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miércoles, 30 de marzo de 2011

La pornocracia

Los últimos dos siglos del período medieval presentaron una prueba crucial para el papado. Puede ser suficiente hacer notar que Eu­ropa fue una anarquía después del año 880. Los disturbios en Italia convirtieron el oficio papal en un premio político mezquino. Entre 896 y 904 hubo diez papas, y la mayoría de ellos acabaron asesinados o traicionados. El período de 904 a 962 es conocido como la "pornocracia", con el significado de lujuria e inmoralidad, porque el oficio pa­pal era controlado por hombres y mujeres perversos y sin escrúpulos. De 962 a cerca del 1050 los papas fueron nombrados y gobernados por los emperadores germanos del imperio reestablecido. El papado ha­bía alcanzado su punto más bajo en prestigio y autoridad, pero un nue­vo día estaba alboreando. Mediante una eficaz reforma interna, la apa­rición de gobiernos centrales disciplinados, y la capacidad de usar ar­mas eclesiásticas, el papado pronto alcanzó nuevas alturas de poder, tanto en los ámbitos eclesiásticos como en los seculares.

Elementos de la Misa

Adoración. — Durante el período del 451 al 1050, el método cató­lico romano de adoración empezó a ser copiado por todo el Occidente. Las variaciones de lenguaje, de orden y de liturgia fueron eliminados tanto como fue posible. La adoración se centró en la observancia de la Misa (la Cena) que, como ya se describió antes, había .llegado a ser más que un sacramento que traía gracia al participante; ahora era considerada como el sacrificio "incruento" de Cristo efectuado otra vez; el derramamiento de su sangre y el rompimiento de su cuerpo.

El sim­bolismo había llegado a ser completamente literal. El vino todavía no le era negado a la gente. Aunque no se había definido, generalmente se pensaba que algo le pasa al pan en la Misa, que se transforma en el cuerpo de Cristo. También se había desarrollado un amplio sistema de santos mediadores.

La adoración de la virgen María también au­mentó considerablemente durante este período. La historia de que ella había sido llevada inmediatamente al cielo a su muerte, se exten­dió. Se ofrecían oraciones a María para que ayudara e intercediera. Las reliquias se convirtieron crecientemente en una parte importante de la vida religiosa. El número de sacramentos todavía no estaba fija­do; algunos teólogos sencillamente abogaban por dos (el bautismo y la Cena), algunos insistían en cinco, mientras que algunos tenían una docena. La confesión auricular ya estaba bien establecida, y la idea de méritos por obras externas se extendió ampliamente. El monasticismo del tipo benedectino cubrió a Europa.

Carácter del monasticismo

Históricamente, el movimiento occidental modificó el carácter del monasticismo. Aunque el monasticismo había sido originalmente un movimiento de laicos, el monasticismo occidental hizo sacerdotes a todos los que tomaban los votos monásticos. Aun más: el movi­miento occidental exageró el monasticismo como un instrumento para impulsar el mismo sistema eclesiástico contra el que era en parte una protesta. Los monjes se convirtieron en los misioneros y soldados de avanzada del cristianismo. De hecho, las órdenes monásticas han estado al frente de cada victoria obtenida por la Iglesia Romana desde la Edad Media.

El nombre sobresaliente del monasticismo occidental fue el de Benito de Nursia. Alrededor del año 500 Benito se convirtió en ermi­taño y en 529 fundó un monasterio en Monte Casino, al sur de Roma. Su sistema hacía hincapié en la adoración, el trabajo manual y el es­tudio. En menos de trescientos años los monasterios que seguían esta regla cubrieron el continente europeo. Más que cualquier otro hom­bre, Benito fue responsable de vaciar el movimiento monástico en mol­des de líneas prácticas y de reconciliar sus ideales con los de la iglesia*

Beneficios de las tribus germanas

Cuando menos cinco de estos beneficios resaltan. (1) Las tribus germánicas proveyeron nuevos y numerosos sujetos para el gobierno católico romano. Ellos se atemorizaban con los hermosos y solemnes servicios de las iglesias or­todoxas y se encantaban con el sistema sacramental mágico que pro­veía para todas sus necesidades. Los cristianos arríanos de las tribus eran inexpertos en asuntos doctrinales, y no era difícil ganarlos a to­dos para el criterio ortodoxo de la persona de Cristo.

