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lunes, 15 de septiembre de 2008

Nacimiento de los sacramentos



Para 325 la fe había perdido su carácter personal al depender to­talmente de una persona inmediatamente encima de la persona y la obra de Jesucristo. Más bien, aunque Cristo era una parte del sistema, la fe debía ser dirigida a la institución llamada iglesia, y la salvación no resultaba del inmediato poder regenerador del Espíritu Santo, sino venía mediante los sacramentos del bautismo y la cena del Señor. Puesto que los sacramentos estaban bajo el control de la iglesia, y puesto que la salvación venía mediante ellos solamente, se seguía que una persona tenía que unirse a la iglesia para ser salvo. Eso es exacta­mente lo que quería decir el obispo Cipriano en 250, cuando dijo que ningún hombre podía tener a Dios por Padre sin tener a la iglesia por madre. No es de extrañar que los que habían negado la fe en tiempos de persecución estuvieran tan extremadamente ansiosos de ser perdo­nados por la iglesia, porque ellos creían que la salvación fuera de esta institución era imposible.


Durante este período la fe personal fue eliminada enteramente en algunos casos. En los escritos de Ireneo (alrededor del 200) hay un indicio de que tal vez en su generación los infantes eran bautizados para salvarlos. Bajo estas circunstancias la fe individual se hace inne­cesaria. Con alguien que actuara como apoderado del infante para aparentar fe, se aplicaban "las aguas salvadoras del bautismo". Más aún: hay evidencia de que el primer caso en que se derramó agua so­bre la cabeza para bautizar tuvo lugar alrededor de este tiempo. Novaciano, líder del partido eclesiástico estricto en Roma, se enfermó gravemente, y se temió que su muerte estuviera próxima. El nunca ha­bía sido bautizado. Dado que no estaba suficientemente fuerte para permitirse el bautismo por inmersión en agua, se decidió derramar cierta cantidad de agua sobre su cuerpo. Se hizo así y esto marcó el principio de un cambio en la forma del bautismo. Muy pronto se des­arrolló el rociamiento, porque si el agua es la que salva, un poco pue­de ser tan efectivo como mucho de ella. También era más conveniente.


Con este concepto de la iglesia y los sacramentos, es evidente que la completa dependencia de Cristo, claramente el único requisito para la salvación en el Nuevo Testamento, fue modificado para requerir obediencia a la institución y a la recepción de los sacramentos. De esta manera, la fe sola, sin la iglesia y los sacramentos, no puede salvar; la iglesia y los sacramentos solos, como en el caso del infante, puede salvar sin fe por parte del individuo.


Obispos y presbiteros como cambio


El sacramentalismo hizo una gran diferencia en el concepto de una iglesia neotestamentaria. En el período del Nuevo Testamento la iglesia consistía de la gente de un cuerpo local; los líderes estaban al mismo nivel que la gente, pero servían porque habían recibido dones especiales del Espíritu. Las ordenanzas no eran mágicas sino simbóli­cas. Ahora, sin embargo, el concepto había cambiado completamente. Especialmente, la igualdad original entre los varios pastores, obispos o presbíteros que servían en una iglesia, empezó a desaparecer.


En la iglesia del Nuevo Testamento no había diferencia de oficio entre un obispo y un presbítero; los dos nombres sencillamente describían fun­ciones del mismo oficio (ver Hechos 20:17-35). Sin embargo, muy pronto en el segundo siglo empezó a hacerse común que uno de los mi­nistros asumiera la dirección, algunas veces por causa de una erudición inusitada, por una personalidad fuerte, o por madurez.



Tan pronto como en el año 150 uno de los escritores habla de un presidente de los ministros en una sola iglesia. Hay varias razones para que tal oficio se desarrollara tan rápidamente. Los obispos o presbíte­ros primitivos se dedicaban a trabajo secular para vivir, y cumplían los deberes de su oficio en la iglesia cuando no trabajaban. Conforme los cristianos crecieron en número y en capacidad económica, se pidió a un hombre, el más capacitado, que renunciara a su trabajo secular y diera todo su tiempo a la obra religiosa. Su tarea llegó a ser "supervisar" (la palabra que significa "obispo") la obra de la comunidad cris­tiana. El recibió el título de obispo en un sentido especial y, finalmente reclamó el nombre como una dignidad única. Los otros ministros eran llamados ahora "presbíteros" para distinguirlos del ministro "su­pervisor", el obispo. Temprano en el segundo siglo las iglesias de Antioquia en Asia habían mejorado a tal líder hasta ponerlo sobre todos los presbíteros, aunque esto no se había manifestado en Roma, Filipos o Corinto.



