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viernes, 12 de septiembre de 2008

La controversia nestoriana

El obispo de Roma era capaz de fortalecer su posición como líder de otros obispos por su habilidad de conducirse bien durante las pe­leas doctrinales entre 325 y 451. Hubo tres controversias en el Orien­te (la de Apolinar, la de Néstor y la de Eutiques) y una en Occiden­te (la de Pelagio) en este período. La naturaleza especulativa de la mente oriental y la naturaleza práctica de la mente occidental pue­den observarse en estas controversias.


¿Era humano Cristo?— Apolinar era obispo de Laodicea en la mi­tad del Siglo IV. En su esfuerzo por entender cómo la naturaleza de Cristo podía considerarse tanto divina como humana, él eliminó un espíritu racional en Cristo y substituyó el Verbo divino, tomando lite­ralmente Juan 1:14: "Y el verbo se hizo carne." Esto protegía la deidad de Cristo pero eliminaba su verdadera humanidad. El obispo Dámaso de Roma condenó esta opinión en 377 y ganó prestigio adicional cuan­do el segundo concilio universal de Constantinopla tomó igual ac­ción en 381.


¿Estaba Separada la Naturaleza Humana de Cristo de su Natura­leza Divina?La controversia nestoriana se originó tanto en la rivali­dad eclesiástica entre los obispos de Roma, Alejandría, y Constantino­pla, como en un esfuerzo por encontrar la verdad. Nestorio se convirtió en obispo de Constantinopla en 428. Poco después él objetó enérgica­mente el nombre dado a la virgen María —la madre de Dios. El de­claró que María podía ser llamada la madre de la naturaleza humana de Jesús, pero ciertamente no podía ser considerada como la madre de la naturaleza divina de Cristo, como el término podía sugerir. Los obis­pos Cirilo de Alejandría y Celestino de Roma muy pronto condena­ron a Nestorio.


Las objeciones doctrinales de ellos estaban basadas en el sentimiento de que el concepto de Nestorio rompía la unidad de la persona de Cristo y separaba la naturaleza de Cristo en humana y diviña como para negar la deidad de Cristo. Por la fuerza física y políti­ca el obispo Cirilo gobernó el tercer concilio universal (en Efeso en 431), que declaró a Nestorio culpable de herejía y lo destituyó. Sus seguidores huyeron á Persia y establecieron una iglesia separada que ha continuado a través de los siglos.

La controversia eutiquiana

La controversia eutiquiana siguió como una reacción a la controversia nestoriana. Eutiques, un celoso monje cercano a Constantinopla, conmovido profundamente por las diferencias entre el obispo Cirilo de Alejandría y los nestorianos, tomó la posición de que después de la encarnación Cristo tenía sólo una naturaleza y que era la divina. El obispo León I de Roma se unió con el obispo Flaviano de Constantinopla para condenar a Eu­tiques. En una larga carta a Flaviano, León insistió en las dos natura­lezas de Cristo.


En 449 el obispo Dioscoro, que había sucedido a Ciri­lo en Alejandría, hizo que se reuniera un sínodo en Efeso, en el cual, por la amenaza y la violencia, la teoría de Eutiques fue aprobada. León de Roma llamó a éste el "sínodo ladrón" y se negó a aceptar sus fallos, pero como el emperador Teodosio apoyaba a Eutiques, el obis­po romano fue incapaz de actuar. En 450, sin embargo, Teodosio mu­rió y su hermana favoreció el concepto romano.


Con la aprobación de ella se convocó otro concilio (reconocido como el cuarto concilio universal) y se reunió en Calcedonia en 451 Durante la reunión se leyó la carta de León a Flaviano, y los clérigos reunidos gritaron: "Dios ha hablado por medio de Pedro; el pescador ha hablado." En la definición doctrinal de la naturaleza de Cristo se siguió el criterio de León. La naturaleza de Cristo, dijo el concilio, era la misma de Dios en cuanto a deidad y la misma del hombre en cuanto a humanidad; Cristo es una persona en dos naturalezas unidas "sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación".


El sentimiento de superioridad aun sobre un concilio universal fue revelado por el obis­po León de Roma. En deferencia al poder político de Constantinopla, el obispo de esa ciudad, aunque sin tradición apostólica, había sido reconocido como patriarca por el concilio de 381 en Constantinopla, y el concilio de Calcedonia de 451 declaró en su canon veintiocho que el obispo de Constantinopla tenía autoridad igual a la del obispo de Roma. León se negó a aceptar esta decisión del concilio ecuménico de­clarando que él no reconocería al obispo de Constantinopla como su igual. El prefería gobernar solo.

