Las invasiones bárbaras probablemente dieron impulso al ideal monástico en el occidente. Se recordará que en el Oriente Antonio y Pacomio habían empezado la vida hermitaña y la organización cenobítica. En el occidente el movimiento creció más lentamente pero llegó a tener más influencia. El ejemplo del Oriente indudablemente ofreció un incentivo a los líderes occidentales para hacer hincapié en la vida ascética. Hombres como Atanasio, Jerónimo, Ambrosio, Agustín de Hipona, Martín de Tours y Eusebio de Vercelli se esforzaron por convencer a muchos de la virtud superior de perder sus vidas monásticamente para salvarlas.
El cese de persecución por el gobierno también contribuyó a popularizar el movimiento monástico. El martirio era ahora raramente posible; los medios más rigurosos de autocastigo y sufrimiento por Cristo venían ahora mediante el monasticismo. El triunfo del partido "laxo" sobre el partido "estricto" al tratar con los que habían sido infieles a Cristo, hizo que muchos miraran con desdén los medios regulares de adoración y servicio y se fueran a las cuevas o al aislamiento monástico. Algunos consideraban las invasiones germanas como la ira de Dios sobre el cristianismo por dejar su pureza y su pasión primitiva, y determinaron huir por su seguridad al riguroso movimiento que se estaba desarrollando en el Occidente.
A pesar de eso otros estaban desalentados por las corrupciones paganas que eran introducidas en el pensamiento y en la práctica de las iglesias. Otro grupo deploraba el formalismo en la adoración que ahora caracterizaba al cristianismo occidental y buscaba en el monasticismo una comunión más personal con Dios. Estos y otros factores ayudan a explicar el crecimiento del movimiento en Occidente.
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