Otro factor que trajo autoridad y prestigio al nuevo oficial cono­cido solamente ahora como obispo, fue el desarrollo de concilios loca­les para consejo y discusión. Los líderes de varias iglesias en un área geográfica dada empezaron a tener tales concilios o sínodos, y por su lugar en la congregación local, el nuevo obispo actuaba como vocero de su iglesia. Era él el que informaba a la congregación respecto a la acción unida de todos los cristianos al combatir la herejía, al ejercer disciplina, y en otros asuntos de acción común.

Remanentes literarios del cristianismo


De acuerdo con el desarrollo histórico descrito en la sección ante­rior, los remanentes literarios del cristianismo antiguo muestran clara­mente un cambio de la idea neotestamentaria de la autoridad final de una iglesia local a la idea de que la autoridad final en todos los asuntos religiosos era el obispo. Se ha señalado que el cristianismo produjo cuatro tipos generales de literatura en los dos siglos que siguieron al período apostólico.


Los más antiguos eran principalmente de naturaleza edificante. En ninguno de los escritores de este tipo primitivo de literatura hay ninguna evidencia de que la norma neotestamentaria de autoridad eclesiástica hubiera sido alterada. La carta de Clemente de Roma a los corintios urge a la iglesia a restaurar a algunos oficiales que ha­bían sido disciplinados, aunque originalmente habían sido nombrados por los apóstoles. Esto significa que la iglesia de Corinto ejercía auto­ridad aun más allá del nombramiento apostólico.


La carta de Clemen­te aconseja, pero no muestra autoridad para ordenar a la iglesia de Corinto que siga el consejo. Los escritos de Ignacio (alrededor del 115) dan gran énfasis a la necesidad de obedecer al pastor y a los diá­conos, y son morbosamente ascéticos. Por causa del énfasis sobre esas dos ideas, hay considerable sospecha de que haya interpolaciones por manos que anteriormente intentaron dar autoridad primitiva a los asuntos que se desarrollaron después. Sin embargo, en este período primitivo el obispo era simplemente uno de los pastores de un cuerpo local. Aunque posteriores a los escritos de Ignacio, la epístola de Poli-carpo y del Pastor de Hernias no revelan ningún desenvolvimien­to episcopal.


El segundo tipo de literatura era de naturaleza apologética. Su principal propósito era defender el cristianismo contra acusaciones tales como ateísmo, libertinaje y canibalismo, dirigidos contra él por los paganos. En la discusión doctrinal de esta literatura la base de au­toridad eran las Escrituras, principalmente el Antiguo Testamento. No había ninguna apelación a autoridad episcopal.


El tercer tipo de literatura era polémico. Su propósito era comba­tir la herejía que amenazaba irrumpir en las filas cristianas. En este campo dos importantes escritores fueron Ireneo (alrededor de 130-202) y Cipriano (195-258). En el curso de sus argumentos para des­acreditar el gnosticismo alrededor del 185, Ireneo primero refuta sus doctrinas acerca de las Escrituras cristianas. Enseguida él dice que la continua existencia de las varias iglesias desde los días de los apósto­les, prueba que no se habían equivocado en la interpretación de las enseñanzas apostólicas. Refiriéndose a Roma como un ejemplo de ta­les iglesias, Ireneo cita sus obispos hasta los días apostólicos (sin em­bargo, su lista presenta problemas de desacuerdo con otras listas). En otras palabras, Ireneo hace de la sucesión histórica de los obispos la base para confiar que el cristianismo ortodoxo era el verdadero cris­tianismo mientras que el gnosticismo era una falsa perversión. Básica­mente, entonces, la autoridad citada por Ireneo eran las Escrituras; la correcta interpretación de las Escrituras que él trataba de probar a través de la sucesión.


Otro importante escritor polémico era el obispo Cipriano de Cartago (195-258), que hizo más que cualquier otro individuo por impul­sar el oficio de obispo como la autoridad cristiana final. La teoría de Cipriano surgió de los problemas prácticos al administrar su diócesis. En su lucha con lo que debía hacerse con los que habían negado a Cristo o entregado las Escrituras bajo persecución, finalmente él des­cansó su argumento sobre el hecho de que él como obispo tenía autori­dad sobre todas las iglesias e individuos en su diócesis porque él era el sucesor de los apóstoles. El pensaba en una iglesia universal (católi­ca) en el mundo, compuesta de muchos obispos, los sucesores de los apóstoles. La unidad de todos los obispos constituye la unidad de la Iglesia Católica (universal). Sólo los que están en comunión con esta unidad episcopal universal (la Iglesia Católica) son salvos. De esta ma­nera, si una persona en cualquier diócesis en cualquier parte rehúsa ser obediente a su obispo, pierde su salvación.


