Movimientos durante los primeros siglos, que, aunque separados y distintos, sin embargo se sobreponen y hasta cierto punto se incluyen uno al otro. Todos aceptaban la corrupción de su tiempo respecto al bautismo como una ordenanza salvadora, pero todos protestaban contra permitir a los indignos —ya fueran los que habían negado a Cristo en la persecución o que habían entregado la Sagrada Escritura para ser destruida— que recibieran o administraran los beneficios de una iglesia y los sacramentos salvadores.
Novicianismo.-- En muchos aspectos el novicianismo fue la reaparición del montanismo. Cuando el emperador Pecio (249-51) intentó desarraigar todo el cristianismo del mundo, surgieron dos ideas acerca del tratamiento que debía darse a los que habían huido de la persecución, o habían entregado las Sagradas Escrituras, o habían negado la fe. Un partido permitía a esas gentes regresar al seno de la iglesia salvadora después de haber llenado ciertas condiciones; el otro partido decía que a esos nunca se les debería permitir regresar. Puesto que se había concebido que la salvación fuera de la iglesia era imposible, esta cuestión era de una importancia más que académica. En 251 Cornelio, el líder del partido indulgente, fue escogido como obispo de Roma después de considerable controversia, después de lo cual, Novaciano, líder del partido estricto, se separó del compañerismo del partido indulgente sobre la base de que ya no eran la verdadera iglesia. El fue elegido como obispo por sus seguidores.
Las iglesias que seguían su dirección se esparcieron por varias partes del imperio, particularmente en el Norte de África y en Asia Menor. Muchos montañistas vieron en este movimiento el avivamiento de sus propias ideas y se unieron a Novaciano. Hay evidencias de que este movimiento persistió hasta casi el siglo quinto. Donatismo. —La severa persecución de Diocleciano trajo el mismo problema al primer plano al empezar el cuarto siglo. Durante la crisis el obispo Mensurio de Cartago y su diácono Cecilio, se hicieron muy impopulares al pretender desanimar a los cristianos excesivamente celosos que procuraban el martirio. Después dé la muerte de Mensurio en 311, Cecilio fue ordenado obispo de Cartago por él obispo Félix de Aptunga, que era acusado por el partido estricto de haber entregado las Escrituras cristianas durante la persecución.
El partido estricto objetaba su ordenación argumentando que Félix era hereje, y declaraba que la ordenación de un hereje no trasmitía poder para celebrar el bautismo salvador o cualquier otro acto salvador. En 312 un concilio de cerca de setenta obispos del partido estricto se reunió en Cartago y eligió obispo a Mayorino, provocando un cisma bastante parecido al de Novaciano. El nombre de esta controversia fue el de Donato, que fue ordenado obispo del partido estricto a la muerte de Mayorino en 313. La posición doctrinal de ambos lados era casi la misma, excepto que el partido estricto insistía en que cuando un obispo es personalmente indigno (habiendo negado la fe bajo persecución o rendido las Escrituras cristianas) o ha sido consagrado por un obispo indigno, cualquier acto eclesiástico de ese obispo no tiene validez. En otras palabras, él es incapaz de administrar el bautismo salvador.
Los donatistas, por su parte, pretendían representar la verdadera línea de sucesión episcopal y de esta manera estaban calificados para administrar tal bautismo salvador y llevar a cabo otros ritos episcopales. Los donatistas intentaron consolidar su posición exigiendo una audiencia eclesiástica ante obispos imparciales. En 313 el caso fue oído ante seis obispos (incluyendo al obispo de Roma) pero la decisión favoreció a Cecilio. El año siguiente los donatistas apelaron el caso ante un concilio, pero otra vez la decisión favoreció a Cecilio.
Los donatistas entonces apelaron al emperador romano, que había llegado a ser el único gobernador en el occidente. Constantino, sin embargo, en 316 decidió contra ellos y los amenazó con el destierro si no terminaban con el cisma. Sólo después que los donatistas hubieron apelado al poder secular y fueron rechazados, adoptaron finalmente la posición de que no debe haber intervención civil en la religión. Este movimiento reunió fuerzas y continuó hasta cerca del siglo quinto.
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