún obispo, y hacía hincapié en que no había evidencia escritura de que Pedro hubiera estado nunca en Roma. Todo el poder espiritual descansa en el cuerpo de cristianos creyentes, no en sacerdotes, obis­pos o papas. Además, en un gobierno cristiano, reflejando el carácter y la voluntad del pueblo, el gobernador civil tiene el derecho de gober­nar los asuntos eclesiásticos, incluyendo la convocatoria de concilios ecuménicos y el nombramiento de obispos. La autoridad final reside en un concilio eclesiástico general del pueblo, no solamente de obispos.
Otra poderosa voz que apoyó al emperador Luis fue la de Guillermo de Occam, el gran teólogo inglés, que se refugió con el emperador. Occam también insistía en que la verdadera iglesia no residía en los obispos sino en los creyentes. El negaba la infalibilidad del papa y exaltaba la Biblia. El papado nunca debía intervenir en asuntos se­culares y debía subordinarse a un concilio general de todos los cristiano
Francia
El humanismo francés hizo una contribución distinta en la pro­testa contra el papado sin reforma. El movimiento fue tardío en sus principios en Francia, pero rápidamente ganó fuerza. Mediante él las clases altas en particular recibieron considerable ilustración en cuan­to a los abusos del sistema romano. Jacques Lefeyre Etaples (1455-1536) llegó a ser un completo erudito bíblico y precedió a Lutero en su defensa de la salvación por la fe sola, sin sacramentos, y en su énfasis sobre la autoridad de las Escrituras.
La Universidad de París proporcionó el llamado central primiti­vo para la reforma. Guillermo de Occam había enseñado allí y expre­sado sus puntos de vista. Juan Gerson (1363-1429) y el canciller de Notre Dame, Pierre de Ailly (1350-1420), herederos de la actitud y la perspectiva de Occam, encabezaron un grupo de hombres doctos de la universidad que deseaban sinceramente reformar al papado en la cabeza y en los miembros. Este grupo triunfó finalmente al terminar el cisma papal mediante el uso de concilios generales.

Clérigo de Ingla­terra Roberto Grosseteste


El resentimiento contra las pretensiones papales tenía hondas raíces en Inglaterra. Guillermo Rufus, sucesor de Guillermo el conquistador, notificó al papa que él no estaba dispuesto a doblar su ro­dilla puesto que sus predecesores no lo habían hecho. La humillación de Inglaterra por Inocente III en 1215 produjo reacción contra el ab­solutismo papal. Uno de los grandes clérigos reformadores de Ingla­terra fue Roberto Grosseteste, que llegó a ser obispo de Lincoln en 1235. Además de reformar su propia diócesis, Grosseteste se dirigió al papa Inocente IV alrededor del año 1250 en relación a las corrupcio­nes de la Curia Romana y de la Iglesia Romana en general; ocho años más tarde Grosseteste se negó a aceptar el nombramiento que Inocen­te hizo de un pariente para la diócesis de Lincoln. En la lucha entre Bonifacio VIII y el Rey Eduardo I en 1299, el Parlamento Inglés de­fendió a su rey y desafió al papa. La "cautividad babilónica", que puso el papado bajo el dominio francés, ocurrió al mismo tiempo que Francia e Inglaterra estaban envueltas en guerra. El rey Eduardo III (1327-77) consiguió la aprobación de dos golpes legislativos contra el papado. En 1350 fue promulgado el Estatuto contra los Estipuladotes, que estatuía para los ingleses Alecciones libres de arzobispos y obispos—un intento de eliminar la influencia extranjera al llenar los puestos eclesiásticos altos. Desmaños después se promulgó el .Estatuto de Premuniré, que consideraba traición que cualquier súbdito inglés aceptara jurisdicción de cortes papales fuera de Inglaterra o que acudiera en apelación de casos a ellas.'