La paradoja interesante acerca de Cipriano es que aunque él pensaba firmemente que todos los obispos son de igual rango (y lo practicó al pelear con los obispos de Roma y decirles que dejaran de entremeterse en su diócesis), llamaba a la iglesia romana "madre y raíz de la iglesia católica". Cuando el obispo romano intentó instruir a Ci­priano sobre la validez del bautismo herético y ejercer cualquier auto­ridad que estuviera involucrada en el título que Cipriano le había aplicado a la Iglesia Romana, Cipriano negó vigorosamente el derecho de cualquier obispo, aun del obispo romano, de ejercer jurisdicción, en la diócesis de otro obispo.


Fue Cipriano, entonces, el que corrompió la norma de autoridad del Nuevo Testamento. En vez de la iglesia local, el obispo territorial se convirtió en la palabra final de autoridad. La iglesia universal (ca­tólica) descansaba sobre la sola soberanía de los obispos como suce­sores de los apóstoles. Las iglesias locales perdieron todo vestigio de autoridad.


El Cuarto tipo de literatura cristiana, en desarrollo sistemático de la doctrina—no concierne el desenvolvimiento episcopal.

La Naturaleza del Culto Cristiano

El modelo de adoración en el Nuevo Testamento consistía princi­palmente de cantos, lectura de las Escrituras, oración y predicación, El servicio no requería altar ni ritual, porque Dios era reconocido como espíritu y podía ser alcanzado por medio del espíritu. Sin em­bargo, un cambio ocurrió alrededor del 325. La idea de que los sacra­mentos eran mágicos trajo un cambio a la naturaleza de la adoración. En vez de ampliar su ministerio profético o de predicación, el presbí­tero local empezó a funcionar como sacerdote. De hecho, después del Siglo IV el mismo nombre "presbítero" empezó a desaparecer, y el tí­tulo de su oficio vino a ser "sacerdote". Este desenvolvimiento podía esperarse cuando los sacramentos se hicieron mágicos; se necesitaba una capacitación sacerdotal para administrar esta clase de rito.

Consecuentemente, el centro de la adoración vino a ser la observancia dé­la cena del Señor, que ya se llamaba "misa" (de la palabra latina que significa "despedir", cuando a los que no estaban capacitados para participar de la Cena se les pedía dejar el templo). (También resul­ta lógico pensar en que otro significado de la palabra latina es san­grar o sacar sangre. Esto parece más cercano a la idea original de la Cena o aun de la misa misma, dado que en ambas aparece la idea de la sangre de Cristo, aunque con diferente interpretación. N. del Tr.)

La naturaleza mágica de los sacramentos también trajo énfasis sobre la forma, las palabras y los materiales adecuados usados al ad­ministrarlos. En la religión romana se hizo gran hincapié en pronun­ciar el ritual exactamente, como un medio de hacer el servicio eficaz. Si una palabra era mal pronunciada u omitida, la naturaleza mágica del servicio religioso podía no ser apropiada. Este espíritu empezó a prevalecer en el cristianismo romano: el ritual debía ser repetido exactamente de acuerdo con la fórmula para que fuera eficaz. Aun más, esta corrupción en la naturaleza de los cultos contribuyó grande­mente al desarrollo de los medios catequísticos de instrucción en doc­trina religiosa. Puesto que el culto era dedicado al ritual sacerdotal, se hizo necesario instruir a los niños y a los nuevos convertidos en el ri­tual adecuado tanto como en los rudimentos de la doctrina cristiana en ocasiones distintas a las de los servicios en la iglesia. Se prepararon compendios del ritual y de la doctrina, y a los neófitos se les exigió aprenderlos de memoria como un requisito previo a la admisión.

Finalmente, la naturaleza puramente espiritual de los servicios se cambió. Se lucieron populares las grandes procesiones y el esplen­dor externo, a la manera de los desfiles paganos. Los lugares identifi­cados con el cristianismo primitivo se volvieron santos y se les tributó especial reverencia. Eran buscados los huesos de los mártires y otros vestigios materiales, y se les atribuía poder mágico. Los días santos recibieron nombre y eran guardados. La Pascua ya se apartaba desde el tiempo de los apóstoles, pero se le añadieron nuevos días. Tanto el bautismo como el nacimiento de Jesús se habían estado celebrando en enero durante este período, pero en un esfuerzo por ganar a los paga­nos, la celebración del nacimiento de Cristo se cambió inmediatamen­te después del fin del período que termina en diciembre 25, una fies­ta romana y escandinava.

