Probablemente lo más amargo de las controversias doctrinales empezó en el Siglo VIII, y es conocido como la "controversia iconoclasta" (destructora de imágenes). El uso de imágenes en la adoración se había vuelto muy popular tanto en el cristianismo oriental como en el occidental desde el tiempo de Constantino, que había muerto en 337. Los cristianos primitivos habían rehusado tener ídolos o imágenes en la casa o en el templo, y por esa razón eran llamados ateos por los paganos del Siglo II. Sin embargo, la influencia del paganismo produjo el amplio uso de las imágenes, ostensiblemente al principio con el único propósito de enseñar mediante los cuadros y las estatuas.
Esas imágenes pronto empezaron a ser vistas como poseedoras de cualidades divinas. Eran veneradas, besadas, y en algunos casos adoradas por los entusiastas devotos. Los mahometanos objetaron vigorosamente esta idolatría, y, en parte como un movimiento político para apaciguar al califa mahometano, el emperador León el Isaurio (717-41) emitió un edicto en 730 contra el uso de imágenes. Pese a la fanática oposición de los monjes, las imágenes fueron quitadas de las iglesias orientales. Cuando el emperador ordenó a las iglesias de Occidente que quitaran las imágenes, encontró más oposición. El argumentó al papa que la adoración de imágenes está prohibida tanto por el Antiguo como por el Nuevo Testamento y por los padres primitivos, y que es pagana en su arte y herética en sus doctrinas. En respuesta el papa Gregorio II (715-31) dijo que Dios había mandado que se hicieran querubines y serafines (imágenes); que las imágenes preservan para el futuro los retratos de Cristo y de los santos; que el mandamiento contra las imágenes era necesario para prevenir a los israelitas de la idolatría pagana, pero que este peligro ya no existía; y que la adoración y postración ante las imágenes no constituye culto, sino sencillamente veneración. La controversia continuó por más de un siglo. Por medio de maniobras políticas de la regente Irene, el séptimo concilio universal de Nicea en 787 sostuvo el derecho de culto a las imágenes. Carlomagno, emperador en Occidente, se opuso de plano al decreto de este concilio y a la posición de los papas, insistiendo en que las imágenes eran para ornamento, no para culto. Durante la controversia el papa Gregorio III (731-41) pronunció la sentencia de excomunión contra cualquiera que quitara, destruyera o dañara las imágenes de María, de Cristo, y de los santos. Esta actitud fue continuada por los papas, a pesar de la oposición de Carlomagno.
El emperador León el armenio (813-20) anuló los decretos del Segundo Concilio de Nicea de 787 tan pronto como asumió su oficio, pero el culto a las imágenes obtuvo la victoria final cuando la regente Teodora (842-67) ordenó que las imágenes fueran restauradas y los iconoclastas perseguidos. En el Oriente se puso una limitación a las imágenes, permitiendo solamente pinturas y mosaicos en los templos. Las estatuas que se proyectaran más allá del plano de la superficie fueron prohibidas. No se hizo limitación de esta clase en el Occidente. Las imágenes fueron todavía más veneradas y ampliamente usadas como resultado de la controversia.