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sábado, 30 de agosto de 2008

LA REFORMA ANGLICANA

El último de los grandes movimientos de reforma ocurrió en In­glaterra. Esta grande isla fuera de la costa de la Europa continental propiamente dicho, recibió el cristianismo en un período muy tem­prano, tal vez de labios de los soldados que habían sido encadenados al apóstol Pablo en Roma, y que, después de su conversión al cristianismo, habían sido estacionados en la isla. Los romanos habían inva­dido por primera vez las Islas Británicas el año 55 a. de J.C., bajo Ju­lio César. Después del retiro de las tropas romanas en él siglo V por las invasiones tribales que amenazaban Roma, las islas fueron invadidas por los anglos, los sajones y los yutes. Siete estados principales se desarrollaron (la heptarquía), hasta que se unieron bajo Egberto en 827 en un solo reino, tierra de anglos o Inglaterra.

Mientras tanto, la Iglesia Católica Romana había enviado a Agus­tín el monje como misionero en 596 a. de J.C., y por 664 el cristianismo de tipo romano se había hecho dominante. Después de un período de lucha en la que rigieron revés ingleses y daneses intermitentemente, la isla fue invadida en 1066 por Guillermo I de Normandía, quien ob­tuvo el reinado al derrotar al rey Haroldo en la batalla de Hastings. Guillermo estableció la norma de actitud que Inglaterra tendría en lo general hacia la supremacía papal. En una carta el papa Gregorio II se negó a rendir lealtad al papa, aunque consintió en enviar donativos financieros. Cuidadosamente, él limitó la influencia de Roma sobre la iglesia inglesa, casi al punto de negar la autoridad eclesiástica del e. papa. Entre Guillermo (m. 1087) y Enrique VII (m. 1509), los reyes ingleses obedecieron y desafiaron a los papas alternadamente. Durante la Guerra de los Cien Años, cuando los papas estaban viviendo en Francia y bajo la influencia del enemigo de Inglaterra, el rey Eduardo III y el parlamento aprobaron los estatutos de "provisores" y "paremuniré" en 1351 y 1353, respectivamente, limitando la influencia pa­pal en Inglaterra. En el mismo siglo Juan Wycliffe y sus lolardos se opusieron activamente al papado romano. En 1450 estalló la Guerra de las Rosas, una guerra civil entre los nobles para determinar quién sería, sucesor del trono. El vencedor en 1485 fue Enrique Tudor, quien obtuvo considerable poder real por causa de los fuertes nobles que ha­bían sido matados en la guerra civil y por haberse casado con la he­redera de la Casa de York, 11 principal rival. El se convirtió en Enri­que VII y en cabeza de la línea inglesa que dio dirección a la reforma en esa tierra.

Raíces de la Reforma

La reforma en Inglaterra no fue causada por el divorcio de Enrique VIII como algunos sugieren. Eso proporcionó la ocasión,como ya se mencionó en el párrafo anterior, por siglos Inglaterra ha­bía tirado de las cuerdas que la ataban a la silla papal. El principio de la reforma en Inglaterra no puede describirse como proveniente de la convicción doctrinal. El fermente de las enseñanzas de Wycliffe los lolárdos y los ataques indirectos de los humanistas a Roma, ayudaron la preparación de la gente para un catolicismo no romano El fuerte espíritu nacionalista que envolvía a Inglaterra desarrolló una parte importante para impedir la fuerte oposición a los cambios eclesiásticos que Enrique VIII introdujo.

La Ocasión de la Reforma para romper con el Papa

El principal impulsor de la revuelta inglesa contra el control pa­pal fue el mismo soberano, Enrique VIII. A pesar de la inclinación tardía a cambiar de esposas, hubo otros factores, además de los coquetos ojos de Ana Bolena, que lo impulsaron a un rompimiento con la silla papal. El problema empezó cuando el padre de Enrique arregló el matrimonio entre Arturo (el hermano mayor de Enrique VIII) y Catalina, la hija menor de Fernando e Isabel de España. Tal unión fortalecería el dominio de la línea Tudor sobre el trono inglés, y se pen­saba que era necesaria. La boda se efectuó el 14 de noviembre de 1501, pero Arturo murió el 2 de abril de 1502. Puesto que todavía se deseaba una unión entre las dos naciones, se arregló que el joven En­rique se casara con Catalina. El papa Julio II, bajo presión de Ingla­terra y España, concedió una dispensa con serias dudas, y la boda se celebró el 11 de junio de 1509. Debe decirse quería misma Catalina declaró posteriormente en solemne juramento que ella de hecho nun­ca había sido la esposa de Arturo.

Aparentemente Enrique VIII nunca se apartó del sentimiento de que el matrimonio era un pecado, puesto que la ley canónica prohibía a uno casarse con la viuda de su hermano. El único vástago que sobrevivió al matrimonio fue María, nacida en 1516; cuatro niños antes del nacimiento de ella, y varios después, o nacieron muertos o murie­ron en la primera infancia, Esto significaba que Enrique no teñía heredero varón. Puesto que la línea Tudor acababa de ganar el trono y puesto que Inglaterra podría resentirse con una soberana, se temía que la ausencia de un heredero varón trajera una revolución. Enrique decidió hacer que el papa declarara nulo el matrimonio con Catalina, para así permitirle otro matrimonio, en un esfuerzo por conseguir un heredero varón. El papa posponía complacer a Enrique, dado que el sobrino de Catalina era el. Emperador Carlos V de España, que se ne­gaba a permitir que el papa hiciera tal cosa. Cuando en 1529 el representante papal dio clara evidencia de la negativa papal, Enrique pro­puso deliberdamente separar a Inglaterra del gobierno eclesiástico romano. Mediante falsa acusación y coerción, Enrique consiguió la legislación del Parlamento en 1534, que separaba a Inglaterra del gobierno papal y declaraba a Enrique la cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra. Mientras tanto, en enero de 1533, Enrique se había casado con Ana Bolena, y tan pronto como Tomás Cranmer fue consagrado como arzobispo de Canterbury, el matrimonio con Catalina fue declarado nulo.

