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domingo, 7 de septiembre de 2008

Gregorio VII (1073-85). — El primero de estos papas

Fuerte Dirección Papal
Más allá de las contribuciones del monasticismo, las Cruzadas, y el escolasticismo, la espectacular elevación del papado católico ro­mano a las cumbres del poder en el período del siglo IX al decimoter­cero fue la obra de tres fuertes papas. Aun con todos los factores queexistieron, la Iglesia Romana no hubiera podido obtener el lugar que consiguió sin la iniciativa y la determinación de los fuertes hombres que la encabezaron.Gregorio VII (1073-85). — El primero de estos papas fue Gregorio VII, que es mejor conocido como Hildebrando. Bajo el programa de reforma de León IX, Hildebrando fue nombrado cardenal en Í049.
Antes de mucho él asumió la dirección en la política del gobierno papal y no la dejó hasta su muerte en1085. El se esforzó por cumplir tres principios: (1) eliminar la oposición interna al gobierno papal dentro de la Iglesia Romana; (2) liberar al papado de la influencia externa en la designación de obispos y en la elección de papas; (3) conseguircooperación de los gobernantes seculares para alcanzar los ideales del papado.
Las armas usadas por Gregorio para cumplir su programa fueron tanto espirituales como seculares. Al tratar con la oposición secular, la preminencia espiritual del papado tomó la forma de un garrote polí­tico. Se aceptaba generalmente que la salvación no existía fuera de la iglesia externa, que la salvación venía mediante los sacramentos, y que ninguna iglesia occidental podía observar apropiadamente los sacramentos a menos que estuviera en comunión con Roma. De esta manera, por todos conceptos prácticos, el papa controlaba la salvación. La manipulación de este poder formó la base de la coerción papal Cuando cualquier persona, por ejemplo, se rehusaba a obedecer al pontífice romano, se preparaba y publicaba un edicto de excomunión. Este cortaba oficialmente a una persona de la iglesia, y la separación incluía la salvación. La excomunión total era una cosa temible. No sólo el individuo era privado de la salvación, sino exponía a la pena a los que lo rodeaban. La misa no se podía tener en su presencia, y los que le dieran refugio de cualquier clase estaban sujetos a severa dis­ciplina de la iglesia. Si el excomulgado era un gobernante, estaba den­tro del poder de la iglesia liberar a sus súbditos de toda lealtad a él, abriendo de esta manera el camino para revoluciones políticas generales. Los gobernantes católicos leales eran invitados a contender contra el hereje y a apoderarse de su reino para ellos mismos, lo que les daba un doble incentivo.
Una segunda arma basada en el control de los vehículos sacra­mentales de salvación era la llamada "veda". En un sentido, la veda era la excomunión aplicada a una comunidad, fuera un pequeño pue­blo o un gran reino. La veda cerraba las iglesias, que eran considera­das el único medio de salvación para la gente. El único ministerio que continuaba proporcionaba el bautismo (para traer a los niños a la igle­sia y a la salvación) y la extrema unción (el sacramento que se admi­nistra al morir para preparar al individuo para el juicio. Se notará que la administración de estos dos sacramentos durante el período de veda, era un medio de mantener la fuerza de la iglesia si la veda era aplicada por un período largo.
Con estas armas, la excomunión y la veda, el poder papal podía aplicarse rápidamente en una manera práctica y política. Aun más: cuando los gobernadores civiles, eran propicios, los papas usaban su influencia para conseguir todavía otra arma coercitiva. Esta era cono­cida como “edicto”, por el cual los gobernadores civiles convertían en proscrita a la persona involucrada en desobediencia eclesiástica. La maquinaria del castigo secular podía entonces ser aplicada a los herejes.
Usando libremente estas armas, reafirmando las pretensiones de los decretos seudoisidorianos y de la Donación de Constantino, e invocando la autoridad del apóstol Pedro, Gregorio VII trajo rápida­mente una efectiva reforma interna al gobierno papal y pronto empe­zó a hablar con voz autoritaria a todos los gobernadores seculares. Bajo su dirección los sínodos romanos se apropiaron el derecho de nombrar o designar a los papas quitándolo de las manos seculares y colocándolo en poder de los obispos cardenales y del clero cardinal. Además, a los reyes y príncipes seculares se les negó el poder de nom­brar o poner a cualquier obispo. Estas medidas iban dirigidas a la eli­minación de todo el poder secular en el nombramiento de los oficiales eclesiásticos y ponía ese poder directamente en las manos del go­bierno papal.
Aun más: bajo Gregorio se ratificó un edicto que requería el celi­bato del clero. Esto significaba que ni los diáconos, los sacerdotes ni los obispos podían tomar esposas. Esto eliminaba la carga financiera sobre la iglesia de proveer para las familias de los oficiales; hacía más grande la distinción entre el clero y los laicos; hacía más movibles a los clérigos, porque sin esposa ni familia el sacerdote u obispo podía moverse más rápidamente a cualquier lugar al que fuera enviado; ase­guraba el derecho de la iglesia de nombrar al sucesor de un obispo sin. Influencia familiar en caso de que el hijo de un obispo fuera clérigo y deseara el puesto; y hacía a la iglesia heredera de las posesiones de la mayoría de sus clérigos, porque así ellos no tenían a nadie más a quien pudieran dejar sus posesiones terrenales cuando murieran.
El papa Gregorio usaba libremente la veda en su esfuerzo por es­tablecer el poder papal. El enviaba delegados (o representantes) a cada gobierno civil para proteger los intereses papales en los diversos países. Tal vez el triunfo mas grande vino en su cumplimiento de los decretos de los sínodos en cuanto al nombramiento y postura de un obispo por poderes seculares. En ésta lucha el papa peleó contra una práctica antigua y popular. Se recordará que en el feudalismo; el so­berano o señor del feudo era el único gobernante en su propio dominio. Si sucedía que un obispo servía en ese dominio, el obispo debía jurar lealtad a este gobernante; secular. Si el obispo moría, usualmente el soberano nombraba a alguien mas para ese oficio, de su propio dominio. Puesto que el poder papal estuvo tan comprometido durante los siglos de anarquía y feudalismo que siguieron a la caída de la línea carolingia, por generaciones no se elevo ninguna protesta por esta si­tuación. Sin embargo, ahora el papa Gregorio se negaba a permitir que los obispos fueran nombrados, puestos o gobernados por el poder secular. El sínodo romano de 1075 reiteró este principio negando al mismo emperador el derecho de nombrar e investir obispos.
Muy pronto sobrevino una prueba. Enrique IV (1056-1106), el emperador alemán, no podía discernir, el cambio dé, situación. ¿No habían nombrado sus antecesores hasta a los papas hacia menos de un siglo? ¿No habían estado de acuerdo solemnemente los papas en que el emperador tuviera para siempre el derecho de nombrar hasta al obispo de Roma? Así pues, cuando un obispado quedaba vacante en la parte norte de Italia, el emperador nombraba inmediatamente un su­cesor y lo instalaba en su oficio. Cuando el papa Gregorio negó la validez de la acción, el emperador declaró vacío el oficio papal Sin embargo un siglo había hecho una gran diferencia. Ahora el papa, con su prestigio restaurado, lanzó su pavorosa arma de excomunión contra el emperador, Liberando a los súbditos del soberano de su fidelidad. Más desde un punto de vista político que religioso, el emperador hizo una peregrinación al sur para pedir el perdón del papa y conseguir su restauración a la iglesia. Mientras tanto el papa había partido hacia el norte, a Alemania, para continuar la lucha. Se encontraron en Canossa, donde el emperador permaneció fuera del castillo, descalzo en la nieve, por tres días, implorando el privilegio de pedir el perdón del papa. Al ser admitido, él prometió ser obediente y fue restaurado en la comunión.
La humillación del emperador fortaleció su influencia sobre su gente; a pesar de su rehabilitación, el emperador declaró la guerra con­tra el papa y triunfó al llevarlo al exilio a morir en 1085. Los sucesores del emperador y del papa continuaron la batalla. En 1122 alcanzó un acuerdo conocido como el Concordato de Worms. Éste estipulaba que la iglesia tendría el gobierno de la elección de obispos y abades, pero que el emperador ejercería inspección sobre las elecciones. En caso de disputa el emperador tendría el voto decisivo. El papa inves­tiría a cada obispo o abad con los símbolos espirituales del oficio, el anillo y el báculo pastoral, mientras que al emperador se le permitiría tocar al candidato con el cetro para indicar aprobación imperial. Ni los papas ni los emperadores fueron fieles a este compromiso.