(2) Las tribus dieron la oportunidad de ampliar y asegurar la maquinaria de la Igle­sia Romana. Se establecieron nuevas iglesias, se prepararon nuevos sa­cerdotes, y se proveyeron nuevos catecismos. Los incultos germanos no trajeron problemas doctrinales nuevos que complicaran esta gran expansión.

(3) Las tribus germánicas eran gobernantes de los domi­nios que habían conquistado, pero se convirtieron en súbditos del en­trenamiento religioso del sistema romano. Esto significaba que la je­rarquía romana muy pronto obtendría gran prestigio y extensa in­fluencia. Además, le dio la razón al punto de vista sugerido en La Ciu­dad de Dios de Agustín: que la ciudad celestial era superior a la secu­lar y que algún día vendría a ser la dominante.

(4) El mundo occi­dental fue privado de la influencia del emperador romano en Constantinopla. Excepto por un breve período, la entrada de las tribus ger­mánicas hizo imposible que el emperador ejerciera poder secular o eclesiástico sobre la Iglesia Romana. Antes de la invasión el emperador todavía se consideraba obispo sobre los obispos, y con su ejército ha­bía mantenido amagado al mundo occidental. Sin embargo, con la barrera bárbara rodeando el occidente, el emperador se vio impoten­te para interferir.

(5) El ganar a estos bárbaros al reconocimiento de la soberanía espiritual de la Iglesia Romana fue un golpe de muerte para las ambiciones de cualquier otro obispo occidental y además le trajo a la iglesia territorios y protección militar.

Agustín de Hipona.

Agustín fue el gran teólogo de los Siglos IV y V. Nació en el Norte de África en 354. Pasando sucesivamente de la filosofía al maniqueísmo, al escepticismo, al neoplatonismo, y de éste al cristianismo, se convirtió en la figura dominante del pensamiento cristiano por un mi­lenio. Su profunda experiencia al encontrar a Dios y su profunda de­voción dieron riqueza a sus ideas teológicas. Sus confesiones, profun­damente personales y místicas, explican su punto de vista doctrinal., En la controversia pelagiana Agustín declaró que Adán había sido creado sin pecado y libre, pero que en la caída de Adán todo el géne­ro humano había perdido su pureza y su libertad. Agustín pensaba que el bautismo de niños o adultos lavaba la culpa del pecado original, pero no el pecado mismo, y creía que los sacramentos de la iglesia eran necesarios para preservar al individuo de la culpa y castigo adiciona­les de este pecado. El insistía en que los hombres no pueden obrar para salvación, y que aun la capacidad para aceptar la salvación es un don de Dios. La condición impotente del hombre requiere que Dios haga todo. Dios escoge a los que deben ser salvos (predestina­ción) y los capacita para salvarse En este punto puede observarse la in consistencia de Agustín. Por su énfasis en la soberanía de Dios, Agus­tín no dejaba nada por hacer al hombre respecto a su salvación; sin embargo, él demandaba que los infantes fueran bautizados para sal­varse de la culpa heredada.

Si Dios predestina a un niño para salvarse, parece que el bautismo tendría poco efecto al intentar obtener la misma cosa. El fuerte énfasis de Agustín sobre la total soberanía de Dios repelía a algunos de sus contemporáneos tanto como la doctrina de Pelagio, de la capacidad del hombre para cooperar con Dios en la adquisición de la salvación, dando así lugar a los conceptos semipelagianos y semiagustinianos mencionados antes.