Además de Ana Bolena, entre 1533 y su muerte en 1547, Enrique se casó con Jane Seymour (1536), Ana de Cleves (1540), Catalina Howard (1540), y Catalina Parr (1543). Los principales sucesos durante los últimos años de la reforma de Enrique fueron: la confisca­ción de la propiedad monástica; la publicación de la Biblia de Tyndale, y después, mediante la influencia de Tomás Cranmer y Tomás Cromwell, la amplia circulación de una traducción inglesa de la Biblia basada en las obras de Tyndale y Miles Coverdale; la prepara­ción de Diez Artículos por Enrique que tenían el propósito de apartar a la gente de las supersticiones romanas; y la publicación de Seis Ar­tículos, que identificaban la Iglesia de Roma como enteramente Cató­lica Romana en doctrina, aúneme en todas las cosas (excepto la ordenación) bajo la dirección del soberano de Inglaterra. Tal era la condi­ción de la reforma cuando Enrique murió el 28 de enero de 1547.

La Siguiente Reforma Bajo los Tudor (1534-1603)

Debe recordarse que Enrique VII empezó la línea Tudor en Inglaterra. Los hijos de su hijo (Enrique VIII) completaron esa línea. Ellos fueron Eduardo VI (el hijo de Enrique con Jane Seymour), que reinó de 1547 a 1553; María Tudor (hija de Enrique con Catalina), que reinó de 1553 a 1558; e Isabel (hija de Enrique con Ana Bolena), que reinó desde 1558 hasta 1603. El principio de la reforma bajo Enri­que VIII ya se ha bosquejado antes.

La Reforma Bajo Eduardo VI (1547-53). — Enrique VIII aparentemente preveía más reforma eclesiástica, porque el Concilio de Re­gencia que había provisto con su testamento para el rey Eduardo VI de nueve años, estaba compuesto de hombres conocidos por sus con­ceptos reformadores. El nuevo Duque de Somerset fue hecho Lord Protector y se inclinó cautelosamente hacia una reforma continua. El clero estaba instruido para predicar contra las usurpaciones de los obispos romanos, y la revisión mostraba una deplorable ignorancia religiosa entre el clero establecido, que hacía imposible que pudieran cumplir con un efectivo ministerio de predicación. Los Seis Artículos de Enrique VIII fueron revocados, junto con la mayoría de las otras leyes heréticas. Se permitió el matrimonio de los clérigos, y se aseguró el gobierno real sobre la iglesia en Inglaterra. En 1549 se preparó e hizo circular el primer libro de oraciones del Rey Eduardo VI, junto con una Acta de Uniformidad que prescribía su uso, que reflejaban la doctrina y el ritual católico romano. Después de la substitución de Somerset por el Duque de Northumberland (aunque, sin el título oficial de Protector), sé hizo una revisión del libro de oraciones (1552) que reflejaba el pensamiento protestante. El siguiente mes se preparó un credo conocido como los Cuarenta y Dos Artículos, que era toda­vía más protestante que el libro de oraciones. El 6 de julio de 1553 mu­rió Eduardo, y a pesar de las maquinaciones de Northumberland, María, la hija mayor de Enrique VIII lo sucedió en el trono como rei­na de Inglaterra.

Reforma Bajo María (1553-58). —María subió al trono determinada a tomar venganza sobre los que habían declarado nulo el matri­monio de su madre con Enrique, —hacer volver a Inglaterra al seno de la Iglesia Católica Romana—, y a descargar el juicio de Dios sobre los herejes que amaban a Inglaterra más que a Roma. En 1553 el cardenal Pole fue enviado por el papa como delegado ante Inglaterra, y bajo su dirección todo vestigio de reforma eclesiástica puesta en movi­miento por Enrique VIII y Eduardo VI fue borrado de los libros de derecho El 30 de noviembre de 1554 Inglaterra fue restaurada a la Iglesia Católica Romana. El sufrimiento y la muerte ya habían empezado.

Pocos meses después los obispos Ridley y Latimer fueron quemados por herejes, y muy pobo después el Arzobispo Tomás Cranmer sufrió la misma suerte. Los historiadores opinan que la quema de esos tres di­rigentes, junto con aproximadamente otros trescientos durante los cinco años de reinado de María, hicieron de Inglaterra una nación protestante. En julio de 1554, María se casó con Felipe II de España, que pronto sería rey de España, pero ella murió sin heredero.

Reforma Bajo Isabel (1558-1603. — Isabel, hija de Enrique con Ana Bolena, fue la última de la línea Tudor. Es de sorprender que hubiera vivido hasta conseguir el trono. La razón para compadecerse de ella fue puramente política. Felipe de España reconocía que si algo le pasaba a Isabel, entonces María, reina de los escoceses, y esposa de Francisco II de Francia, sería la sucesora de la corona inglesa. Esto hubiera significado que Inglaterra, Escocia y Francia se hubieran unido bajo una corona, una preponderancia de poder continental' que
Felipe temía mucho. Su padre, el emperador, pensaba que Isabel sería asesinada a pesar de posible sucesión, y demasiado tarde para llevar­ lo a cabo, Felipe llegó a la misma conclusión. Era una conclusión inevitable que Isabel seria antiromana, puesto que el papa había declarado que su madre no era legítimamente la esposa de Enrique VIII. Ella había sido educada bajo el obispo Hooper, que era fuertemente calvinista en sus ideas doctrinales.
Isabel se movió lentamente al principio, pero en 1559, con considerable oposición, el Parlamento aprobó la legislación que reconocía a Isabel como suprema gobernadora de la iglesia, y aun con mayor po­der eclesiástico que el que su padre había conocido. Ella obró cuida­dosamente para acabar de demoler toda la estructura que en favor de Roma, María había erigido. En 1559, mediante un Acta de Unifor­midad, Isabel ordenó nuevamente el uso del segundo libro de oracio­nes de Eduardo
VI, con unas pocas enmiendas.

