CAPÍTULO 1

De las Santas Escrituras

1. Aunque la luz de la naturaleza y las obras de la creación y la providencia manifiestan la bondad, la sabiduría y el poder de Dios, de tal manera que deja al hombre inexcusable[1]; sin embargo no son suficientes para dar ese conocimiento de Dios y su voluntad que es necesario para la salvación[2]. Así pues le plació al Señor, en diversos tiempos y de diversas maneras, revelarse y declarar su voluntad a su Iglesia[3]; Y después, para el mejor mantenimiento y propagación de la verdad y para el mayor establecimiento y consuelo de la Iglesia contra la corrupción de la carne y de la malicia de Satanás y del mundo, le plació dejar totalmente esta revelación por escrito[4], lo cual hace que la Santa Escritura sea sumamente necesaria[5]; habiendo ya cesado esas maneras anteriores de Dios por las que revelaba su voluntad a su pueblo[6].

[1] Romanos 2:14-15; Romanos 1:19-20 ; Salmo 19:1-3; Romanos 1:32 con Romanos 2:1; [2] 1 Corintios 1:21; 1 Corintios 2:13-14; [3] Hebreos 1:1; [4] Proverbios 22:19-21; Lucas 1:3-4; Romanos 15:4; Mateo 4:4, 7, 10; Isaías 8:19-20; [5] 2 Timoteo 3:15; 2 Pedro 1:19. [6] Hebreos 1:1-2.

2. Bajo el nombre de la Santa Escritura, o la Palabra de Dios escrita, son ahora contenidos todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, que son estos:

DEL ANTIGUO TESTAMENTO

1. Génesis 14. 2 Crónicas 27. Daniel
2. Éxodo 15. Esdras 28. Oseas
3. Levítico 16. Nehemías 29. Joel
4. Números 17. Ester 30. Amós
5. Deuteronomio 18. Job 31. Abdías
6. Josué 19. Salmos 32. Jonás
7. Jueces 20. Proverbios 33. Miqueas
8. Rut 21. Eclesiastés 34. Nahúm
9. 1 Samuel 22. Cantares 35. Habacuc
10. 2 Samuel 23. Isaías 36. Sofonías
11. 1 Reyes 24. Jeremías 37. Hageo
12. 2 Reyes 25. Lamentaciones 38. Zacarías
13. 1 Crónicas 26. Ezequiel 39. Malaquías

DEL NUEVO TESTAMENTO

1. Mateo 10. Efesios 19. Hebreos
2. Marcos 11. Filipenses 20. Santiago
3. Lucas 12. Colosenses 21. 1 Pedro
4. Juan 13. 1 Tesalonicenses 22. 2 Pedro
5. Hechos 14. 2 Tesalonicenses 23. 1 Juan
6. Romanos 15. 1 Timoteo 24. 2 Juan
7. 1 Corintios 16. 2 Timoteo 25. 3 Juan
8. 2 Corintios 17. Tito 26. Judas
9. Gálatas 18. Filemón 27.Apocalipsis

Todos los cuales son dados por inspiración de Dios para ser la regla de fe y conducta[7].

[7] Lucas 16:29, 31; Efesios 2:20; Apocalipsis 22:18-19; 2 Timoteo 3:16.

3. Los libros comúnmente llamados apócrifos, no siendo de inspiración divina, no tienen parte en el canon de la Escritura; y así pues no tienen autoridad en la Iglesia de Dios, ni han ser aprobados, ni usados, sino de la misma manera que los otros libros humanos[8].

[8] Lucas 24:27, 44; Romanos 3:2; 2 Pedro 1:21.

4. La autoridad de las Sagradas Escrituras, por la cuál han de ser creídas y obedecidas, no depende del testimonio de hombre alguno o Iglesia; sino totalmente de Dios (quien es la verdad misma) el autor de ellas; y así pues han de ser recibidas porque son la Palabra de Dios[9].

[9] 2 Pedro 1:19, 21; 2 Timoteo 3:16; 1 Juan 5:9; 1 Tesalonicenses 2:13.

5. Podemos ser movidos e inducidos por el testimonio de la Iglesia a tener una estimación alta y reverente de la Santa Escritura[10]. Y el carácter celestial del contenido, la eficacia de la doctrina, la majestad del estilo, el acuerdo de todas las partes, el designio del conjunto (el cual es, de dar toda la gloria a Dios), el pleno descubrimiento que hace de la única manera de la salvación del hombre, las muchas otras incomparables excelencias y la entera perfección de la misma, son argumentos por los cuales abundantemente se muestra ella misma ser la Palabra de Dios; no obstante, nuestra plena persuasión y seguridad de la verdad infalible y autoridad divina de la misma, proviene de la obra interior del Espíritu Santo, dando testimonio por y con la Palabra en nuestros corazones[11].

[10] 1 Timoteo 3:15; [11] 1 Juan 2:20, 27; Juan 16:13, 14; 1 Corintios 2:10-12; Isaías 59:21.

6. Todo el consejo de Dios tocante a todas la cosas necesarias para su propia gloria, la salvación del hombre, la fe y vida, está expresamente expuesto en la Escritura o por buena y necesaria consecuencia puede ser deducido de la Escritura; a la cual nada en tiempo alguno ha de ser añadido, sea por nuevas revelaciones del Espíritu o por las tradiciones de hombres[12]. Sin embargo, reconocemos que es necesaria la iluminación interior del Espíritu de Dios para el entendimiento salvador de tales cosas que son reveladas en la Palabra[13]; y que hay algunas circunstancias tocante a la adoración de Dios y el gobierno de la iglesia, comunes a las acciones y sociedades humanas, que han de ser ordenadas por la luz de la naturaleza y la prudencia cristiana, en acuerdo con las reglas generales de la Palabra, que siempre han de ser observadas[14].

[12] 2 Timoteo 3:15-17; Gálatas 1:8, 9; 2 Tesalonicenses 2:2; [13] Juan 6:45; 1 Corintios 2:9-12; [14] 1 Corintios 11:13, 14; 1 Corintios 14:26, 40.

7. Todas las cosas en las Escrituras no son igual de claras en sí mismas, ni igual de claras a todos[15]; sin embargo, aquellas cosas que son necesarias saber, creer y observar para la salvación, están tan claramente presentadas y abiertas en algún u otro lugar de la Escritura, que no tan sólo los eruditos, sino también los indoctos, con un debido uso de los medios ordinarios, pueden alcanzar para un suficiente entendimiento de ello[16].

[15] 2 Pedro 3:16; [16] Salmo 119:105, 130.

8. El Antiguo Testamento en hebreo (que era el idioma nativo del pueblo de Dios de antaño) y el Nuevo Testamento en griego (el cual, en el tiempo en el que fue escrito, era el más conocido entre las naciones), siendo inspirados inmediatamente de Dios, y mantenidos puros por su cuidado singular y providencia en todas los edades, son pues auténticos[17]; de manera que, en todas las controversias de religión, la Iglesia ha de apelar finalmente a ellos[18]. Pero, puesto que estos idiomas originales no son conocidos de todo el pueblo de Dios, quien tiene el derecho a las Escrituras, e interés en las mismas, y que ellos son mandados, en el temor de Dios, a leerlas y escudriñarlas[19], así pues han de ser traducidos al idioma común de cada nación a la que vengan[20]; para que, morando en todos abundantemente la Palabra de Dios, ellos puedan adorarlo en una manera aceptable[21]; y, por la paciencia y el consuelo de las Escrituras, puedan tener esperanza[22].

[17] Mateo 5:18; [18] Isaías 8:20; Hechos 15:15; Juan 5:39, 46; [19] Juan 5:39; [20] 1 Corintios 14:6, 9, 11, 12, 24, 27, 28; [21] Colosenses 3:16; [22] Romanos 15:4.

9. La regla infalible para interpretar la Escritura es la Escritura misma; y así pues, cuando haya una cuestión sobre el verdadero y pleno sentido de cualquier Escritura (el cual no es múltiple, sino único) se debe buscar y ha de ser conocido por los otros lugares que hablan más claramente[23].

[23] 2 Pedro 1:20, 21; Hechos 15:15, 16.

10. El juez supremo por el cual todas las controversias de religión han de ser determinadas, y todos los decretos de concilios, opiniones de autores antiguos, doctrinas de hombres, y espíritus individuales, han de ser examinados; y en cuya sentencia hemos de reposar, no puede ser otro, sino el Espíritu Santo hablando en la Escritura[24].

[24] Mateo 22:29, 31; Efesios 2:20 con Hechos 28:25.

CAPÍTULO 2

De Dios y de la Santa Trinidad

1. No hay sino un solo Dios[1], vivo y verdadero [2]; quien es infinito en su ser y perfección[3], un espíritu sumamente puro[4], invisible[5], sin cuerpo, partes[6], o pasiones[7], inmutable[8], inmenso[9], eterno[10], incomprensible[11], todopoderoso[12], sumamente sabio[13], sumamente santo[14], sumamente libre[15], sumamente absoluto[16], obrando todas las cosas de acuerdo al consejo de Su inmutable y justísima voluntad[17], para Su propia gloria[18]; sumamente amoroso[19], clemente, misericordioso, paciente, abundante en bondad y verdad, que perdona la iniquidad, la trasgresión y el pecado[20]; galardonador de todos los que lo buscan con diligencia[21]; y sobre todo sumamente justo y terrible en sus juicios[22], que aborrece todo pecado [23] y que de ninguna manera absolverá al culpable[24].

[1] Deuteronomio 6:4; 1 Corintios 8:4, 6; [2] 1 Tesalonicenses 1:9; Jeremías 10:10; [3] Job 11:7-9; Job 26:14; [4] Juan 4:24; [5] 1 Timoteo 1:17; [6] Deuteronomio 4:15, 16; Juan 4:24 con Lucas 24:39; [7] Hechos 14:11, 15; [8] Santiago 1:17; Malaquías 3:6; [9] 1 Reyes 8:27; Jeremías 23:23, 24; [10] Salmo 90:2; 1 Timoteo 1:17; [11] Salmo 145:3; [12] Génesis 17:1; Apocalipsis 4:8; [13] Romanos 16:27; [14] Isaías 6:3; Apocalipsis 4:8; [15] Salmo 115:3; [16] Éxodo 3:14; [17] Efesios 1:11; [18] Proverbios 16:4; Romanos 11:36; [19] 1 Juan 4:8, 16; [20] Éxodo 34:6, 7; [21] Hebreos 11:6; [22] Nehemías 9:32, 33; [23] Salmo 5:5, 6; [24] Nahum 1:2,3; Éxodo 34:7.

2. Dios tiene toda vida[25], gloria[26], bondad[27], bienaventuranza[28], en sí mismo y de Él mismo; y es solo [y] absolutamente suficiente en sí mismo y para Él mismo, no teniendo necesidad de criatura alguna que Él ha hecho[29], ni derivando gloria de ellas[30], sino solamente manifestando su propia gloria en ellas, por ellas, hacia ellas y sobre ellas; Él es el único manantial de todo ser, de quien, por medio de quien y para quien son todas las cosas[31]; y tiene el sumo soberano dominio sobre ellas, para hacer por ellas, para ellas, o sobre ellas cualquier cosa que le plazca[32]. Ante su vista todas las cosas están abiertas y manifiestas[33]; Su conocimiento es infinito, infalible e independiente de la criatura[34], de modo que nada es para Él contingente o inseguro[35]. Él es sobremanera santo en todos sus consejos, en todas sus obras y en todos sus mandamientos[36]. A Él son debidos, de los ángeles y del hombre y toda criatura, toda adoración, servicio u obediencia que le place requerir de ellos[37].

[25] Juan 5:26; [26] Hechos 7:2; [27] Salmo 119:68; [28] 1 Timoteo 6:15; Romanos 9:5; [29] Hechos 17:24, 25; [30] Job 22:2, 3; [31] Romanos 11:36; [32] Apocalipsis 4:11; 1 Timoteo 6:15; Daniel 4:25, 35; [33] Hebreos 4:13: [34] Romanos 11:33, 34; [35] Hechos 15:18; Ezequiel 11:5; [36] Salmo 145:17; Romanos 7:12; [37] Apocalipsis 5:12-14.

3. En la unidad de la Deidad hay tres personas, de una sustancia, poder y eternidad; Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo[38]. El Padre es de nadie, ni engendrado ni procede; el Hijo es eternamente engendrado del Padre[39]: el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo[40].

[38] 1 Juan 5:7; Mateo 3:16-17; Mateo 28:19; 2 Corintios 13:14; [39] Juan 1:14, 18; [40] Juan 15:26; Gálatas 4:6.

CAPÍTULO 3

Del Decreto Eterno de Dios

1. Dios desde la eternidad, por el consejo sumamente sabio y santo de su propia voluntad, ordenó libre e inmutablemente toda cosa que sucede[1]: y sin embargo, de tal manera que ni es Dios el autor del pecado[2], ni hace violencia a la voluntad de las criaturas, ni la libertad o contingencia de las causas segundas son quitadas, sino más bien establecidas[3].

[1] Efesios 1:11; Romanos 11:33; Hebreos 6:17; Romanos 9:15, 18; [2] Santiago 1:13, 17; 1 Juan 1:5; [3] Hechos 2:23; Mateo 17:12; Hechos 4:27, 28; Juan 19:11; Proverbios 16:33.

2. Aunque Dios sabe cualquier cosa que pudiera o puede pasar en todas las condiciones supuestas[4], nada ha decretado Él porque lo previera como futuro, o por ser lo que había de pasar en dichas condiciones[5].

[4] Hechos 15:18; 1 Samuel 23:11, 12; Mateo 11:21, 23; [5] Romanos 9:11, 13, 16, 18.

3. Por el decreto de Dios, para la manifestación de Su gloria, algunos hombres y ángeles[6] son predestinados para vida eterna y otros preordenados a la muerte eterna[7].

[6] 1 Timoteo 5:21; Mateo 25:41; [7] Romanos 9:22, 23; Efesios 1:5, 6 Proverbios 16:4.

4. Estos ángeles y hombres, así predestinados y preordenados, son designados particular e inmutablemente, y su número es tan seguro y definido, que no puede ser ni incrementado ni disminuido[8].

[8] 2 Timoteo 2:19; Juan 13:48.

5. Aquellos de la humanidad que son predestinados para vida, Dios, antes de que se estableciera la fundación del mundo, según su propósito eterno e inmutable y el consejo secreto y beneplácito de su voluntad, los ha escogido, en Cristo, para la gloria eterna[9], de su simple amor y gracia libres, sin previsión alguna de fe o buenas obras, o perseverancia en cualquiera de éstas, o de cualquier otra cosa en la criatura, como condiciones o causas que lo movieran a ello[10]; y todo para la alabanza de su gloriosa gracia[11].

[9] Efesios 1:4, 9, 11; Romanos 8:30; 2 Timoteo 1:9; 1 Tesalonicenses 5:9; [10] Romanos 9:11, 13, 16; Efesios 1:4, 9; [11] Efesios 1:6, 12.

6. Como Dios ha designado los escogidos hacia la gloria, así Él, por su eterno y sumamente libre propósito de su voluntad, ha preordenado todos los medios para esto[12]. Por lo cual aquellos que son elegidos, siendo caídos en Adán, son redimidos por Cristo[13]; son eficazmente llamados a la fe en Cristo por su Espíritu obrando a su debido tiempo; son justificados, adoptados, santificados[14] y guardados por su poder por medio de la fe para salvación[15]. Ni otros son redimidos por Cristo, eficazmente llamados, justificados, adoptados, santificados y salvos, sino solamente los escogidos[16].