La controversia de Pelagio


¿Cómo se Salva el Hombre?— La única controversia occidental de este período se centró en un asunto práctico que influyó mucho en la maquinaria de la iglesia. El mundo occidental no discutía sobre asuntos especulativos, pero cuando llegaba a asuntos prácticos que afecta­ban su programa, pronta y eficientemente los trataba.


¿Podría el hombre salvarse sin una revelación especial de la Biblia y a través de Cristo, y requiere ello una gracia especial obrando sobre el alma en la regeneración para obtener la salvación? La controversia que levantó estas preguntas empezó cuando Pelagio, un monje britá­nico, con su discípulo Celestino, huyó de Bretaña a Italia, y después al Norte de África alrededor del año 411.


Sus enseñanzas rápidamente entraron en conflicto en las creencias y prácticas de la iglesia en el Norte de África, porque Pelagio enseñaba que no era necesario que los niños fueran bautizados, puesto que ellos no tenían pecado origi­nal que les fuera lavado. Tan directa negación de uno de los credos importantes de las iglesias católicas pronto trajo altercados. El grupo pelagiano decía que cada hombre podía escoger pecar o ser justo. Ellos consideraban que todo el ambiente del hombre es revelación de Dios, incluyendo la creación, los amigos, las circunstancias, e insis­tían en que no era necesaria una gracia regeneradora especial para la salvación. Era muy posible salvarse sin las Escrituras y sin la revela­ción de Cristo, aunque no debían restarle importancia a éstos, puesto que proveen inspiración y dirección. No hay tal cosa como pecado ori­ginal, ellos decían, porque Dios creó cada alma al momento de nacer y la dotó de pureza y libertad. Después que el niño es capaz de ha­cer sus propias decisiones, Dios espera que use su ambiente, sus ami­gos, su educación y su intelecto para escoger la justicia; y el niño es capaz de hacerlo.


Por causa de estos conceptos Celestino fue excluido de la iglesia de Cartago en 412 y huyó a Palestina: unirse a Pelagio. Aquí ocurrió en 415 un interesante incidente que ilustra la actitud general de los obispos orientales hacia el obispo romano. El obispo Juan de Jerusalén y sus presbíteros se reunieron a escuchar los cargos contra Pelagio. Después que se presentó la evidencia, Juan decidió que puesto que Pe­lagio era de Occidente, le tocaba estar bajo la autoridad del obispo de Roma. Es decir, que toda la cristiandad latina se consideraba que es­taba bajo el poder del obispo romano.


Los obispos romanos intermitentemente tomaban ambos lados de la controversia. En 416 él obispo Inocente condenó el movimiento. Después de su muerte, en ese año el obispo Zósimo aprobó públicamente las enseñanzas de Pelagio y Celestino. El año siguiente, no acep­tando la idea de que el obispo romano fuera infalible, los obispos del Norte de África condenaron el movimiento pelagiano. Hasta el empe­rador romano Honorio, en Constantinopla, dirigió un edicto conde­nando al obispo romano y a los que sostuvieran su herejía. Finalmente, el obispo Zósimo de Roma cambió su posición y aprobó el punto de vista africano, y ordenó a todos los obispos de occidente que cambiaran dé doctrina al mismo tiempo: Muchos eminentes obispos se negaron a condenar enteramente los conceptos de Pelagio. En el concilio univer­sal de Efeso en 431, el concepto pelagiano fue oficialmente condena­do, junto con los nestorianos, de quienes los pelagianos habían sido amigos. Muchos obispos mantuvieron una posición semipelagiana, po­niendo énfasis en las buenas obras del hombre y en la iniciativa de la salvación. Esta posición fue tomada en oposición a la teoría alterna­tiva del gran oponente de Pelagio,

Las tribus germanas

Mientras el obispo León I de Roma (440-61) conseguía que le re­conocieran algunas de sus pretensiones en el concilio de Caledonia (451), estaban teniendo lugar grandes migraciones raciales. Durante el Siglo II había sido necesario que el gobierno romano mantuviera grandes guarniciones a través de Europa Central para impedir que las tribus germanas se volcaran sobre el Imperio Romano. Otras tribus vagaban por el sur y el oeste de las amplias estepas de lo que ahora es Rusia, se puso más presión sobre las tribus enfrente de las guarniciones romanas para impedirles entrar al imperio. A través de los Siglos III y IV de la era cristiana los gobernadores romanos pelearon continuamente para contener la invasión de las diversas tri­bus conocidas como godos, visigodos (godos del occidente), ostrogo­dos (godos del oriente), vándalos, francos, borgoñones, lombardos, etcétera. Las tribus empezaron a penetrar durante e! Siglo IV. La fe­cha cuando los 'ostrogodos' vencieron finalmente a Roma usualmente se considera el año (476), pero Roma ya había caído desde (410 ante Alarico el Godo, Atila (452) y Geserico (445) fueron sometidos sola­mente por la sagacidad del papa León I.