Menos de doscientos de los novecientos clérigos católicos roma­nos se negaron a dar su voto de fidelidad a Isabel, pero todos los obis­pos de María estaban, incluidos en la minoría. El cardenal Pole había muerto muy poco después de María, así que para tener una sucesión que no fuese romana, Isabel consiguió cuatro obispos que habían sido consagrados bajo Enrique VIII y Eduardo VI, para que impusieran las manos sobre Mateo Parker y lo consagraran como Arzobispo de Canterbury. La iglesia de Inglaterra argumenta que la continuación de la "sucesión fue válida bajo la ley eclesiástica, mientras que el papa ha decidido oficialmente que esta sucesión es nula. En 1563 los Cuarenta y Dos Artículos de Eduardo fueron revisados y publicados como los Treinta y Nueve Artículos (aunque los veintinueve artículos fue-ron suprimidos hasta 1571 por razones políticas), y estos artículos se han convertido en la declaración doctrinal oficial. Muestran tendencia al calvinismo.

En 1570 Isabel fue excomulgada y depuesta por la Iglesia Romana, que declaró su reino una meta adecuada para cruzadas de los fie­les. En 1587, María, reina de los escoceses, fue ejecutada por una pre­tendida complicidad en una conspiración para derrocar a Isabel.
Como resultado de estos sucesos, Felipe
II, ahora soberano de España,
reunió una flota de barcos, y el 12 de julio de 1588 la Armada Espa­ñola se hizo a la mar para capturar Inglaterra. Fue derrotada por la superioridad de los marinos y el equipo de la marina inglesa, aunque las tormentas ayudaron después a destruir muchos de los barcos invasores.

A la muerte de Isabel en 1603, Inglaterra tenía un fuerte gobier­no protestante. Esto no significaba, sin embargo, que se permitía la disensión, porque la disensión religiosa no era diferente de la rebelión, civil en un ambiente en que la iglesia y el estado estaban unidos en un solo soberano.

Reforma en Inglatrra Bajo María (1553-58).

María subió al trono determinada a tomar venganza sobre los que habían declarado nulo el matri¬monio de su madre con Enrique, —hacer volver a Inglaterra al seno de la Iglesia Católica Romana—, y a descargar el juicio de Dios sobre los herejes que amaban a Inglaterra más que a Roma. En 1553 el cardenal Pole fue enviado por el papa como delegado ante Inglaterra, y bajo su dirección todo vestigio de reforma eclesiástica puesta en movi¬miento por Enrique VIII y Eduardo VI fue borrado de los libros de derecho El 30 de noviembre de 1554 Inglaterra fue restaurada a la Iglesia Católica Romana. El sufrimiento y la muerte ya habían empezado.
Pocos meses después los obispos Ridley y Latimer fueron quemados por herejes, y muy pobo después el Arzobispo Tomás Cranmer sufrió la misma suerte. Los historiadores opinan que la quema de esos tres di¬rigentes, junto con aproximadamente otros trescientos durante los cinco años de reinado de María, hicieron de Inglaterra una nación protestante. En julio de 1554, María se casó con Felipe II de España, que pronto sería rey de España, pero ella murió sin heredero.
Reforma Bajo Isabel (1558-1603. — Isabel, hija de Enrique con Ana Bolena, fue la última de la línea Tudor. Es de sorprender que hubiera vivido hasta conseguir el trono. La razón para compadecerse de ella fue puramente política. Felipe de España reconocía que si algo le pasaba a Isabel, entonces María, reina de los escoceses, y esposa de Francisco II de Francia, sería la sucesora de la corona inglesa. Esto hubiera significado que Inglaterra, Escocia y Francia se hubieran unido bajo una corona, una preponderancia de poder continental' que
Felipe temía mucho. Su padre, el emperador, pensaba que Isabel sería asesinada a pesar de posible sucesión, y demasiado tarde para llevar¬ lo a cabo, Felipe llegó a la misma conclusión. Era una conclusión inevitable que Isabel seria antiromana, puesto que el papa había declarado que su madre no era legítimamente la esposa de Enrique VIII. Ella había sido educada bajo el obispo Hooper, que era fuertemente calvinista en sus ideas doctrinales.
Isabel se movió lentamente al principio, pero en 1559, con considerable oposición, el Parlamento aprobó la legislación que reconocía a Isabel como suprema gobernadora de la iglesia, y aun con mayor po¬der eclesiástico que el que su padre había conocido. Ella obró cuida¬dosamente para acabar de demoler toda la estructura que en favor de Roma, María había erigido. En 1559, mediante un Acta de Unifor¬midad, Isabel ordenó nuevamente el uso del segundo libro de oracio¬nes de Eduardo VI, con unas pocas enmiendas.
Menos de doscientos de los novecientos clérigos católicos roma¬nos se negaron a dar su voto de fidelidad a Isabel, pero todos los obis¬pos de María estaban, incluidos en la minoría. El cardenal Pole había muerto muy poco después de María, así que para tener una sucesión que no fuese romana, Isabel consiguió cuatro obispos que habían sido consagrados bajo Enrique VIII y Eduardo VI, para que impusieran las manos sobre Mateo Parker y lo consagraran como Arzobispo de Canterbury. La iglesia de Inglaterra argumenta que la continuación de la "sucesión fue válida bajo la ley eclesiástica, mientras que el papa ha decidido oficialmente que esta sucesión es nula. En 1563 los Cuarenta y Dos Artículos de Eduardo fueron revisados y publicados como los Treinta y Nueve Artículos (aunque los veintinueve artículos fue-ron suprimidos hasta 1571 por razones políticas), y estos artículos se han convertido en la declaración doctrinal oficial. Muestran tendencia al calvinismo.
En 1570 Isabel fue excomulgada y depuesta por la Iglesia Romana, que declaró su reino una meta adecuada para cruzadas de los fie¬les. En 1587, María, reina de los escoceses, fue ejecutada por una pre¬tendida complicidad en una conspiración para derrocar a Isabel.
Como resultado de estos sucesos, Felipe II, ahora soberano de España,
reunió una flota de barcos, y el 12 de julio de 1588 la Armada Espa¬ñola se hizo a la mar para capturar Inglaterra. Fue derrotada por la superioridad de los marinos y el equipo de la marina inglesa, aunque las tormentas ayudaron después a destruir muchos de los barcos invasores.
A la muerte de Isabel en 1603, Inglaterra tenía un fuerte gobier¬no protestante. Esto no significaba, sin embargo, que se permitía la disensión, porque la disensión religiosa no era diferente de la rebelión, civil en un ambiente en que la iglesia y el estado estaban unidos en un solo soberano.