[12] 1 Pedro 1:2; Efesios 1:4, 5; Efesios 2:10; 2 Tesalonicenses 2:13; [13] 1 Tesalonicenses 5:9, 10; Tito 2:14; [14] Romanos 8:30; Efesios 1:5; 2 Tesalonicenses 2:13; [15] 1 Pedro 1:5; [16] Juan 17:9; Romanos 8:28-39; Juan 6:64, 65; Juan 10:26; Juan 8:47; 1 Juan 2:19.

7. Al resto de la humanidad Dios le plació, según el consejo inescrutable de su propia voluntad, por el cual Él concede o retiene misericordia, como le place, para la gloria de su poder soberano sobre sus criaturas, pasarlos por alto; y ordenarlos a deshonra e ira, por causa de sus pecados, para la alabanza de su gloriosa justicia[17].

[17] Mateo 11:25, 26; Romanos 9:17, 18, 21, 22; 2 Timoteo 2:19, 20; Judas 4; 1 Pedro 2:8.

8. La doctrina de este alto misterio de la predestinación ha de ser tratado con especial prudencia y cuidado[18], para que los hombres, atendiendo la voluntad de Dios revelada en su Palabra y rindiendo obediencia a ella, puedan, por la certidumbre de su vocación, estar seguros de su elección eterna[19]. Así que esta doctrina producirá motivos de adoración, reverencia y admiración a Dios[20], y de humildad, diligencia y abundante consuelo a todos los que sinceramente obedecen el evangelio[21].

[18] Romanos 9:20; Romanos 11:33; Deuteronomio 29:29; [19] 2 Pedro 1:10; [20] Efesios 1:6; Romanos 11:33; [21] Romanos 11:5, 6, 20; 2 Pedro 1:10; Romanos 8:33; Lucas 10:20.

CAPÍTULO 4

De la Creación

1. Agradó a Dios el Padre, Hijo y Espíritu Santo[1], para la manifestación de la gloria de su poder, sabiduría y bondad eternas[2], en el principio, crear, o hacer de la nada, el mundo y todas las cosas en que hay en él, ya sean visibles o invisibles, en el espacio de seis días; y todo muy bueno[3].

[1] Hebreos 1:2; Juan 1:2,3; Génesis 1:2; Job 26:13 y Job 33:4; [2] Romanos 1:20; Jeremías 10:12; Salmo 104:24; Salmo 33:5, 6; [3] Génesis 1; Hebreos 11:3; Colosenses 1:16; Hechos 17:24.

2. Después de que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creo al hombre, varón y hembra[4], con almas racionales e inmortales[5], dotados con conocimiento, justicia y verdadera santidad, según su propia imagen[6]; teniendo la ley de Dios escrita en sus corazones[7], y la capacidad para cumplirla[8]; pero bajo la posibilidad de trasgredirla, siendo dejados a la libertad de su propia voluntad, que estaba sujeta a cambio[9]. Aparte de esta ley escrita en sus corazones, ellos recibieron un mandamiento de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, mientras guardaron el cual ellos fueron felices en su comunión con Dios[10] y tenían dominio sobre las criaturas[11].

[4] Génesis 1:27; [5] Génesis 2:7 con Eclesiastés 12:7 y Lucas 23:43 ; Mateo 10:28; [6] Génesis 1:26; Colosenses 3:10; Efesios 4:24; [7] Romanos 2:14, 15; [8] Eclesiastés 7:29; [9] Génesis 3:6; Eclesiastés 7:29; [10] Génesis 2:17; Génesis 3:8-11, 23; [11] Génesis 1:26, 28.

CAPÍTULO 5

De la Providencia

1. Dios, el gran creador de todas las cosas, sostiene[1], dirige, dispone y gobierna todas las criaturas, las acciones y las cosas[2], desde la más grande hasta la más pequeña[3], por su sumamente sabia y santa providencia[4], conforme a su infalible presciencia[5] y el libre e inmutable consejo de su propia voluntad[6], para la alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y misericordia[7].

[1] Hebreos 1:3; [2] Daniel 4:34, 35; Salmo 135:6; Hechos 17:25, 26, 28; Job 38-41; [3] Mateo 10:29-31; [4] Proverbios 15:3; Salmo 104:24; Salmo 145:17; [5] Hechos 15:18; Salmo 94:8-11; [6] Efesios 1:11; Salmo 33:10-11; [7] Isaías 63:14; Efesios 3:10; Romanos 9:17; Génesis 45:7; Salmo 145:7.

2. Aunque, en la relación con la presciencia y decreto de Dios, quien es la Causa primera, todas las cosas llegan a pasar inmutable e infaliblemente[8], no obstante, por la misma providencia, Él las ordena de manera que sucedan conforme a la naturaleza de las causas segundas, sea necesaria, libre o contingentemente[9].

[8] Hechos 2:23; [9] Génesis 8:22; Jeremías 31:35; Éxodo 21:13 con Deuteronomio 19:5; 1 Reyes 22:28, 34; Isaías 10:6, 7.

3. Dios en su providencia ordinaria hace uso de medios[10], sin embargo Él está libre para obrar sin ellos[11], sobre ellos[12] y contra ellos, según le plazca[13].

[10] Hechos 27:31, 44; Isaías 55:10, 11; Oseas 2:21, 22; [11] Oseas 1:7 Mateo 4:4; Job 34:20; [12] Romanos 4:19-21; [13] 2 Reyes 6:6; Daniel 3:27.

4. El omnipotente poder, la inescrutable sabiduría e infinita bondad de Dios se manifiestan en su providencia, que se extiende aun hasta la primera caída y todos los otros pecados de ángeles y hombres[14]; y esto no por un mero permiso[15], sino que es tal que ha unido a éste una sumamente sabia y poderosa atadura[16] y ordenándolos y gobernándolos de manera distinta, en una dispensación diversa, para su propios fines santos[17]; pero de tal modo que el pecado de ello procede solamente de la criatura, y no de Dios, quien, siendo muy santo y justo, no es, ni puede ser, el autor o aprobador del pecado[18].

[14] Romanos 11:32-34; 2 Samuel 24:1 con 1 Crónicas 21:1; 1 Reyes 22:22, 23; 1 Crónicas 10:4, 13, 14; 2 Samuel 16:10; Hechos 2:23; Hechos 4:27, 28; [15] Hechos 14:16; [16] Salmo 76:10; 2 Reyes 19:28; [17] Génesis 50:20; Isaías 10:6, 7, 12; [18] Santiago 1:13, 14, 17; 1 Juan 2:16; Salmo 50:21.

5. El sumamente sabio, justo y clemente Dios muchas veces deja por un tiempo su propios hijos en múltiples tentaciones y en la corrupción de su propios corazones, para disciplinarlos por sus pecados anteriores, o para descubrirles la fuerza escondida de la corrupción y engaño de sus corazones, para que sean humildes[19]; y para elevarlos a una más íntima y constante dependencia para que se apoyen en Él mismo, y para hacerlos más vigilantes contra todas las ocasiones futuras de pecar, y para otros muchos fines justos y santos[20].

[19] 2 Crónicas 32:25, 26, 21; 2 Samuel 24:1; [20] 2 Crónicas 12:7-9; Salmo 73; Salmo 77:1-12; Marcos 14:66-72 con Juan 21:15-17.

6. En cuanto a aquellos hombres malvados e impíos a quienes Dios, como Juez justo, por sus pecados pasados, ciega y endurece[21], de ellos Él no tan sólo retiene su gracia, por la cual pudieron haber sido iluminados en sus entendimientos y obrado en sus corazones[22]; sino algunas veces también quita los dones que tuvieron[23], y los expone a tales cosas como su corrupción hace ocasiones de pecar[24]; y, a la vez, los entrega a sus propios codicias, las tentaciones del mundo y al poder del diablo[25]; por lo cual sucede que se endurecen ellos mismos, aun bajo esos medios que Dios usa para suavizar a otros[26].

[21] Romanos 1:24, 26, 28 ; Romanos 11:7-8; [22] Deuteronomio 29:4; [23] Mateo 13:12; Mateo 25:29; [24] Deuteronomio 2:30; 2 Reyes 8:12, 13; [25] Salmo 81:11, 12; 2 Tesalonicenses 2:10-12; [26] Éxodo 7:3 con Éxodo 8:15, 32; 2 Corintios 2:15, 16; Isaías 8:14; 1 Pedro 2:7, 8; Isaías 6:9, 10 con Hechos 28:26, 27.

7. Como la providencia de Dios en general alcanza a todas las criaturas, así en una manera muy especial tiene cuidado de su Iglesia y dispone todas las cosas para el bien de ella[27].

[27] 1 Timoteo 4:10; Amós 9:8, 9; Romanos 8:28; Isaías 43:3-5, 14.

CAPÍTULO 6

De la Caída del Hombre, del Pecado y su Castigo

1. Nuestros primeros padres, siendo seducidos por la sutileza y la tentación de Satanás, pecaron al comer del fruto prohibido[1]. Este pecado suyo plugo a Dios, conforme a su consejo sabio y santo, permitir, habiendo designado ordenarlo para su propia gloria[2].

[1] Génesis 3:13; 2 Corintios 11:3; [2] Romanos 11:32.

2. Por este pecado ellos cayeron de su justicia original y comunión con Dios[3], y así fueron muertos en pecados[4], y totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma y cuerpo[5].

[3] Génesis 3:6-8; Eclesiastés 7:29; Romanos 3:23; [4] Génesis 2:17; Efesios 2:1; [5] Tito 1:15; Génesis 6:5; Jeremías 17:9; Romanos 3:10-18.

3. Siendo ellos la raíz de toda la humanidad, la culpa de este pecado fue imputada[6], y la misma muerte en el pecado y la corrupción de la naturaleza transmitida a toda su posteridad que desciende de ellos por generación ordinaria[7].

[6] Génesis 1:27-28 y Génesis 2:16, 17 y Hechos 17:26 con Romanos 5:12, 15-19 y 1 Corintios 15:21, 22, 49; [7] Salmo 51:5; Génesis 5:3; Job 14:4, 15:14.

4. De esta corrupción original, por la cual somos totalmente indispuestos, incapaces y hechos opuestos a todo bien[8], y totalmente inclinados a todo mal[9], procede todas las transgresiones actuales[10].

[8] Romanos 5:6, Romanos 7:18, Romanos 8:7; Colosenses 1:21; [9] Génesis 6:5, Génesis 8:21; Romanos 3:10-12; [10] Santiago 1:14, 15; Efesios 2:2, 3; Mateo 15:19.

5. Esta corrupción de la naturaleza, durante esta vida, permanece en aquellos que son regenerados[11]; y aunque sea, por medio de Cristo, perdonada y mortificada, con todo tanto ella en sí misma como todas sus mociones son verdadera y propiamente pecado[12].

[11] 1 Juan 1:8, 10; Romanos 7:14, 17, 18, 23; Santiago 3:2; Proverbios 20:9; Eclesiastés 7:20; [12] Romanos 7:5, 7, 8, 25; Gálatas 5:17.

6. Cada pecado, ya se original o actual, siendo una trasgresión de la justa ley de Dios, y contrario a ella[13], hace, por su propia naturaleza, traer culpa sobre el pecador[14]; por lo cual él queda bajo la ira de Dios[15] y la maldición de la ley[16], y así sujeto a la muerte[17], con todas las miserias espirituales[18], temporales[19] y eternas[20].

[13] 1 Juan 3:4; [14] Romanos 2:15, Romanos 3:9, 19; [15] Efesios 2:3; [16] Gálatas 3:10; [17] Romanos 6:23; [18] Efesios 4:18; [19] Romanos 8:20; Lamentaciones 3:39; [20] Mateo 25:41; 2 Tesalonicenses 1:9.

CAPÍTULO 7

Del Pacto de Dios con el Hombre

1. La distancia entre Dios y la criatura es tan grande, que aunque las criaturas racionales deban obediencia a Él como su Creador, nunca podrían tener disfrute alguno de Él como bienaventuranza y recompensa, sino por una condescendencia voluntaria de parte de Dios, la cual le ha placido expresar por medio de pacto[1].

[1] Isaías 40:13-17; Job 9:32, 33; 1 Samuel 2:25; Salmo 113:5; Salmo 100:2, 3; Job 22:2, 3; Job 35:7, 8; Lucas 17:10; Hechos 17:24, 25.

2. El primer pacto hecho con el hombre fue un pacto de obras[2], en el cual la vida fue prometida a Adán y en él a su posteridad[3], bajo la condición de una obediencia perfecta y personal[4].

[2] Gálatas 3:12; [3] Romanos 10:5; Romanos 5:12-20; [4] Génesis 2:17; Gálatas 3:10.

3. Habiéndose hecho el hombre a sí mismo, por su caída, incapaz de la vida por medio de ese pacto, agradó al Señor hacer un segundo[5], comúnmente llamado el pacto de gracia; en la cual Él libremente ofrece a los pecadores vida y salvación por medio de Jesucristo, requiriendo de ellos fe en Él para que sean salvos[6], y prometiendo dar Su Espíritu Santo a todos quienes son ordenados a vida, para hacerlos dispuestos y capaces para creer[7].

[5] Gálatas 3:21; Romanos 8:3; Romanos 3:20, 21; Génesis 3:15; Isaías 42:6; [6] Marcos 16:15, 16; Juan 3:16; Romanos 10:6, 9; Gálatas 3:11; [7] Ezequiel 36:26, 27; Juan 6:44, 45.

4. Este pacto de gracia es con frecuencia presentado en las Escrituras con el nombre testamento, en referencia a la muerte de Jesucristo, el testador, y a la herencia eterna, con todas las cosas que a ésta pertenecen, en ellas legadas[8].

[8] Hebreos 9:15-17; Hebreos 7:22; Lucas 22:20; 1 Corintios 11:25.

5. Este pacto fue administrado de manera diferente en el tiempo de la ley y en el tiempo del evangelio[9]: bajo la ley, fue administrado por medio de promesas, profecías, sacrificios, circuncisión, el cordero pascual y otros tipos y ordenanzas dados al pueblo judío, todo esto prefigurando el Cristo que había de venir[10]; las cuales cosas fueron, para ese tiempo, suficientes y eficaces, por medio de la operación del Espíritu, para instruir y edificar los escogidos en la fe en el Mesías prometido[11], por medio de quien tuvieron remisión total de pecados y vida eterna; y es llamado el Antiguo Testamento[12].

[9] 2 Corintios 3:6-9; [10] Hebreos caps. 8-10: Romanos 4:11; Colosenses 2:11, 12; 1 Corintios 5:7; [11] 1 Corintios 10:1-4; Hebreos 11:13; Juan 8:56; [12] Gálatas 3:7-9, 14.

6. Bajo el evangelio, cuando Cristo, la sustancia[13], fue manifestado, las ordenanzas por las cuales este pacto es dispensado son: la predicación de la Palabra y la administración de los sacramentos del bautismo y la Santa Cena[14]; las cuales, aunque son menos en número y administradas con más sencillez y menos gloria externa; con todo, en ellos es mostrado [el pacto] con más plenitud, evidencia y eficacia espiritual[15], a todas las naciones, tanto a judíos como gentiles[16], y es llamado el Nuevo Testamento[17]. No hay, pues, dos pactos de gracia, diferentes en sustancia, sino uno y el mismo, debajo varias dispensaciones[18].