En adición a sus Confesiones y en oposición a Pelagio, Agustín hizo otras dos contribuciones distintas: estableció la doctrina oficial de la Iglesia Católica Romana relativa a la controversia donatista. Los donatistas habían dicho que cuando el carácter de un obispo es anti­cristiano e injusto, todos los actos sacramentales de ese obispo no tie­nen validez. Así, decían ellos, el obispo Félix no podía ordenar pro­piamente a Ceciliano y Ceciliano no podía administrar el bautismo salvador porque estos dos hombres eran herejes; habían entregado las Escrituras para ser destruidas durante el tiempo de persecución. Agus­tín volvió a interpretar el asunto enseñando que el carácter de un obis­po no hacía absolutamente ninguna diferencia en la validez de sus ac­tos, puesto que la autoridad o insignia de la iglesia garantizaba la vali­dez de cualquier acto oficial que pudiera desarrollar un obispo.-Esto señaló un gran avance en la idea de una iglesia autorizada. Agustín también puso en forma escrita el ideal por el que la Igle­sia Católica Romana estaba luchando. Aunque inconclusos, sus veinti­dós libros titulados/ La Ciudad de Dios/bosquejaban el conflicto entre el gobierno terrenal y el gobierno celestial. Debe recordarse que Agus­tín estaba escribiendo en el tiempo en que los bárbaros germanos es­taban arrasando el mundo occidental. En el mismo año que él murió estos paganos estaban aporreando las puertas de Hipona, su propia ciudad. Agustín describía la ciudad terrenal, mantenida mediante la guerra, el odio, y el mal; en contraste él describía la ciudad de Dios, cre­ciendo lenta, pero seguramente, para cubrir la tierra y superar el go­bierno secular de la ciudad terrenal.

Esta idea de un conflicto entre lo espiritual identificado con el sistema eclesiástico, y lo secular, fue profético de los eventos que vendrían, e hizo mucho por modelar el pensamiento de la era de Agustín y el de la Edad Media de el obispo romano podía ejercer una creciente autoridad. Argumen­tando en los mismos terrenos que les habían probado ser tan eficientes contra los gnósticos, los obispos romanos decían que su tradición de sucesión hasta el apóstol Pedro los dotaba de una autoridad continua, y ellos citaban textos de las Escrituras para probar que Pedro tenía tal autoridad. Cuando se equivocaba .doctrinalmente, o hasta cuando era desairado por un concilio ecuménico, el obispo romano mostraba su gran prestigio y sagacidad cambiando su posición o manteniéndose firme, según lo requirieran las circunstancias, y manteniendo en todo su poderoso lugar.

La jurisdicciòn del obispo

Al final del segundo siglo, hablando en lo general, el oficio de obispo había llegado a ser un tercer oficio eclesiástico. Esto significaba que en cada iglesia local, o diócesis, había tres grados de ministros: un obispo para sobrever todo y ejercer autoridad total, muchos presbíteros, y muchos diáconos. El oficio de obispo pronto creció más allá de los confines de una sola congregación. Cuando los cristianos eran pocos comparativamen­te, una iglesia podía ministrar a una ciudad entera. Cuando se organi­zaron nuevas congregaciones en diferentes secciones de ciudades don­de ya había un obispo sirviendo, ocurrió una desviación significativa del concepto del Nuevo Testamento.


El plan del Nuevo Testamento requería que cada congregación tuviera su propio liderato y fuera in­dependiente de cualquier autoridad de otra congregación. Lo que realmente ocurrió fue que en esas ciudades los obispos que ya estaban en servicio eran bastante influyentes para extender su jurisdicción hasta las nuevas congregaciones. Fueron ordenados nuevos presbíte­ros para proveer obreros para la nueva congregación, todo bajo la au­toridad del obispo de esa ciudad. En Roma, por ejemplo, al finalizar el tercer siglo, había cuarenta congregaciones; cada congregación o parroquia tenía su propio presbítero o —como llegó a ser conocido-sacerdote. Y sobre toda la ciudad había un solo oficial administrador que llevaba el título de obispo. Los obispos de las ciudades influyen­tes pronto extendieron su autoridad en este aspecto para incluir las aldeas que circundaban las grandes ciudades. Aunque, sin embargo, hay escritos posteriores que identifican al obispo con una congregación local.


Para el Siglo IV la separación del oficio de obispo del de presbítero, y el desarrollo de una autoridad territorial sobre una gran área, era la situación normal. Los obispos más fuertes (los que asumían títulos adicionales tales como arzobispo —obispo gobernante, o patriarca— padre gobernante, o papa) presi­dían en grandes concilios a los que asistían, obispos y presbíteros de territorios adyacentes, y empezaron a esperar extender su jurisdicción aun más allá. El alcance de tal desarrollo puede verse en el sexto ca­non del primer concilio universal de Nicea en 325, que decía que de acuerdo con la costumbre el obispo de Alejandría ejercería autoridad sobre Egipto, Alejandría y Pentápolis; el obispo de Antioquia tendría autoridad similar en el área adyacente a su ciudad, y el obispo de Roma ejercería una influencia dominante sobre el territorio alrededor de su ciudad.