Aparición los Puritanos como reacción de convicción

Por el rápido oscilar de las ideas religiosas reales, no es de sor­prender que el pueblo no cambiara rápidamente sus convicciones re­ligiosas para concordar. Esto era particularmente cierto en el caso de los que habían estado expuestos a los movimientos continentales de reforma, donde las convicciones eran mucho más profundas e influ­yentes que en la isla de Inglaterra.

Ya para 1550 los obispos Hooper y Ridley (ambos quemados después por María Tudor) revelaron su repugnancia por las supersti­ciones papales y las prácticas no escriturarias. La dirección inversa de las demandas religiosas reales bajo el gobierno católico de María Tu­dor (1553-58) hizo huir a veintenas de dirigentes protestantes en bus­ca de seguridad al continente. Muchos de ellos entraron en contacto con el sistema de Calvino en Suiza. Por esta doctrina se convencieron de que la adoración debe contener sólo esos elementos que fueron distintivamente enunciados en las Escrituras. Tal principio socavaba las numerosas prácticas católicas romanas que descansaban sencilla­mente en la tradición, y en muchos casos hacía caso omiso de las co­sas que los luteranos habían retenido, porque Lutero había decidido seguir con las prácticas y galas tradicionales en la adoración a menos que fueran prohibidas expresamente en las Escrituras. Así, cuando un soberano protestante subió al trono inglés en 1558, muchos de los exilados regresaron a su propio país para favorecer un protestantismo más radical que la medianera reforma inglesa.

Ellos demandaban la eliminación de los elementos papales en el culto, tales como la adoración de la hostia, al arrodillarse en la Cena, la retención del sacerdote en vez del ministro, y otras de las adherencias que la tradición había añadido a las enseñanzas escriturarias. Para 1564 estos reformadores eran conocidos como puritanos en el vocabu­lario popular, por su deseo de purificar la reforma inglesa. Fueron alentados por varios de los arzobispos de Canterbury, que eran puri­tanos de hecho, aunque no de nombre. Uno de los maestros de Cambridge, Tomás Cartwright, habló sin ambages declarando que el siste­ma de Calvino era de origen y autoridad divinos, y aunque fue echa­do de su puesto por el arzobispo Whitgift, fue muy influyente después por el año 1572, al convertir a los hombres a los conceptos puritanos y al unirlos en esta norma.

Desde este tiempo hasta que muchos de ellos se unieron en el movimiento wesleyano del siglo XVIII, los puritanos tuvieron una parte muy importante en la vida religiosa inglesa. Ellos, junto con los separatistas y los bautistas, son introducidos aquí porque se hará referencia a ellos en el predominio del primer rey Estuardo, que empe­zó en 1603.

El Desarrollo del Separatismo contra los símbolos

Era inevitable que algunos no estuvieran satisfechos con los es­fuerzos por sencillamente purificar la iglesia establecida. Al otro lado del canal, en el Continente, los luteranos se habían separado de la Iglesia Romana, y por el tratado de Augsburgo de 1555, había sido, re­conocida oficialmente su separación. Los radicales, los zwinglianos, los calvinistas, y muchos otros en el continente, habían rechazado las pretensiones de autoridad de la Iglesia Romana, y habían apelado a las Escrituras como su única guía. Ya las Escrituras estaban disponibles
en el idioma inglés. En 1525-26 Guillermo Tyndale desde su exilio en el Continente, había hecho una traducción inglesa del Nuevo Testa­mento y la había metido de contrabando a Inglaterra. Apresado y matado en 1535 por la Iglesia Católica Romana por causa de su traduc­ción, sus últimas palabras fueron de oración a Dios para que abriera los ojos del rey de Inglaterra.

La oración fue contestada el siguiente año. Enrique ya había roto con la Iglesia Romana y permitido a Miles Coverdale que traduje­ra toda la Biblia al idioma inglés. La Biblia de Matthew fue publica­da en 1537 y la Gran Biblia en 1539. Propiamente, estas últimas tres traducciones inglesas casi reprodujeron la de Tyndale. Tal vez Dios había abierto los ojos del rey para que permitiera la amplia circula­ción. La lectura de las Escrituras en la lengua inglesa por el pueblo común sembró la semilla de lo que llegó a ser la segunda reforma de Inglaterra.