[13] Colosenses 2:17 [14] Mateo 28:19-20; 1 Corintios 11:23-25; [15] Hebreos 12:22-28; Jeremías 31:33, 34; [16] Mateo 28:19; Efesios 2:15-19; [17] Lucas 22:20; [18] Gálatas:3:14, 16; Romanos 3:21-23, 30; Salmo 32:1; Romanos 4:3, 6, 16, 17, 23, 24; Hebreos 13:8; Hechos 15:11.

CAPÍTULO 8

De Cristo el Mediador

1. Agradó a Dios, en Su propósito eterno, escoger y ordenar al Señor Jesús, Su Unigénito Hijo, para ser el Mediador entre Dios y el hombre[1]; el Profeta[2], Sacerdote[3] y Rey[4], la Cabeza y el Salvador de Su Iglesia[5], el Heredero de todas las cosas[6] y Juez del mundo[7]; a quien Él desde toda la eternidad le dio un pueblo, que fuera Su simiente[8] y que a su tiempo fueran por Él redimidos, llamados, justificados, santificados y glorificados[9].

[1] Isaías 42:1; 1 Pedro 1:19, 20; Juan 3:16; 1 Timoteo 2:5; [2] Hechos 3:22; [3] Hebreos 5:5, 6; [4] Salmo 2:6; Lucas 1:33; [5] Efesios 5:23; [6] Hebreos 1:2; [7] Hechos 17:31; [8] Juan 17:6; Salmo 22:30; Isaías 53:10; [9] 1 Timoteo 2:6; Isaías 55:4, 5; 1 Corintios 1:30.

2. El Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, siendo verdadero y eterno Dios, igual y de una sustancia con el Padre, asumió, cuando la plenitud del tiempo había llegado, la naturaleza de hombre[10], con todas las propiedades y debilidades comunes de ella, aunque sin pecado[11]; siendo concebido por el poder del Espíritu Santo, en el vientre de la virgen María, de la sustancia de ella[12]. Así que, dos naturalezas enteras, perfectas y distintas, la divina y la humana, fueron inseparablemente unidas en una persona, sin conversión, composición ni confusión[13]. La cual persona es verdadero Dios y verdadero hombre, mas un Cristo, el único Mediador entre Dios y el hombre[14].

[10] Juan 1:1, 14; 1 Juan 5:29; Filipenses 2:6; Gálatas 4:4; [11] Hebreos 2:14, 16, 17; Hebreos 4:15; [12] Lucas 1:27, 31, 35; Gálatas 4:4; [13] Lucas 1:35; Colosenses 2:9; Romanos 9:5; 1 Pedro 3:18; 1 Timoteo 3:16; [14] Romanos 1:3, 4; 1 Timoteo 2:5.

3. El Señor Jesús, en Su naturaleza humana así unida a la divina, fue santificado y ungido con el Espíritu Santo, sin medida[15], teniendo en sí mismo todas las riquezas de sabiduría y conocimiento[16]; en quien le agradó al Padre que habitase toda plenitud[17]; con el fin de que, siendo santo, inocente, sin mancha y lleno de gracia y de verdad[18], Él pudiera estar totalmente equipado para ejecutar el oficio de mediador y fiador[19]. El cual oficio Él no tomó de sí mismo, sino fue llamado a ello por Su Padre[20], quien puso todo poder y juicio en Su mano y le dio mandamiento para ejecutar el mismo[21].

[15] Salmo 45:7; Juan 3:34; [16] Colosenses 2:3; [17] Colosenses 1:19; [18] Hebreos 7:26; Juan 1:14; [19] Hechos 10:38; Hebreos 12:24; Hebreos 7:22; [20] Hebreos 5:4, 5; [21] Juan 5:22,27; Mateo 28:18; Hechos 2:36.

4. Este oficio el Señor Jesús asumió con buena voluntad [22] y para desempeñarlo, se sujetó a la ley[23] y perfectamente la cumplió[24], padeció los tormentos más graves directamente en Su alma[25] y los sufrimientos más dolorosos en Su cuerpo[26]; fue crucificado y murió[27]; fue sepultado y estuvo bajo el poder de la muerte; aunque no vio la corrupción[28]. Al tercer día Él resucito de entre los muertos[29], con el mismo cuerpo en el cual había sufrido[30], con el cual también ascendió al cielo, y allí está sentado a la diestra de Su Padre[31], haciendo intercesión[32], y regresará para juzgar a los hombres y los ángeles al fin del mundo[33].

[22] Salmo 40:7, 8 con Hebreos 10:5-10; Juan 10:18; Filipenses 2:8; [23] Gálatas 4:4; [24] Mateo 3:15; Mateo 5:17; [25] Mateo 26:37, 38; Lucas 22:44; Mateo 27:46; [26] Mateo caps. 26 y 27; [27] Filipenses 2:8; [28] Hechos 2:23, 24, 27; Hechos 13:37; Romanos 6:9; [29] 1 Corintios 15:3, 4; [30] Juan 20:25, 27; [31] Marcos 16:19; [32] Romanos 8:34; Hebreos 9:24; Hebreos 7:25; [33] Romanos 14:9, 10; Hechos 1:11; Hechos 10:42 Mateo 13:40-42; Judas 6; 2 Pedro 2:4.

5. El Señor Jesús, por Su perfecta obediencia y sacrificio de Sí mismo, el cual Él, por medio del Espíritu eterno, ofreció una vez a Dios, ha hecho satisfacción completa de la justicia de Su Padre[34]; y compró, no tan sólo la reconciliación, sino también una herencia eterna en el reino de los cielos, para todos aquellos que el Padre le ha dado[35].

[34] Romanos 5:19; Hebreos 9:14, 16; Hebreos 10:14; Efesios 5:2; Romanos 3:25, 26; [35] Daniel 9:24, 26; Colosenses 1:19, 20; Efesios 1:11, 14; Juan 17:2; Hebreos 9:12, 15.

6. Aunque la obra de redención no fue de hecho obrada por Cristo hasta después de Su encarnación, no obstante la virtud, la eficacia y los beneficios de ello fueron comunicados a los elegidos en todos los siglos desde el principio del mundo, en y por medio de esas promesas, tipos y sacrificios, en los cuales Él fue revelado y significado ser la simiente de la mujer que heriría la cabeza del serpiente; y el Cordero inmolado desde el principio del mundo; siendo el mismo ayer y hoy, y para siempre[36].

[36] Gálatas 4:4, 5; Génesis 3:15; Apocalipsis 13:8; Hebreos 13:8.

7. Cristo, en la obra de la mediación, obra según las dos naturalezas, cada naturaleza haciendo lo que es propio a ella[37]: aunque, por razón de la unidad de la persona, aquello que es propio a una naturaleza, es a veces en la Escritura atribuido a la persona denominada por la otra naturaleza[38].

[37] Hebreos 9:14; 1 Pedro 3:18; [38] Hechos 20:28; Juan 3:13; 1 Juan 3:16.

8. A todos aquellos para quienes Cristo ha comprado la redención, Él cierta y eficazmente la aplica y comunica [39], haciendo intercesión por ellos[40] y revelándoles, en y por la Palabra, los misterios de la salvación[41], persuadiéndolos eficazmente por Su Espíritu para creer y obedecer, y gobernando sus corazones con Su Palabra y Espíritu[42], venciendo todos sus enemigos por Su omnipotente poder y sabiduría, de tal manera y medios, que sea más consonante con Su maravillosa y inescrutable dispensación[43].

[39] Juan 6:37, 39; Juan 10:15, 16; [40] 1 Juan 2:1, 2; Romanos 8:34; [41] Juan 15:13, 15; Efesios 1:7-9; Juan 17:6; [42] Juan 14:16; Hebreos 12:2; 2 Corintios 4:13; Romanos 8:9, 14; Romanos 15:18, 19; Juan 17:17; [43] Salmo 110:1; 1 Corintios 15:25, 26; Malaquías 4:2, 3; Colosenses 2:15.

CAPÍTULO 9

Del Libre Albedrío

1. Dios ha dotado a la voluntad de aquella libertad natural, que no es forzada ni, por ninguna necesidad absoluta de la naturaleza, determinada al bien o al mal[1].

[1] Mateo 17:12; Santiago 1:14; Deuteronomio 30:19.

2. El hombre, en su estado de inocencia, tenía la libertad y el poder para determinar y hacer aquello que es bueno y agradable a Dios[2], pero mutablemente, de manera que podía caer de ese estado[3].

[2] Eclesiastés 7:29; Génesis 1:26; [3] Génesis 2:16, 17; Génesis 3:6.

3. El hombre, por su caída a un estado de pecado, ha perdido totalmente toda habilidad de la voluntad para ningún bien espiritual que acompañe a la salvación[4]; por tanto, un hombre natural, estando totalmente opuesto a ese bien[5], y muerto en pecado[6], no es capaz, por su propia fuerza, de convertirse por sí mismo, o de prepararse para la conversión[7].

[4] Romanos 5:6; Romanos 8:7; Juan 15:5; [5] Romanos 3:10, 12; [6] Efesios 2:1, 5; Colosenses 2:13; [7] Juan 6:44,65; Efesios 2:2-5; 1 Corintios 2:14; Tito 3:3-5.

4. Cuando Dios convierte a un pecador y lo traslada al estado de gracia, Él lo libera de su esclavitud natural bajo el pecado[8]; y, por Su sola gracia, lo capacita libremente para querer y obrar lo que es espiritualmente bueno[9]; con todo, por razón de su corrupción que permanece, él no hace perfectamente, ni desea sólo, lo que es bueno, sino que también desea lo que es malo[10].

[8] Colosenses 1:13; Juan 8:34, 36; [9] Filipenses 2:13; Romanos 6:18, 22; [10] Gálatas 5:17; Romanos 7:15, 18, 19, 21, 23.

5. La voluntad del hombre es hecha perfecta e inmutablemente libre para hacer sólo lo bueno, únicamente en el estado de gloria[11].

[11] Efesios 4:13; Hebreos 12:23; 1 Juan 3:2; Judas 24.

CAPÍTULO 10

Del Llamamiento Eficaz

1. Todos aquellos a quienes Dios ha predestinado a la vida, y a ellos solamente, tiene Él a bien a su tiempo señalado y aceptado llamar eficazmente[1], por Su Palabra y Espíritu[2], de ese estado de pecado y muerte, en el que están por naturaleza, a la gracia y la salvación por Jesucristo[3]; iluminando espiritual y salvíficamente su entendimiento, a fin de que comprendan las cosas de Dios[4]; quitándoles su corazón de piedra y dándoles un corazón de carne[5]; renovando sus voluntades y por Su omnipotente poder predisponiéndolos a lo que es bueno[6], y trayéndolos eficazmente a Jesucristo[7]; de manera que ellos vienen muy libremente, habiendo sido hechos dispuestos por Su gracia[8].

[1] Romanos 8:30; Romanos 11:7; Efesios 1:10, 11; [2] 2 Tesalonicenses 2:13, 14; 2 Corintios 3:3, 6; [3] Romanos 8:2; Efesios 2:1-5; 2 Timoteo 1:9, 10; [4] Hechos 26:18; 1 Corintios 2:10, 12; Efesios 1:17, 18; [5] Ezequiel 36:26; [6] Ezequiel 11:19; Filipenses 2:13; Deuteronomio 30:6; Ezequiel 36:27; [7] Efesios 1:19; Juan 6:44, 45; [8] Cantares 1:4 Salmo 110:3; Juan 6:37; Romanos 6:16, 17, 18.

2. Este llamamiento eficaz proviene de la libre y especial gracia de Dios solamente, no por cosa alguna prevista en el hombre[9], quien es totalmente pasivo en este respecto, hasta que, siendo vivificado y renovado por el Espíritu Santo[10], él es de este modo capacitado a responder a este llamamiento y a recibir la gracia ofrecida y comunicada en ella[11].

[9] 2 Timoteo 1:9; Tito 3:4; Efesios 2:4, 5, 8, 9; Romanos 9:11; [10] 1 Corintios 2:14; Romanos 8:7; Efesios 2:5; [11] Juan 6:37; Ezequiel 36:27; Juan 5:25.

3. Los niños elegidos que mueren en la infancia son regenerados y salvados por Cristo por medio del Espíritu[12], quien obra cuándo, dónde y cómo quiere[13]. En la misma condición están todas las personas elegidas que sean incapaces de ser llamadas externamente por el ministerio de la Palabra[14].

[12] Lucas 18:15, 16; Hechos 2:38, 39; Juan 3:3, 5; 1 Juan 5:12 comparado con Romanos 8:9; [13] Juan 3:8; [14] 1 Juan 5:12; Hechos 4: 12.

4. Las personas no elegidas, aunque sean llamadas por el ministerio de la Palabra[15] y tengan algunas de las operaciones comunes del Espíritu[16], nunca acuden verdaderamente a Cristo, y por lo tanto no pueden ser salvas[17]; y mucho menos pueden ser salvos de otra manera aquellos que no profesan la religión cristiana, aun cuando sean diligentes en ajustar sus vidas a la luz de la naturaleza y a la ley de la religión que profesan[18]; y el afirmar y sostener que lo pueden lograr así, es muy pernicioso y detestable[19].

[15] Mateo 22:14; [16] Mateo 7:22; Mateo 13:20, 21; Hebreos 6:4, 5; [17] Juan 6:64-66; Juan 8:24; [18] Hechos 4:12; Juan 14:6; Efesios 2:12; Juan 4:22; Juan 17:3; [19] 2 Juan 9-11; 1 Corintios 16:22; Gálatas 1:6-8.

CAPÍTULO 11

De la Justificación

1. A quienes Dios llama de una manera eficaz, también justifica gratuitamente[1], no infundiendo justicia en ellos, sino perdonándoles sus pecados, y contando y aceptando su persona como justa; no por algo obrado en ellos o hecho por ellos, sino solamente por causa de Cristo; no por imputarles la fe misma, ni el acto de creer, ni ninguna otra obediencia evangélica como justicia, sino imputándoles la obediencia y satisfacción de Cristo[2]; y ellos lo reciben y descansan en Él y en su justicia, por la fe. Esta fe no la tienen de ellos mismos; es un don de Dios[3].

[1] Romanos 8:30; Romanos 3:24; [2] Romanos 4:5-8; 2 Corintios 5:19, 21; Romanos 3:22, 24, 25, 27, 28; Tito 3:5; Efesios 1:7; Jeremías 23:6; 1 Corintios 1:30, 31; Romanos 5:17-19; [3] Hechos 10:44; Gálatas 2:16; Filipenses 3:9; Hechos 13:38; Efesios 2:7, 8.

2. La fe, que así recibe y descansa en Cristo y en su justicia, es el único instrumento de justificación[4]; aunque no está sola en la persona justificada, sino que siempre va acompañada por todas las otras gracias salvadoras, y no es fe muerta, sino que obra por el amor[5].

[4] Juan 1:12; Romanos 3:28; Romanos 5:1 [5] Santiago 2:17, 22, 26; Gálatas 5:6.

3. Cristo, por su obediencia y muerte, saldó totalmente la deuda de todos aquellos que así son justificados, e hizo una adecuada, real y completa satisfacción a la justicia de su Padre, en favor de ellos[6]. Sin embargo, por cuanto Cristo fue dado por el Padre para los justificados[7], y Su obediencia y satisfacción fueron aceptadas en lugar de la de ellos[8], y esto gratuitamente, y no por algo que hubiera en los justificados, su justificación es solamente de pura gracia[9]; a fin de que tanto la rigurosa justicia, como la rica gracia de Dios, puedan ser glorificadas en la justificación de los pecadores[10].