Crecimiento del Movimiento Cristiano

El crecimiento del cristianismo en los tres siglos que siguieron a la muerte de Cristo fue fenomenal. No se pueden dar cifras con exactitud, pero algunos piensan que para el tiempo de Constantino (323) los cristianos eran de cinco a diez millones. Desde un punto de vista humano, este gran crecimiento puede explicarse por tres factores generales.

Primero, el paganismo había fracasado como respuesta a las necesidades del hombre. El racionalismo griego había vaciado los cielos paganos. Los hombres dejaron de creer completamente en las leyen­das supersticiosas que no tenían poder ni para afectar la vida diaria ni para prometer cosas buenas para el futuro. En el vertiginoso remolino de fomento político, económico y social que amenazó a los hombres en los primeros siglos cristianos, los sistemas religiosos paganos guar­daron silencio.

Segundo, el mensaje cristiano era positivo y eficaz. El contenido de las enseñanzas de Cristo atraía los corazones hambrientos de los hombres en todas partes. Los paganos podían ver lo que el cristianis­mo significaba al observar la vida de los cristianos. El amor era el tema de sus vidas. Cuando tenían que morir en los diversos períodos de severa persecución, los cristianos respondían con fe y valor. Los pa­ganos sólo podían explicar tal espíritu en términos del poder de Dios.

Finalmente, el celo de los cristianos por testificar de Cristo era arrollador. Al contrario de los paganos, los cristianos insistían en que todas las religiones no eran de igual valor; o se acepta a Cristo como Salvador o se pierde uno, era la convicción del cristiano. Cada cristia­no era un misionero, cada bocacalle un pulpito, cada persona un can­didato. Había un sentimiento de urgencia en el testimonio cristiano. Conscientes del mandato de Cristo de velar y obrar, los cristianos tra­bajaban con el sentimiento de que el Señor regresaría en cualquier mo­mento. Como consecuencia ellos rogaban con fervor y convicción per­sonales.

El notable crecimiento que siguió fue uno de los factores que ayudaron a corromper la pureza original del movimiento cristiano. In­cuestionablemente promovió el desarrollo del poder del obispo. Su prestigio se acrecentó cuando un gran número de convertidos hicie­ron del cristianismo la religión de la mayoría de la gente en muchas áreas. Estos convertidos no fueron sacados todos de las clases bajas. La educación, la riqueza y el gobierno civil pronto fueron alistados en la causa cristiana, trayendo al obispo sobreveedor nuevas armas poderosas y amigos influyentes.

El crecimiento también aumentó el peligro del sacramentalismo. Un gran número de paganos se congregaron a las puertas de la iglesia" cristiana y fueron admitidos mediante el uso de los sacramentos má­gicos. Grandes masas de paganos sin regenerar fueron introducidos a las iglesias de esta manera. Los cristianos precavidos veían inquietos cómo estos paganos introducían ideas del fondo de su preparación religiosa primitiva. Con otros factores, esta situación llevó al monasticismo, al huir los cristianos de las iglesias paganizadas para encontrar pureza y espiritualidad en las cuevas del desierto.

Finalmente, el influjo de los. Grandes números en las iglesias cris­tianas promovió el desarrollo institucional del cristianismo. Los niños y los paganos no iniciados requerían extensa instrucción en ritual y doctrina. El rociamiento de agua sobre ellos no podía traer un nuevo corazón; se esperaba que la amplia instrucción los hiciera buenos cristianos.

Conflictos externos al cristianismo

La oposición externa al cristianismo, fue también un factor contribuyente a los cambios ocurridos en el cristianismo. ¿Cuál debiera ser la actitud de la iglesia hacia un miembro que, cuando es sometido a tortura física por autoridades seculares niega a Cristo y entrega las preciosas Escri­turas cristianas para destruirlas? Esta ocurrió muchas veces en perío­dos de severa persecución durante los primeros tres siglos.

Las dos pruebas más severas vinieron alrededor/de 250 y 300 durante las per­secuciones de Decio y Diocleciano. Muchos cristianos nominales de­sertaron durante estos períodos. En general, después de cada período de persecución, cinco grupos bastante diferentes podían nombrarse. (1) Había los mártires, los que habían rehusado poner una brizna de incienso sobre el altar del emperador romano y negar a Cristo, y que eran matados. (2) Había los confesores,, que eran sinceros a Cristo pero, por influencia local o indulgencia no eran llevados a la muerte. Algunas veces eran cegados o mutilados. (3) Había apostatas que ne­gaban a Cristo y ofrecían incienso sobre el altar del emperador. (4) Había los falsificadores, que por cohecho o por compromiso pasivo recibían certificados de los oficiales imperiales declarando que ellos habían ofrecido incienso pagano y habían renegado de Cristo, aunque éste no era realmente el hecho. (5) Había los infieles, que habían entregado las verdaderas Escrituras a los oficiales.