Ya para 1567, después que el Arzobispo Mateo Parker había demandado conformidad a los símbolos de la iglesia establecida en In­glaterra, las autoridades apresaron a un grupo de separatistas de Lon­dres bajo la dirección de Ricardo Fitz: Eran de tipo congregacional, aunque es difícil estimar cuánto había progresado su organización. Por 1580 un franco ministro puritano, Roberto Browne, adoptó los principios separatistas y con Roberto Harrison fundó una iglesia inde­pendiente en Norwich, el siguiente año. Browne huyó de la persecu­ción a los Países Bajos y publicó tres tratados que han permanecido como una exposición de los conceptos básicos de los congregacionalistas, aunque Browne regresó a la iglesia establecida. En 1587 Enrique Barrowe y Juan Greenwood fueron aprisionados por separatismo, y por sus tratados Francisco Johnson, puritano y enemigo del separatis­mo, fue ganado para sus principios. En 1592 Johnson se convirtió en pastor de una iglesia congregacional organizada en Londres, pero el siguiente año, por causa de la creciente persecución que hizo morir a Barrowe y Greenwood, Johnson fue obligado a huir a Amsterdam, donde fue pastor de una congregación.

Pronto vino a Amsterdam una segunda iglesia separatista. Un grupo de separatistas de Gainsborough, Inglaterra, entre cuyos diri­gentes estaban Tomás Helwys y Juan Murtón y después Juan Smyth. Huyeron a Amsterdam por el año 1607 y formaron otra iglesia inde­pendiente en esa ciudad. Fuera de este grupo surgió un nuevo tipo de biblicismo, que será discutido poco después bajo el encabezado de Bautistas Ingleses. Una tercera congregación independiente que huyó de Inglaterra por 1607 se estableció en Leyden, después de detenerse primero en Amsterdam. Este grupo había venido de Scrooby Manor, no lejos de Gainsborough, y era guiado por hombres con nombres tan familiares como Guillermo Bradford, Guillermo Brewster y Juan Robinson. De ellos salieron los peregrinos que emigraron a Nueva In­glaterra en 1620.

Bautistas Ingleses durante el rey Jaime I

Bautistas Ingleses

El pastor de la segunda iglesia separatista de Amsterdam fue Juan Smyth, que había sido discípulo de Francisco Johnson, pastor de la primera iglesia separatista de la misma ciudad. Smyth había sido criado en la Iglesia de Inglaterra bajo Elizabeth, y en 1600 había sido nombrado predicador en la ciudad de Lincoln. Después de un serio es­tudio de las Escrituras decidió en 1606 dejar la iglesia establecida y unirse a los separatistas.

Era una ocasión peligrosa para decidir eso. Jaime I había deter­minado echar de la tierra a los inconformes. Smyth se unió al grupo de Gainsborough y con ellos huyó a Amsterdam por 1607. Aquí Smyth llegó a la convicción de que las Escrituras debían ser la única guía de fe y práctica y que las Escrituras demandaban el bautismo solamente de los creyentes. Esto, por supuesto, iba más lejos de lo que la otra iglesia independiente de Amsterdam creía, y contribuyó a producir una separación entre las dos iglesias. Por 1609 Smyth se bautizó a sí mismo (por aspersión) y a otros treinta y seis, y formó la primera igle­sia inglesa en sostener el bautismo de los creyentes. Smyth y unos cuantos seguidores, parecen haber dudado pronto de su autoridad para bautizar, así que solicitaron admisión a la iglesia menonitá cerca­na. Smyth murió antes de ser admitido a su comunión, pero finalmen­te algunos fueron recibidos.

Por otra parte, Tomás Helwys y Juan Murtón, con la minoría, regresaron a Inglaterra para formar la Primera Iglesia Bautista en sue­lo inglés, por 1611-12. Aquí Helwys publicó su famoso alegato por la libertad de conciencia en un pequeño libro, Una Breve Declaración del Misterio de la Iniquidad. El dirigió la dedicatoria al rey Jaime I, declarando osadamente que el rey era un hombre, no Dios, y que aunque sus súbditos le debían fidelidad política, cada hombre era responsable sólo ante Dios en cosas espirituales. Helwys fue hecho prisione­ro en Newgate, y probablemente murió allí. Murtón llegó a ser pastor y dirigente de esta primera iglesia bautista. Para el tiempo de la muer­te de Jaime I en 1625, había seis o siete de estas iglesias bautistas pri­mitivas, y al final del período (1648) como cincuenta iglesias con tal vez de diez a quince mil miembros. Por la influencia de su ambiente en Holanda ellos sostuvieron lo qué se conoce como "expiación gene­ral", es decir, la doctrina de que Cristo murió por todos los hombres, no en particular por unos cuantos. Por esta razón han sido conocidos como Bautistas Generales. Al principio eran llamados anabautistas por su rechazamiento del bautismo infantil, pero ellos rechazaron el nombre. Fue el primer grupo inglés en defender la completa liber­tad religiosa. Después de 1644 fueron llamados bautistas.

Los calvinistas ingleses o bautistas particulares generalmente tie­nen la fecha de 1638. En 1616 Henry Jacob organizó en Londres una iglesia separatista o independiente. Varios cismas surgieron bajo los pastores siguientes. En 1638 un grupo se separó por su convicción de que sólo los creyentes deberían ser bautizados. Con otros, estos forma­ron en 1638 la primera Iglesia Bautista Calvinista de Inglaterra, bajo la dirección pastoral de Juan Spilsbury. Después fueron llamados Bautistas Particulares por su creencia en una expiación limita­da—Cristo murió sólo por los elegidos. Al final del período había más de siete Iglesias Bautistas Particulares en Inglaterra. Algunos de sus dirigentes sobresalientes fueron Guillermo Kiffin, Hanserd Knollys, y Juan Bunyan.