La influencia del obispo creció en otra dirección también. La igle­sia era concebida ahora como una institución salvadora porque po­seía los sacramentos salvadores del bautismo y de la cena del Señor. Pero, ¿quién dentro de la iglesia gobernaba estos sacramentos? El obis­po, por supuesto. La idea de que sólo el obispo podía autorizar o admi­nistrar los sacramentos se hizo corriente; de esta manera el obispo per­sonalmente poseía el poder esencial de la iglesia. Tal pensamiento fue fomentado grandemente durante las persecuciones y los movimientos heréticos. El obispo había sido metido en la posición de incorporar la fe cristiana. Los cristianos más fuertes habían sido colocados en ese oficio.


Durante las persecuciones los obispos recibían lo más duro de los ataques; durante los conflictos con la herejía se esperaba de ellos como si fueran los baluartes de la ortodoxia. Como resultado, el obis­po se convirtió en la iglesia, tanto en el concepto popular como en la autoridad para gobernar sus poderes sacramentales. El obispo Cipria­no de Cartago podía decir alrededor del año 250 que donde estaba el obispo, estaba la iglesia, y que no hay iglesia donde no hay obispo. Así puede verse que la naturaleza original de una iglesia neotestamentaria fue corrompida completamente. Ya no consistía de la con­gregación, porque el obispo era la iglesia. Ya no era un compañerismo; se había convertido en una institución salvadora. Sus ordenanzas se habían convertido en sacramentos salvadores, no en símbolos conmemorativos de Cristo. Su ministerio ya no estaba en dos oficios, sino en tres. Ya no era una democracia, sino una jerarquía.

Cambio del sentido de iglesia(100-325 d. de J.C.)

El segundo período de historia eclesiástica (100-325 d. de J.C.) se cierra con la reunión del primer concilio universal. La ocasión para este concilio fue una contienda doctrinal sobre la persona de Cristo.— el principio de la Iglesia Católica Romana. El fin de este período tan crucial ofrece una opor­tunidad de examinar el cristianismo del año 325 y compararlo con la clase de cristianismo del Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento enseñaba que la salvación venía por medio de la sola fe en Jesucristo. Nada se requiere para la salvación, declara­ba Pablo, sino la obra regeneradora del Espíritu Santo que viene cuan­do uno confiesa a Jesús como Señor y confiesa la resurrección de Je­sús de los muertos. La fe salvadora es una experiencia inmediata con Cristo, y todos los hombres son capaces de venir directamente a Cris­to. Ninguna institución externa, obra humana, sacerdote humano, o rito religioso se necesita para capacitar a un hombre para venir a Cristo y recibir el don gratuito de la salvación.


El cristianismo del Nuevo Tes­tamento también enseñaba que una iglesia neotestameutaria es un cuerpo de personas que han nacido de nuevo, han sido bautizadas y poseen el Espíritu de Cristo. Los oficiales del cuerpo local eran dos— pastores y diáconos. El pastor tiene varios nombres en el Nuevo Testamento; es llamado obispo, pastor, presbítero o anciano y ministro. Las ordenanzas eran dos— el bautismo y la cena del Señor. Todas las igle­sias estaban al mismo nivel, y cada una poseía autoridad para gober­nar sus propios asuntos sin intervención externa. Al final de este período (325) es difícil contemplar el estado general del cristianismo y reconocer un cuadro como el mostrado por el Nuevo Testamento. La gente ya no era la iglesia; ahora el pastor u obis­po, habiendo recibido un nuevo oficio, es considerado el constituyente de la iglesia. La palabra "iglesia" había venido a significar no un cuer­po local o institución local, sino la totalidad de los obispos. Se consideraba que la salvación venía por medio del obispo como custodio de los sacramentos salvadores de la iglesia. Se creía que sólo él era idóneo para administrar o autorizar el bautismo salvador y para servir "la me­dicina de la inmortalidad", la cena del Señor.


Las iglesias y los pastores dejaron de ser iguales bajo Dios y ante los hombres. Se marcaron di­visiones territoriales para mostrar los límites de autoridad de varios obispos fuertes. Para 325 entonces, la misma naturaleza del cristianismo había sido corrompida. Los cambios se habían efectuado en varias áreas so­lapadas.

