Los líderes primitivos estaban divididos sobre cómo tratar a los apóstatas, los falsificadores y los infieles. Algunos, como Montano, Novaciano y Donato, querían excluirlos para siempre de la iglesia; otros, como Cecilio y Calixto, querían dejarlos regresar a la iglesia después de evidencias de arrepentimiento. Se sugirieron varios planes para aceptar nuevamente a los ofensores. Un sistema les permitía arrodillarse fuera del templo y dar evidencia de aflicción por todo un año—éstos eran llamados plañideros; el siguiente año se les permitía entrar al templo y escuchar el culto, de aquí que se les llamara oyentes; el siguiente año podían arrodillarse durante el culto hasta la hora de la cena del Señor, cuando debían salir —éstos eran llamados los que se arrodillan; el cuarto año se les permitía estar de pie durante el culto—eran llamados los parados; y finalmente, eran admitidos a
Fácilmente puede verse cómo tal sistema exageraría la naturaleza de la iglesia como una institución salvadora; de otra manera los esfuerzos tan extenuantes por regresar a su comunión difícilmente valdrían la pena de ceremonias tan prolongadas. La persecución también alentó otros elementos que contribuyeron a la corrupción del cristianismo, tales como el deterioro que siempre viene de la guerra literaria, la centralización de la autoridad eclesiástica en el obispo para hacer frente a las amenazas de los perseguidores, y el desarrollo de la actitud de que la coerción física era el mejor medio de tratar a los disidentes.
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