Agustín fue el gran teólogo de los Siglos IV y V. Nació en el Norte de África en 354. Pasando sucesivamente de la filosofía al maniqueísmo, al escepticismo, al neoplatonismo, y de éste al cristianismo, se convirtió en la figura dominante del pensamiento cristiano por un milenio. Su profunda experiencia al encontrar a Dios y su profunda devoción dieron riqueza a sus ideas teológicas. Sus confesiones, profundamente personales y místicas, explican su punto de vista doctrinal., En la controversia pelagiana Agustín declaró que Adán había sido creado sin pecado y libre, pero que en la caída de Adán todo el género humano había perdido su pureza y su libertad. Agustín pensaba que el bautismo de niños o adultos lavaba la culpa del pecado original, pero no el pecado mismo, y creía que los sacramentos de la iglesia eran necesarios para preservar al individuo de la culpa y castigo adicionales de este pecado. El insistía en que los hombres no pueden obrar para salvación, y que aun la capacidad para aceptar la salvación es un don de Dios. La condición impotente del hombre requiere que Dios haga todo. Dios escoge a los que deben ser salvos (predestinación) y los capacita para salvarse En este punto puede observarse la in consistencia de Agustín. Por su énfasis en la soberanía de Dios, Agustín no dejaba nada por hacer al hombre respecto a su salvación; sin embargo, él demandaba que los infantes fueran bautizados para salvarse de la culpa heredada.
Si Dios predestina a un niño para salvarse, parece que el bautismo tendría poco efecto al intentar obtener la misma cosa. El fuerte énfasis de Agustín sobre la total soberanía de Dios repelía a algunos de sus contemporáneos tanto como la doctrina de Pelagio, de la capacidad del hombre para cooperar con Dios en la adquisición de la salvación, dando así lugar a los conceptos semipelagianos y semiagustinianos mencionados antes.
En adición a sus Confesiones y en oposición a Pelagio, Agustín hizo otras dos contribuciones distintas: estableció la doctrina oficial de la Iglesia Católica Romana relativa a la controversia donatista. Los donatistas habían dicho que cuando el carácter de un obispo es anticristiano e injusto, todos los actos sacramentales de ese obispo no tienen validez. Así, decían ellos, el obispo Félix no podía ordenar propiamente a Ceciliano y Ceciliano no podía administrar el bautismo salvador porque estos dos hombres eran herejes; habían entregado las Escrituras para ser destruidas durante el tiempo de persecución. Agustín volvió a interpretar el asunto enseñando que el carácter de un obispo no hacía absolutamente ninguna diferencia en la validez de sus actos, puesto que la autoridad o insignia de la iglesia garantizaba la validez de cualquier acto oficial que pudiera desarrollar un obispo.-Esto señaló un gran avance en la idea de una iglesia autorizada. Agustín también puso en forma escrita el ideal por el que la Iglesia Católica Romana estaba luchando. Aunque inconclusos, sus veintidós libros titulados/ La Ciudad de Dios/bosquejaban el conflicto entre el gobierno terrenal y el gobierno celestial. Debe recordarse que Agustín estaba escribiendo en el tiempo en que los bárbaros germanos estaban arrasando el mundo occidental. En el mismo año que él murió estos paganos estaban aporreando las puertas de Hipona, su propia ciudad. Agustín describía la ciudad terrenal, mantenida mediante la guerra, el odio, y el mal; en contraste él describía la ciudad de Dios, creciendo lenta, pero seguramente, para cubrir la tierra y superar el gobierno secular de la ciudad terrenal.
Esta idea de un conflicto entre lo espiritual identificado con el sistema eclesiástico, y lo secular, fue profético de los eventos que vendrían, e hizo mucho por modelar el pensamiento de la era de Agustín y el de la Edad Media de el obispo romano podía ejercer una creciente autoridad. Argumentando en los mismos terrenos que les habían probado ser tan eficientes contra los gnósticos, los obispos romanos decían que su tradición de sucesión hasta el apóstol Pedro los dotaba de una autoridad continua, y ellos citaban textos de las Escrituras para probar que Pedro tenía tal autoridad. Cuando se equivocaba .doctrinalmente, o hasta cuando era desairado por un concilio ecuménico, el obispo romano mostraba su gran prestigio y sagacidad cambiando su posición o manteniéndose firme, según lo requirieran las circunstancias, y manteniendo en todo su poderoso lugar.
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