Juan Wycliffe y los Lolardos

Uno de los oponentes sobresa­lientes del papado en los últimos años de su vida fue el patriota y pre­dicador Juan Wycliffe fe (1320-84). Antes de 1376 Wycliffe fe reprimió sus ataques contra el papado, pero las vergonzosas condiciones que rodearon los últimos años del papado de Avignon y el principio del cisma papal en 1378 descargaron sus violentas protestas. Wycliffe exi­gió que ambos papas fueran depuestos. En sus conferencias en Oxford él adelantó la idea de que cualquier príncipe secular o eclesiástico que no fuera fiel a su tarea, perdiera su derecho a tener el puesto. Si un obispo o hasta el mismo papa. Mostraran ser dignos, los gobernantes civiles, como agentes de la voluntad de Dios, tenían el derecho de despojarlo de sus propiedades temporales. Probablemente alentado por la protección que le dieron poderosos patriotas ingleses, Wycliffe escuetamente continúo sus críticas contra el papado. Con el uso de la Biblia, que el ayudo a traducir al ingles cerca del 1382, como autoridad final, atacó vigorosamente el sistema sacramental católico roma­no, particularmente la doctrina de la transubstanciación. También de­claró que el Nuevo Testamento no hacía distinción entre el obispo y el presbítero (sacerdote) y que, consecuentemente, el obispo romano ha­bía usurpado injustamente un poder que no era suyo. Los conceptos de Wycliffe estaban muy adornados con su patriotismo: él objetaba la extorsión papal a los fondos ingleses, el nombramiento hecho por el papa de extranjeros para prebendas inglesas, y el fomento papal de monjes mendicantes en Inglaterra que, él decía, robaban a los pobres.
Para dar instrucción escrituraria, Wycliffe organizó un grupo co­nocido como los "sacerdotes pobres" que vagaban de dos en dos (si­guiendo los requerimientos escriturarios), predicando y enseñando. Estos eran recibidos gozosamente por la gente. Wycliffe fue condena­do en 1377 por el papa, pero fue protegido hasta su muerte en 1384, por influencia política. Los lolardos, como eran llamados estos sacerdo­tes pobres, continuaron creciendo en número e influencia hasta 1399. En 1395 ellos dirigieron una atrevida nota al Parlamento denunciando el romanismo. Sin embargo, el ascenso del rey Enrique IV (1399-1413), un ardiente papista, fue la señal de la persecución. Veintenas de lolardos fueron quemados en la estaca y sus iglesias suprimidas. Los seguidores de los lolardos se volvieron secretos después de 1431 e indudablemente proveyeron un terreno fértil para el movimiento de reforma que vino como un siglo después.
El humanismo inglés. — El humanismo inglés también tuvo parti­cipación en el aumento del sentimiento antipapal. Juan Colet (1467-1519), decano de la catedral de San Pablo en Londres, era un humanista sobresaliente. Con Guillermo y Tomás Linacre formó un núcleo para la escuela de pensamiento que menospreciaba los méto­dos escolásticos y la teología. Colet, un caudillo competente y profun­damente espiritual, era especialmente diestro en la interpretación bí­blica. Su elocuente voz constantemente llamaba a la reforma. El influyo grandemente en Erasmo, el sobresaliente humanista continental, entre 1498 y 1514.

