La filosofía y la religión se unieron. Se sugirieron seres intermediarios entre Dios y los hombres. La autoridad de los gnósticos venía, decían ellos, de un conocimiento secreto, no escrito pero continuado desde los tiempos primitivos por la tradición. En respuesta a su alegato, Ireneo respondió que el verdadero cristianismo también tenía una tradición dada por el Señor mediante los apóstoles y preservada por muchas iglesias que podían trazar su historia hasta los días apostólicos.
De esta manera el movimiento gnóstico llevó hacia una veneración de la tradición y la antigüedad. La sucesión, más que la conformidad a la Palabra de Dios revelada, llegó a ser la prueba final de la autoridad y la ortodoxia. Finalmente, el movimiento gnóstico, junto con otras herejías, hizo tanto hincapié en la indignidad del cuerpo material que preparó el camino para el ascetismo y el monasticismo.
El ascetismo se refiere a la opinión que el alma puede ser purificada y ganar méritos castigando el cuerpo mediante el descuido, el aislamiento, o alguna clase de incomodidad. El monasticismo, en efecto, organizó las tendencias ascéticas de manera que el individuo pudiera cortarse de toda relación social con el mundo exterior y disciplinar su cuerpo sistemáticamente para beneficio del alma.
Otro esfuerzo para diluir el cristianismo es conocido como maniqueísmo. El cristianismo se había estado predicando en Persia muy al principio de la era cristiana. A mediados del siglo tercero un hombre de Mesopotamia, conocido como Mani, sintió la influencia de los muchos movimientos religiosos circundantes y de ellos hizo una religión compuesta que tomó su nombre. Incluía elementos de las religiones paganas más antiguas de Persia, del judaísmo, y del cristianismo. El vocabulario del cristianismo y algunas de sus enseñanzas fueron incorporadas al movimiento. Muchas de las interpretaciones gnósticas del cristianismo fueron adoptadas. Esta religión no tuvo una gran influencia sobre el cristianismo ortodoxo como un todo.