Alejandro III (1159-81). — El segundo de los papas

Alejandro III (1159-81). — El segundo de los papas fuertes que fue responsable de llevar al papado a la cumbre de su poder fue Ale­jandro III. El entró al oficio papal en aprietos. Los cardenales lo eligie­ron a él por una pequeña mayoría. La minoría de los cardenales, con el apoyo del clero romano y de la autoridad imperial, eligieron un papa rival llamado Víctor IV. Al emperador, Federico Barbarroja (1152-90), le disgustaba Alejandro y apoyó a Víctor, llegando hasta a convocar un concilio eclesiástico, que obedientemente votó en favor de Víctor. Alejandro fue apoyado por Inglaterra, Francia, España, Hungría y Sicilia, pese a todo. Por casi veinte años el emperador Federico trató de forzar el camino a Roma para poner a Víctor como papa, pero sin éxito. En 1177 él se sometió a Alejandro.
Mientras tanto Alejandro había continuado la obra y el espíritu de Gregorio VII. Típicos de sus esfuerzos por llevar adelante el poder y el prestigio del papado fueron sus tratos con Inglaterra. En 1163, después de la muerte del arzobispo de Canterbury, el rey Enrique II de Inglaterra (1154-89) violentó el nombramiento de Tomás Becket, uno de sus cortesanos. Para consternación del rey, Becket se convirtió en un adalid del papa contra el rey. En 1164 el rey convocó un conci­lio nacional en un esfuerzo por eliminar la influencia papal de Inglate­rra. El concilio aprobó todas las medidas del rey, conocidas como las Constituciones de Clarendon. A las cortes eclesiásticas se les recortó su extensión Jurídica; no se podía apelar a Roma sin el permiso del rey; el rey podía nombrar abades y obispos en Inglaterra; las rentas de los oficios episcopales vacantes se volverían al rey. Por causa de su fuerte oposición al rey Enrique respecto a este programa, el arzobispo fue asesinado. Los sentimientos populares se exaltaron tanto por este acto, que Enrique fue forzado a someterse al papa y a renunciar a las Cons­tituciones en 1172.
El Tercer Concilio Lateranense fue convocado por el papa Ale­jandro en 1179, y decretó que sólo los cardenales pudieran elegir al papa, que los católicos romanos tomaran las armas contra la herejía con la promesa del completo perdón de los pecados si resultaban muer­tos, y que las autoridades seculares no se entremetieran en los asuntos internos de ,1a iglesia.