[6] Romanos 5:8-10, 19; 1 Timoteo 2:5, 6; Hebreos 10:10, 14; Daniel 9:24, 26; Isaías 53:4-6, 10-12; [7] Romanos 8:32; [8] 2 Corintios 5:21; Mateo 3:17; Efesios 5:2; [9] Romanos 3:24; Efesios 1:7; [10] Romanos 3:26; Efesios 2:7.

4. Desde la eternidad, Dios decretó justificar a todos los elegidos[11]; y en el cumplimiento del tiempo, Cristo murió por los pecados de ellos, y resucitó para su justificación[12]. Sin embargo, los elegidos no son justificados hasta que el Espíritu Santo, en el momento debido, les hace realmente partícipes de Cristo[13].

[11] Gálatas 3:8; 1 Pedro 1:2, 19, 20; Romanos 8:30; [12] Gálatas 4:4; 1 Timoteo 2:6; Romanos 4:25; [13] Colosenses 1:21, 22; Gálatas 2:16; Tito 3:4-7.

5. Dios continúa perdonando los pecados de aquellos que son justificados[14]; y aunque ellos nunca pueden caer del estado de justificación[15], sin embargo pueden, por sus pecados, caer en el desagrado paternal de Dios y no tener la luz de Su rostro restaurada sobre ellos hasta que se humillen, confiesen sus pecados, pidan perdón y renueven su fe y su arrepentimiento[16].

[14] Mateo 6:12; 1 Juan 1:7, 9; 1 Juan 2:1, 2; [15] Lucas 22:32; Juan 10:28; Hebreos 10:14; [16] Salmo 89:31-33; Salmo 51:7-12; Salmo 32:5; Mateo 26:75; 1 Corintios 11:30, 32; Lucas 1:20.

6. La justificación de los creyentes en el Antiguo Testamento era, en todos estos respectos, una y la misma que la justificación de los creyentes en el Nuevo Testamento[17].

[17] Gálatas 3:9, 13, 14; Romanos 4:22-24; Hebreos 13:8.

CAPÍTULO 12

De la Adopción

1. Dios se digna conceder a todos aquellos que son justificados en y por su único Hijo Jesucristo, que sean partícipes de la gracia de adopción[1], por la cual son contados en el número de los hijos de Dios, y gozan de sus libertades y privilegios[2]; están marcados con su nombre[3], reciben el Espíritu de adopción[4]; tienen acceso confiadamente al trono de la gracia[5]; están capacitados para clamar: Abba, Padre[6]; son compadecidos[7], protegidos[8], proveídos[9], y corregidos por Él como por un padre[10], pero nunca desechados[11], sino sellados para el día de la redención[12], y heredan las promesas[13] como herederos de salvación eterna[14].

[1] Efesios 1:5; Gálatas 4:4, 5; [2] Romanos 8:17; Juan 1:12; [3] Jeremías 14:9; 2 Corintios 6:18; Apocalipsis 3:12; [4] Romanos 8:15; [5] Efesios 3:12; Romanos 5:2; [6] Gálatas 4:6; [7] Salmo 103:13; [8] Proverbios 14:26; [9] Mateo 6:30, 32; 1 Pedro 5:7; [10] Hebreos 12:6; [11] Lamentaciones 3:31; [12] Efesios 4:30; [13] Hebreos 6:12; [14] 1 Pedro 1:3, 4; Hebreos 1:14.

CAPÍTULO 13

De la Santificación

1. Aquellos que son llamados eficazmente y regenerados, habiendo sido creados en ellos un nuevo corazón y un nuevo espíritu, son además santificados de un modo real y personal, por virtud de la muerte y resurrección de Cristo[1], por su Palabra y Espíritu que mora en ellos[2]. El dominio del pecado sobre el cuerpo entero es destruido[3], y las diversas concupiscencias del mismo son debilitadas y mortificadas más y más[4], y los llamados son cada vez más fortalecidos y vivificados en todas las gracias salvadoras[5], para la práctica de la verdadera santidad, sin la cual ningún hombre verá al Señor[6].

[1] 1 Corintios 6:11; Hechos 20:32; Filipenses 3:10; Romanos 6:5, 6; [2] Juan 17:17; Efesios 5:26; 2 Tesalonicenses 2:13; [3] Romanos 6:6, 14; [4] Gálatas 5:24; Romanos 8:13; [5] Colosenses 1:11; Efesios 3:16-19; [6] 2 Corintios 7:1; Hebreos 12:14.

2. Esta santificación se efectúa en toda la persona[7] aunque es incompleta en esta vida; todavía quedan algunos remanentes de corrupción en todas partes[8], de donde surge una continua e irreconciliable batalla: la carne lucha contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne[9].

[7] 1 Tesalonicenses 5:23; [8] 1 Juan 1:10; Romanos 7:18, 23; Filipenses 3:12; [9] Gálatas 5:17; 1 Pedro 2:11.

3. En dicha batalla, aunque la corrupción que aún queda puede prevalecer mucho por algún tiempo[10], la parte regenerada triunfa[11] a través del continuo suministro de fuerza de parte del Espíritu Santificador de Cristo; y así crecen en gracia los santos[12], perfeccionando la santidad en el temor de Dios[13].

[10] Romanos 7:23; [11] Romanos 6:14; 1 Juan 5:4; Efesios 4:15, 16; [12] 2 Pedro 3:18; 2 Corintios 3:18; [13] 2 Corintios 7:1.

CAPÍTULO 14

De la Fe Salvadora

1. La gracia de la fe, por la cual se capacita a los elegidos para creer, para la salvación de su alma[1], es la obra del Espíritu de Cristo en el corazón de ellos[2], y ordinariamente se realiza por el ministerio de la Palabra[3]; por la cual, y también por la administración de los sacramentos y por la oración, esa fe se aumenta y se fortalece[4].

[1] Hebreos 10:39; [2] 2 Corintios 4:13; Efesios 1:17-19; Efesios 2:8; [3] Romanos 10:14, 17; [4] 1 Pedro 2:2; Hechos 20:32; Romanos 4:11; Lucas 17:5; Romanos 1:16, 17.

2. Por esta fe, el cristiano cree que es verdadero todo lo revelado en la Palabra, porque la autoridad de Dios mismo habla en ella[5]; y esta fe actúa de manera diferente sobre el contenido de cada pasaje en particular, produciendo obediencia a los mandamientos[6], temblor ante las amenazas[7], y abrazo de las promesas de Dios para esta vida y para la venidera[8]. Pero los principales actos de la fe salvadora son: aceptar, recibir y descansar sólo en Cristo para la justificación, santificación y vida eterna, por virtud del pacto de gracia[9].

[5] Juan 4:42; 1 Tesalonicenses 2:13; 1 Juan 5:10; Hechos 24:14; [6] Romanos 16:26; [7] Isaías 66:2; [8] Hebreos 11:13; 1 Timoteo 4:8; [9] Juan 1:12; Hechos 16:31; Gálatas 2:20; Hechos 15:11.

3. Esta de es diferente en grados: débil y fuerte[10]; puede ser atacada y debilitada frecuentemente y de muchas maneras, pero resulta victoriosa[11]; y crece en muchos hasta obtener la completa seguridad a través de Cristo[12], quien es el autor y el consumador de nuestra fe[13].

[10] Hebreos 5:13, 14; Romanos 4:19, 20; Mateo 6:30; Mateo 8:10; [11] Lucas 22:31; Efesios 6:16; 1 Juan 5:4, 5; [12] Hebreos 6:11, 12; Hebreos 10:22; Colosenses 2:2; [13] Hebreos 12:2.

CAPÍTULO 15

Del Arrepentimiento para Vida

1. El arrepentimiento para vida es una gracia evangélica[1], y la doctrina que a ella se refiere debe ser predicada por todo ministro del evangelio, tanto como la fe de Cristo[2].

[1] Hechos 11:18; Zacarías 12:10; [2] Lucas 24:47; Marcos 1:15; Hechos 20:21.

2. Al arrepentirse, un pecador se aflige por sus pecados y los aborrece, movido no sólo por su contemplación y el sentimiento de peligro, sino también por lo inmundos y odiosos que son, como contrarios a la santa naturaleza y a la justa Ley de Dios. Y al comprender la misericordia de Dios en Cristo, para aquellos que se arrepienten, el pecador se aflige y aborrece sus pecados, de manera que se aparta de todos ellos y se vuelve hacia Dios[3], proponiéndose y esforzándose por andar con Él en todos los caminos de sus mandamientos[4].

[3] Ezequiel 18:30, 31; Ezequiel 36:31; Isaías 30:22; Salmo 51:4; Jeremías 31:18, 19; Joel 2:12; Amos 5:15; Salmo 119:128; 2 Corintios 7:11; [4] Salmo 119:6, 59, 106; Lucas 1:6; 2 Reyes 23:25.

3. Aunque no se debe confiar en el arrepentimiento como si fuera una satisfacción por el pecado o una causa de perdón del mismo[5], ya que el perdón es un acto de la pura gracia de Dios en Cristo[6], no obstante, es de tanta necesidad para todos los pecadores que ninguno puede esperar perdón sin arrepentimiento[7].

[5] Ezequiel 36:31, 32; Ezequiel 16:61-63; [6] Oseas 14:2, 4; Romanos 3:24; Efesios 1:7; [7] Lucas 13:3, 5; Hechos 17:30, 31.

4. Así como no hay pecado tan pequeño que no merezca la condenación[8], tampoco hay pecado tan grande que pueda condenar a los que se arrepienten verdaderamente[9].

[8] Romanos 6:23; Romanos 5:12; Mateo 12:36; [9] Isaías 55:7; Isaías 1:16, 18; Romanos 8:1.

5. Los hombres no deben quedar satisfechos con un arrepentimiento general de sus pecados, sino que es el deber de todo hombre procurar arrepentirse específicamente de sus pecados concretos[10].

[10] Salmo 19:13; Lucas 19:8; 1 Timoteo 1:13, 15.

6. Todo hombre está obligado a confesar privadamente sus pecados a Dios, orando por el perdón de los mismos[11]: y así, y apartándose de ellos, hallará misericordia[12]. Del mismo modo, el que escandaliza a su hermano o a la iglesia de Cristo, debe estar dispuesto a declarar su arrepentimiento a los ofendidos[13], mediante confesión pública o privada, con tristeza por su pecado; y los ofendidos deberán entonces reconciliarse con él y recibirle con amor[14].

[11] Salmo 32:5, 6; Salmo 51:4, 5, 7, 9, 14; [12] Proverbios 28:13; 1 Juan 1:9; [13] Santiago 5:16; Lucas 17:3, 4; Josué 7:19; Salmo 51; [14] 2 Corintios 2:8.

CAPÍTULO 16

De las Buenas Obras

1. Buenas obras son solamente las que Dios ha ordenado en su santa Palabra[1], y no las que, sin ninguna autoridad para ello, han imaginado los hombres por un fervor ciego o con cualquier pretexto de buena intención[2].

[1] Miqueas 6:8; Romanos 12:2; Hechos 13:21; [2] Mateo 15:9; Isaías 29:13; 1 Pedro 1:18; Romanos 10:2; Juan 16:2; 1 Samuel 15:21-23.

2. Estas buenas obras, hechas en obediencia a los mandamientos de Dios, son los frutos y evidencias de una fe viva y verdadera[3]; y por ellas manifiestan los creyentes su gratitud[4], fortalecen su seguridad[5], edifican a sus hermanos[6], adornan la profesión del evangelio[7], tapan la boca de los adversarios[8], y glorifican a Dios[9], cuya obra son, creados en Cristo Jesús para buenas obras[10], para que teniendo por fruto la santificación, tengan como fin la vida eterna[11].

[3] Santiago 2:18, 22; [4] Salmo 116:12, 13; 1 Pedro 2:9; [5] 1 Juan 2:3, 5; 2 Pedro 1:5-10; [6] 2 Corintios 9:2; Mateo 5:16; [7] Tito 2:5, 9-12; 1 Timoteo 6:1; [8] 1 Pedro 2:15; [9] 1 Pedro 2:12; Filipenses 1:11; Juan 15:8; [10] Efesios 2:10; [11] Romanos 6:22.

3. La capacidad que tienen los creyentes para hacer buenas obras no es de ellos en ninguna manera, sino completamente del Espíritu de Cristo[12]. Y para que ellos puedan tener esta capacidad, además de las gracias que han recibido, se necesita la influencia efectiva del mismo Espíritu Santo para obrar en ellos tanto el querer como el hacer por su buena voluntad[13]; sin embargo no deben degenerar en negligencias, como si no estuviesen obligados a obrar aparte de un impulso especial del Espíritu, sino que deben ser diligentes en avivar la gracia de Dios que está en ellos[14].

[12] Juan 15:4-5; Ezequiel 36:26, 27; [13] Filipenses 2:13; Filipenses 4:13; 2 Corintios 3:5; [14] Filipenses 2:12; Hebreos 6:11, 12; Isaías 64:7; 2 Pedro 1:3, 5, 10, 11; 2 Timoteo 1:6; Hechos 26:6, 7; Judas 20, 21.

4. Quienes por su obediencia alcancen la máxima de perfección que sea posible en esta vida, quedan tan lejos de llegar a un grado supererogatorio, y de hacer más de lo que Dios requiere, que les falta mucho de lo que por deber tienen que hacer[15].

[15] Lucas 17:10; Nehemías 13:22; Job 9:2, 3; Gálatas 5:17.

5. Nosotros no podemos, por nuestra mejores obras, merecer el perdón del pecado o la vida eterna de la mano de Dios, a causa de la gran desproporción que existe entre nuestras obras y la gloria que ha de venir, y por la distancia infinita que hay entre nosotros y Dios, a quien no podemos beneficiar por dichas obras, ni satisfacer la deuda de nuestros pecados anteriores[16]; pero cuando hemos hecho todo lo que podemos, no hemos hecho más que nuestro deber, y somos siervos inútiles[17]; y además nuestras obras son buenas porque proceden de su Espíritu[18], y en cuanto son hechas por nosotros, son impuras y contaminadas con tanta debilidad e imperfección, que no pueden soportar la severidad del juicio de Dios[19].

[16] Romanos 3:20; Romanos 4:2, 4, 6; Efesios 2:8, 9; Salmo 16:2; Tito 3:5-7; Romanos 8:18; Job 22:2,3; Job 35, 7,8; [17] Lucas 17:10; [18] Gálatas 5:22, 23; [19] Isaías 64:6; Salmo 143:2; Salmo 130:3; Gálatas 5:17; Romanos 7:15, 18.

6. Sin embargo, a pesar de lo anterior, siendo aceptadas las personas de los creyentes por medio de Cristo, sus buenas obras también son aceptadas en Él[20]; no como si fueran en esta vida enteramente irreprochables e irreprensibles a la vista de Dios[21], sino que a Él, mirándolas en su Hijo, le place aceptar y recompensar lo que es sincero, aun cuando esté acompañado de muchas debilidades e imperfecciones[22].

[20] Efesios 1:6; 1 Pedro 2:5; Éxodo 28:38; Génesis 4:4 con Hebreos 11:4; [21] Job 9:20; Salmo 143:2; [22] 2 Corintios 8:12; Hebreos 13:20, 21; Hebreos 6:10; Mateo 25:21, 23.