Reacción contra los mo­vimientos de reforma de Lutero y de otros

EL AVIVAMIENTO CATÓLICO ROMANO

La palabra "contrarreforma" que se aplica algunas veces a la ac­tividad de la Iglesia Católica Romana durante este período, no es completamente exacta. Es mejor llamarla sencillamente el avivamiento católico romano. Por supuesto, es cierto que la dirección tomada por la Iglesia Católica Romana obedeció a, y reaccionó contra los mo­vimientos de reforma de Lutero y de otros. De hecho es difícil juzgar si la Iglesia Católica Romana fue herida o bendecida por el movi­miento conocido como La Reforma. Los sucesos de este período puede ser que hayan salvado a la Iglesia Católica Romana de la completa decadencia interna y del provincialismo, en un tiempo en que el mun­do estaba en rápida expansión. Ciertamente, sin el estímulo y la rede­finición que surgieron del conflicto con los reformadores, la Iglesia Romana hubiera estado mal preparada para enfrentar lo que le es­peraba en un mundo nuevo y más grande.

El Fondo del Avivamiento Católico Romano

Movimientos Nacionales de Reforma. — Ya se ha hecho notar que os concilios reformadores qué apuntaban a la Iglesia Romana en el si­glo XV fracasaron por la oposición papal. Los papas nunca jamás han tenido que tratar con concilios reformadores antagonistas como los de Pisa y Constanza. Mediante la manipulación de la constitución, de la .agenda, y del método de votación, los papas han podido gobernar los subsiguientes concilios y sus decisiones.

Un nuevo mundo nació en el siglo XV. Hasta entonces las princi­pales luchas de la Iglesia Católica Romana habían sido con su contra­parte en la esfera política, el Santo Imperio Romano. El ideal de un imperio político universal estaba muriendo, sin embargo, y en su lu­gar vino la aparición de un fuerte espíritu nacionalista. El papado se vio forzado ahora a habérselas con estados soberanos. Francisco I (1515-47), el rey francés durante la Reforma, pudo en alto grado gobernar la iglesia y el estado en su país. Debe recordarse que des­pués del fracaso del Concilio de Basilea, Carlos VII de Francia, junto con los nobles y el clero, promulgó en 1438 la Sanción Pragmática de Bourges, que estipulaba suficiente control estatal para impedir algunos abusos papales. Inglaterra, bajo Enrique VIII (1509-47) ejerció considerable control estatal sobre la iglesia antes de su rompimiento con Roma en 1534. Los estados alemanes, abrumados por príncipes eclesiásticos y retardados por tácticas papales divisivas, no poseían unidad política nacional y continuaron sufriendo bajo los abusos pa­pales, observando todo el tiempo a los estados más afortunados que los que los rodeaban. No es de sorprender que la Reforma se extendiera como fuego en esta atmósfera.

Tal vez el área más significativa en la aparición de los estados nacionales fue la de España. Se desarrolló rápidamente. Se unió en 1469 por el matrimonio entre Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, y se extendió mediante subsecuentes conquistas. Por medio de la represión de todas las fuerzas disidentes dentro de la península, y moviéndose con osadía y firmeza en la política europea, Fernando e Isabel contribuyeron para dejarle a su nieto, Carlos I, el gobierno más fuerte del Continente. Aunque no había evidencias de sublevación en España contra el control papal, la pareja soberana reconocía la nece­sidad de mantener la integridad del estado al tratar con la Iglesia Ro­mana. Al asumir el control de la Iglesia Romana en su estado, Fernan­do e Isabel dirigieron sus esfuerzos a la purificación y fortalecimiento del clero y a mantener, tanto como fuera posible, el concepto medie­val de la soberanía papal. El rey español (Carlos) se convirtió en el Santo Emperador Romano en 1519, y en la Dieta de Worms se decla­ró decidido a mantener las normas medievales del catolicismo romano que sus antepasados habían conocido. La historia de la Iglesia Roma­na durante este período se vio grandemente ensombrecida por los conflictos entre el emperador, decidido a proteger la antigua Iglesia Católica Romana y su pura doctrina, y prácticamente cualquier otro poder, incluyendo a los papas.

Preparando el camino para Carlos, y en muchos sentidos consti­tuyendo la inspiración del tipo español de reforma, estaba Jiménez de Cisneros (1436-1517). Educado en España y en Roma, Jiménez era talentoso, consagrado, incansable e inhumano. Escogido como confesor por la reina Isabel, Jiménez fue nombrado arzobispo de To­do y canciller de Castilla, a pesar de sus aparentemente sinceras protestas para aceptar el alto puesto. Uniendo la autoridad real y la eclesiástica, Jiménez fundó la Universidad de Alcalá (Complutum) y arreglo la producción de la Políglota Complutense, en la que el Antiguo Testamento era impreso en hebreo, griego y latín, y el Tárgum de los primeros cinco libros de la Biblia, mientras que el Nuevo Testamento tenía el texto en griego y latín. Erasmo publicó su Nuevo Testamento griego en 1516, pero Jiménez ya había impreso su texto para B15, aunque el permiso papal para su publicación demoró su aparición hasta 1520.

Jiménez ordenó que todos los mahometanos de España, que se habían asentado allí después que Carlos Martel los había hecho retroceder de Francia en 732, se volvieran cristianos o fueran desterrados. Los demás, la rígida disciplina de Jiménez se dice que lo indujo a echar l España a un millar de monjes, antes de su muerte en 1517. Su celo aspiró un avivamiento teológico y complementó la obra de Torquemada en la observancia de la Inquisición, que la corona había empezado en 1480. De esta manera España ya había instituido un tipo de reforma de la Iglesia Romana en los últimos años del siglo XV, pero era principalmente un movimiento nacionalista, fuertemente medieval e intolerante. Ningún movimiento de reforma protestante empezó sobrevivió en este reino durante el período de reforma.

