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miércoles, 27 de agosto de 2008

La Revolución Francesa (1789-1815)

La historia de Europa está ligada a la Revolución Francesa durante la primera parte de este período. En el siglo XVIII apareció un creciente reconocimiento del pueblo común por toda Europa de que el absolutismo y la opresión del estado y la iglesia eran grandemente responsables de su depresión económica y su condición social. La corrupción y el lujo en los altos puestos de la iglesia y el estado con­trastaban grandemente con la necesidad y sufrimientos de las clases bajas.

Esto era particularmente cierto en Francia. La Iglesia Romana poseía la mitad de las tierras de Francia, y era tan reprensible como el estado secular por su trato al pueblo. Había resentimiento general contra los diversos diezmos impuestos por la iglesia, contra la riguro­sa represión de los disidentes religiosos, y contra las estériles órdenes monacales. La arbitraría política nacional y los disipados hábitos personales de los reyes Luis XIV, XV, y XVI (de 1643 a 1793) trajeron a Francia al borde de la bancarrota. Para imponer impuestos adicionales, el rey se vio obligado a convocar una asamblea de los Estados Generales, un congreso formado de clero, la nobleza, y los comunes. Los representantes del pueblo común, conocidos como el Tercer Estado, se apoderaron del control y por su audacia y certera representación del estado de la época tuvieron éxito en iniciar una reforma radical. El 21 de septiembre de 1792, Francia se convirtió en República, y cuatro meses después el rey fue ejecutado.

Como reacción contra la intensa oposición de la Iglesia Romana, la nueva república se levantó sobre líneas ateístas al principio, pero gradualmente fue cediendo hasta permitir el culto religioso. Napoleón Bonaparte, un general francés, resultó victorioso al derrotar una coa­lición de otros poderes que intentaban echar abajo la Revolución Francesa. En 1798 Napoleón invadió Italia y deshizo el estado papal, y puso prisionero en París al papa Pío VI, donde muy pronto murió. Napoleón fue coronado emperador en 1804. Sus victorias y diplomacias cambiaron el mapa de Europa. Sin embargo, finalmente fue derrotado por una coalición de poderes y exilado a la Isla de Santa Elena en 1815. El Congreso de Viena (1815) se esforzó por restaurar el mundo que Napoleón había desarreglado. Se inició un período de conservatismo político reaccionario y de romanticismo en la literatura y la religión.

La Iglesia Católica Romana. — En Francia la misma revolución hizo trizas a la Iglesia Romana en sus propiedades, su establecimiento sus diezmos y sus impuestos papales, y su sistema monástico. La reorganización de la vida religiosa en Francia en 1790 por la Asamblea Nacional, ignoró en efecto las diferencias religiosas. En el reino del terror de los dos años siguientes, cientos, tal vez miles de fieles sacerdotes ca­tólicos romanos fueron asesinados. En la reacción después de 1795, sin embargo, a los católicos y a los otros se les permitieron privilegios para tener cultos. En 1795 el papa Pío VI se unió con los dirigentes europeos para preparar un ejército contra Francia. Napoleón Bonaparte derrotó la coalición, capturó Roma en 1798, y puso prisionero al papa en Francia, donde murió en 1799.

En 1801 el nuevo papa, Pío VII (1800-20) consiguió un consentimiento de Napoleón de restaurar la Iglesia Romana en Francia bajo li­mitaciones radicales, pero Napoleón abrogó la mayor parte de esto con sus interpretaciones arbitrarias. En 1809 él anexó el estado papal a Francia. Cuando el papa protestó, fue puesto prisionero. En 1813 él obligó al papa a firmar un acuerdo que permitiera la anexión, pero en el desastre en Rusia, Napoleón perdió su poder coercitivo. El papa repu­dió su firma y en 1814 restauró la orden jesuita. Aunque la supresión de esta orden en 1773 había significado teóricamente la total abolición, se encontró que estaba completamente organizada y en casi completa fuerza para entrar en batalla. El cardenal Consalvi representó al papado en el Congreso de Viena en 1815, y pudo conseguir la devolu­ción de todo lo que Napoleón había quitado a la Iglesia Romana.

