Introducción
Tratar sobre el carisma del discernimiento de los espíritus es aventurarse en un terreno delicado, por que la materia es difícil y hay riesgo de ser mal comprendido o mal interpretado.
Abundan los tratados sobre el discernimiento en general; o sea, sobre el arte de la ciencia del discernimiento de los espíritus; pero son muy escasos los estudios serios que tratan con alguna profundidad el carisma del discernimiento. Nos encontramos pues limitados, casi exclusivamente, a las experiencias vividas por algunas personas y esas personas generalmente no escriben para describir sus experiencias. Por lo demás, el carisma del discernimiento es en extremo raro.
La experiencia muestra que, para comprender el carisma del discernimiento, hay que compararlo con el arte o ciencia del discernimiento. De ahí las dos partes en que se divide esta exposición.
Primera Parte
Arte o ciencia del discernimiento. Evidentemente no se trata aquí de dar un tratado completo sobre el arte o ciencia del discernimiento, sino de recordar los elementos que parecen esenciales para la comprensión del carisma.
1. El discernimiento es el arte de reconocer o identificar
La palabra discernimiento viene del latín discernere y significa identificar, reconocer, comparar entre dos cosas distintas. El médico, al hacer un diagnóstico, identifica, reconoce, discierne la enfermedad que sufre su paciente. Toda persona, con el tiempo termina por discernir lo que es bueno o malo para ella y así comerá o no ciertos alimentos según los haya reconocido como benéficos o como dañinos, tomará tantas horas de sueño, etc. Se discierne o identifica lo que es bueno o malo para uno mismo.
Entendido en su sentido más amplio, el discernimiento supone un verdadero aprendizaje y por eso decimos que es un arte o una ciencia. Todo arte se aprende, aunque más no sea por ensayos y errores. El alfarero aprende a conocer la arcilla y el torno que le servirá para fabricar sus tiestos. El violinista aficionado, que no ha estudiado música ni frecuentado las grandes escuelas, aprende a sacar melodías de su instrumento y a tocar su violín, después de dar muchas notas falsas. También la ciencia es aprendida y a menudo con mucho esfuerzo. El médico ha estudiado en la facultad de medicina anatomía, química orgánica y muchas otras materias; y después ha cumplido un internado en un hospital donde, bajo la supervisión de un médico más experimentado aprende a aplicar la teoría a la práctica. Así adquirió la ciencia médica.
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Cuando se dice que el discernimiento es arte o ciencia se quiere dar a entender que, de manera habitual, se le aprende por medio de la teoría y de la práctica.
2. El discernimiento es una señal de madurez
Aún en el orden natural de las cosas una de las señales del proceso de madurez en los niños es su capacidad mayor para distinguir entre los estímulos a los que se encuentran sometidos interior y exteriormente. Al comienzo de su vida el niño reconoce a sus padres sólo por el tono de voz. Más tarde la vista se perfecciona y aprende a reconocerlos y distinguirlos de los demás por un conjunto de características exteriores que no dejan lugar a error. Cuando el niño haya crecido y llega a ser adulto, reconocerá la presencia, aún muy discreta, de sus padres por un conocimiento interior que viene del corazón. Pero tal discernimiento no es posible para el recién nacido, se desarrolla a lo largo de los años.
El niño que se encuentra en una etapa del descubrimiento y la exploración del mundo
que lo rodea, se siente atraído por los colores fuertes y por las cosas de sabor agradable: todo lo toca y lleva a los labios. Lo padres tienen que advertirle continuamente: no toques eso, es peligroso, te harás daño, te quemarás. Poco a poco, y a menudo por dolorosa experiencia, aprenderá que no hay que tocar tal cosa, o comer la otra. Se dice entonces que se ha vuelto más prudente, más maduro. Se hace adulto aprendiendo a distinguir, reconocer, discernir lo que es bueno y lo que no lo es.
Lo mismo vale en el plano espiritual: un cristiano adulto es el que sabe reconocer, identificar, discernir la presencia y la acción de Dios y distinguirla de sus falsificaciones.
3. El discernimiento espiritual
Aplicado al dominio espiritual, el discernimiento puede definirse como el arte o la ciencia por la que se reconoce el origen, divino o no; la orientación, divina o no, de lo que sucede en una persona o en un grupo, basándose en los signos externos o las muestras interiores. Algunos ejemplos ayudarán a comprenderlo mejor.
Viendo actuar a una persona puedo saber si está o no apurada, si está de buen humor o no, si goza de salud o está gravemente enferma. Una serie de señales que identifico (discierno), me permiten darme cuenta de ello. La experiencia me ha enseñado también que se actúa de acuerdo a lo que se es: al fijarse veremos que una persona brusca no observa igual comportamiento que otra que es la dulzura misma.
Si el Espíritu de Dios está actuando en una vida, obrará de acuerdo a lo que él es. La presencia del Espíritu de amor se dejará ver y reconocer en un comportamiento propio del amor. Si por el contrario es el Maligno el que se encuentra en acción en una vida, se dejará discernir del mismo modo porque tendrá un comportamiento conforme con lo que él es. El discernimiento espiritual o discernimiento de los
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espíritus consistirá pues en reconocer, a partir de las señales, qué clase de espíritu está actuando en una vida determinada.