Inosencio III (1198-12167). — El tercero y más grande de los papas


Inosencio III (1198-1216)7. — El tercero y más grande de los papas de este período fue Inocente III. Gregorio VII había hecho demandas exaltadas respecto a la dignidad del papa y de la Iglesia Romana: Dios sólo había fundado la Iglesia Romana; los pies del papa deberán ser besados por todos los príncipes; los emperadores pueden ser depuestos por el papa; el papa no puede ser juzgado por ningún hombre; y la Iglesia Romana nunca se ha equivocado, ni se equivocará en toda la eternidad. Sin embargo, Inosencio III magnificó estas pretensiones para hacer del papa el único representante de Dios autorizado so­bre la tierra. Con la obra de Gregorio VII y Alejandro III para prepa­rar el camino, con la prolongación del espíritu de las Cruzadas para fomentar la pasión religiosa y la lealtad fanática, y con la doctrina y or­ganización perfeccionada, Inocente pudo dominar el mundo entero, el secular y el eclesiástico.
Mediante su influencia él depuso emperadores, obligó a cabezas de gobierno, tales como España y Francia, a someterse a su autoridad, demandó que los gobiernos le pagaran tributos monetarios anuales, y lo más espectacular de todo, humilló el rey Juan de Inglaterra. El rey inglés había tratado de desafiar a Inocente y se encontró excomulga­do y a su reino bajo veda. Sin apoyo papal, el rey Juan fue capturado por sus nobles en 1215 y obligado a conceder la Carta Magna, una de­claración de derechos de protección contra opresión de la corona. El papa rehusó admitir la validez del documento porque, dijo, se había conseguido bajo presión. Mientras tanto, mediante veda y otras medi­das coercitivas. Inocente atrajo a su órbita a todos los gobiernos se­culares. El puso en práctica la pretensión de que él era el instrumento inmediato de Dios para gobernar el mundo.
El Cuarto Concilio Lateranense de 1215 señala la cumbre de la dominación oficial católica romana. Este concilio no tiene rival como retrato de sujeción universal al papa por todo poder eclesiástico y secular. El obispo de Constantinopla, una vez fuerte rival, estuvo allí para doblar su rodilla. El espectáculo de esta gran manifestación fue más importante de lo que se había hecho. Se discutió una nueva cruza­da, se examinó la unión con la iglesia griega, se arregló el castigo de los herejes por el gobierno, y se emitió un número de cánones estipu­lando la disciplina eclesiástica. La doctrina de la transubstanciación, que afirma que el pan y el vino de la Misa pierden su carácter y se con­vierten realmente en el cuerpo y la sangre de Cristo nuevamente cru­cificado, fue definida oficialmente.
El dominio universal del papado era un hecho consumado. Entre el Concilio de Nicea de 325 y el Cuarto Concilio Lateranense de 1215, el obispo romano se había convertido en el amo del mundo, espiritual y secular. La estructura estaba completa. Sus constructores pensa­ron que era eterna. En menos de un siglo empezó a desmoronarse.

Iglesia Católica siglo XIII

El papado católico romano ya había alcanzado su cumbre. Los príncipes seculares y eclesiásticos se arrodillaban ante su autoridad.
Hasta los últimos años del siglo XIII parecía que se había creado un nuevo y permanente orden mundial. Es instructivo comparar el cristianismo de esta época dorada del catolicismo romano con el cristianismo del Nuevo Testamento. Aun más allá de las extrañas exterioridades de la relumbrona riqueza, del falso orgullo simbolizado por el besamiento de los pies y por el sostenimiento del solio por los prínci­pes terrenales, y por el arrodillamiento de los hombres ante los hom­bres, se había desarrollado una gran diferencia en carácter entre el movimiento descrito en el Nuevo Testamento y el de la Iglesia Ca­tólica Romana en el siglo XIII.
Dominación Católica Romana
El cuadro neotestamentario de ministros (obispos) que servían en una iglesia local autónoma, teóricamente igual en todos los obis­pos en todas partes, había desaparecido. Fuera de las circunstancias que han sido bosquejadas en capítulos anteriores, unos cuantos obis­pos importantes empezaron a moldear la política del cristianismo total. Uno de estos obispos, el de Roma, pudo inculcar sobre todos los otros obispos occidentales no sólo su ejemplo sino también su autoridad. Además, el obispo romano, mediante coerción espiritual y política, se las había arreglado para asumir el control sobre los reyes seculares. Algunas veces retrocediendo, algunas veces comprometiéndose, algu­nas veces demandando, los obispos romanos mantenían en mente su meta final de gobierno universal, tanto eclesiástico como secular, y la alcanzaron después de cerca de un milenio de lucha.

Organización Católica Romana en el siglo XI

El sencillo gobierno de la iglesia local de los días del Nuevo Tes­tamento se había acabado. En su lugar estaba la jerarquía romana. El obispo encabezaba una vasta red de trabajo de organización ecle­siástica que manipulaba los vehículos sacramentales que comúnmen­te se suponía que traían salvación. Tan extendida función demandaba
Una fuerte organización central. En el siglo IV, Roma había sido dividida por el obispo en veinticinco partes, cada una encabezada por un Presbítero u obispo. Cada una de las veinticinco divisiones era llamada Parroquia o titulas. Además, para sufragar los gastos para la adminis­tración de caridad, se nombraron siete diáconos para la ciudad de Roma, cada uno con una sección geográfica específica bajo su respon­sabilidad. Este número escriturario de diáconos fue más tarde aumen­tado con siete subdiáconos.
En el siglo XI estos veinticinco sacerdotes, los siete diáconos, y varios obispos del área alrededor de Roma, formaron la base de lo que es conocido, como el Colegio de Cardenales. El nombre "cardenal" se desarrolló de una palabra latina que significa gozne, y aunque el juego de palabras no tiene nada que ver con la aplicación original de la palabra, es cierto que el sistema romano gira sobre los cardenales. Desde el tiempo de Gregorio VII (1073-85), los cardenales han estado encargado "de las tareas de organización más importantes de la Igle­sia Romana. En la actualidad su deber es elegir y aconsejar a los papas y determinar la política administrativa mediante las funciones de co­mités. Por causa del desarrollo histórico narrado antes, hay tres tipos de cardenales: los obispos cardenales, los sacerdotes cardenales, y los diáconos cardenales. Los nombres originales de estos tres tipos no tie­nen ahora significado, porque los sacerdotes cardenales son usualmente fuertes obispos de varias partes del mundo mientras que los diáco­nos cardenales son usualmente sacerdotes. El número total de carde­nales ha variado de cerca de trece hasta setenta y seis. En la actuali­dad el máximo es de setenta: catorce diáconos cardenales (los siete originales más los siete subdiáconos que fueron aumentados), cin­cuenta sacerdotes cardenales (el doble del número original), y seis obispos cardenales que todavía son los obispos de las diócesis de los alrededores inmediatos a Roma.1 Los cardenales son nombrados por el papa, y él podría deponerlos, aunque eso sería muy inusitado.
El comité de trabajo de los cardenales se desarrolló rápidamente después del siglo XIII Probablemente los comités más importantes, Congregaciones (en su terminología), son el Consistorio Sagrado, un gabinete bastante amplio que se reúne para considerar asuntos de po­lítica y los de mayor importancia; la Congregación de la Inquisición, que busca la herejía y trata con ella; la Congregación de los Ritos que trata con la liturgia y las ceremonias, y la de Propagación de la Fe,, la organización misionera. Además, los cardenales también constituyen los principales miembros de los tribunales eclesiásticos. Las apelacio­nes eclesiásticas son manejadas por siete tribunales, cada uno con ju­risdicción sobre ciertas clases de litigación. La suprema corte de ape­lación es la Rota Romana, que consiste de doce miembros.
Todos estos comités y tribunales, el núcleo de la organización ca­tólica romana, son llamados la curia romana.