Luteranismo. — La Revolución Francesa afectó grandemente a los luteranos en los Estados Alemanes. La guerra y los sufrimientos reve­laron que el escepticismo y la infidelidad no eran suficientes para ha­cer frente a las necesidades del espíritu humano, y las multitudes se volvieron una vez más a la fe religiosa. El Santo Imperio Romano se deshizo en 1806, estimulando el fortalecimiento de estados indepen­dientes como Austria, Prusia, y Bavaria. Más tarde en el siglo esto con­tribuyó a la unificación del pueblo alemán bajo el liderazgo de Prusia.

Calvinismo. — El calvinismo en Europa también sintió el golpe de la Revolución Francesa. Ya el escepticismo había debilitado este gru­po en Francia, Suiza, los Estados Alemanes, y los Países Bajos. Las in­estables condiciones políticas que siguieron hasta el Congreso de Viena en 1815 trajeron desorganización e incertidumbre al calvinismo continental.

Reacción y Continuación del Conflicto (1815-70)

Durante una década después del Congreso de Viena, la reacción contra la revolución y los movimientos democráticos fue evidente en la diplomacia y la actividad de los grandes poderes. Los sentimientos nacionales, sin embargo, no pudieron ser suprimidos por mucho tiem­po. Dos veces más Francia disparó explosivos movimientos nacionalis­tas en 1830 y en 1848, en su búsqueda de un gobierno sensible y estable. Holanda (1815), Bélgica (1830), y Grecia (1832) establecieron gobiernos autónomos, y otros iniciaron su camino hacia la existencia como estados.

Los Estados Alemanes dieron la clave para los importantes eventos de la última parte de este período. El Congreso de Viena había ayudado a la formación de una unión alemana (Bund) compuesta de treinta y cinco estados, y después se organizó una Unión Alemana del Norte encabezada por Prusia. En 1870 Prusia declaró la guerra a Francia, y la victoria trajo la organización de la moderna nación alemana. Por curioso que parezca, durante la guerra franco-prusiana, el gobierno francés dio el paso que llevó a la fundación de un estado italiano unificado. La corte papal había empleado soldados franceses para proteger el estado papal. Cuando París estaba amenazado en 1870, Francia ordenó que estos soldados regresaran a su patria, y los patriotas italianos pudieron vencer a Roma y unificar las diversas sec­ciones de la península.

La Iglesia Católica Romana. — La reacción contra los excesos de la Revolución Francesa produjo gran prestigio a la Iglesia Católica Ro­mana como un factor de conservación y estabilización. León XII (1821-29) pudo negociar concordatos o acuerdos favorables con la mayoría de las naciones importantes, incluyendo estados protestantes. Los católicos recibieron completa libertad en Inglaterra el año de la muerte de León, y durante todo el período tuvieron lugar permisos de la Iglesia de Inglaterra para la Iglesia Romana.

Otra característica de este período fue la continuación de los es­tallidos antiprotestantes del papado. En 1816 Pío VII denunció las so­ciedades bíblicas como instrumentos diabólicos para socavar la reli­gión. En mayo de 1824, León XII publicó conceptos similares y llamó sus traducciones (dé las sociedades) "evangelio del diablo". En 1826 él anunció que "cualquiera que estuviera separado de la Iglesia Ca­tólica Romana, sin importar cuan intachable pudiera ser en otros aspectos de su vida, por esta sola ofensa estaba separado de la unidad Cristo, no tenia parte en la vida eterna, y la ira de Dios estaba sobre él”. Pío VIII (1829-30) también incluyo la libertad de conciencia y las sociedades bíblicas entre otros males. Gregorio XVI (1831-46) calificó la libertad religiosa de locura demencia. Estas declaraciones formaron el fondo para el arrollador "Compendio de Errores" de Pío IX, que será considerado en breve. En este período, el movimiento "conocido como ultramontanismo" también alcanzó su cumbre. La pa­labra es una referencia geográfica a la dominación papal. La restaura­ción de los jesuítas en 1814 fue un gran paso en esa dirección. La reacción conservadora después del Congreso de Viena lo favoreció también. El movimiento llegó a su cumbre durante el pontificado de Pío IX (1846-78). De manera muy singular, sus victorias doctrinales; dentro de la Iglesia Romana y sus derrotas políticas del exterior se unie­ron para exaltarlo a él y al papado hasta cumbres de aquí en adelante inaccesibles. Su estrategia en su victoria doctrinal fue planeada cuidadosamente y bien ejecutada. Pío se convirtió en papa en 1846 durante un período político muy tormentoso. En 1849, aprovechando la general veneración católica (y en algunos casos verdadera adoración) de María, la madre de Jesús, Pío envió comunicados a todos los obispos católicos romanos preguntándoles si deseaban que el papa preparara una declaración autorizada con referencia a María que mostrara sus propias opiniones, diciendo, "Vosotros sabéis muy bien, venerables hermanos, que toda la base de nuestra fe está puesta en la santa Virgen... Dios la ha revestido de la plenitud de todo bien, para que en adelante, si hay en nosotros alguna esperanza, si hay al­guna gracia, si hay alguna salvación, debamos recibirla solamente de ella, según la voluntad del que nos dará la posesión de todas las co­sas por María."