7. Las obras hechas por hombres no regenerados, aun cuando por su esencia puedan ser cosas que Dios ordena, y de utilidad tanto para ellos como para otros[23], sin embargo, porque proceden de un corazón no purificado por la fe[24], no son hechas en la manera correcta de acuerdo con la Palabra[25], ni para un fin correcto –la gloria de Dios-[26], son pecaminosas y no pueden agradar a Dios ni hacer a un hombre digno de recibir gracia de Dios[27]. Y a pesar de esto, el descuido de las buenas obras por parte de los no regenerados es pecaminoso y desagradable a Dios[28].

[23] 2 Reyes 10:30; 1 Reyes 21:27, 29; Filipenses 1:15, 16 ,18; [24] Hebreos 11:4, 6 comparado con Génesis 4:3-5; [25] 1 Corintios 13:3; Isaías 1:12; [26] Mateo 6:2, 5, 16; [27] Hageo 2:14; Tito 1:15; Tito 3:5; Amos 5:21, 22; Oseas 1:4; Romanos 9:16; [28] Salmo 14:4; Salmo 36:3; Job 21:14, 15; Mateo 25:41-43, 45; Mateo 23:23.

CAPÍTULO 17

De la Perseverancia de los Santos

1. Aquellos a quienes Dios ha aceptado en su Amado, han sido llamados eficazmente y santificados por su Espíritu, no pueden caer ni total ni definitivamente del estado de gracia, sino que ciertamente han de perseverar en él hasta el fin, y serán salvados eternamente[1].

[1] Filipenses 1:6; 2 Pedro 1:10; Juan 10:28, 29; 1 Juan 3:9; 1 Pedro 1:5, 9.

2. Esta perseverancia de los santos depende, no de su propio libre albedrío, sino de la inmutabilidad del decreto de elección, que fluye del amor gratuito e inmutable de Dios el Padre[2]; de la eficacia del mérito y de la intercesión de Jesucristo[3]; de la morada del Espíritu, y de la simiente de Dios que está en los santos[4]; y de la naturaleza del pacto de gracia[5], de todo lo cual surge también la certeza y la infalibilidad de la perseverancia[6].

[2] 2 Timoteo 2:18, 19; Jeremías 31:3; [3] Hechos 10:10, 14; Hebreos 13:20, 21; Hebreos 7:25; Hebreos 9:12-15; Juan 17:11, 24; Romanos 8:33-39; Lucas 22:32; [4] Juan 14:16, 17; 1 Juan 2:27; 1 Juan 3:9; [5] Jeremías 32:40; [6] 2 Tesalonicenses 3:3; 1 Juan 2:19; Juan 10:28.

3. No obstante esto, es posible que los creyentes, por las tentaciones de Satanás y del mundo, por el predominio de la corrupción que queda en ellos, y por el descuido de los medios para su preservación, caigan en pecados graves[7]; y por algún tiempo permanezcan en ellos[8]; por lo cual atraerán el desagrado de Dios[9]; contristarán a su Espíritu Santo[10]; se verán excluidos en alguna medida de sus gracias y consuelos[11]; tendrán sus corazones endurecidos[12]; sus conciencias heridas[13]; lastimarán y escandalizarán a otros[14], y atraerán sobre sí juicios temporales[15].

[7] Mateo 26:70, 72, 74; [8] Salmo 51:título, 14 [9] Isaías 64:5, 7, 9; 2 Samuel 11:27; [10] Efesios 4:30; [11] Salmo 51:8, 10, 12; Apocalipsis 2:4; Cantares 5:2, 3, 4, 6; [12] Marcos 6:52; Marcos 16:14; Isaías 63:17; [13] Salmo 32:3, 4; Salmo 51:8; [14] 2 Samuel 12:14; [15] Salmo 89:32; 1 Corintios 11:32.

CAPÍTULO 18

De la Seguridad de la Gracia y de la Salvación

1. Aunque los hipócritas y otros hombres no regenerados pueden vanamente engañarse a sí mismos con esperanzas falsas y presunciones carnales de estar en el favor de Dios y en estado de salvación[1], la esperanza de los cuales perecerá[2]; sin embargo, los que creen verdaderamente en el Señor Jesús y lo aman con sinceridad, esforzándose por andar con toda buena conciencia delante de Él, pueden en esta vida estar absolutamente seguros de que están en el estado de gracia[3], pueden regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios; y tal esperanza nunca les hará avergonzarse[4].

[1] Job 8:13, 14; Miqueas 3:11; Deuteronomio 29:19; Juan 8:41; [2] Mateo 7:22, 23; [3] 1 Juan 2:3; 1 Juan 5:13; 1 Juan 3:14, 18, 19, 21, 24; [4] Romanos 5:2, 5.

2. Esta seguridad no es una mera persuasión presuntuosa y probable, fundada en una esperanza falible[5], sino que es una seguridad infalible de fe basada en la verdad divina de las promesas de salvación[6], en la evidencia interna de aquellas gracias a las cuales se refieren las promesas[7], y en el testimonio del Espíritu de adopción testificando a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios[8]; el cual Espíritu es la garantía de nuestra herencia, y por el cual somos sellados hasta el día de la redención[9].

[5] Hechos 6:11, 19; [6] Hechos 6:17, 18; [7] 2 Pedro 1:4, 5, 10, 11; 1 Juan 2:3; 1 Juan 3:14; 2 Corintios 1:12; [8] Romanos 8:15, 16; [9] Efesios 1:13, 14; Efesios 4:30; 2 Corintios 1:21, 22.

3. Esta seguridad infalible no corresponde completamente a la esencia de la fe, de modo que un verdadero creyente puede esperar mucho tiempo y luchar con muchas dificultades antes de ser participante de tal seguridad[10]; sin embargo, estando capacitado por el Espíritu Santo para conocer las cosas que le son dadas gratuitamente por Dios, puede alcanzarlas sin una revelación extraordinaria por el uso correcto de los medios ordinarios[11]; y por eso es el deber de cada uno ser diligente para asegurar su llamamiento y elección[12]; para que su corazón se ensanche en la paz y en el gozo del Espíritu Santo, en amor y gratitud a Dios, y en la fuerza y alegría de los deberes de la obediencia, que son los frutos propios de esta seguridad[13]. Y así, esta seguridad está muy lejos de inducir a los hombres a la negligencia[14].

[10] Isaías 50:10; 1 Juan 5:13; Marcos 9:24; Salmo 88; Salmo 77:1-12; [11] 1 Corintios 2:12; 1 Juan 4:13; Hebreos 6:11, 12; Efesios 3:17, 19; [12] 2 Pedro 1:10; [13] Romanos 5:1, 2, 5; Romanos 14:17; Romanos 15:13; Salmo 119:32; Salmo 4:6, 7; Efesios 1:3, 4; [14] 1 Juan 2:1, 2; Romanos 6:1, 2; Tito 2:11, 12, 14; 2 Corintios 7:1; Romanos 8:1, 12; 1 Juan 3:2, 3; Salmo 130:4; 1 Juan 1:6, 7.

4. La seguridad de la salvación de los verdaderos creyentes puede ser, de diversas maneras, zarandeada, disminuida e interrumpida, por la negligencia en conservarla, por caer en algún pecado concreto que hiera la conciencia y contriste el Espíritu, por alguna tentación repentina o intensa, por retirarles Dios la luz de su rostro, permitiendo, aun a los que lo temen[15], que caminen en tinieblas y no tengan luz. Sin embargo, nunca quedan totalmente destituidos de aquella simiente de Dios, y de la vida de fe, de aquel amor de Cristo y de los hermanos, de aquella sinceridad de corazón y conciencia de deber, por las cuales cosas, mediante la operación del Espíritu, esta seguridad puede ser revivida en su debido tiempo[16]; y por las cuales, mientras tanto, los verdaderos creyentes son sostenidos para no caer en total desesperación[17].

[15] Cantares 5:2, 3, 6; Salmo 51:8, 12, 14; Efesios 4:30, 31; Salmo 77:1-10; Mateo 26:69-72; Salmo 31:22; Salmo 88; Isaías 50:10; [16] 1 Juan 3:9; Job 13:15; Lucas 22:32; Salmo 73:15; Salmo 51:8, 12; Isaías 50:10; [17] Miqueas 7:7-9; Jeremías 32:40; Isaías 54:7-10; Salmo 22:1; Salmo 88.

CAPÍTULO 19

De la Ley de Dios

1. Dios dio a Adán una ley como un pacto de obras, por la cual le obligó, a él y a toda su posteridad, a una obediencia personal, completa, exacta y perpetua; le prometió la vida por el cumplimiento de esa ley, y le amenazó con la muerte si la infringía; dándole además el poder y la capacidad para guardarla[1].

[1] Génesis 1:26, 27; 2:17; Romanos 2:14, 15; Romanos 10:5; Romanos 5:12, 19; Gálatas 3:10, 12; Eclesiastés 7:29; Job 28:28.

2. Esta ley, después de la caída de Adán, continuaba siendo una regla perfecta de rectitud; y como tal fue dada por Dios en el monte Sinaí, en diez mandamientos, y escrita en dos tablas[2]; los cuatro primeros mandamientos contienen nuestros deberes para con Dios, y los otros seis, nuestros deberes para con los hombres[3].

[2] Santiago 1:25; Santiago 2:8, 10-12; Romanos 13:8, 9; Deuteronomio 5:32; Deuteronomio 10:4; Éxodo 34:1; [3] Mateo 22:37-40.

3. Además de esta ley, comúnmente llamada ley moral, agradó a Dios dar al pueblo de Israel, como iglesia menor de edad, leyes ceremoniales que contenían varias ordenanzas típicas; en parte de adoración, prefigurando a Cristo, sus gracias, acciones, sufrimientos y beneficios[4]; y en parte expresando diversas instrucciones sobre los deberes morales[5]. Todas aquellas leyes ceremoniales están abrogadas ahora bajo el Nuevo Testamento[6].

[4] Hebreos 10:1; Gálatas 4:1-3; Colosenses 2:17; Hebreos 9; [5] 1 Corintios 5:7; 2 Corintios 6:17; Judas 23; [6] Colosenses 2:14, 16, 17; Daniel 9:27; Efesios 2:15, 16.

4. A los Israelitas, en cuanto cuerpo político, también les dio leyes judiciales, que expiraron juntamente con el estado político de aquel pueblo, por lo que ahora no obligan a los otros pueblos sino en lo que la equidad general de ellas lo requiera[7].

[7] Éxodo 21; Éxodo 22:1-29; Génesis 49:10 comparado con 1 Pedro 2:13, 14; Mateo 5:17 con 5:38, 39; 1 Corintios 9:8-10.

5. La ley moral obliga por siempre a todos, tanto a los justificados, como a los que no lo están, a que se la obedezca[8]; y esto no sólo en consideración a la naturaleza de ella, sino también con respecto a la autoridad de Dios, el Creador, quien la dio[9]. Cristo, en el evangelio, en ninguna manera abroga esta ley, sino que refuerza nuestra obligación de cumplirla[10].

[8] Romanos 13:8-10; Efesios 6:2; 1 Juan 2:3, 4, 7, 8; [9] Santiago 2:10, 11; [10] Mateo 5:17, 19; Santiago 2:8; Romanos 3:31.

6. Aunque los verdaderos creyentes no están bajo la ley en cuanto el pacto de obras para ser justificados o condenados[11], sin embargo, ésta es de gran utilidad tanto para ellos como para otros, ya que como regla de vida les informa de la voluntad de Dios y de sus deberes, les dirige y obliga a andar en conformidad con ella[12], les descubre también la pecaminosa contaminación de su naturaleza, corazón y vida[13]; de tal manera, que cuando ellos se examinan ante ella, puedan llegar a una convicción más profunda de su pecado, a sentir humillación por él y aborrecimiento de él[14]; junto con una visión más clara de la necesidad que tienen de Cristo, y de la perfección de su obediencia[15]. También la ley moral es útil para los regenerados a fin de restringir su corrupción, puesto que prohíbe el pecado[16], y sus amenazas sirven para mostrar lo que aún merecen sus pecados, y las aflicciones que pueden esperar por ellos en esta vida, aun cuando estén libres de la maldición con que amenaza la ley[17]. Sus promesas, de un modo semejante, manifiestan a los regenerados que Dios aprueba la obediencia, y cuáles son las bendiciones que deben esperar por el cumplimiento de la misma[18]; aunque no como si la ley se lo debiera, a modo de un pacto de obras[19]; de manera que si alguien hace lo bueno y deja de hacer lo malo porque la ley le mande lo uno y le prohíba lo otro, no por ello se demuestra que esté bajo la ley y no bajo la gracia[20].

[11] Romanos 6:14; Romanos 8:1; Gálatas 2:16; Gálatas 3:13; Gálatas 4:4, 5; Hechos 13:39; [12] Romanos 7:12, 22, 25; Salmo 119:4-6; 1 Corintios 7:19; Gálatas 5:14, 16, 18-23; [13] Romanos 7:7; Romanos 3:20; [14] Romanos 7:9, 14, 24; Santiago 1:23-25; [15] Gálatas 3:24; Romanos 8:3, 4; Romanos 7:24; [16] Santiago 2:11; Salmo 119:101, 104, 128; [17] Esdras 9:13, 14; Salmo 89:30-34; [18] Salmo 37:11; Salmo 19:11; Levítico 26:1-14 con 2 Corintios 6:16; Efesios 6:2, 3; Mateo 5:5 [19] Gálatas 2:16; Lucas 17:10; [20] Romanos 6:12, 14; Hebreos 12:28, 29; 1 Pedro 3:8-12; Salmo 34:12-16.

7. Los usos de la ley ya mencionados no son contrarios a la gracia del evangelio, sino que concuerdan armoniosamente con él[21]; pues el Espíritu de Cristo subyuga y capacita la voluntad del hombre para que haga alegre y voluntariamente lo que requiere la voluntad de Dios, revelada en la ley[22].

[21] Gálatas 3:21; [22] Ezequiel 36:27; Hechos 8:10; Jeremías 31:33.

CAPÍTULO 20

De la Libertad Cristiana y de la Libertad de Conciencia

1. La libertad que Cristo ha comprado para los creyentes, que están bajo la autoridad del evangelio, consiste en verse libres de la culpa del pecado, de la ira condenatoria de Dios, y de la maldición de la ley moral[1]; y en ser librados de este presente siglo malo, de la servidumbre de Satanás y del dominio del pecado[2]; del mal de la aflicciones, del aguijón de la muerte, de la victoria del sepulcro y de la condenación eterna[3]; e igualmente consisten en su libre acceso a Dios[4], y en rendirle obediencia, no por temor servil, sino con un amor filial y con una mente sometida[5]. Todo esto era común también a los creyentes que estaban sometidos a la ley[6], si bien, en el Nuevo Testamento la libertad de los cristianos se ensancha mucho más porque están libres del yugo de la ley ceremonial a que estaba sujeta la iglesia judaica[7], y tienen ahora mayor confianza para acercarse al trono de la gracia[8], y mayores participaciones del libre Espíritu de Dios, que las que tuvieron los creyentes que estaban bajo la ley[9].

[1] Tito 2:14; 1 Tesalonicenses 1:10; Gálatas 3:13; [2] Gálatas 1:4; Hechos 26:18; Colosenses 1:13; Romanos 6:14; [3] Salmo 119:71; 1 Corintios 15:54-57; Romanos 8:1, 28; [4] Romanos 5:1, 2; [5] Romanos 8:14, 15; 1 Juan 4:18; [6] Gálatas 3:9, 14; [7] Gálatas 4:1-3, 6, 7; Gálatas 5:1; Hechos 15:10, 11; [8] Hebreos 4:14, 16; Hebreos 10:19-22; [9] Juan 7:38, 39; 2 Corintios 3:13, 17, 18.