Jesús, Dios hecho hombre, no estuvo exento de ejercer este discernimiento. Es así que se lo ve en el desierto, reconociendo y desenmascarando a Satán, que lo tienta. Además Jesús nos invita al discernimiento y nos da la señal de los frutos como una clave, cuando nos dice: “Tengan cuidado con los falsos profetas, que vienen a ustedes disfrazados de ovejas, cuando en realidad son lobos feroces. Es por sus frutos como los reconocerá, no se sacan uvas de los espinos, ni higos de los cardos. Así todo árbol bueno produce buenos frutos, pero el árbol enfermo produce malos frutos. Un árbol bueno no puede dar malos frutos, ni un árbol enfermo darlos Buenos. Por lo tanto reconoceran al arbol por sus frutos.” (Mt. 7, 15-18).
La pregunta que viene espontáneamente a la mente es esta: ¿cuáles son esos frutos que nos permitirán identificar la acción del Espíritu Santo o la acción del Maligno? Los frutos son de dos clases: frutos exteriores y frutos interiores.
4. Las señales externas
Podrían mencionarse muchas; pero nos limitamos a tres que son fáciles de reconocer.
Primera señal: la conformidad con la Revelación de la Sagrada Escritura.
La persona que se cree guiada por el Espíritu, pero al mismo tiempo niega la divinidad o la humanidad de Jesús, o no acepta la resurrección diciendo que con la reencarnación le basta, está en flagrante contradicción con la Escritura, que es inspirada por el Espíritu. El Espíritu Santo no puede contradecirse.
Segunda señal: la conformidad con la enseñanza de la Iglesia.
No nos referimos a cuestiones de disciplina sino a la enseñanza de la Iglesia en materias de fe y de moral. La Iglesia recibió del mismo Cristo la misión de enseñar en este dominio y goza de esa asistencia especial del Espíritu Santo que llamamos infalibilidad. Una revelación contraria a esta enseñanza de la Iglesia no podría venir del Espíritu Santo, pues el Espíritu es el alma de la Iglesia y estaría contradiciéndose a sí mismo.
Tercera señal: el deber de estado.
Una madre de familia, con marido e hijos pequeños, que va a decirle a su director que el Espíritu le ha indicado que ella ya hizo bastante por ellos y que debe dejarlos para consagrar su vida al anuncio del Evangelio, podrá ser orientada con suavidad y firmeza a volver a su casa porque es poco probable que tal inspiración venga del Espíritu Santo. El Señor es fiel y no la apartará del sacramento del Matrimonio que ya contrajo y de las obligaciones que de él se derivan.
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Estas tres señales, fáciles de observar, son de gran ayuda en la primera etapa del discernimiento que haya de realizarse con una persona o un grupo; pero no bastan. Puede suceder que hasta este punto todo sea perfectamente normal y que sea necesario ahondar más. Intervienen entonces las señales interiores.
5. Señales interiores
Todos los autores que trataron del discernimiento espiritual en el transcurso de los siglos, comentaron el famoso texto de San Pablo donde el apóstol enumera los frutos o signos por los cuales se reconoce o discierne la acción del Espíritu Santo: “El fruto del Espíritu es caridad, gozo, paz, paciencia, servicialidad, bondad, confianza en los demás, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay condenacion ni ley. Los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y codicias”. (Galatas 5:22-24)
Un poco antes, refiriéndose a la carne, San Pablo había dicho cuáles eran los frutos del Maligno: “Es bien sabido lo que produce la carne: fornicación, impureza, desenfreno, idolatría, magia, odios, discordia, celos, arrebatos, disputas, disenciones, cismas, sentimientos de envidia y cosas semejantes”. (Galatas 5:19-21)
Sabemos que el amor verdadero engendra esa caridad delicada que es gozo, paz, servicialidad, humildad, bondad, confianza en otro hermano, etc. Si encontramos estos frutos en la vida de una persona tenemos una señal segura de que el Espíritu Santo está en acción.
A la inversa, cuando el maligno está en acción, él, que es padre del orgullo y de la mentira, se manifiesta por todos esos frutos que brotan normalmente del orgullo y que son: la envidia, el odio, los celos, la división, la cólera, la tristeza.
En pocas palabras y simplificando, se puede decir que el Espíritu se manifiesta por la paz, la alegría y la humildad y que el Maligno, por el contrario, se deja identificar por la división, la tristeza y el orgullo.
6. Los frutos y el tiempo
La imagen de los frutos, que el Señor usa en el Evangelio, sugiere la idea de tiempo y de duración. Los auténticos frutos permanecen; no así las flores, que sólo duran un tiempo y pasan. Esto nos indica que el discernimiento, como arte o ciencia, se hace en el tiempo, pues hay que tomarse el tiempo de comprobar si los frutos permanecen. La paz, alegría, serenidad y demás frutos observados, ¿permanecen de manera habitual en la persona o en el grupo? Si es así, el Espíritu Santo está actuando.