Después de recibir la aprobación de la gran mayoría de los obis­pos, el 8 de diciembre de 1854, Pío definió el dogma oficial. Debe recordarse que un canon es una ley eclesiástica que puede ser cambia­da subsecuentemente si las circunstancias lo autorizan, pero un dog­ma es una declaración oficial de la verdad que no puede ser cambia­da o alterada y que debe ser creída por todos los fieles como una con­dición para la salvación. Esta fue la primera ocasión que un dogma ha sido promulgado por un papa sin la autoridad del concilio general. Pío pretendía que este dogma había sido revelado por Dios y debía ser creído firme y constantemente por todos los fieles. Afirmaba que "la muy bendita Virgen María, en el primer instante de su concepción, por una singular gracia y privilegio del Dios todopoderoso, por la in­tuitiva percepción de la raza humana, era guardada inmune de cual­quier contaminación del pecado original". La mariolatría fue llevada así un paso adelante. La tradición romana la ha declarado sucesiva­mente una virgen perpetua, enseguida la liberó de pecado después de la concepción de Cristo, después extendió esa libertad de pecado a su propio nacimiento, y este dogma la declaró sin pecado heredita­rio. Quedo para el siglo XX la proclamación de su ascensión corporal al cielo, a su muerte.

En 1846 Pío IX emitió su "Compendio de Errores", que recapitu­laba las encíclicas de los papas inmediatamente anteriores y ponía la lista al día. Además de condenar las sociedades bíblicas, las escuelas públicas, y la libertad de conciencia, específicamente denunció la se­paración de la iglesia y el estado, insistió en que los pontífices roma­nos y los concilios ecuménicos nunca habían errado al definir la fe y la moral, y reclamó el derecho de usar la fuerza para llevar a cabo la política papal. El siguiente papa (León XIII) declaró que este compendio que denunciaba los llamados errores era emitido en condiciones* de infalibilidad.

En 1870 se tuvo el que puede haber sido el último de los conci­lios ecuménicos de la Iglesia Católica Romana. Prácticamente Pío IX arregló todos los detalles antes que el concilio fuera convocado. Pese a vigorosas protestas de una respetable minoría de obispos que se rehusaron a ser obligados, el concilio aprobó cuatro decretos. El primero, afirmaba que Simón Pedro fue hecho por Cristo cabeza visible de la iglesia, tanto en honra como en jurisdicción. El segundo identifi­caba al obispo romano como el perpetuo sucesor de Pedro, dotado del todos los privilegios de Pedro. El tercero pretendía que el pontífice romano tiene inmediato y completo poder sobre toda la iglesia por todo el mundo. El último afirmaba que cuando el papa habla excátedra (desde el trono) al definir una doctrina concerniente a la fe y la meral para ser sostenida por la iglesia universal, es infalible. La declara] ción terminaba con la afirmación de que' cualquiera de tales definiciones del papa (sin un concilio) es irreformable.