El clamor de Bohemia por la reforma de la Iglesia


El clamor de reforma en Bohemia era en parte religioso y en par­te patriótico. Bohemia estaba bajo el dominio alemán. Su cristianismo había sido recibido originalmente de la Iglesia Griega, pero la gran invasión Magyar del siglo XIII había obligado a la nación a una alian­za alemana, y a través de los alemanes el tipo romano de cristianismo había sido introducido. La Universidad de Praga era el centro de opo­sición patriótica y religiosa. Un número de elocuentes predicadores y maestros abogaban por rigurosas reformas religiosas. Entre estos es­taban Conrado de Waldhausen, que abiertamente denunció a los monjes romanos y al clero; Milicz de Kremsier; Matías de Janow, un maestro y escritor notablemente hábil; y Tomás de Stitny, un predica­dor muy popular. Dos eventos dieron gran impulso al movimiento de reforma. Uno fue el matrimonio de Ana de Bohemia con el rey Ricar­do II de Inglaterra en 1382; el otro fue el intercambio de eruditos y de i correspondencia entre las universidades de Praga y Oxford, como re­sultado de nexos más íntimos entre las dos naciones por causa del ma­trimonio. El intercambio de eruditos y la correspondencia entre las] universidades familiarizó a Bohemia con los escritos de Juan Wycliffe. El hombre que heredó estos factores y encabezó el movimiento] de reforma en Bohemia fue Juan Huss (1369-1415). Huss era nativo del Bohemia, educado en la Universidad de Praga. Cuidadoso estudiante de las escrituras y de Wycliffe, ocupaba algunos de los puestos más altos en la Universidad de Praga. Por su lucha contra los alemanes en la universidad, pudo conseguir del rey un cambio en la constitución la escuela en enero de 1409, que dio a los nativos checos una posición ventajosa sobre la mayoría alemana. Como consecuencia, los maestros y estudiantes alemanes se retiraron.
Huss se volvió cada vez más arrojado en sus ataques contra las usurpaciones extranjeras y papal. En 1410 fue excomulgado y sus enseñanzas fueron condenadas. Huss publicó entonces su tratado Concerniente a la Iglesia, en el que repetía los conceptos de Wycliffe, a vece copiando página tras página de los escritos de Wycliffe. Su predicación era dirigida contra los abusos papales y demandaba una reforma Fue requerido para el Concilio de Constanza en 1415 para discutía sus conceptos, y se le prometió su seguridad si asistía. El obispo, roma no violó su promesa, sin embargo, haciendo hincapié en que la iglesia no necesita cumplir su palabra con herejes. Huss fue condenado por concilio y quemado en la estaca en 1415. Un seguidor, Jerónimo Praga, sufrió la misma suerte meses después.
La quema de Huss y de Jerónimo originó que Bohemia abriera la revuelta. Las guerras husitas, tanto políticas como religiosas en na­turaleza, duraron sólo hasta cerca de 1435, pero la influencia del par­tido estricto, los taboritas, llevó a la formación de los Hermanos Bohemios.
Los Países Bajos (Netherlands)
Probablemente el más grande humanista del continente fue Desiderio Erasmo de Rotterdam (1465-1536). Hijo de un sacerdote y dota­do en muchos sentidos, su vida fue profundamente afectada por la muerte de sus padres cuando él tenía sólo trece años. Por breve tiem­po asistió a la escuela de los Hermanos de la Vida Común en Deventer pero fue cambiado a una escuela monástica cuando sus tutores di­lapidaron el dinero que se le había dejado a él. Después de una es­pléndida instrucción en París y Colonia, tomó su lugar como el hu­manista sobresaliente de su día, ganándose la vida al dedicar sus obras a los patrones que lo apoyaban. Tenía pocas inclinaciones a romper con el sistema romano, pero sus escritos están llenos de mofa de los abusos y supersticiones que prevalecían en la iglesia papal. Su publi­cación en 1516 de una edición crítica del texto griego del Nuevo Testamento fue de doble valor: el texto mismo era muy útil para la re­forma docta, y el prefacio indicaba la necesidad de reforma. Su espe­ranza de reforma estaba en el proceso de educación e infiltración. Si sencillamente los hombres conocieran el evangelio del cristianismo primitivo, los males y abusos prevalecientes serían corregidos.