Doctrina Católica Romana en el siglo XV


Doctrina Católica Romana
Ya se ha llamado la atención a la corrupción de las enseñanzas del Nuevo Testamento al desarrollarse el sistema católico romano. La norma de salvación del Nuevo Testamento hacía hincapié en la fe en Jesucristo sin mediación de ninguna persona o institución. Las orde­nanzas del bautismo y de la Cena eran simbólicas, no mágicas. En el sistema romano las ordenanzas se volvieron sacramentos, vehículos de gracia. La salvación era concebida como proveniente de la iglesia católica sola, mediante la administración de los sacramentos. La cues­tión del número de sacramentos, discutida por los teólogos católicos por siglos, fue resuelta finalmente. El crédito principal por establecer la posición oficial debe darse probablemente a Pedro Lombardo, en el siglo XII. Alrededor del año 1150 él preparó sus Cuatro Libros dé Sen­tencias, la última división de los cuales discutía los sacramentos. En contraste con teólogos más antiguos como Agustín (que murió en 430), que pensaba que todos los ministerios de iglesia eran sacramentos, y teólogos posteriores como Hugo de San Víctor y Abelardo (contemporáneos de Pedro Lombardo), que hacían hincapié en cinco sacramentos, las Sentencias señalaban siete sacramentos. Las Sentencias de Pedro Lombardo se enseñaron en prácticamente todas las escuelas de preparación teológica durante los siguientes siglos. Es probable que Tomás de Aquino (1225-74), que dio la síntesis más influyente de doctrina católica para el período moderno, siguiera a Pedro Lombardo al declarar que la iglesia tiene siete sacramentos.
Como fueron desarrollados por Pedro Lombardo y Tomás de Aquino, los siete sacramentos eran el bautismo, la confirmación, la pe­nitencia,'la cena del Señor (Misa), la extremaunción, la ordenación y el matrimonio. Bastará una palabra de descripción de cada una.
El sacramento del bautismo es el rito inicial. Por él, enseña la iglesia, el pecado original y todos los actos de pecado cometidos hasta el tiempo del bautismo son perdonados. El rociamiento se convirtió en la modalidad general de bautismo en occidente poco después del siglo IX, y los infantes empezaron a ser sometidos al bautismo en los siglos II o III. Para mantener la apariencia de bautismo cómo profesión de fe, de padrinos se desarrolló muy poco después de la adopción del bautismo infantil. El sacerdote que administraba el bautismo pre­guntaba al infante si deseaba renunciar abatanas, si creía en los va­rios puntos del credo, y si estaba dispuesto a ser bautizado. El fiador, o padrino, contestaba todas estas preguntas por el niño que no podía discernir. El catecismo dice que esta ceremonia hace al niño cristiano, un hijo de Dios, y un heredero del cielo.
EI sacramento del a confirmación pretende impartir el Espíritu Santo. Como su base escrituraria usualmente se cita Hechos 8:17 y 19:6. En el mundo occidental este sacramento sólo podía ser administra­do por un obispo. Hasta cerca del siglo XIII se confería poco después del bautismo; después se cambió el tiempo para permitir al sujeto al­canzar los doce o trece años. La edad no importa, puesto que se re­quiere un padrino y el sacramento obra sin referencia alguna a la com­prensión del sujeto. En este sacramento, que en un sentido alista al niño en los deberes y responsabilidades de la vida eclesiástica, el obis­po unge al sujeto con aceite que ha sido bendecido. V El sacramento de la penitencia otorga el perdón de los pecados cometidos después del bautismo. Citas como 1 Juan 1:9 se usan para apoyar esta doctrina. Las confesiones de pecados más antiguas se ha­cían a la congregación, pero tal práctica manifiestamente no podía continuar. El mismo volumen de tales confesiones hacía difícil tener otro tipo de servicio. La intensa persecución del cristianismo bajo el emperador Decio (249-51) y Diocleciano (284-305) hizo que muchos cristianos nominales negaran la fe. Para enfrentar esta necesidad, y también la demanda normal, se requirió una división de funciones. A través de desarrollos sucesivos, la confesión, auricular (confesión al oído del sacerdote) se hizo la costumbre. No fue sino hasta el Cuarto Concilio Lateranense en 1215 que la confesión al sacerdote se hizo una ley de la iglesia.
Bajo la teoría desarrollada por Aquino y ahora aceptada generalmente, el sujeto de este sacramento debe ser movido primero por la contrición, pesar por el pecado, o por la atrición, el temor del castigo del pecado. Con este motivo, se hace la confesión al sacerdote, que a su vez demanda que el sujeto dé "satisfacción". Esta idea probablemen­te también surgió de las rigurosas persecuciones del período primitivo. El propósito original de la satisfacción era dar evidencia de que el su­jeto realmente estaba contrito y dispuesta a hacer la que pudiera por mostrar este espíritu. En un sentido esta satisfacción originalmente te­nía una función doble: estipulaba una base para el perdón de los pe­cados eternos y mortales, y mostraba contrición por el pecado en el or­den temporal. En otras palabras, el pecado era consideradojpprnjaj2an consecuencias eternas e incapacidades temporales.