La estrategia que había ocupado el pensamiento de Pío IX muchos años ha sido cumplida. Mediante sagaz diplomacia el había declarado una enseñanza popular que tuviera fuerza dogmática, la concurrencia de un concilio ecuménico. Esto preparó el camino continuar la dominación papal. Esta declaración de infalibilidad 1870 volvió inútiles otros concilios ecuménicos. Todas las definición excátedra de fe y moral del papa romano tenían ahora la fuerza dogmas. La declaración de esta infalibilidad es muy ambigua, lo se ajusta exactamente al propósito de los proponentes jesuitas de la ción. Cuando el siguiente papa "infalible" León XIII, declaró que "Compendio de Errores" de 1864 era excátedra, el puede haber colocado, sin embargo, a la Iglesia Romana en tal posición que estará nuevamente en aprietos, particularmente los católicos americanos pretenden aceptar la doctrina de la separación de la iglesia y el do, y algunos que defienden de dientes afuera la libertad de conciencia, ideales americanos básicos.

Este desarrollo doctrinal ocurrió durante un período de revolución política. El estado papal había separado por más de mil las secciones norte y sur de la península italiana. Patriotas italianos como Víctor Emmanuel y Garibaldi deseaban fervientemente unificar toda la península y hacer de Roma la capital secular de la nación uni­ficada. El papado resistió vigorosamente. Sin embargo, la revolución popular en la península ya había estallado cuando Pío IX llegó al tro­no papal. En un esfuerzo por aplacar al pueblo, Pío concedió algunas reformas en el gobierno papal pero nada menos que la entrega total satisfarían a los patriotas del sur. Entre 1859 y 1866, mediante diplo­macia y guerra, Víctor Emmanuel pudo conseguir cuatro quintas par­tes de las tierras papales, y dejó únicamente Roma y sus alrededores en manos papales. Cuando Francia fue obligada a retirar sus tropas de Roma para defender París, Emmanuel venció la resistencia que que­daba y capturó Roma, e hizo de ella la capital nacional de una Italia unida.

Los patriotas italianos trataron de aplacar a Pío, pero él nunca se reconcilió por la pérdida de la administración temporal, y se negó a dejar el Vaticano, que, aunque había sido derrotado, se le permitió retener El conspiró por la devolución del estado papal hasta su muer­te en 1878. Los papas siguientes mantuvieron la pretensión de ser pri­sioneros en el Vaticano hasta1529. A pesar de la humillación personal en su pérdida temporal, el pa­pado fue impulsado grandemente por ella. Muchos amigos de la ver­dadera religión habían instado al papado por quinientos años a dejar la competencia temporal con otras naciones en bien de la influencia espiritual y el bienestar. Los donativos empezaron a volcarse en las ar­cas del pontífice, y toda la maquinaria de la Curia se dirigió al ade­lanto eclesiástico en vez de a la administración secular, y las relacio­nes con los diversos estados nacionales mejoraron grandemente en vis­ta del decreciente poder secular de un papado ambicioso y coercitivo.

Otro interesante resultado de la declaración papal de la infalibi­lidad fue la secesión de la Iglesia Romana de un gran partido que negaba la infalibilidad papal, que incluía a algunos eruditos; muy capa­ces. El grupo tomó el nombre de Antigua Iglesia Católica y alcanzó un número de miembros de tal vez cien mil, pero gradualmente ha dis­minuido en número y nunca ha obtenido la adhesión popular que mu­chos supusieron tendría.

Luteranismo. — La historia del luteranismo europeo a mediados del siglo XIX concierne principalmente con el movimiento hacia la unión de la iglesia y con los desarrollos filosóficos.

El deseo de unidad del rey Federico Guillermo III de Prusia des­pués de la desolación causada por la Revolución Francesa lo llevó a escuchar con simpatía las sugestiones de Schleiermacher y otros cléri­gos dirigentes de que debería intentarse alguna clase de unión eclesiástica. La unión de luteranos y calvinistas en Prusia fue decretada en 1817 y tuvo la aprobación de la gran mayoría de prusia­nos. Por 1827 muchos de los Estados Alemanes habían seguido este ejemplo'. Las Universidades de Wittenberg y de Halle se unieron en una institución en Halle. Una ruidosa minoría protestó contra esta corriente general, particularmente entre los luteranos. Klaus Harnjs dirigió lo que fue conocido como Escuela Confesional en oposición a la unión con la Iglesia Reformada, y en 1841 un número de luteranos se separaron de la iglesia del estado y organizaron la Iglesia Evangéli­ca Luterana de Prusia. El luteranismo en otras partes de Europa, par­ticularmente en los países escandinavos, continuó contagiado por el racionalismo.