El misticismo y la reforma de la Iglesia


Un número de grupos no confinados específicamente a una re­gión geográfica dieron gran ímpetu al movimiento de reforma. Los místicos fueron unos de los más importantes. El misticismo considera­ba al hombre como poseedor de una afinidad interior con Dios que no requería maquinaria eclesiástica para establecer contacto. La presen­cia de Dios podía sentirse en el corazón y el alma sin referencia a los sacramentos. Puede observarse que esta actitud podía pasar por alto completamente toda la maquinaria de la Iglesia Romana, porque si uno podía tener una visión de Dios intuitiva e inmediata, sería innecesario usar los servicios del sacerdote y de la iglesia. La mayoría de los mís­ticos, sin embargo, no se oponían activamente a los ejercicios espirituales externos de la Iglesia Romana. Estaban dispuestos a utilizarlos como auxiliares para reforzar su propia conciencia de la cercanía de Dios. Ellos tenían un verdadero interés en la corrupción y los cismas de la institución visible.
Los principales dirigentes de este grupo fueron Meister Eckhart (1260-1327) en Alemania, y Juan Ruysbroeck (1293-1381) y Gerardo Groóte (1340-84) en los Países Bajos. La teología de Eckhart era sen­cilla: los hombres debieran permitirle a Dios llenarlos hasta que estén realmente embebidos de Dios y sean semejantes a Dios. La modifica­ción de esta idea central en armonía ortodoxa con el sistema sacra­mental de la Iglesia Romana explica las diferencias en el pensamiento de los sucesores de Eckhart, tales como Juan Tauler (1290-1361) y En­rique Suso (muerto en 1366). La influencia de estos hombres fue mucho más allá de simplemente producir místicos adicionales. En con­ceptos fundamentales su pensamiento modificó el formalismo y sacramentalismo crasos de muchos teólogos del continente. Un escritor anónimo produjo una obra que Martín Lutero, el gran reformador alemán, publicó posteriormente y a la que apreciaba grandemente y llamaba "teología alemana", por estar en contra de la teología escolás­tica de la Iglesia Romana. Este escrito estaba profundamente influido por el misticismo alemán y por la teología escrituraria.
El sistema de Roysbroeck en los Países Bajos exaltaba el estudio del Nuevo Testamento y fue muy influyente en la preparación del ca­mino para el movimiento de reforma que estalló después. Gerardo Groóte, un laico místico de los Países Bajos, encabezó la formación de la organización llamada los Hermanos de la Vida Común, cuyo propósi­to era seguir los conceptos píos y místicos de Roysbroeck y hacerlos ac­cesibles a otros. Ellos establecieron varias escuelas en los Países Bajos y en Alemania. Erasmo asistió a una de esas escuelas por un tiempo, y Lutero mismo también. A Tomás de Kempis se le atribuye haber es­crito una guía devocional que todavía es valiosa: Imitación de Cristo.
Muchos de los místicos se encontraban en los monasterios. Meister Eckhart era monje dominico. Indudablemente que las largas horas de reflexión y contemplación proporcionaban amplia oportunidad para desarrollar tendencias místicas o, de hecho, para la aparición de ideas extremas de ceremonialismo. La tendencia era alcanzar cualquier extremo: obtener un apasionado amor por el sacramentalismo excesivo o un vínculo genuino con Dios aparte de las exterioridades. Un gran partido de los franciscanos rompió con la mayoría en un esfuerzo por seguir más de cerca la sencilla ética de su fundador. Su sencillez mís­tica y escrituraria detestaba el cristianismo fastuoso y cismático del papado. Se unieron tan celosamente en el clamor de reforma que fueron condenados como herejes y muchos fueron martirizados.
Clamores Populares de ReformaEl cisma papal, extendiéndose como lo hizo a todas las diócesis y originando serias dudas en la mente de todo católico romano respec­to a cuál papa (y cuál obispo) era el verdadero, fomentó en cada parte un deseo popular de reforma. El motivo inmediato era conseguir la unidad del papado. Puesto que los papas rivales se anatematizaron uno a otro y a sus partidarios, lo que realmente negaba la eficacia de cualquier sacramento y acto oficial del falso papa y de sus seguidores, y puesto que nadie sabía cuál era el papa correcto, la mayor confusión y temor general reinaban entre las masas. Las organizaciones de laicos florecieron, y las órdenes de mujeres aparecieron con el énfasis en la necesidad de