2. Sólo Dios es el Señor de la conciencia[10], y la ha dejado libre de los mandamientos y doctrinas de hombres que sean en alguna forma contrarios a su Palabra, o estén al margen de ella en asuntos de fe o de adoración[11]. Así que creer tales doctrinas u obedecer tales mandamientos por causa de la conciencia, es traicionar la verdadera libertad de conciencia[12]; y el requerir una fe implícita, y una obediencia ciega y absoluta, es destruir la libertad de conciencia y también la razón[13].

[10] Santiago 4:12; Romanos 14:4 ; [11] Hechos 4:19; Hechos 5:29; 1 Corintios 7:23; Mateo 23:8-10; 2 Corintios 1:24; Mateo 15:9; [12] Colosenses 2:20, 22, 23; Gálatas 1:10; Gálatas 2:4, 5; Gálatas 5:1; [13] Romanos 10:17; Romanos 14:23; Isaías 8:20; Hechos 17:11; Juan 4:22; Oseas 5:11; Apocalipsis 13:12, 16, 17; Jeremías 8:9.

3. Aquellos que bajo pretexto de la libertad cristiana practican algún pecado o abrigan alguna concupiscencia, destruyen por esto el propósito de la libertad cristiana, que consiste en que siendo librados de las manos de nuestros enemigos, podamos servir al Señor sin temor, en santidad y justicia delante de Él, todos los días de nuestra vida[14].

[14] Gálatas 5:13; 1 Pedro 2:16; 2 Pedro 2:19; Juan 8:34; Lucas 1:74, 75.

4. Y puesto que los poderes que Dios ha ordenado y la libertad que Cristo ha comprado, no han sido destinados por Dios para destruirse, sino para preservarse y sostenerse mutuamente uno al otro, los que bajo pretexto de la libertad cristiana quieran oponerse a cualquier poder legal, o a su lícito ejercicio, sea civil o eclesiástico, resisten a la ordenanza de Dios[15]. A quienes publican tales opiniones, o mantienen tales prácticas, que son contrarias a la luz de la naturaleza, o a los principios conocidos del cristianismo, ya sea que se refieran a la fe, a la adoración o a la conducta, o al poder de la santidad, o a tales opiniones o prácticas erróneas, ya sea en su propia naturaleza o en la manera en que las publican o las sostienen, y son destructivas para la paz eterna y el orden que Cristo ha establecido en la iglesia, se les puede llamar legalmente a cuentas y se les puede procesar por las censuras de la iglesia[16], y por el poder de los gobernantes civiles[17].

[15] Mateo 12:25; 1 Pedro 2:13, 14, 16; Romanos 13:1-8; Hebreos 13:17; [16] Romanos 1:32; 1 Corintios 5:1, 5, 11, 13; 2 Juan 10, 11; 2 Tesalonicenses 3:14 y 1 Timoteo 6:3-5; Tito 1:10, 11, 13, y Tito 3:10 con Mateo 18:15-17; 1 Timoteo 1:19, 20; Apocalipsis 2:2, 14, 15, 20; Apocalipsis 3:9; [17] Deuteronomio 13:6-12; Romanos 13:3, 4; 2 Juan 10, 11; Esdras 7:23, 25-28; Apocalipsis 17:12, 16, 17; Nehemías 13:15, 17, 21, 22, 25, 30; 2 Reyes 23:5, 6, 9, 20, 21; 2 Crónicas 34:33; 2 Crónicas 15:12, 13, 16; Daniel 3:29; 1 Timoteo 2:2; Isaías 49:23; Zacarías 13:2, 3.

CAPÍTULO 21

De la Adoración Religiosa y del Día de Reposo

1. La luz de la naturaleza muestra que hay un Dios que tiene señorío y soberanía sobre todo; es bueno y hace bien a todos; y que, por tanto, debe ser temido, amado, alabado, invocado, creído y servido con toda el alma, con todo el corazón y con todas las fuerzas[1]. Pero el modo aceptable de adorar al verdadero Dios es instituido por Él mismo, y está tan limitado por su propia voluntad revelada, que no se debe adorar a Dios conforme a las imaginaciones e invenciones de los hombres o las sugerencias de Satanás, bajo ninguna representación visible o en ningún otro modo no prescrito en las Santas Escrituras[2].

[1] Romanos 1:20; Hechos 17:24; Salmo 119:68; Jeremías 10:7; Salmo 31:23; Salmo 18:3; Romanos 10:12; Salmo 62:8; Josué 24:14; Marcos 12:33; [2] Deuteronomio 12:32; Mateo 15:9; Hechos 17:25; Mateo 4:9, 10; Deuteronomio 4:15-20; Éxodo 20:4-6; Colosenses 2:23.

2. La adoración religiosa ha de darse a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a Él solamente[3]; no a los ángeles, ni a los santos, ni a ninguna otra criatura[4]; y desde la caída, no sin algún Mediador, ni por la mediación de algún otro, sino solamente de Cristo[5].

[3] Mateo 4:10 con Juan 5:23 y 2 Corintios 13:14; [4] Colosenses 2:18; Apocalipsis 19:10; Romanos 1:25; [5] Juan 14:6; 1 Timoteo 2:5; Efesios 2:18; Colosenses 3:17.

3. Siendo la oración, con acción de gracias, una parte especial de la adoración religiosa[6], Dios la exige de todos los hombres[7]; y para que pueda ser aceptada debe hacerse en el nombre del Hijo[8], con la ayuda del Espíritu[9], conforme a su voluntad[10], con entendimiento, reverencia, humildad, fervor, fe, amor y perseverancia[11]; y si se hace oralmente, en una lengua conocida[12].

[6] Filipenses 4:6; [7] Salmo 65:2; [8] Juan 14:13, 14; 1 Pedro 2:5; [9] Romanos 8:26; [10] 1 Juan 5:14; [11] Salmo 47:7; Eclesiastés 5:1, 2; Hebreos 12:28; Génesis 18:27; Santiago 1:6, 7; Santiago 5:16; Marcos 11:24; Mateo 6:12, 14, 15; Colosenses 4:2; Efesios 6:18; [12] 1 Corintios 14:14.

4. La oración ha de hacerse por cosas lícitas[13], y a favor de toda clase de personas vivas, o que vivirán más adelante[14]; pero no a favor de los muertos[15] ni de aquellos de quienes se pueda saber que hayan cometido el pecado de muerte[16].

[13] 1 Juan 5:14; [14] 1 Timoteo 2:1, 2; Juan 17:20; 2 Samuel 7:29; Rut 4:12; [15] 2 Samuel 12:21-23 con Lucas 16:25, 26; Apocalipsis 14:13; [16] 1 Juan 5:16.

5. La lectura de las Escrituras con temor reverencial[17]; la sólida predicación[18], y el escuchar conscientemente la Palabra, en obediencia a Dios, con entendimiento, fe y reverencia[19]; el cantar salmos con gracia en el corazón[20], y también la debida administración y la recepción digna de los sacramentos instituidos por Cristo, son partes de la adoración religiosa regular a Dios[21]; y además, los juramentos religiosos[22], los votos[23], los ayunos solemnes[24], y las acciones de gracias en ocasiones especiales[25], han de usarse, en sus tiempos respectivos, de una manera santa y religiosa[26].

[17] Hechos 15:21; Apocalipsis 1:3; [18] 2 Timoteo 4:2; [19] Santiago 1:22; Hechos 10:33; Hebreos 4:2; Mateo 13:19; Isaías 66:2; [20] Colosenses 3:16; Efesios 5:19; Santiago 5:13; [21] Mateo 28:19; Hechos 2:42; 1 Corintios 11:23-29; [22] Deuteronomio 6:13 con Nehemías 10:29; [23] Eclesiastés 5:4, 5; Isaías 19:21; [24] Joel 2:12; Mateo 9:15; 1 Corintios 7:5; Ester 4:16; [25] Salmo 107; Ester 9:22; [26] Hebreos 12:28.

6. Ahora, en el evangelio, ni la oración ni ninguna otra parte de la adoración religiosa están limitadas a un lugar, ni son más aceptables por el lugar en que se realizan, o hacia el cual se dirigen[27]; sino que Dios ha de ser adorado en todas partes[28] en espíritu y en verdad[29]; tanto en lo privado en las familias[30] diariamente[31], y en secreto cada uno por sí mismo[32]; así como de una manera más solemne en las reuniones públicas, las cuales no han de descuidarse ni abandonarse voluntariamente o por negligencia, cuando Dios por su Palabra y providencia nos llama a ellas[33].

[27] Juan 4:21; [28] Malaquías 1:11; 1 Timoteo 2:8; [29] Juan 4:23, 24; [30] Jeremías 10:25; Deuteronomio 6:6, 7; Job 1:5; 2 Samuel 6:18-20; 1 Pedro 3:7; Hechos 10:2; [31] Mateo 6:11; [32] Mateo 6:6; Efesios 6:18; [33] Isaías 56:6, 7; Hebreos 10:25; Proverbios 1:20, 21, 24; Proverbios 8:34; Hechos 13:42; Lucas 4:16; Hechos 2:42.

7. Así como es ley de la naturaleza que, en general, una proporción debida de tiempo se dedique a la adoración de Dios, así también en su Palabra, por un mandamiento positivo, moral y perpetuo que obliga a todos los hombres en todos los tiempos, Dios ha señalado particularmente un día de cada siete, para que sea guardado como un reposo santo para Él[34]; y desde el principio del mundo hasta la resurrección de Cristo, este día fue el último de la semana; y desde la resurrección de Cristo fue cambiado al primer día de la semana[35], que en las Escrituras recibe el nombre de “día del Señor”[36] y debe ser perpetuado hasta el fin del mundo como el día del reposo cristiano[37].

[34] Éxodo 20:8, 10, 11; Isaías 56:2, 4, 6, 7; [35] Génesis 2:2, 3; 1 Corintios 16:1, 2; Hechos 20:7; [36] Apocalipsis 1:10; [37] Éxodo 20:8, 10; Mateo 5:17, 18.

8. Este día de reposo se guarda santo para el Señor cuando los hombres, después de la debida preparación de su corazón y arreglados con anticipación todos sus asuntos ordinarios, no solamente guardan un santo descanso durante todo el día, de sus propias labores, palabras y pensamientos, acerca de sus empleos y diversiones mundanas[38], sino que también dedican todo el tiempo al ejercicio de la adoración pública y privada, y en los deberes de caridad y de misericordia[39].

[38] Éxodo 20:8; Éxodo 16:23, 25, 26, 29, 30; Éxodo 31:15-17; Isaías 58:13; Nehemías 13:15-19, 21, 22; [39] Isaías 58:13; Mateo 12:1-13.

CAPÍTULO 22

De los Juramentos y de los Votos Lícitos

1. Un juramento lícito es una parte de la adoración religiosa[1] mediante el cual, una persona, en ocasión debida, al jurar solemnemente, pone a Dios como testigo de lo que afirma o promete, y se somete a que se la juzgue conforme a la verdad o a la falsedad de lo que jura[2].

[1] Deuteronomio 10:20; [2] Éxodo 20:7; Levítico 19:12; 2 Corintios 1:23; 2 Crónicas 6:22, 23.

2. Sólo el nombre de Dios es aquello por lo que los hombres deben jurar, usándolo con santo temor y reverencia[3]; y por consiguiente, el jurar de modo vano o temerario por ese nombre glorioso y terrible, o simplemente el jurar por cualquier otra cosa, es pecaminoso y debe aborrecerse[4]. Sin embargo, como en asuntos de peso y de importancia, el juramento está justificado por la Palabra de Dios, tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo[5], por eso, cuando una autoridad legítima exija un juramento legal para tales asuntos, este juramento debe hacerse[6].

[3] Deuteronomio 6:13; [4] Jeremías 5:7; Santiago 5:12; Éxodo 20:7; Mateo 5:34, 37; [5] Hebreos 6:16; Isaías 65:16; 2 Corintios 1:23; [6] 1 Reyes 8:31; Esdras 10:5; Nehemías 13:25.

3. Todo aquel que hace un juramento debe considerar seriamente la gravedad de un acto tan solemne, y por lo tanto no afirmar sino aquello de lo cual está plenamente persuadido de que es la verdad[7]. Y tampoco puede ningún hombre obligarse por un juramento a cosa alguna, excepto a lo que es bueno y justo, y a lo que cree que ser así, y a lo que es capaz y está resuelto a cumplir[8]. Sin embargo, es pecado rehusar el juramento tocante a una cosa que sea buena y justa, cuando sea exigido por una autoridad legítima[9].

[7] Jeremías 4:2; Éxodo 20:7; [8] Génesis 24:2, 3, 5, 6, 8, 9; [9] Números 5:19, 21; Nehemías 5:12; Éxodo 22:7-11.

4. El juramento debe hacerse en el sentido claro y común de las palabras, sin equívocos o reservas mentales[10]. Tal juramento no puede obligar a pecar; pero en todo aquello que no sea pecaminoso, una vez hecho, es de obligado cumplimiento, aun cuando sea en el propio daño del que lo hizo[11], y no debe violarse porque se haya hecho a herejes o a incrédulos[12].

[10] Salmo 24:4; Jeremías 4:2; [11] 1 Samuel 25:22, 32-34; Salmo 15:4; [12] Ezequiel 17:16, 18, 19; Josué 9:18, 19 con 2 Samuel 21:1.

5. El voto es de naturaleza semejante a la del juramento promisorio, y debe hacerse con el mismo cuidado religioso y cumplirse con la misma fidelidad que éste[13].

[13] Isaías 19:21; Eclesiastés 5:4-6; Salmo 61:8; Salmo 66:13, 14.

6. El voto no debe hacerse a ninguna criatura, sino sólo a Dios[14], y para que sea acepto ha de hacerse voluntariamente, con fe y conciencia del deber, como muestra de gratitud por la misericordia recibida, o bien para obtener lo que queremos; y por él nos obligamos a cumplir más estrictamente nuestros deberes necesarios u otras cosas, en cuanto puedan ayudarnos adecuadamente al cumplimiento de las mismas[15].

[14] Salmo 76:11; Jeremías 44:25, 26; [15] Deuteronomio 23:21-23; Salmo 50:14; Génesis 28:20-22; 1 Samuel 1:11; Salmo 132:2-5; Salmo 66:13-14.

7. Nadie puede hacer un voto para realizar una cosa prohibida por la Palabra de Dios, o que impida el cumplimiento de algún deber ordenado en ella; ni puede obligarse a lo que no está en su capacidad, y para cuya ejecución no tenga ninguna promesa de ayuda de parte de Dios[16]. A tales respectos, los votos monásticos de los papistas de celibato perpetuo, de pobreza y de obediencia a las reglas eclesiásticas, están tan lejos de ser grados de perfección superior, que no son sino supersticiones y trampas pecaminosas en las que ningún cristiano debe enredarse[17].

[16] Hechos 23:12, 14; Marcos 6:26; Números 30:5, 8, 12, 13; [17] Mateo 19:11, 12; 1 Corintios 7:2, 9; Efesios 4:28; 1 Pedro 4:2; 1 Corintios 7:23.