El Humanismo y la Iglesia Romana.Otro factor que afectó la Iglesia Católica Romana en su relación con el movimiento de reforma fue la obra de los humanistas. Escudriñando, como ellos lo hicieron su los escritos antiguos, tanto cristianos como clásicos, estos hombres rieron la gran diferencia entre el movimiento cristiano primitivo y la iglesia Romana contemporánea. Puede haber poca duda de que los humanistas de todos los países prepararon el camino para la reforma protestante. Algunos de ellos se le unieron; otros más permanecieron dentro del marco de la Iglesia Católica Romana y se atrevieron a instalarla a dirigirse a la eliminación de los abusos y la superstición. Desiderio Erasmo de Rotterdam (1466-1536), indudablemente el humanista sobresaliente del Continente, realmente sugirió un plan para la clase apropiada de reforma. Por años él había estado atacando las leyendas supersticiosas del catolicismo romano contemporáneo, y sus escritos se parecían tanto a los de Lutero que después fue obligado a ne­gar que él era autor de algunos de los tratados de Lutero. Erasmo que­ría una reforma sin violencia ni malos sentimientos. El sugería que los sacerdotes sencillamente fueran educados de la manera correcta y que entonces enseñaran a la gente un tipo puro de cristianismo. Sus esfuerzos no triunfaron. En su mayor parte, el humanismo no desea­ba meterse en una revolución para obtener la reforma, y aparentemen­te se necesitaba una revolución.

La Piedad Católica Romana y la Reforma.En el escalón más alto de la Iglesia Romana había un genuino interés por el fortalecimien­to de la vida espiritual de ese cuerpo. En el mismo año que Lutero pu­blicó sus tesis, un grupo de católicos italianos formó el Oratorio del Divino Amor, una sociedad de tipo devocional con el propósito de pro­fundizar la vida espiritual y eliminar los abusos. Entre sus miembros estaba Caraffa (quien después llegó a ser el papa Pablo IV) y Sadoleto (que trató de atraer de nuevo a Ginebra al redil católico cuando Calvino fue exilado a Estrasburgo). Esta piedad, debe hacerse notar, estaba canalizada a la lealtad a la antigua institución.

Reacción Papal a los Esfuerzos cíe Reforma Antes de 1540

Los fuertes pero fallidos esfuerzos por reformar el papado me­diante concilios aparentemente fueron desperdiciados. Los papas si­guientes parecieron considerar el fracaso de los concilios como un voto de confianza en los métodos sin escrúpulos y en la vida descuida­da de los papas anteriores, y también como una evidencia de que los abusos generales de doctrina y práctica eran de menor interés. Ya se ha mencionado la vida licenciosa de Pío II (1458-64), Sixto IV (1471-84), y Alejandro VI (1492-1503). Julio II (1503-13) encontró necesa­rio convocar a un concilio general como un medio de derrotar un con­cilio reformador del rey de Francia y del emperador en 1510. El con­cilio se reunió en Roma en 1513, poco después de la muerte de Julio. Tuvo felices resultados para el papado. Los cardenales franceses que habían criticado severamente las corrupciones papales fueron pacifi­cados. Más importante aún: en 1516 se alcanzó una nueva compren­sión entre el papa León X (1513-21) y Francisco I de Francia, por la cual la Sanción Pragmática de 1438 fue abrogada y el rey y el papa consintieron en compartir las riendas eclesiásticas de Francia. Después de aprobar este acuerdo el concilio se disolvió en marzo de 1517; en octubre de ese año estalló la reforma luterana.

Aunque tardía en aparecer, una bula papal de noviembre 9 de 1518 corrigió algunos de los peores abusos. Debe recordarse que la esencia de las protestas primitivas de Lutero consistía en la negación de que las indulgencias pudieran perdonar la culpa sin arrepentimiento. Este punto cardinal fue concedido por la bula papal. También fíja­la autoridad papal como inmediata a la tierra solamente, aunque concedía considerable influencia a las peticiones del papa por las al­mas en el purgatorio, por los méritos de Cristo y de los santos. Esta bula no representó una concesión a Lutero ni una revisión de la doctrina católica romana. Lo contrario era lo cierto. El papa había hecho ahora explícitas declaraciones de la ortodoxia católica romana, a menos que las atacara, Lutero sería condenado por anarquía eclesiástica tanto como por defección doctrinal. Empezaron a formarse las líneas en cada lado de la controversia. Apareció un considerable cuerpo de literatura, alguna atacando y alguna defendiendo al gobierno y doctrina católicos romanos. Hasta Enrique VIII dé Inglaterra, después Erasmo, escribieron como defensores de la fe.

El breve pontificado de Adriano VI (1522-23) hizo poco, excepto apoyar fingidamente la reforma. Clemente VII (1523-34) aprobó la tradicional costumbre de aplastar a los disidentes eclesiásticos marcándolos con hierro como herejes listos para la hoguera, y de combatir a los príncipes protestantes por el recurso de alianza política. Su juicio frecuentemente era muy pobre. Su apoyo al rey Francisco I de Francia realmente ató las manos del emperador Carlos V de España, cuando Carlos estaba dispuesto y podía matar al joven y débil movimiento luterano. La influencia del "equilibrio de poder" político de Clemente, dirigido contra los crecientes Hapsburgo durante el período critico de la reforma, es posible que haya salvado la reforma protestante. En 1527, enojado por las tácticas de Clemente, Carlos permitió que un ejército invadiera Italia y tomara prisionero al papa, las penalidades de lo cual probablemente apresuraron la muerte de Clemente.

Su sucesor, Pablo III (1534-49), obró cuidadosamente. De entre filas del Oratorio del Divino Amor y de otras conocidas como favorecedoras de la reforma limitada para suprimir los abusos, él nombró varios nuevos cardenales: Caraffa, Sadoleto, Pole y Cantarino, y formó una comisión bajo su dirección para investigar e informar sobre la necesidad de una reforma. Aunque el informe de 1538 no fue inme­diatamente efectivo para producir acción, la preparación del mismo y el entrenamiento dado a los hombres que pronto tendrían los pues­tos más altos de dirección en la Iglesia Romana, lo hicieron significati­vo. Muchas de las ideas de este informe fueron incluidas en la acción' tomada por el Concilio de Trento.