A menudo estamos apurados, tenemos la tentación de terminar todo demasiado rápido. Pero la prueba del tiempo es importante. Así lo comprendía San Pablo cuando, escribiendo a Timoteo, le daba el siguiente consejo respecto a los obispos: “No debe ser obispo un recién convertido, no sea que se llene de orgullo y caiga bajo la misma condenación en la que cayó el demonio” (1 Tim. 3:6).
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El mismo consejo tenemos al tratarse de los diáconos: “Se comenzará por ponerlos a prueba y despues, si no hay nada que reprocharles, seran aceptados como diaconos” (1 Tim. 3:10).
Y finalmente, un consejo semejante para los presbíteros: “No impongas las manos a nadie a la ligera, no sea que te hagas complice de los pecados de otro” (1 Tim. 5:22).
Los frutos verdaderos permanecen y se revelan en el tiempo. El discernimiento se vive en el tiempo.
7. Al Capone y santa Teresa de Ávila
La prueba del tiempo es tanto más importante cuanto que Satán, padre de la mentira, sabe disfrazarse para engañar mejor. Evidentemente la acción de Dios y la de Satán, no son iguales cuando se trata de Al Capone y de Santa Teresa de Avila. Con un pecador empedernido Satán no tiene de qué preocuparse; ya es suyo. Y lo adormecerá para mantenerlo en el mismo estado. Dios, por el contrario, trabaja en la conciencia del pecador para que se sienta llamado a la conversión, a un cambio de vida.
Por otra parte, el Maligno no puede atacar abiertamente a Santa Teresa de Avila pues ella, entregada completamente a Dios, rechazará de inmediato sus proposiciones. En esos casos el Maligno trata de imitar la acción de Dios y así desviar imperceptiblemente a la persona y atraerla hacia él. Se disfraza de ángel de luz; pero, como dice San Ignacio, siempre será posible descubrirlo por su cola de serpiente.
Si al comienzo aparecen algunos frutos que parecen venir de Dios, siempre existira alguna duda. Después de un tiempo las cosas no se ven tan claras y hay que saber esperar. Al final los frutos manifiestan claramente el origen de lo que sucede en la persona porque constatará que los frutos son o no son los del Espíritu.
8. Varios signos
Sucede a veces que dos personas tienen la voz tan parecida, que al oírlas en el teléfono se las puede confundir. Si no hubiera otras características por las cuales identificarlos uno podría engañarse constantemente. Sin embargo, con la ayuda de muchos otros elementos, se termina por identificar correctamente a las personas. Lo mismo ocurre en el discernimiento.
No hay que depender de un solo signo sino más bien tomar un conjunto de señales que convergen hacia el mismo lugar. El Espíritu que está actuando es el Amor mismo de Dios derramado en nuestros corazones. Cuando alguien ama, no se contenta con solo amar; su amor lo hace ser atento, previsor, delicado, abierto al otro, etc. Es lo que dice San Pablo en el capítulo 13 de la primera carta a los Corintios, en el himno de la caridad. Cuando se ha releído ese capítulo se comprende por qué, en
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Gálatas 5,22 San Pablo dice: “el fruto del Espíritu es…”. Y escribe en singular; pero el amor muestra toda clase de facetas según las circunstancias diversas en las que está llamado a expresarse.
9. El aprendizaje del discernimiento
Un antiguo proverbio afirma que “es herrando como se llega a ser herrero”. Así podría decirse que es discerniendo como se aprende a discernir.
Aprender supone que no siempre se consigue el éxito la primera vez, ni siquiera la segunda. Ayudado por el conocimiento de los principios y por la experiencia, se termina por perfeccionarse. La presencia de una guía espiritual competente puede ser una ayuda preciosa para progresar; tanto más tomando en cuenta que solemos tener bastante dificultad para ver con claridad en los asuntos que nos conciernen a nosotros mismos, y en cambio nos parece muy fácil cuando se trata de otros.
En algunas personas este aprendizaje llega a hacer del discernimiento algo tan natural, dan la impresión de una facilidad tan grande, que nos sentimos inclinados a hablar de un don. De esto se tratará mas adelante.
Conclusión
Volviendo a tomar los diversos elementos de que se ha hablado, se puede decir:
Que el discernimiento es una arte, una ciencia.
Que el discernimiento se aprende, porque es una ciencia.
Que esta ciencia se basa en la identificación de un conjunto de frutos espirituales.
Que el discernimiento se vive en el tiempo porque se necesita tiempo para identificar los frutos y comprobar los que son duraderos.
En otras palabras, se podría decir que este arte o ciencia del discernimiento, llamado también discernimiento clásico, es un discernimiento adquirido, un discernimiento que es el resultado de un análisis de los frutos espirituales, análisis que nos permite finalmente llegar a una certeza moral y afirmar que el que está actuando es el Espíritu Santo o el Maligno.