CAPÍTULO 23

De los Gobernantes Civiles

1. Dios, el supremo Señor y Rey de todo el mundo, ha instituido gobernantes civiles que deben estarle sujetos, para gobernar al pueblo para la gloria de Dios y el bien público; y con este fin les ha armado con el poder de la espada, para la defensa y aliento de los buenos, y para el castigo de los malhechores[1].

[1] Romanos 13:1-4; 1 Pedro 2:13, 14.

2. Es lícito para los cristianos aceptar y desempeñar el cargo de gobernante cuando sean llamados para ello[2]; y en el desempeño de ese cargo deben mantener especialmente la piedad, la justicia y la paz, según las sanas leyes de cada Estado[3], y así, con ese propósito, en la Era del Nuevo Testamento, pueden lícitamente hacer la guerra en ocasiones justas y necesarias[4].

[2] Proverbios 8:15, 16; Romanos 13:1, 2, 4; [3] Salmo 2:10-12; 1 Timoteo 2:2; Salmo 82:3,4; 2 Samuel 23:3; 1 Pedro 2:13; [4] Lucas 3:14; Mateo 8:9, 10; Hechos 10:1, 2; Romanos 13:4; Apocalipsis 17:14, 16.

3. Los gobernantes civiles no pueden tomar la administración de la Palabra y de los sacramentos, o el poder de las llaves del Reino de los Cielos[5], y sin embargo tienen autoridad y es su deber hacer lo necesario para que la paz y la unidad sean mantenidas en la iglesia, para que la verdad de Dios se mantenga pura y entera, para que todas las blasfemias y herejías sean suprimidas, todas las corrupciones y abusos en la adoración y la disciplina sean impedidas o sean reformadas, y todas las ordenanzas de Dios sean debidamente establecidas, administradas y cumplidas[6]. Y para el mejor cumplimiento de todo ello tienen la potestad de convocar Sínodos, estar presentes en ellos y asegurar que cuanto en ellos se decida sea de acuerdo con la mente de Dios[7].

[5] 2 Crónicas 26:18 con Mateo 18:17 y Mateo 16:19; 1 Corintios 12:28, 29; Efesios 4:11, 12; 1 Corintios 4:1, 2; Romanos 10:15; Hebreos 5:4; [6] Isaías 49:23; Salmo 122:9; Esdras 7:23, 25-28; Levítico 24:16; Deuteronomio 13:5, 6, 12; 2 Reyes 18:4; 1 Crónicas 13:1-9; 2 Reyes 23:1-26; 2 Crónicas 34:33; 2 Crónicas 15:12,13; [7] 2 Crónicas 19:8-11; 2 Crónicas 29 y 30; Mateo 2:4, 5.

4. Es deber del pueblo orar por los magistrados[8], honrar sus personas[9], pagarles tributos y otros derechos[10], obedecer sus mandamientos legales y estar sujetos a su autoridad por causa de la conciencia[11]. La infidelidad o la diferencia de religión no invalida la autoridad legal y justa del magistrado, ni exime al pueblo de la debida obediencia a él[12]; de la cual las personas eclesiásticas no están exentas[13]; y mucho menos tiene el Papa algún poder o jurisdicción sobre los magistrados en sus dominios, ni sobre alguno de los de su pueblo; y aun menos tiene poder para quitarles sus propiedades o la vida, si les juzgare herejes, o por cualquier otro pretexto[14].

[8] 1 Timoteo 2:1, 2; [9] 1 Pedro 2:17; [10] Romanos 13:6, 7; [11] Romanos 13:5; Tito 3:1; [12] 1 Pedro 2:13, 14, 16; [13] Romanos 13:1; 1 Reyes 2:35; Hechos 25:9-11; 2 Pedro 2:1, 10, 11; Judas 8-11; [14] 2 Tesalonicenses 2:4; Apocalipsis 13:15-17.

CAPÍTULO 24

Del Matrimonio y del Divorcio

1. El matrimonio ha de ser entre un hombre y una mujer; no es lícito para ningún hombre tener más de una esposa, ni para ninguna mujer tener más de un marido, al mismo tiempo[1].

[1] Génesis 2:24; Mateo 19:5, 6; Proverbios 2:17.

2. El matrimonio fue instituido para la mutua ayuda de esposo y esposa[2]; para multiplicar el género humano por generación legítima, y la iglesia con una simiente santa[3], y para prevenir la impureza[4].

[2] Génesis 2:18; [3] Malaquías 2:15; [4] 1 Corintios 7:2, 9.

3. Es lícito para toda clase de personas casarse con quien sea capaz de dar su consentimiento con juicio[5]; sin embargo, es deber de los cristianos casarse solamente en el Señor[6]. Y por lo tanto, los que profesan la verdadera religión reformada no deben casarse con los incrédulos, papistas u otros idólatras; ni deben, los que son piadosos, unirse en yugo desigual, casándose con los que notoriamente son perversos en sus vidas sostienen herejías detestables[7].

[5] Hebreos 13:4; 1 Timoteo 4:3; Génesis 24:57, 58; 1 Corintios 7:36-38; [6] 1 Corintios 7:39; [7] Génesis 34:14; Éxodo 34:16; Deuteronomio 7:3, 4; 1 Reyes 11:4; Nehemías 13:25-27; Malaquías 2:11, 12; 2 Corintios 6:14.

4. El matrimonio no debe contraerse dentro de los grados de consanguinidad o afinidad prohibidos en la Palabra de Dios[8], ni pueden tales matrimonios incestuosos legalizarse por ninguna ley de hombre, ni por el consentimiento de las partes, de tal manera que esas personas puedan vivir juntas como marido y mujer[9]. El hombre no puede casarse con mujer de la familia de su esposa más cercana en sangre [a su esposa] que lo que él puede de los suyos propios; ni la mujer [puede casarse con hombre] de los familiares de su esposo más cercano en sangre que [lo que ella puede] de los suyos[10].

[8] Levítico 18; 1 Corintios 5:1; Amos 2:7; [9] Marcos 6:18; Levítico 18:24-28; [10] Levítico 20:19-21.

5. El adulterio o la fornicación cometidos después del compromiso, si son descubiertos antes del matrimonio, dan ocasión justa a la parte inocente para anular aquel compromiso[11]. En caso de adulterio después del matrimonio, es lícito para la parte inocente promover su divorcio[12], y después de éste puede casarse con otra persona como si la parte ofensora hubiera muerto[13].

[11] Mateo 1:18-20; [12] Mateo 5:31, 32; [13] Mateo 19:9; Romanos 7:2, 3.

6. Aunque la corrupción del hombre sea tal que le haga estudiar argumentos para separar indebidamente lo que Dios ha unido en matrimonio, nada excepto el adulterio o la deserción obstinada que no puede ser remedida ni por la iglesia ni por el magisterio civil, es causa suficiente para disolver los lazos del matrimonio[14]. Llegado ese caso, debe observarse un procedimiento público y ordenado, y las personas involucradas en él no deben ser dejadas a su propia voluntad y discreción en ese conflicto[15].

[14] Mateo 19:8, 9; 1 Corintios 7:15; Mateo 19:6; [15] Deuteronomio 24:1-4.

CAPÍTULO 25

De la Iglesia

1. La iglesia católica o universal, que es invisible, se compone del número completo de los elegidos que han sido, son o serán reunidos en uno, bajo Cristo, su cabeza; y es la esposa, el cuerpo, la plenitud de Aquel que llena todo en todos[1].

[1] Efesios 1:10, 22, 23; Efesios 5:23, 27 , 32; Colosenses 1:18.

2. La iglesia visible, que bajo el evangelio también es católica o universal (no está limitada a una nación como anteriormente en el tiempo de la ley), se compone de todos aquellos que en todo el mundo profesan la religión verdadera[2], juntamente con sus hijos[3], y es el reino del Señor Jesucristo[4], la casa y familia de Dios[5], fuera de la cual no hay posibilidad ordinaria de salvación[6].

[2] 1 Corintios 1:2; 1 Corintios 12:12, 13; Salmo 2:8; Apocalipsis 7:9; Romanos 15:9-12 [3] 1 Corintios 7:14; Hechos 2:39; Ezequiel 16:20-21; Romanos 11:16; Génesis 3:15; Génesis 17:7; [4] Mateo 13:47; Isaías 9:7; [5] Efesios 2:19; Efesios 3:15; Hechos 2:47.

3. A esta iglesia católica visible ha dado Cristo el ministerio, los oráculos y los sacramentos de Dios, para reunir y perfeccionar a los santos en esta vida y hasta el fin del mundo; y por su propia presencia y espíritu, de acuerdo con su promesa, los hace eficientes para ello[7].

[7] 1 Corintios 12:28; Efesios 4:11-13; Isaías 59:21; Mateo 28:19, 20.

4. Esta iglesia católica ha sido más visible en unos tiempos que en otros[8]; y las iglesias particulares que son parte de ella son más puras o menos puras, según se enseñe y abrace la doctrina del evangelio, se administren los sacramentos y se celebre con mayor o menor pureza el culto público en ellas[9].

[8] Romanos 11:3, 4; Apocalipsis 12:6, 14; [9] 1 Corintios 5:6, 7; Apocalipsis 2 y 3.

5. Las más puras iglesias existentes bajo el cielo, están expuestas tanto a la impureza como al error[10], y algunas han degenerado tanto que han llegado a ser, no iglesias de Cristo, sino sinagogas de Satanás[11]. Sin embargo, siempre habrá una iglesia en la tierra para adorar a Dios conforme a su voluntad[12].

[10] 1 Corintios 13:12; Mateo 13:24-30, 47; Apocalipsis 2 y 3; [11] Apocalipsis 18:2; Romanos 11:18-22; [12] Mateo 16:18; Mateo 28:19-20; Salmo 72:17; Salmo 102:28.

6. No hay más cabeza de la iglesia que el Señor Jesucristo[13]; y no puede en ningún sentido el Papa de Roma ser cabeza de ella; ya que es aquel Anticristo, aquel hombre de pecado e hijo de perdición que se exalta en la iglesia contra Cristo y contra todo lo que se llama Dios[14].

[12] Colosenses 1:18; Efesios 1:22; [13] Mateo 23:8-10; 2 Tesalonicenses 2:3, 4, 8, 9; Apocalipsis 13:6.

CAPÍTULO 26

De la Comunión de los Santos

1. Todos los santos, que están unidos a Jesucristo, su cabeza, por su espíritu y por la fe, tienen comunión con Él en sus gracias, sufrimientos, muerte, resurrección y gloria[1]. Y están unidos unos a otros en amor, tienen comunión en sus mutuos dones y gracias[2]; y están obligados al cumplimiento de tales deberes, públicos y privados, que conducen a su mutuo bien, tanto en el hombre interior como en el exterior[3].

[1] 1 Juan 1:3; Efesios 3:16-19; Juan 1:16; Efesios 2:5, 6; Filipenses 3:10; Romanos 6:5, 6; 2 Timoteo 2:12; [2] Efesios 4:15, 16; 1 Corintios 12:7; 1 Corintios 3:21-23; Colosenses 2:19; [3] 1 Tesalonicenses 5:11, 14; Romanos 1:11, 12, 14; Gálatas 6:10; 1 Juan 3:16-18.

2. Los santos por su profesión están obligados a mantener una comunión y un compañerismo santos en la adoración a Dios, y a realizar los otros servicios espirituales que promueven su edificación mutua[4]; y también a socorrerse los unos a los otros en las cosas externas, de acuerdo con sus diferentes habilidades y necesidades. Esta comunión debe extenderse, según Dios presente la oportunidad, a todos aquellos que en todas partes invocan el nombre del Señor Jesús[5].

[4] Hebreos 10:24, 25; Hechos 2:42, 46; Isaías 2:3; 1 Corintios 11:20; [5] Hechos 2:44, 45; 1 Juan 3:17; Hechos 11:29, 30; 2 Corintios capítulos 8 y 9.

3. Esta comunión que los santos tienen con Cristo, no les hace ninguna manera partícipes de la sustancia de la divinidad, ni ser iguales a Cristo en ningún respecto; el afirmar cualquiera de estas cosas sería impiedad y blasfemia[6]. Tampoco la mutua comunión como santos invalida o infringe el título o propiedad que cada hombre tiene sobre sus bienes y posesiones[7].

[6] Isaías 42:8; Colosenses 1:18, 19, 1 Corintios 8:6; Salmo 45:7; 1 Timoteo 6:15, 16; Hebreos 1:8, 9; [7] Hechos 5:4; Éxodo 20:15; Efesios 4:28.

CAPÍTULO 27

De los Sacramentos

1. Los sacramentos son señales y sellos santos del pacto de gracia[1], instituidos directamente por Dios[2], para representar a Cristo y a sus beneficios, y para confirmar nuestra participación en Él[3], y también para establecer una distinción visible entre aquellos que pertenecen a la iglesia y el resto del mundo[4], y para comprometerlos solemnemente al servicio de Dios en Cristo, conforme a su Palabra[5].

[1] Romanos 4:11; Génesis 17:7, 10; [2] Mateo 28:19; 1 Corintios 11:23; [3] 1 Corintios 10:16; 1 Corintios 11:25, 26; Gálatas 3:27; [4] Romanos 15:8; Éxodo 12:48; Génesis 34:14; [5] Romanos 6:3, 4; 1 Corintios 10:16, 21.

2. Hay en cada sacramento una relación espiritual, o unión sacramental, entre la señal y la cosa significada; de donde llega a suceder que los nombres y efectos del uno se atribuyen al otro[6].

[6] Génesis 17:10; Mateo 26:27, 28; Tito 3:5.

3. La gracia que es mostrada en los sacramentos, o por ellos usados rectamente, no es conferida por algún poder que haya en ellos; ni la eficacia del sacramento depende de la piedad o intención del que lo administra[7], sino de la obra del Espíritu[8], y de la palabra de la institución; la cual contiene junto con un precepto que autoriza el uso del sacramento, una promesa de bendición para los que lo reciben dignamente[9].

[7] Romanos 2:28, 29; 1 Pedro 3:21; [8] Mateo 3:11; 1 Corintios 12:13; [9] Mateo 26:27, 28; Mateo 28:19, 20.

4. Sólo hay dos sacramentos instituidos por Cristo nuestro Señor en el evangelio; y son el Bautismo y la Cena del Señor; ninguno de los cuales debe ser administrado sino por un ministro de la Palabra legalmente ordenado[10].

[10] Mateo 28:19; 1 Corintios 11:20, 23; 1 Corintios 4:1; Hebreos 5:4.

5. Los sacramentos del Antiguo Testamento, en lo que se refiere a las cosas espirituales significadas y manifestadas por ellos, eran, en sustancia, iguales que los del Nuevo[11].

[11] 1 Corintios 10:1-4

CAPÍTULO 28

Del Bautismo

1. El bautismo es un sacramento del Nuevo Testamento, instituido por Jesucristo[1], no sólo para admitir solemnemente en la iglesia visible a la persona bautizada[2], sino también para que sea para ella una señal y un sello del pacto de gracia[3], de su injerto en Cristo[4], de su regeneración[5], de la remisión de sus pecados[6], y de su entrega a Dios por Jesucristo, para andar en novedad de vida[7]. Este sacramento, por institución propia de Cristo debe continuarse en su iglesia hasta el fin del mundo[8].

[1] Mateo 28:19; [2] 1 Corintios 12:13; [3] Romanos 4:11 con Colosenses 2:11, 12; [4] Gálatas 3:27; Romanos 6:5: [5] Tito 3:5; [6] Marcos 1:4; [7] Romanos 6:3, 4; [8] Mateo 28:19, 20.