Los líderes primitivos estaban divididos sobre cómo tratar a los apóstatas, los falsificadores y los infieles. Algunos, como Montano, Novaciano y Donato, querían excluirlos para siempre de la iglesia; otros, como Cecilio y Calixto, querían dejarlos regresar a la iglesia después de evidencias de arrepentimiento. Se sugirieron varios planes para aceptar nuevamente a los ofensores. Un sistema les permitía arro­dillarse fuera del templo y dar evidencia de aflicción por todo un año—éstos eran llamados plañideros; el siguiente año se les permi­tía entrar al templo y escuchar el culto, de aquí que se les llamara oyentes; el siguiente año podían arrodillarse durante el culto hasta la hora de la cena del Señor, cuando debían salir —éstos eran llamados los que se arrodillan; el cuarto año se les permitía estar de pie durante el culto—eran llamados los parados; y finalmente, eran admitidos a la Cena y restaurados en la comunión.

Fácilmente puede verse cómo tal sistema exageraría la natura­leza de la iglesia como una institución salvadora; de otra manera los esfuerzos tan extenuantes por regresar a su comunión difícilmente val­drían la pena de ceremonias tan prolongadas. La persecución también alentó otros elementos que contribuyeron a la corrupción del cristia­nismo, tales como el deterioro que siempre viene de la guerra literaria, la centralización de la autoridad eclesiástica en el obispo para hacer frente a las amenazas de los perseguidores, y el desarrollo de la acti­tud de que la coerción física era el mejor medio de tratar a los disidentes.

Conflictos internos al cristianismo

Conflictos Internos. — Uno de los factores más importantes en la corrupción del cristianismo fue la serie de controversias internas des­critas en el capítulo anterior. Mientras que oficialmente condenaba muchas de las perversiones heréticas, el cristianismo inconscientemen­te absorbió algunas de las enseñanzas que tan ampliamente se propa­gaban mediante esas controversias. La doctrina de los pecados morta­les y veniales fue tomada del montañismo, y también los énfasis ascé­ticos y monásticos. El gnosticismo había enseñado que había una serie de personas mediadoras entre el hombre y Dios; la idea de santos me­diadores que invocaran las bendiciones de Dios creció en el cristianis­mo.

El poder mágico de las ordenanzas que las cambió a sacramentos vino sin refinar del paganismo. Las ideas judías apresuraron el des­arrollo del sistema sacerdotal. El gobierno romano secular proveyó un modelo de organización que fue duplicado por la monarquía eclesiás­tica que se desarrolló en siglos posteriores. La expresión de la verdad cristiana en terminología filosófica era inevitable en el curso de las di­versas controversias, pero sirvió para barnizar la espiritualidad con argumentos. Las diversas luchas internas tuvieron un gran papel en el engrandecimiento de la estatura del obispo, puesto que él era el lla­mado a ser el campeón de la ortodoxia.

Rivalidad Eclesiástica.— Debe recordarse que el oficio de obispo había sido separado del de presbítero o sacerdote y había llegado a ser sucesivamente el poder gobernador en una iglesia local, la cabeza eclesiástica de una diócesis (una ciudad) y el príncipe espiritual de un territorio, a veces de toda una provincia. El crecimiento de conci­lios o sínodos para consejo y ayuda mutua relacionó a los obispos entre sí y alentó la oportunidad de un liderato más amplio para los obispos más dotados. Una de las prácticas comunes durante las controversias era que uno de los partidos se asegurara la reacción favorable de uno o más obispos fuertes antes de que estallara el conflicto. Esto asegu­raba aliados, pero también acrecentaba el prestigio e influencia de los obispos a quienes se había apelado, porque les daba la oportunidad de actuar como jueces.

Para 325 los obispos más influyentes en el mun­do mediterráneo eran los de Roma, Antioquia y Alejandría. Ya estos obispos estaban luchando por elevarse al lugar ocupado por éstos. La rivalidad intensa avivó las llamas de la ambición, a la que normal­mente no le faltaba combustible. La recriminación, la condenación, y la falsificación ultrajante de documentos oficiales en un esfuerzo por obtener el primer lugar caracterizó esta lucha entre obispos. ¡Qué contraste con las enseñanzas del humilde galileo!

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