ESFUERZOS DE REFORMA POR EL CISMA PAPAL


La dominación del papado por los intereses franceses de 1309 a 1378, y el escandaloso cisma de casi cuarenta años, después del intento de retornar el papado a Roma, acentuaron la necesidad de reforma. Sin embargo, las circunstancias y las creencias tradicionales parecían hacer imposible cualquier clase de reforma. En primer lugar, no había manera de determinar quién era el ocupante propio de la silla papal. Cada uno de los papas estaba respaldado por un grupo de cardenales legítimamente nombrado y adecuadamente consagrado. Cada uno se había declarado el verdadero papa y había anatematizado a su opo­nente. Peor aún, cada uno tenía suficiente respaldo político para man­tenerse en su puesto. En segundo lugar, ¿qué podía hacerse contra un papa, asumiendo que uno de los dos o tres fuera el verdadero? Tan temprano como el siglo V, el papa Símaco había publicado la teoría de la irresponsabilidad papal. Para 503 esta idea había recibido aproba­ción dogmática. Ampliada con el paso de los siglos, esta doctrina en­señaba que aunque el papa estuviera en completo error, no podía ser sometido a juicio sino por Dios; ningún tribunal en la tierra podía de­safiar las doctrinas, la moral, los motivos, o los decretos de un papa. ¿Cómo podía, entonces, tomarse una acción para remediar el cisma?
Protestas Individuales
En el capítulo anterior se bosquejaron algunas de las protestas de todas partes de la Iglesia Romana. Se exigían planes de reforma, y se dirigían severas críticas contra el gobierno y las doctrinas papales. Sin embargo, en vista de la noción tradicional de que nadie podía corregir a un papa, y la duda respecto a cuál pretendiente era el verdadero papa, no se hizo ningún movimiento práctico.
Las Opiniones de los Eruditos
A pesar de las repetidas apelaciones a ambos papas después de 1378, ninguno tomó la iniciativa para restaurar la unidad papal. Los eruditos de las diversas escuelas teológicas, cuyos conceptos habían sido de gran peso en las controversias teológicas, fueron consultados acerca de la mejor manera de terminar el cisma. Era inevitable que la idea de Marsiglio de Padua, escrita en 1324 en su Defensor Pacis, fue­ra, hecha válida, es decir, que un concilio general posee suprema autoridad en el cristianismo. Esta misma sugestión fue hecha por otros dos eruditos, Conrado de Gelhausen en 1379 y Enrique de Langenstein en 1381. Para 1408 la mayoría de los eruditos de las grandes universi­dades del continente estaban de acuerdo en que el único modo de re­mediar el cisma era mediante un concilio general. Los eruditos no pu­dieron ponerse de acuerdo en cuanto al arreglo del concilio. Algunos pensaban que todos los verdaderos cristianos debieran constituir la membresía; otros favorecían el precedente de los concilios generales primitivos y limitaban la membresía sencillamente a los obispos que, decían, constituían la iglesia visible. Sin embargo, había dos proble­mas. ¿Quién convocaría el concilio? Los emperadores habían convoca­do algunos de los concilios anteriores, pero los papas habían reclama­do esa prerrogativa por muchos siglos. Ninguno de los papas deseaba convocar el concilio; sin embargo, los cardenales de los papas rivales fueron convencidos de que era necesario un concilio general para restaurar la paz y la unidad.