Movimientos del novicianismo y danatismo

Movimientos durante los primeros siglos, que, aunque separados y distintos, sin embargo se sobreponen y hasta cierto punto se incluyen uno al otro. Todos aceptaban la corrupción de su tiempo respecto al bautismo como una ordenanza salvadora, pero todos pro­testaban contra permitir a los indignos —ya fueran los que habían negado a Cristo en la persecución o que habían entregado la Sagrada Es­critura para ser destruida— que recibieran o administraran los bene­ficios de una iglesia y los sacramentos salvadores.

Novicianismo.-- En muchos aspectos el novicianismo fue la rea­parición del montanismo. Cuando el emperador Pecio (249-51) inten­tó desarraigar todo el cristianismo del mundo, surgieron dos ideas acerca del tratamiento que debía darse a los que habían huido de la persecución, o habían entregado las Sagradas Escrituras, o habían ne­gado la fe. Un partido permitía a esas gentes regresar al seno de la iglesia salvadora después de haber llenado ciertas condiciones; el otro partido decía que a esos nunca se les debería permitir regresar. Puesto que se había concebido que la salvación fuera de la iglesia era impo­sible, esta cuestión era de una importancia más que académica. En 251 Cornelio, el líder del partido indulgente, fue escogido como obispo de Roma después de considerable controversia, después de lo cual, Novaciano, líder del partido estricto, se separó del compañerismo del partido indulgente sobre la base de que ya no eran la verdadera igle­sia. El fue elegido como obispo por sus seguidores.


Las iglesias que se­guían su dirección se esparcieron por varias partes del imperio, parti­cularmente en el Norte de África y en Asia Menor. Muchos montañis­tas vieron en este movimiento el avivamiento de sus propias ideas y se unieron a Novaciano. Hay evidencias de que este movimiento persis­tió hasta casi el siglo quinto. Donatismo. —La severa persecución de Diocleciano trajo el mis­mo problema al primer plano al empezar el cuarto siglo. Durante la crisis el obispo Mensurio de Cartago y su diácono Cecilio, se hicieron muy impopulares al pretender desanimar a los cristianos excesivamen­te celosos que procuraban el martirio. Después dé la muerte de Men­surio en 311, Cecilio fue ordenado obispo de Cartago por él obispo Fé­lix de Aptunga, que era acusado por el partido estricto de haber en­tregado las Escrituras cristianas durante la persecución.


El partido es­tricto objetaba su ordenación argumentando que Félix era hereje, y de­claraba que la ordenación de un hereje no trasmitía poder para cele­brar el bautismo salvador o cualquier otro acto salvador. En 312 un concilio de cerca de setenta obispos del partido estricto se reunió en Cartago y eligió obispo a Mayorino, provocando un cisma bastante parecido al de Novaciano. El nombre de esta controversia fue el de Donato, que fue ordenado obispo del partido estricto a la muerte de Mayorino en 313. La posición doctrinal de ambos lados era casi la mis­ma, excepto que el partido estricto insistía en que cuando un obispo es personalmente indigno (habiendo negado la fe bajo persecución o rendido las Escrituras cristianas) o ha sido consagrado por un obispo indigno, cualquier acto eclesiástico de ese obispo no tiene validez. En otras palabras, él es incapaz de administrar el bautismo salvador.


Los donatistas, por su parte, pretendían representar la verdadera línea de sucesión episcopal y de esta manera estaban calificados para adminis­trar tal bautismo salvador y llevar a cabo otros ritos episcopales. Los donatistas intentaron consolidar su posición exigiendo una audiencia eclesiástica ante obispos imparciales. En 313 el caso fue oído ante seis obispos (incluyendo al obispo de Roma) pero la decisión fa­voreció a Cecilio. El año siguiente los donatistas apelaron el caso ante un concilio, pero otra vez la decisión favoreció a Cecilio.


Los donatistas entonces apelaron al emperador romano, que había llegado a ser el único gobernador en el occidente. Constantino, sin embargo, en 316 de­cidió contra ellos y los amenazó con el destierro si no terminaban con el cisma. Sólo después que los donatistas hubieron apelado al poder secular y fueron rechazados, adoptaron finalmente la posición de que no debe haber intervención civil en la religión. Este movimiento reu­nió fuerzas y continuó hasta cerca del siglo quinto.

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