Esta distinción se hizo muy importante en vista del desarrollo de varios métodos de hacer satisfacción y del límite excepcional de la efectividad de tal satisfacción. El método de hacer satisfacción antes de los siglos X y XI habían sido principalmente mediante peregrina­ciones religiosas a algún santuario o mediante otros canales que reve­laran la piedad personal. En el siglo XI, sin embargo las penas tempo­rales podían ser remitidas en total o en parte por el uso de indulgen­cias. "Indulgencia" era el nombre dado a la remisión de castigo debido a pecados temporales. Después del siglo XI, en vez de tomar la pe­regrinación como parte de la penitencia, era posible comprar una indulgencia para dar satisfacción por los pecados temporales.
Además, la interpretación del gran campo en el que los pecados temporales hacían daño, aumentó la importancia de la distinción en­tre pecados temporales y eternos. Los pecados temporales, se enseña­ba, debían pagarse en el purgatorio después de la muerte, si no ha­bían sido completamente borrados mediante satisfacción. La iglesia, se enseñaba además, podía emitir estas indulgencias por los pecados temporales por la posesión de un tesoro de méritos legado a ella por las buenas obras de Cristo y los santos. Este desarrollo se refleja­ba en el orden de los elementos de la penitencia. Antiguamente el or­den, consistía de contrición, confesión, satisfacción, y después absolución o perdón por el sacerdote. Es decir, la satisfacción se daba antes que el sacerdote pronunciara la absolución o el perdón. El orden des­arrollado fue cambiado un poco: la contrición y la confesión forma­ban la primera parte, pero la absolución venía después de la confesión, y la satisfacción era colocada al último. De esta manera, después de la confesión, el sacerdote, en su autoridad de las llaves conferidas a él j por el obispo romano, perdonaba los pecados eternos del sujeto; enseguida se imponía al sujeto la necesidad de dar satisfacción por la cul­pa temporal que, si no se expiaba, requería sufrir en el purgatorio. Debe decirse que la doctrina del purgatorio fue enseñada primero como, uní asunto esencial a la fe por Gregorio I (590-604).
El sacramento de la cena del Señor, o Misa, se describe como el sacrificio incruento del cuerpo y la sangre de Cristo. De acuerdo con el catecismo católico romano, Cristo es sacrificado otra vez en cada iglesia cada vez que la Misa se desarrolla. Por este medio el alma y la divinidad de Cristo se reproducen en el pan y el vino. Esta es la razón teológica por qué la Iglesia Romana se niega a compartir el vino] con la gente: ellos tienen todo lo que necesitan en el pan. La Misa ha convertido en la parte central de los cultos católicos romanos, por­que mediante la participación del pan, que supuestamente se ha cambiado en el cuerpo roto de Cristo, y dando testimonio de la transubstanciación del vino en la sangre de Cristo, el sujeto verdaderamente participa del cuerpo de Cristo, que concede mérito espiritual.
El sacramento de la extremaunción,, como su nombre lo indica,! es la última unción. Su práctica está basada en Santiago 5:14. En la administración de este sacramento el sacerdote unge los ojos, los oídos, la nariz, los labios, las palmas de las manos, y los pies, para expiar le pecados cometidos mediante cualquiera de esos órganos. Concede indulgencia plenaria o completa, pero no se efectúa hasta el punto de muerte.
El sacramento de las órdenes se aplica solamente a esos que entran al servicio de la Iglesia Católica Romana. Los coloca aparte y le capacita para la tarea que han asumido.
El sacramento del matrimonio consiste en la unión de un hombre y una mujer en matrimonio. Por supuesto, ordinariamente los sacramentos de ordenación y matrimonio se excluían mutuamente uno otro.
De esta manera el sistema sacramental católico romano, que ya había desarrollado sus características actuales para el siglo trece, se proponía controlar la vida del sujeto. Tocaba al individuo desde su na­cimiento, en la niñez, en la adolescencia, y a su muerte. Requería la confesión regular de pecados y. la absolución de manos del sacerdote como un medio de escapar de los sufrimientos del purgatorio que la iglesia terrenal podía remitir. La iglesia romana utilizaba todos los medios de influencia: apelaba a los ojos mediante la belleza, a los oídos mediante la melodía, al olfato mediante el incienso, y a las manos y las rodillas mediante la participación. Los ritos solemnes y los conju­ros producían un sentimiento de pertenencia e iniciación, y un lenguaje común hablaba de unidad.