Algunas de estas tribus ya eran cristianas nominales. Ulfilas y su movimiento habían alcanzado a muchas de ellas con el cristianismo arriano. Cuando estas tribus germánicas invadieron el antiguo Impe­rio Romano, es cierto que ellas derrumbaron la antigua civilización grecorromana. Sin embargo, también es cierto que proveyeron una oportunidad para que la Iglesia Católica Romana moldeara una nue­va civilización y se elevara por medio de ella. Estas tribus no destruían y mataban conforme avanzaban en el territorio romano. Más bien adoptaban cualquier elemento de la antigua cultura que les atraía, y se casaban con los pobladores de distinta raza. Por estos factores, el po­der del sistema católico romano no fue dañado permanentemente por la invasión.

El movimiento monástico

Las invasiones bárbaras probablemente dieron impulso al ideal monástico en el occidente. Se recordará que en el Oriente Antonio y Pacomio habían empezado la vida hermitaña y la organización cenobítica. En el occidente el movimiento creció más lentamente pero lle­gó a tener más influencia. El ejemplo del Oriente indudablemente ofre­ció un incentivo a los líderes occidentales para hacer hincapié en la vida ascética. Hombres como Atanasio, Jerónimo, Ambrosio, Agustín de Hipona, Martín de Tours y Eusebio de Vercelli se esforzaron por convencer a muchos de la virtud superior de perder sus vidas monásti­camente para salvarlas.


El cese de persecución por el gobierno tam­bién contribuyó a popularizar el movimiento monástico. El martirio era ahora raramente posible; los medios más rigurosos de autocastigo y sufrimiento por Cristo venían ahora mediante el monasticismo. El triunfo del partido "laxo" sobre el partido "estricto" al tratar con los que habían sido infieles a Cristo, hizo que muchos miraran con desdén los medios regulares de adoración y servicio y se fueran a las cuevas o al aislamiento monástico. Algunos consideraban las invasiones ger­manas como la ira de Dios sobre el cristianismo por dejar su pureza y su pasión primitiva, y determinaron huir por su seguridad al riguroso movimiento que se estaba desarrollando en el Occidente.


A pesar de eso otros estaban desalentados por las corrupciones paganas que eran introducidas en el pensamiento y en la práctica de las iglesias. Otro grupo deploraba el formalismo en la adoración que ahora caracteri­zaba al cristianismo occidental y buscaba en el monasticismo una co­munión más personal con Dios. Estos y otros factores ayudan a expli­car el crecimiento del movimiento en Occidente.

Misioneros católicos romanos

Roma no fomentó las misiones en ningún grado hasta el Siglo VI, bajo los auspicios del cristianismo oriental. El obispo Martín de Tours atacó vi­gorosamente el paganismo en su región durante el Siglo IV. La obra misionera había sido llevada hasta las Islas Británicas. Un escocés lla­mado Patricio, cuyo cristianismo no era del tipo católico romano, evan­gelizó Irlanda en la primera parte del siglo V, y un irlandés llamado Columba predicó ampliamente en Escocia en la última parte del mis­mo siglo. Otro irlandés, Columbano (543-615) empezó a predicar en el sur de Alemania, pero se desvió a Francia, de aquí otra vez a Alema­nia, a Suiza y, finalmente, a Italia, donde murió.


La obra de estos misioneros, aunque no bajo la dirección de Roma, preparó el camino para la dominación católica romana. En 596, de acuerdo con la dirección del papa Gregorio I (590-604), un monje benedectino llamado Agustín, y cuarenta compañeros, fueron a Ingla­terra como misioneros. Después de una lucha con el diferente tipo de cristianismo de Irlanda y Escocia que ya estaba allí., el tipo católico romano de organización y adoración prevaleció. En el sínodo de Whitby (664), se decretó que el cristianismo romano fuera practica­do en toda Inglaterra. El antiguo tipo de cristianismo se dispersó.


De Inglaterra, los misioneros católicos romanos se pasaron al con­tinente. Wilfrido, un monje benedectino que había sido muy influyen­te en el establecimiento del cristianismo romano en Inglaterra, empezó la obra misionera en lo que ahora es Holanda, alrededor del año 678. Fue seguido allí por Wilibrordo, cerca del 690. El más grande misione­ro católico romano de Inglaterra fue Bonifacio. Durante la primera mitad del Siglo VIII Bonifacio trabajó incansablemente en Europa noroccidental para traer bajo la autoridad católica romana a las iglesias existentes, y para ganar a los paganos. Otros misioneros católicos ro­manos abrieron camino en el norte y el este. A principios del Siglo IX Anscario llegó a Dinamarca y Suecia. Cirilo y Metodio, enviados por la Iglesia Griega, pero cambiados voluntariamente a la Iglesia Roma­na, trabajaron ampliamente en los balcanes en el mismo Siglo.