Inocente III y la Disensión


El papa que cerró el período anterior y que abrió el presente (Ino­cente III, 1198-1216) tuvo contacto con dos grupos disidentes: los valdenses y los cataros. Ambos movimientos tenían una larga historia an­tes de ese tiempo. El origen de los valdenses está en disputa. Hasta el origen de su nombre está en duda. Tal vez lo empezó Pedro Waldo de Lyon, Francia, en los últimos años del siglo XII. El encabezó un movi­miento en que los laicos deliraban por la enseñanza y el canto de las Escrituras. El grupo fue excomulgado en 1184, pero continuó exten­diéndose rápidamente por el sur de Francia, por Italia, España y por el Valle del Rin.
Los inquisidores que procuraban información sobre las creencias de los valdenses testifican que tenían casi las mismas doctrinas que los petrobrusianos: las Escrituras como única autoridad, la necesidad del bautismo del creyente, la negación de la autoridad de la Iglesia Ro­mana, rechazamiento del purgatorio y del mérito de orar a los santos, y la negación a creer que el pan y el vino se cambian en el cuerpo y la sangre de Cristo por el sacerdote. Además se afirmaba que los valdenses permitían que los hombres predicaran sin una ordenación ade­cuada, difamaban al papa, se negaban a hacer confesión canónica y rechazaban los juramentos y la guerra. Por 1212 algunos de estos gru­pos se acercaron a Inocente III para pedir permiso de reunirse y leer las Escrituras. El papa dio su permiso, pero tres años después inició un decreto de condenación contra todos los valdenses. En un esfuerzo por inutilizar el movimiento, dos sínodos católicos sucesivos prohibie­ron la lectura de la Biblia en el lenguaje del pueblo, ya fuera por lai­cos o por clérigos. Aunque fueron severamente perseguidos, los val­denses continuaron hasta el presente tiempo.
El grupo conocido como los cataros apareció en Francia en el si­glo XI. Sus doctrinas eran muy similares a las de los bogomilas. De hecho, los cataros de Francia consideraban a Bulgaria como su lugar de origen y reconocían a un jefe bogomila como su cabeza espiritual. Su concepto dualístico de Dios y su cristología docética sugieren una fuerte influencia maniquea, otra indicación de que tal vez su sistema doctrinal se originó en el Oriente, donde el maniqueísmo era más fuerte.
Los disidentes conocidos como albigenses (porque vivían cerca de Albi en el sur de Francia) eran cataros. Inocente III (1198-1216) decidió, en vista de la gran fuerza del movimiento, que debían em­plearse fuertes medios para desarraigarlo. Consecuentemente, Inocen­te envió dos delegados a Francia para empezar el esfuerzo. Habían sido persuadidos por el obispo de Osma y por Domingo, de probar pri­mero medios religiosos. Asumiendo la apariencia de limosneros, los delegados y otros vagaron descalzos y presentaron un ejemplo de humildad y pobreza. Pocos albigenses se convencieron. Pronto siguie­ron medidas violentas.
El conde Raymundo de Tolosa era el gobernador nominal del área donde los herejes vivían, pero fue indiferente a sus conceptos re­ligiosos puesto que eran buenos súbditos. Uno de los delegados fue asesinado en 1208, y Raymundo se convirtió en sospechoso de com­plicidad, o al menos fue acusado de ello. Inocente III proclamó una cruzada contra Raymundo y los albigenses. Quienquiera que los con­quistara tendría el territorio como botín de guerra. Cuando las ciudades eran capturadas, sus habitantes eran matados o vendidos como es­clavos. Los albigenses huyeron por toda Europa, y otros de los cataros siguieron su ejemplo. El papa Inocente promovió, mediante el Cuarto Concilio Lateranense de 1215, tres cánones relativos a los herejes: los gobernadores seculares no deben tolerar a los herejes en su dominio; los gobernadores seculares que se nieguen a desarraigar a los herejes deben ser echados, ya sea por sus súbditos o por cruzados del extran­jero; las cruzadas contra los herejes en el propio país traen todos los privilegios sacramentales y las indulgencias que se conceden a las cruzadas contra los turcos en Jerusalén.

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