2. El elemento externo que ha de usarse en este sacramento es el agua, con la cual ha de ser bautizada la persona, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo[9].

[9] Mateo 3:11; Juan 1:33; Mateo 28:19, 20.

3. No es necesaria la inmersión de la persona en el agua; y el bautismo es correctamente administrado por la aspersión o efusión del agua sobre la persona[10].

[10] Hechos 2:41; Hechos 16:33; Marcos 7:4; Hebreos 9:10, 19-22.

4. No sólo han de ser bautizados los que de hecho profesan fe en Cristo y obediencia a Él[11], sino también los hijos de uno o de ambos padres creyentes[12].

[11] Marcos 16:15, 16; Hechos 8:37, 38; [12] Génesis 17:7, 9 con Gálatas 3:9, 14 y Colosenses 2:11, 12; Hechos 2:38,39; Romanos 4:11, 12; 1 Corintios 7:14; Mateo 28:19; Marcos 10:13-16; Lucas 18:15.

5. Aun cuando el menosprecio o descuido de este sacramento sea un gran pecado[13], no obstante, la gracia y la salvación no están tan inseparablemente unidas a él que no pueda una persona ser regenerada o salvada sin el bautismo[14], o que todos los que son bautizados sean indudablemente regenerados[15].

[13] Lucas 7:30 con Éxodo 4:24-26; [14] Romanos 4:11; Hechos 10:2, 4, 22, 31, 45, 47; [15] Hechos 8:13, 23.

6. La eficacia del bautismo no está ligada al preciso momento en que es administrado[16]; sin embargo, por el uso correcto de este sacramento, la gracia prometida no sólo se ofrece, sino que realmente es manifestada y otorgada por el Espíritu Santo a aquellos (sean adultos o infantes) a quines corresponde aquella gracia, según el consejo de la propia voluntad de Dios, en su debido tiempo[17].

[16] Juan 3:5, 8; [17] Gálatas 3:27; Tito 3:5; Efesios 5:25, 26; Hechos 2:38, 41.

7. El sacramento del bautismo ha de administrarse una sola vez a cada persona[18].

[18] Tito 3:5.

CAPÍTULO 29

De la Cena del Señor

1. Nuestro Señor Jesús, la noche en que fue entregado, instituyó el sacramento de su cuerpo y sangre, llamado la Cena del Señor, para que se observara en su iglesia hasta el fin del mundo, para un recuerdo perpetuo del sacrificio de sí mismo en su muerte, para sellar en los verdaderos creyentes los beneficios de la misma, para su alimentación espiritual y crecimiento en Él, para un mayor compromiso en y hacia todas las obligaciones que le deben a Cristo; y para ser una ligadura y una prenda de su comunión con Él, y entre ellos mutuamente, como miembros de su cuerpo místico[1].

[1] 1 Corintios 11:23-26; 1 Corintios 10:16, 17, 21; 1 Corintios 12:13.

2. En este sacramento, Cristo no es ofrecido a su Padre, ni se hace ningún verdadero sacrificio por la remisión de los pecados de los vivos o de los muertos[2], sino que solamente es una conmemoración del único ofrecimiento de sí mismo y por sí mismo en la cruz, una sola vez para siempre, y una ofrenda espiritual de la mayor alabanza posible por esa causa[3]. Así que el sacrificio papal de la misa, como ellos lo llaman, es la más abominable injuria al único sacrificio de Cristo, la única propiciación por todos los pecados de los elegidos[4].

[2] Hebreos 9:22, 25, 26, 28; [3] 1 Corintios 11:24-26; Mateo 26:26, 27; [4] Hebreos 7:23, 24, 27; Hebreos 10:11, 12, 14, 18.

3. El Señor Jesús, en este sacramento, ha ordenado a sus ministros que declaren al pueblo su palabra de institución, que oren y bendigan los elementos del pan y del vino, y que los aparten así del uso común para el servicio sagrado; que tomen y partan el pan, y beban la copa y (participando ellos mismos), den de los elementos a los comulgantes[5]; pero a nadie que no esté presente entonces en la congregación[6].

[5] Mateo 26:26-28, Marcos 14:22-24; Lucas 22:19, 20; 1 Corintios 11:23-26; [6] Hechos 20:7; 1 Corintios 11:20.

4. Las misas privadas o la recepción de este sacramento, o de cualquier otro, a solas[7], como también el negar la copa al pueblo[8], el adorar los elementos, el elevarlos o llevarlos de un lugar a otro para adorarlos, y el guardarlos para pretendidos usos religiosos, es contrario a la naturaleza de este sacramento y a la institución de Cristo[9].

[7] 1 Corintios 10:16; [8] Marcos 14:23; 1 Corintios 11:25-29: [9] Mateo 15:9.

5. Los elementos externos de este sacramento, debidamente separados para los usos ordenados por Cristo, tienen tal relación con el Señor crucificado, que verdadera, aunque sólo sacramentalmente, se llaman, a veces por el nombre de las cosas que representan, a saber: el cuerpo y la sangre de Cristo[10]; no obstante, en sustancia y en naturaleza, esos elementos siguen siendo verdadera y solamente pan y vino, como eran antes[11].

[10] Mateo 26:26-28; [11] 1 Corintios 11:26-28; Mateo 26:29.

6. La doctrina que enseña que se produce un cambio de sustancia del pan y del vino a la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo (llamada comúnmente transustanciación), por la consagración del sacerdote, o de algún otro modo, es repugnante no sólo a la Escritura, sino también a la razón y al sentido común; echa abajo la naturaleza del sacramento, y ha sido y es, la causa de muchísimas supersticiones, y además una crasa idolatría[12].

[12] Hechos 3:21 con 1 Corintios 11:24-26; Lucas 24:6, 39.

7. Los que reciben dignamente este sacramento, participando externamente de los elementos visibles[13] también participan interiormente, por la fe, de una manera real y verdadera, aunque no carnal y corporal, sino alimentándose espiritualmente de Cristo crucificado y recibiendo todos los beneficios de su muerte. El cuerpo y la sangre de Cristo no están entonces ni carnal ni corporalmente dentro, con o bajo el pan y el vino; sin embargo, están real pero espiritualmente presentes en aquella ordenanza para la fe de los creyentes, tanto como los elementos mismos lo están para sus sentidos corporales[14].

[13] 1 Corintios 11:28; [14] 1 Corintios 10:16.

8. Aunque los ignorantes y malvados reciben los elementos externos de este sacramento, con todo, no reciben lo significado por ellos, sino que por acercarse indignamente son culpados del cuerpo y de la sangre del Señor para su propia condenación. Entonces, todas las personas ignorantes e impías, como no son aptas para gozar de comunión con Él, tampoco son dignas de acercarse a la mesa del Señor, y mientras permanezcan en ese estado, no pueden, sin cometer un gran pecado contra Cristo, participar de estos sagrados misterios[15], ni ser admitidos a ellos[16].

[15] 1 Corintios 11:27-29; 2 Corintios 6:14-16; [16] 1 Corintios 5:6, 7, 13; 2 Tesalonicenses 3:6, 14, 15; Mateo 7:6.

CAPÍTULO 30

De la Disciplina Eclesiástica

1. El Señor Jesús, como Rey y Cabeza de su iglesia, ha designado en ella un gobierno dirigido por oficiales de la iglesia, diferentes de los magistrados civiles[1].

[1] Isaías 9:6-7; 1 Timoteo 5:17; 1 Tesalonicenses 5:12; Hechos 20:17, 18; Hebreos 13:7, 17, 24; 1 Corintios 12:28; Mateo 28:18-20.

2. A estos oficiales han sido entregadas las llaves del Reino de los Cielos, en virtud de lo cual tienen poder respectivamente para retener y remitir los pecados, para cerrar aquel Reino a los que no se arrepienten tanto por la palabra como por la disciplina, y para abrirlo a los pecadores arrepentidos, por el ministerio del evangelio, y por la absolución de la disciplina, según lo requieran las circunstancias[2].

[2] Mateo 16:19; Mateo 18:17, 18; Juan 20:21-23; 2 Corintios 2:6-8.

3. La disciplina eclesiástica es necesaria para ganar y hacer volver a los hermanos que ofenden; para disuadir a otros de cometer ofensas semejantes; para purgar de la mala levadura que puede infectar toda la masa; para vindicar el honor de Cristo y la santa profesión del evangelio; para prevenir la ira de Dios que justamente podría caer sobre la iglesia si ésta consintiera que Su Pacto y los signos del mismo fuesen profanados por ofensores notorios y obstinados[3].

[3] 1 Corintios 5; 1 Timoteo 5:20; Mateo 7:6; 1 Timoteo 1:20; 1 Corintios 11:27-34 con Judas 23.

4. Para lograr mejor estos fines, los oficiales de la iglesia deben proceder por la amonestación, por la suspensión del sacramento de la Santa Cena por una temporada, y por la excomunicación de la iglesia, según la naturaleza del crimen y la ofensa de la persona[4].

[4] 1 Tesalonicenses 5:12; 2 Tesalonicenses 3:6, 14, 15; 1 Corintios 5:4,5,13; Mateo 18:17; Tito 3:10.

CAPÍTULO 31

De los Sínodos y Concilios

1. Para el mejor gobierno y mayor edificación de la iglesia, deben haber tales asambleas como las comúnmente llamadas Sínodos o Concilios[1].

[1] Hechos 15:2, 4, 6.

2. Así como los magistrados pueden lícitamente convocar un sínodo de ministros y otras personas idóneas, a fin de consultar y asesorarse en materia religiosa[2], también pueden los ministros de Cristo, por sí mismos, en virtud de su oficio, y cuando los magistrados son enemigos declarados de la iglesia, reunirse en tales asambleas con las personas adecuadas delegadas por sus iglesias[3].

[2] Isaías 49:23; 1 Timoteo 2:1, 2; 2 Crónicas 19:8-11; 2 Crónicas caps. 29 y 30; Mateo 2:4, 5; Proverbios 11:14; [3] Hechos 15:2, 4, 22, 23, 25.

3. Corresponde a los sínodos y concilios determinar ministerialmente en las controversias de fe y casos de conciencia; establecer reglas e instrucciones para el mejor orden en la adoración pública a Dios y en el gobierno de su iglesia; recibir reclamaciones en casos de mala administración y determinar con autoridad en las mismas. Tales decretos y determinaciones, si son consonantes con la Palabra de Dios, deben ser recibidos con reverencia y sumisión, no sólo por su concordancia con la Palabra, sino también por el poder que los establece, como ordenanza de Dios instituida para este fin en su Palabra[4].

[4] Hechos 15: 15, 19, 24, 27-31; Hechos 16:4; Mateo 18:17-20.

4. Todos los sínodos y concilios desde los tiempos de los apóstoles, ya sean generales o particulares, pueden errar, y muchos han errado. Por ello, no se les debe considerar como la regla de fe o práctica, sino usarlos como una ayuda para ambas[5].

[5] Efesios 2:20; Hechos 17:11; 1 Corintios 2:5; 2 Corintios 1:24.

5. Los sínodos y concilios solamente deben tratar y decidir acerca de los asuntos eclesiásticos, y no deben entrometerse en los asuntos civiles, que conciernen al Estado, a no ser por medio de humilde petición, en casos extraordinarios, o por medio de consejo para satisfacer la conciencia, si se lo solicita el magistrado civil[6].

[6] Lucas 12:13, 14; Juan 18:36.

CAPÍTULO 32

Del Estado del Hombre Después de la Muerte y de la Resurrección de los Muertos

1. Los cuerpos de los hombres vuelven al polvo después de la muerte y ven la corrupción[1], pero sus almas (que ni mueren ni duermen), teniendo una subsistencia inmortal, vuelven inmediatamente a Dios que las dio[2]. Las almas de los justos, siendo entonces hechas perfectas en santidad, son recibidas en los más altos cielos en donde contemplan la faz de Dios en luz y gloria, esperando la completa redención de sus cuerpos[3]. Las almas de los malvados son arrojados al infierno, en donde permanecen atormentados y envueltas en densas tinieblas, en espera del juicio del gran día[4]. Fuera de estos dos lugares para las almas que están separadas de sus cuerpos, la Escritura no reconoce ningún otro.

[1] Génesis 3:19; Hechos 13:36; [2] Lucas 23:43; Eclesiastés 12:7; [3] Hebreos 12:23; 2 Corintios 5:1, 6, 8; Filipenses 1:23 con Hechos 3:21 y Efesios 4:10; [4] Lucas 16:23, 24; Judas 6, 7; Hechos 1:25; 1 Pedro 3:19.

2. Los que se encuentren vivos en el último día, no morirán, sino que serán transformados[5], y todos los muertos serán resucitados con sus mismos cuerpos, y no con otros, aunque con diferentes cualidades, y éstos serán unidos otra vez a sus almas para siempre[6].

[5] 1 Tesalonicenses 4:17; 1 Corintios 15:51, 52; [6] Job 19:26, 27; 1 Corintios 15:42-44.

3. Los cuerpos de los injustos, por el poder de Cristo, resucitarán para deshonra; los cuerpos de los justos, por su Espíritu, para honra, y serán hechos entonces semejantes al cuerpo glorioso de Cristo[7].

[7] Hechos 24:15; Juan 5:28, 29; Filipenses 3:21; 1 Corintios 15:43.

CAPÍTULO 33

Del Juicio Final

1. Dios ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia por Jesucristo[1], a quien todo poder y juicio es dado por el Padre[2]. En tal día, no sólo los ángeles apostatas serán juzgados[3], sino también todas las personas que han vivido en la tierra, comparecerán ante el Tribunal de Cristo para dar cuenta de sus pensamientos, palabras y acciones, y para recibir conforme a lo que hayan hecho mientras estaban en el cuerpo, sea bueno o malo[4].

[1] Hechos 17:31; [2] Juan 5:22, 27; [3] 1 Corintios 6:3; Judas 6; 2 Pedro 2:4; [4] 2 Corintios 5:10; Eclesiastés 12:14; Romanos 2:16; Romanos 14:10, 12 Mateo 12:36, 37.

2. El propósito de Dios al establecer ese día, es la manifestación de la gloria de su misericordia en la salvación eterna de los elegidos, y la de su justicia en la condenación de los réprobos, que son malvados y desobedientes. Y entonces entrarán los justos en la vida eterna y recibirán la plenitud de gozo y refrigerio que vendrá de la presencia del Señor; pero los malvados, que no conocen a Dios ni obedecen el evangelio de Jesucristo, serán arrojados al tormento eterno y castigados con perdición perpetua, lejos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder[5].

[5] Mateo 25:31-46; Romanos 2:5, 6; Romanos 9:22, 23; Mateo 25:21; Hechos 3:19; 2 Tesalonicenses 1:7-10.

3. Así como Cristo quiso que estuviésemos ciertamente persuadidos de que habrá un día de juicio, tanto para disuadir a todos los hombres de pecar, como para el mayor consuelo de los piadosos en su adversidad[6], así también mantendrá ese día desconocido para los hombres, para que se desprendan de toda seguridad carnal y estén siempre vigilando, porque no saben a qué hora vendrá el Señor; y estén siempre listos para decir: Ven, Señor Jesús: ven pronto. Amén[7].

[6] 2 Pedro 3:11, 14; 2 Corintios 5:10, 11; 2 Tesalonicenses 1:5-7; Lucas 21:27, 28; Romanos 8:23, 25; [7] Mateo 24:36, 42, 44; Marcos 13:35-37; Lucas 12:35, 36; Apocalipsis 22:20.