Decisión Final Católica Romana sobre la Reforma

Decisión Final Católica Romana sobre la Reforma

La Iglesia Romana vaciló brevemente. ¿Debería intentar conciliar a los luteranos o condenarlos inequívocamente? Algunos, como Contarini, al recordar el esfuerzo hecho por Felipe Melanchton en Augsburgo por reducir al mínimo las diferencias entre los puntos de vista luteranos y católicos romanos, y el plan abortivo de Felipe de Hesse por unir todos los movimientos de reforma contra, la Iglesia Romana, deseaban ver si era posible lograr una comprensión que fuera satisfactoria para los dirigentes luteranos y que sin embargo no comprometie­ra el tradicional dogma católico. Otros, como Caraffa (que había sido. educado en la reforma española), deseaban simplemente condenar a los cismáticos y organizarse para enfrentar el desafío de los evangéli­cos. Además, argüía este partido, ¿qué podía hacerse con los zwinglianos, los calvinistas, los anglicanos y otros? La conciliación produciría, una gran separación de la posición histórica de la Iglesia Romana. Sin embargo, por presión del emperador Carlos V se tuvo una serie de conferencias: una en Hagenau en 1540, una en Worms el mismo año, y una en Regensburg en 1541. A pesar de algunos fuertes esfuerzos por obligar a un compromiso, estas conferencias no pudieron al­canzar un terreno neutral de acuerdo.

Después de la conferencia de Regensburg (Ratispon) en 1541, la Iglesia Romana puso cara de piedra a los protestantes, y nunca ha cambiado su postura de abierta y completa hostilidad contra ellos. Tomada esta decisión, el gobierno de la Iglesia Romana empezó ahora a dirigir todos sus esfuerzos a detener las incursiones del protestantismo y a poner en orden su propia casa para que pudiera hacer mejor la guerra. Una vez mas, las disputas entre el papa y el emperador s Carlos V salvaron a los luteranos. La guerra esmalcáldica, iniciada en 1546, resultó en las primeras derrotas para los luteranos. Después el Papa tuvo una vigorosa controversia con Carlos sobre el lugar de reunión de un concilio general que se había propuesto. Tal vez la dispuesta [era necesaria, porque el papa pudiera no haber sido capaz de gobernar un concilio bajo la sombra de Carlos. Tal vez el papado salió bien como lo hubiera hecho de otra manera en el "riesgo calcula-r tomado por Pablo III. Sea como fuere, los luteranos pelearon otra y triunfaron.

Dos movimientos ayudaron grandemente en la lucha de la Iglesia Romana con los reformadores: la aparición de la Sociedad de Jesús conocida familiarmente como los jesuítas) y el Concilio de Trento.

Repercusiones del Racionalismo dentro del cristianismo

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PERIODO DE INTRUSIÓN DEL RACIONALISMO (1648-1789)

Introducción al Período

Al principio de este período el mundo estaba muy desorganizado. Guerra de los Treinta Años en el Continente había asolado la mayor parte de los Estados Alemanes, y la continuación de batallas esporádicas proyectaba la miseria de una temprana catástrofe. En Inglaterra guerra fratricida entre la gente y la casa de los Estuardo terminó dramáticamente en 1649 con la decapitación de Carlos I y la toma del por Oliverio Cromwell. En todo el período el Continente estuvo dominado por Francia, aunque la represión política y religiosa del pueblo puso los fundamentos de la gran revolución al fin del período que quitó a Francia del lugar preponderante entre las naciones. Inglaterra, mientras tanto, se movía hacia la democratización de su monarquía. El Parlamento continuamente recibía más responsabilidades gubernamentales y políticas. El avivamiento de Wesley indudablemente salvó a Inglaterra de una revolución similar a la de Francia.

Durante este período el mundo intelectual se sacudió todas las restricciones tradicionales de sus sistemas teológicos y filosóficos. Debe recordarse que las formulaciones de Francisco Bacon (1561-1626) y Rene Descartes (1596-1650) dieron nuevo énfasis al racionalismo para interpretar el mundo. Este énfasis fue continuado por Espinosa y Leibnitz. El empirismo de Juan Locke (1632-1704) tomó una direc­ción diferente, dando inspiración para el idealismo de Berkeley y el escepticismo de Hume. En este período, Emmanuel Kant (1724-1804) llevó la era de la razón a su cumbre. Al hacer de la mente del hombre el factor dominante en la categorización del mundo de la experiencia, Kant demolió el antiguo racionalismo, pero introdujo un nuevo tipo. El puso las bases para los posteriores sistemas de pensamiento que desarrollaron más completamente la verdad de que el hombre no es simplemente una criatura pensante sino que tiene otras facetas en su naturaleza.

Puntos de Especial Interés

En este período se puede ver las sucesivas embestidas del cristianismo contra el racionalismo militante y el escepticismo. En el Continente esto tomó la forma de pietismo. Este movimiento fue muy importante en sus contribuciones inmediatas, y también en su influen­cia sobre el avivamiento, tanto en América como en Inglaterra el si­guiente siglo. El tema dominante en el cristianismo inglés de este pe­ríodo era el avivamiento wesleyano. Cada parte de la vida inglesa fue bendecida por él, y la ascensión de Inglaterra a un lugar domi­nante en los asuntos del mundo el siguiente siglo, radica en gran par­te en el carácter salvador de este avivamiento, tanto en la vida social como en la política. El gran despertar en las colonias americanas, evi­dentemente encendido por los antecedentes pietistas, hizo mucho para poner los fundamentos en la vida religiosa y política del nacimiento de la nueva nación.

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