El Monasticismo Católico Romano


A través del período medieval el movimiento monástico retuvo su gran popularidad. Se pensaba universalmente que la vida perfecta sólo podía encontrarse en el monasticismo. Los monjes eran considera­dos como hombres que habían perdido sus vidas para salvarlas otra vez, que habían dado todo por seguir a Cristo. El avance papal consi­guió fomentar grandemente el monasticismo, porque los monjes eran los más fuertes soportes de la supremacía papal. Particularmente des­pués que el nuevo tipo de monasticismo iniciado por la reforma de Cluny se hubo desarrollado, el papa era capaz de socavar el poder de cualquier obispo antagonista. Puesto que estos monjes ya no estaban bajó el gobierno del obispo local, el papa podía enviarlos a cualquier diócesis a escuchar confesiones, a perdonar pecados, a bautizar y a se­pultar, a bendecir o a condenar. Como consecuencia, el obispo de tal diócesis se encontraba con que lo habían pasado por alto y que sus funciones las habían tomado los monjes.
Además, los monasterios ofrecían un lugar de refugio para muchos: para los eruditos que deseaban paz y quietud para estudiar, para el piadoso que quería un refugio de la mundanalidad, y para el teme­roso que huía de la miseria y desorden de la sociedad. En un sentido los monasterios también ofrecían lugar para disidentes menores. Algu­nos podían estar en desacuerdo con el programa papal y, sin embargo, deseaban permanecer dentro de la estructura eclesiástica, por convic­ción o por temor. Las diversas órdenes monásticas, exaltando diferentes énfasis en doctrina y práctica, ofrecían alternativas en las varia­ciones menores del patrón normal. Muchos monjes indudablemente se encontraban en una atmósfera de congenialidad por las ideas que ge­neralmente no hubieran sido aceptables fuera de su cielo.
De los siglos XI a XIII surgieron varias órdenes monásticas nue­vas. Los cistercienses era uno de los movimientos de reforma y se hi­cieron famosos porque, Bernardo de Claraval, fabricante de papas, se unió a ellos en 1113. Los cánones agustinianos representaban un esfuer­zo por introducir la disciplina monástica al clero parroquial. En 1119 se fundó una orden conocida como los premonstrantes, que ofrecía vida comunal en un monasterio a los varios sacerdotes de una parro­quia en particular. Otro tipo de monasticismo surgió de las Cruzadas. Se desarrollaron tres órdenes militares sobresalientes. Los Caballeros de San Juan, u Hospitalarios, se organizaron en el siglo XII para ayu­dar a los enfermos y a los peregrinos desvalidos en camino a Jerusalén; los Caballeros Templarios eran una orden de laicos organizada en 119 para proteger a los peregrinos a Jerusalén; y los caballero Teutones con una misión similar, datan de 1190. Las dos órdenes más im­portantes de estos siglos eran los dominicos y los franciscanos. Domingo de Guzmán (1170-1221) organizó una orden con el propósito de ha­cer volver a los herejes a la Iglesia Romana, mediante la predicación. En 1216 se obtuvo el reconocimiento del papa y el movimiento se ex­tendió rápidamente. Antes de la muerte de domingo, su orden con­taba con sesenta casas, situadas en todas partes de Europa. Induda­blemente que copiando al movimiento franciscano, los dominicos se hicieron mendicantes, o mendigos. Por su énfasis en la educación y la predicación, los dominicos han producido algunos de los más grandes teólogos y eruditos de la Iglesia Romana.
Francisco de Asís nació alrededor del 1182. Aproximadamente a la edad de veinticinco años, sus actividades militares y comerciales fueron cambiadas por una experiencia de conversión, y dos años des­pués decidió formar una orden que se esforzara por reproducir e.1 es­píritu y la obra de Cristo. Esta orden fue aprobada por el papa Ino­cente III en 1216. Las inclinaciones del mismo Francisco lo separaron de la organización formal y efectiva, pero por medio de amigos capaces, especialmente del papa Gregorio IX (1227-41), el movimiento franciscano se desarrolló y se extendió rápidamente. Después de la muerte dé Francisco en 1226 sus seguidores se dividieron por la interpretación de sus enseñanzas.Tanto los dominicos como los franciscanos incluían preparativos para conventos para monjas, donde las mujeres pudieran servir a la causa. Estas dos órdenes mendicantes han sido una fuerza tremenda en el desarrollo del sistema católico romano.

La Inquisición fuerza católica romana

La Inquisición
Los diversos elementos de la fuerza católica romana han sido mencionados: prestigio, organización, doctrina y defensores apasio­nados, parecían una promesa de que la dominación del mundo por el papado continuaría. Sin embargo, el cuadro no estaría completo sin una palabra concerniente a los factores que amenazaron y finalmen­te derrumbaron la dominación universal del papado. Uno de esos fac­tores fue la extraordinaria extensión de la disensión religiosa. En un capítulo posterior se describirán ejemplos específicos de disensión. Es significativo que el mismo papa, que simbolizaba el completo dominio del poder católico romano, encontrara necesario instituir una maqui­naria eclesiástica especial para suprimir la disensión.
La inquisición de la herejía había estado al principio bajo la vigi­lancia del obispo local. Con la elevación al poder del obispo romano, se i convirtió en su prerrogativa indagar sobre los que rehusaban seguir I la norma. La fundación de la orden de los dominicos siguió directa-j mente al descubrimiento de la fuerza de los albigenses en el sur de Francia, y constituye un esfuerzo por hacer volver a los disidentes a la fe. El Cuarto Concilio Lateranense de1215 pasó nuevos decretos preparados para compeler a los diversos obispos a buscar herejes en su propia diócesis. En el siglo XIII se tomó una nueva dirección. El emperador Federico II (1215-50) ofreció los servicios del gobierno civil al papado para suprimir la herejía, y en 1215 una bula papal mandaba [que los magistrados civiles fueran usados para descubrir y castigar la [herejía. Después de 1233 los dominicos recibieron la tarea de buscar a [los disidentes y tratar con ellos. En \j262jfue establecido en Roma el I oficio de inquisidor general, como avanzada en la lucha contra la herejía.
Los métodos inquisitoriales ya han sido publicados. A pesar de las espeluznantes descripciones, es indudable que cualquiera de las historias es excedida en horror por el verdadero movimiento, particularmente en la Inquisición Española. Los cristianos eran muy adeptos a inventar maneras de torturar a los cristianos. Los delatores se conse­guían prometiéndoles una parte de los bienes de los condenados. La tortura era el método principal de conseguir la evidencia. Nadie esta­ba seguro. La simple acusación de herejía por cualquiera, fuera por odio personal, codicia, o por otro motivo, era suficiente para echar a andar la maquinaria de la tortura, bajo los dolores de la cual casi cualquiera confesaba casi cualquier cosa. El cinismo y la amargura se infiltraron en todas partes del continente. Las cosas no iban bien con el sistema eclesiástico dominante.
Desarrollos Políticos
Un nuevo grupo de gobernantes fuertes estaba surgiendo, apoya­do por el celo del nacionalismo. Sacando nuevas fuerzas de la destruc­ción de muchos de la nobleza en las Cruzadas, y enriquecidos por el aumento de comercio y por el desarrollo de la industria que siguió a las Cruzadas, estos nuevos soberanos seculares se prepararon para desafiar la supremacía del papa sobre el gobierno civil. La historia se relatará en un capítulo posterior.
La Difusión de la LuzEl sistema católico romano alcanzó la cumbre mediante la coerción porque supuestamente controlaba la única fuente de salvación. La superstición y el temor jugaban un gran papel en esta clase de cristianismo. La entrada de cualquier clase de luz constituía una amenaza para el sistema. Y la luz estaba surgiendo. No estaba lejos el mo­vimiento conocido como el Renacimiento. Aquí y allá, en el siglo XIII, había señales de despertar espiritual y de avance intelectual. Una vez j que los hombres se enteraron que Dios es Salvador tanto como Juez, y j que podían conseguir su amor y bendiciones fuera de la organización] eclesiástica conocida como iglesia, y que el servicio de Dios no limitado a los méritos y a la penitencia, entonces el gran sistema sacramental del papado fue

