De acuerdo con el desarrollo histórico descrito en la sección anterior, los remanentes literarios del cristianismo antiguo muestran claramente un cambio de la idea neotestamentaria de la autoridad final de una iglesia local a la idea de que la autoridad final en todos los asuntos religiosos era el obispo. Se ha señalado que el cristianismo produjo cuatro tipos generales de literatura en los dos siglos que siguieron al período apostólico.
Los más antiguos eran principalmente de naturaleza edificante. En ninguno de los escritores de este tipo primitivo de literatura hay ninguna evidencia de que la norma neotestamentaria de autoridad eclesiástica hubiera sido alterada. La carta de Clemente de Roma a los corintios urge a la iglesia a restaurar a algunos oficiales que habían sido disciplinados, aunque originalmente habían sido nombrados por los apóstoles. Esto significa que la iglesia de Corinto ejercía autoridad aun más allá del nombramiento apostólico.
La carta de Clemente aconseja, pero no muestra autoridad para ordenar a la iglesia de Corinto que siga el consejo. Los escritos de Ignacio (alrededor del 115) dan gran énfasis a la necesidad de obedecer al pastor y a los diáconos, y son morbosamente ascéticos. Por causa del énfasis sobre esas dos ideas, hay considerable sospecha de que haya interpolaciones por manos que anteriormente intentaron dar autoridad primitiva a los asuntos que se desarrollaron después. Sin embargo, en este período primitivo el obispo era simplemente uno de los pastores de un cuerpo local. Aunque posteriores a los escritos de Ignacio, la epístola de Poli-carpo y del Pastor de Hernias no revelan ningún desenvolvimiento episcopal.
El segundo tipo de literatura era de naturaleza apologética. Su principal propósito era defender el cristianismo contra acusaciones tales como ateísmo, libertinaje y canibalismo, dirigidos contra él por los paganos. En la discusión doctrinal de esta literatura la base de autoridad eran las Escrituras, principalmente el Antiguo Testamento. No había ninguna apelación a autoridad episcopal.
El tercer tipo de literatura era polémico. Su propósito era combatir la herejía que amenazaba irrumpir en las filas cristianas. En este campo dos importantes escritores fueron Ireneo (alrededor de 130-202) y Cipriano (195-258). En el curso de sus argumentos para desacreditar el gnosticismo alrededor del 185, Ireneo primero refuta sus doctrinas acerca de las Escrituras cristianas. Enseguida él dice que la continua existencia de las varias iglesias desde los días de los apóstoles, prueba que no se habían equivocado en la interpretación de las enseñanzas apostólicas. Refiriéndose a Roma como un ejemplo de tales iglesias, Ireneo cita sus obispos hasta los días apostólicos (sin embargo, su lista presenta problemas de desacuerdo con otras listas). En otras palabras, Ireneo hace de la sucesión histórica de los obispos la base para confiar que el cristianismo ortodoxo era el verdadero cristianismo mientras que el gnosticismo era una falsa perversión. Básicamente, entonces, la autoridad citada por Ireneo eran las Escrituras; la correcta interpretación de las Escrituras que él trataba de probar a través de la sucesión.
Otro importante escritor polémico era el obispo Cipriano de Cartago (195-258), que hizo más que cualquier otro individuo por impulsar el oficio de obispo como la autoridad cristiana final. La teoría de Cipriano surgió de los problemas prácticos al administrar su diócesis. En su lucha con lo que debía hacerse con los que habían negado a Cristo o entregado las Escrituras bajo persecución, finalmente él descansó su argumento sobre el hecho de que él como obispo tenía autoridad sobre todas las iglesias e individuos en su diócesis porque él era el sucesor de los apóstoles. El pensaba en una iglesia universal (católica) en el mundo, compuesta de muchos obispos, los sucesores de los apóstoles. La unidad de todos los obispos constituye la unidad de la Iglesia Católica (universal). Sólo los que están en comunión con esta unidad episcopal universal (la Iglesia Católica) son salvos. De esta manera, si una persona en cualquier diócesis en cualquier parte rehúsa ser obediente a su obispo, pierde su salvación.
La paradoja interesante acerca de Cipriano es que aunque él pensaba firmemente que todos los obispos son de igual rango (y lo practicó al pelear con los obispos de Roma y decirles que dejaran de entremeterse en su diócesis), llamaba a la iglesia romana "madre y raíz de la iglesia católica". Cuando el obispo romano intentó instruir a Cipriano sobre la validez del bautismo herético y ejercer cualquier autoridad que estuviera involucrada en el título que Cipriano le había aplicado a la Iglesia Romana, Cipriano negó vigorosamente el derecho de cualquier obispo, aun del obispo romano, de ejercer jurisdicción, en la diócesis de otro obispo.
Fue Cipriano, entonces, el que corrompió la norma de autoridad del Nuevo Testamento. En vez de la iglesia local, el obispo territorial se convirtió en la palabra final de autoridad. La iglesia universal (católica) descansaba sobre la sola soberanía de los obispos como sucesores de los apóstoles. Las iglesias locales perdieron todo vestigio de autoridad.
El Cuarto tipo de literatura cristiana, en desarrollo sistemático de la doctrina—no concierne el desenvolvimiento episcopal.