Como resultado de esta actividad misionera la Iglesia Católica Romana trajo vastas áreas de población bajo su tutela, inculcando en ellas una lealtad que no conocía rivales eclesiásticos.

Las alinzas de Roma

A la larga, las invasiones bárbaras de Occidente trajeron nuevos e importantes aliados a la Iglesia Católica Romana. Es cierto que por un período las diversas tribus merodeadoras causaron considerables problemas, peleando unas con otras y con los romanos, pero con habilidad y oposición, armada, los papas de Roma pudieron mantener una apariencia de orden durante la muerte de una cultura y la formación de otra. Como gobernadores seculares de la ciudad de Roma, ellos ga­naron prestigio y poder. Muchos de los bárbaros fueron ganados rá­pidamente. Cuando Clodoveo, el gran jefe franco decidió echar su suerte con el Dios cristiano en los últimos años del Siglo V todo su ejército hizo la misma decisión, aunque difícilmente sobre terreno re­ligioso. Aun más: varios de los papas tales como Gregorio I (590-604), hicieron alianzas con jefes tribales cercanos y consiguieron una medi­da de libertad política.


La historia de la alianza del papado con el reino franco se dirá con más detalle después. Debe notarse aquí, sin embargo, que la alian­za papal en el Siglo VIII con el poder militar más fuerte de Europa contribuyo grandemente a la expansión y desarrollo de autoridad de la Iglesia Romana. Primero, se le hizo frente a la crisis inmediata cuan­do/tos reyes francos derrotaron a los lombardos/que estaban amena­zando a Roma. Segundo, los jefes francos dieron al papado un gran do­minio territorial en los contornos de Roma, marcando el principio de lo que es conocido como los “estados papales” durante la historia medieval. Además, en 751 el papa coronó a Pepino, el jefe militar más fuer­te de los francos, para ser rey en vez de uno de la línea heredera. Lo que Pepino había pedido simplemente era el apoyo moral del papado para prevenir la revolución en el reino franco durante el cambio de la casa gobernante, pero el prestigio de un papa, que podía dispensar, o cuando menos asegurar reinos, fue exaltado grandemente Cuando el papa coronó a Carlomagno como Santo Emperador Romano en el 800, hubo el sentimiento de que el oficio papal tenía la autoridad para hacer o deshacer emperadores.

Las contribuciones de Carlomagno

El más grande de los gobernadores francos fue Carlos el Grande (771-814). Como líder político y militar no tuvo paralelo en la Edad Media. El duplicó la extensión geográfica de su imperio. Y aun más que eso: el imperio fue consolidado y bien administrado durante su reinado. Su contribución a la expansión de la Iglesia Romana fue más grande que la de cualquiera de los papas. Al llevar adelante sus con­quistas militares seculares, Carlomagno llevaba el cristianismo roma­no con él. Para 777 ya había destruido completamente el reino de los lombardos en el norte de Italia, reemplazándolo con pobladores que reconocían la autoridad del papa. El ordenó enérgicamente a los sajones de Alemania noroccidental aceptar el cristianismo. Cuando él vencía a países ya cristianos nominalmente, les ordenaba entrar en la órbita del papa romano, como en el caso de la guerra contra Bavaria.


Una de las contribuciones importantes de Carlomagno fue en el Terreno de la educación y la literatura) El buscó por todas partes de Europa para conseguir eruditos que fundaran escuelas y produjeran literatura. Los sacerdotes fueron animados a ampliar sus conocimien­tos, en algunos casos a empezarlos. De la mano de Carlomagno la Igle­sia Romana recibió muchos donativos y gran prestigio.


Es claro que Carlomagno consideraba su relación con la iglesia de manera muy semejante a como Constantino lo había hecho. Aun en asuntos de controversia teológica él se sentía en libertad de convocar sínodos y emitir decretos autoritativos. En el sínodo de Frankfurt en 794 Carlomagno tomó una posición opuesta a la del concilio general —la de Nicea en 787— y también a la del papa, prohibiendo reveren­cia y adoración a las imágenes.


En suma, sin embargo, el apoyo secular de Carlomagno probable­mente hizo más por impulsar la causa papal que cualquier otro factor de este período.

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