EL PERIODO DE LA REFORMA OCCIDENTAL (1215-1648 d. de J.C.)

Introducción al Período
El papado ya no podía obtener un prestigio mayor que el que ha­bía mostrado en el Cuarto Concilio Lateranense de 1215. Por un pe­ríodo relativamente breve pareció que el papado podría mantener su grandiosa posición indefinidamente. Las pretensiones de los papas que sucedieron a Inocente III (1198-1216) se parecían a las de él,] pero se desarrolló una diferencia en la capacidad para llevar a la práctica esas pretensiones. El cambio del trono papal a Francia de 1305. (1378 lo convirtió en instrumento de intereses nacionales; el cisma papal de 1378 a 1409 (con, dos papas) y de 1409 a 1415 (tres papas) hizo trizas mucho de su prestigio y autoridad. Se hicieron fuertes esfuerzo por reformar la iglesia en "cabeza de miembros", pero fracasaron. Concilio de Constanza (1414-18) a las tesis de Lutero (1517), abusos papales se volvieron aun más flagrantes.
Los diversos tipos de revueltas contra la Iglesia Romana ocurrieron entre 1517 y 1534. El Concilio de Trento (1545-64) representó " reforma católica romana. El período de reforma termina con la Guerra de los Treinta Años (1618-48), que hasta cierto punto trajo mutua tolerancia entre los católicos romanos y sus oponentes.
Puntos de Especial Interés
El estudiante debe notar que las raíces de la reforma se hundieron profundamente en el cristianismo medieval. Por esa razón se considerado sabio retroceder la fecha tradicional de 1517 hasta la cha en que la Iglesia Romana alcanzó su cumbre más alta, el Cuarto Concilio Lateranense de 1215. La difusión de la disensión, el papado de Avignon, el cisma y la confusión, y los esfuerzos por reformar en los tres siglos anteriores a Lutero, justifican la inclusión de ese período.
El estudiante debe notar cuidadosamente la interacción de todos los factores en la Reforma, las circunstancias políticas, por ejemplo.
No debe pasarse por alto, tampoco, que la reforma católica romana procuraba principalmente modernizar su maquinaria para enfren­tar las amenazas de los cismáticos. No había intenciones de continuar las medidas de reforma radicales tomadas por los concilios del siglo XV.

CAÍDA DEL PRESTIGIO PAPAL

Es significativo que los factores que contribuyeron a establecer el prestigio del papado romano también cooperaron para producir su caída. La misma altura que por varios siglos alcanzó la monarquía pa¬pal era una garantía de que debía haber una declinación. Los gobernadores seculares no podían dejar de ver que el papado era una insti¬tución de este mundo, no del siguiente. La política papal era con frecuencia codiciosa y perversa. A pesar de las declaraciones de que el caudillaje romano no podía equivocarse, los soberanos civiles vieron muchos ejemplos de errores de doctrina y política. La admisión papal de las Cruzadas y la Inquisición fueron ejemplos. La trágica matanza de incontables cientos de miles de hombres, mujeres y niños en la infructuosa marcha hacia Jerusalén, hizo recapacitar a muchos. ¿Qué podía tener que ver la voluntad de Dios con esta clase de empresa política?
Los nobles alemanes se negaron terminantemente a ir, no obstante las promesas papales del completo perdón de los pecados. Los papas eran lentos para ver que la pasión exaltada ya había muerto, y que sus continuas súplicas por nuevas cruzadas, y su colección de do¬nativos e impuestos pretendidamente para tales cruzadas, disgustaban a la gente espiritual y reflexiva. Además, el escándalo romano de los albigenses y la adopción de las más crueles torturas en la inquisición, fueron un repugnante descubrimiento del carácter del papado. Con¬forme la Inquisición se extendió por todas partes de Europa, la tiranía de Roma se volvió más y más visible. El temor había sido siempre una parte importante en el dominio del pueblo por la Iglesia Romana, y ahora al temor del purgatorio, de la excomunión, de la veda, del edic¬to, y de los celosos cruzados, se añadía la pesadilla de la acusación de herejía, contra la cual no había defensa. La brutalidad de todo el mo¬vimiento profetizaba la caída de tales monarcas tiranos, fuera en la es¬fera eclesiástica o en la secular.

