Aplicado al cristianismo, el gnòsticismo afirmaba que Cristo era el más alto de los eones —el ser divino que el verdadero Dios mismo había creado. Cristo no recibió un verdadero cuerpo en la encarnación decían, puesto que él era demasiado santo para estar vinculado a una, substancia mala; más bien, Cristo era sólo un espíritu que parecía tener forma humana.
Los gnósticos torcían la idea de la redención cristiana de acuerdo con su peculiar idea del pecado como residente en todas las cosas materiales. La salvación, decían, consistía en la liberación del espíritu del cuerpo malo en el que residía. La obra redentora de Cristo era venir del verdadero mundo del espíritu a un mundo material, y por tanto, malo, para enseñar a los hombres su verdadero conocimiento.
Por supuesto, el gnosticismo negaba las doctrinas cristianas fundamentales de una verdadera encamación, un verdadero ministerio físico, y una verdadera muerte en la cruz. Cualquier idea de la resurrección del cuerpo era ridícula en su manera de pensar, puesto que todo cuerpo material era completamente pecaminoso. Este concepto de la pecaminosidad del cuerpo dio como resultado una doble actitud hacia la moralidad.
Algunos gnósticos decían que puesto que el cuerpo era pecaminoso de todas maneras y sería desechado al morir, no era malo vivir de la manera más licenciosa: el alma permanecería pura en medio de cualquier corrupción física. Otros decían que puesto que el cuerpo era pecaminoso, debía ser dejado morir de hambre, descuidado y maltratado. De esta manera, el libertinaje y el ascetismo crecieron del mismo árbol.
Las evidencias de la lucha del cristianismo por evitar que este sistema filosófico devorara el mensaje cristiano, se encuentran en el mismo Nuevo Testamento. La tradición asegura que Juan el apóstol tenía en mente a este grupo al escribir su Evangelio y su primera carta. Su Evangelio describe gráficamente el verdadero ministerio físico de Jesús, con énfasis particular en la historia de la cruz. Su epístola habla de Cristo como el que los discípulos habían "visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida" (1 Juan 1:1), e identifica al Espíritu de Dios como el que "confiesa que Jesucristo ha venido en carne" (Stg. 4:2). La carta a los Colosenses combate las doctrinas de los gnósticos, y a los nicoladitas condenados en Apocalipsis eran probablemente gnósticos (2:6, 15).
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