Explotación Financiera por la Iglesia Católica Romana

Una área importante de naciente resentimiento contra el papado eran sus demandas financieras. La gran expansión de la organización central demandaba ingresos inmensos. Un ejemplo puede mostrar el cuadro. Cuando Roma estableció la Rota Romana en 1234, para consti­tuir la suprema corté 'eclesiástica' del cristianismo, se necesitó suficien­te personal para manejar las apelaciones de todas partes del mundo. Fueron necesarias cortes secundarias para apelaciones especiales. Se requirió un ejército de escribientes para mantener los registros. Lo peor de todo es que cada paso de los procedimientos legales era carac­terizado por escandalosos abusos. Los registros oficiales muestran que en algunos casos sencillamente conseguir el sumario costaba aproximadamente cuarenta veces la cantidad legítima. Además, los litigantes de todas partes del mundo eran animados a apelar directa­mente a Roma, y era bien entendido que el mejor postor ganaba el caso.
Las ganancias económicas obtenidas de esta manera no eran su­ficientes para enfrentar los grandes desembolsos del papado, legíti­mos y de otra clase. Especialmente durante el siglo XIV el papado usó todo medio posible para aumentar sus ingresos. Algunos de esos me­dios eran las anatas, colaciones, reservaciones, esperanzas, dispensas, indulgencias, simonía, recomendaciones, el jus spoliorum, el diezmo, e impuestos especiales.
Las anatas se referían a un donativo hecho por un obispo o abad recién nombrado, de los ingresos de su primer año en el oficio al que había sido nombrado. Las colaciones se referían a la práctica de cambiar a varios obispos o abades para conseguir anatas de cada uno. Por ejemplo,'si el arzobispo de Colonia iba a morir, el papa no nombraba simplemente a una persona, sino cambiaba, digamos, al arzobispo de Mainz al lugar vacante, después nombraba al obispo de Trier para el oficio de Mainz, a otro para obispo de Treir, y así sucesivamente. Por supuesto, se hacía lo posible por dar a cada hombre una situación me­jor, que era posible cuando un fuerte prelado moría. Antes de agotar las posibilidades el papa podía conseguir que le pagaran una docena de anatas por una vacante.
Las reservaciones se referían a la práctica de reservar los oficios mejores y más ricos para el uso papal. Por supuesto, el papa mismo servía en el obispado o arzobispado, sino enviaba a un sacerdote para ministrar a las necesidades de la gente, aunque los beneficios eran enviados a Roma. Las esperanzas significaban la práctica por las autoridades papales de vender al mejor postor el derecho de nombramiento para un beneficio inusitadamente deseable antes que la persona que tenía el oficio lo dejara vacante. Llegó a ser la práctica de los hombres ambiciosos de mantenerse vigilantes de la salud de los ocupantes dé los diversos oficios deseables, y cuando había algún indicio de que al­guno no continuaría mucho tiempo, empezaban las ofertas. Ocasio­nalmente se experimentaba alguna turbación cuando se encontraba que varios hombres habían pagado enormes sumas anticipadas para conseguir el mismo oficio. En realidad, entonces, las esperanzas se convertían casi en una oferta por el derecho de ofrecer otra vez cuan­do el ocupante del oficio deseado muriera de veras.
Las dispensas tienen referencias a la práctica papal de excusar las violaciones eclesiásticas por el pago de la cantidad de dinero adecuada. En uno de sus arranques contra la Curia Romana, Lutero escribió que era un lugar donde los votos podían ser anulados, los monjes po­dían conseguir permiso para dejar sus órdenes, los sacerdotes podían comprar una dispensa para casarse, lo ilegítimo podía legitimarse, ydonde la maldad y la ignominia eran condecoradas y ennoblecidas, su última oración, en su típico lenguaje impetuoso, declara que en la Curia Romana hay "una compra-venta, cambio, fanfarria y regateo, fraude y mentira, robo y pillaje, corrupción e infamia y toda clase de menosprecio a Dios, que el Anticristo no podría reinar más". Aun to­mando en cuenta el usual entusiasmo de Lutero, es evidente que elconsiderable ingreso se conseguía concediendo dispensas por quebrantar las restricciones canónicas.
Las indulgencias ya se han descrito antes. Eran el perdón por los pecados temporales. Los individuos podían comprarlos en vez de hacer una peregrinación o de mostrar alguna otra evidencia de contrición. El beneficio por esta sola fuente era considerable por el temor tan extendido de pasar un tiempo en el purgatorio.
La simonía se refiere a la venta de oficios dé la iglesia. Toma su nombre de Simón el mago (ver Hechos 8:9 y sigs), que trató de comprar el poder del Espíritu Santo con dinero. Íntimamente asociada con la simonía estaba la práctica del nepotismo. Esta palabra se refiere a poner a los parientes en oficios lucrativos de la iglesia.
Las recomendaciones tienen referencia a la práctica de pagar un impuesto anual al papado, en correspondencia por un nombramiento provisional, año por año, por un beneficio deseable. El jus spoliorum era el nombre aplicado a la práctica papal de demandar que cualquier propiedad conseguida por un obispo u otro oficial durante la tenencia del oficio, debía, a la muerte de la persona, convertirse en propiedad de la iglesia, puesto que se juzgaba que tal propiedad le había venido al difunto como consecuencia de tener el oficio.
El diezmo se aplica a un embargo contra la propiedad de la igle­sia, el valor de la cual formaba la base para la cantidad demandada. Se fijaban impuestos especiales con cualquier pretexto. Las Cruzadas abrieron el camino para un impuesto anual. Las bendiciones especia­les, los pecados extraordinarios, o cualquier otra situación, podría atraer tales impuestos.
Además de estos diversos métodos de conseguir dinero, se solici­taban donativos de todas clases. Los donativos por dar el visto bueno a las reliquias, por el permiso para ver las habitaciones papales, por los jubileos, para caridades, etcétera, aumentaban los ingresos de la i Iglesia Romana casi más allá de todo cálculo.
Hubo otros factores que produjeron resentimiento. El sistema romano estaba cuidadosamente razonado y hacía una clara apelación la las mentes filosóficas, pero no estaba haciendo frente a las necesidades del corazón de las gentes. La disensión se estaba extendiendo. Había insatisfacción en el sistema monástico y también entre el clero. Algunos eran abiertamente escépticos. La observancia forzosa del celibato en el clero trajo inmoralidad y concubinato. La enseñanza doctrinal de que el carácter de un sacerdote o un obispo era de importancia secundaria y no afectaba su capacidad para perdonar pecados y administrar sacramentos válidos, hizo estragos en la moral de muchos.
Fue el aspecto político, sin embargo, el que causó el fin de la dominación universal del papado. Como en ocasiones previas, se hizo evidente que el prestigio y la autoridad papales no podían divorciarse del poder secular.

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