Debe recordarse que el racionalismo había traído al escepticismo y al ateísmo al frente durante el último período del cristianismo euro­peo (de 1648 a 1789). Emmanuel Kant (1724-1804), aunque un pro­ducto de la Iluminación (como era llamado el racionalismo) modificó el craso intelectualismo de Wolff al limitar el área de los detalles filosóficos a los fenómenos, y al concebir al hombre como más que—una mente. Hegel (1770-183Í) se fue por otras direcciones, pero, esencial­mente, por su optimismo filosófico y su teoría del desarrollo dio gran ímpetu a una posición media. F. E. D. Schleiermacher (1768-1834) afectados profundamente muy temprano por el pietismo alemán, die­ron un gran paso para aliviar el antagonismo entre el racionalismo y el sobrenaturalísimo al hacer de la religión una experiencia interior, la conciencia de absoluta dependencia de Dios. Su sistema deja mucho que desear para los que creían en la realidad objetiva de un Dios amante y personal, pero dio cierta respetabilidad a los credos del cristianismo. Soren Kierkegaard (1813-55), el "danés melancóli­co", puso los fundamentos para una nueva formulación teológica du­rante este período, pero no fue descubierto por un siglo.

Calvinismo. — Los lamentables efectos del racionalismo se ven en las luchas de las iglesias de este período, siguiendo las enseñanzas de Calvino. En la misma Génova, el lugar de nacimiento del calvinismo, la 'Venerable compañía" del clero se rehusó a ordenar candidatos en 1817 si ellos creían las mismas cosas en que Galvino hizo énfasis: la dei­dad de Cristo, el pecado original, y la predestinación. El resultado fue un cisma, y los conservadores organizaron congregaciones libres e independientes. El movimiento se esparció por toda Suiza y más allá, por el resto del período. Los dirigentes de este movimiento conservador en los cantones suizos fueron Alejandro Vinet (1797-1847) Federico Godet (1812-1900).

Los calvinistas franceses tuvieron la misma experiencia. El libera­lismo teológico prevaleció de tal manera en la Iglesia Reformada de Francia que Federico Monrod y el Conde Gasparin organizaron en 1849 la Iglesia Francesa Reformada Libre.

Una historia similar puede contarse de los Países Bajos. Antes de 1834 casi todas las iglesias reformadas estaban incluidas en la iglesia establecida. El liberalismo y el escepticismo religioso reinaban. Isaac da Costa (1798-1860), un convertido del judaísmo, se hizo evangelis­ta del calvinismo ortodoxo. De 1834 en adelante, un gran número de iglesias dejaron la Iglesia Reformada establecida y se unieron con las congregaciones conservadoras, que finalmente fueron reconocidas en 1869 como la Iglesia Reformada Cristiana. Muchos calvinistas conservadores permanecieron dentro de la institución más antigua con la esperanza de hacerla retroceder. Sin embargo, después de medio si­glo de lucha, éstos también se separaron de la iglesia establecida y más tarde se unieron con el grupo de los cristianos reformados. Otro parti­do que surgió del racionalismo de este período fue conocido como la escuela Groeningen, que hacía énfasis en el amor como fundamental en la religión. Eran indiferentes a las doctrinas calvinistas ortodoxas.

El Nuevo Siglo (de 1870 hasta el presente)

Este período final ha sido notable por el rápido ascenso de Alemania y Rusia hasta el frente como potencias mundiales. La Primera Guerra Mundial (1914-18) surgió directamente de las alianzas milita­res tan estrechamente entrelazadas, destinadas a mantener el equili­brio del poder. El nacionalismo arrebatado, los antiguos odios y riva­lidades, la carrera armamentista, y los impulsos irresponsables completaban el explosivo cuadro en 1914. La chispa surgió en un inciden­te en los Balcanes, y la guerra empezó el verano de 1914. Alemania y sus aliados fueron finalmente denotados. Después de la guerra Ale­mania se convirtió en república por diez años. Las manifiestas iniqui­dades del tratado de paz y la difícil depresión económica de los pri­meros años de la década de 1930 alentaron la ascensión de Adolfo Hitler y del partido nacional socialista en Alemania. La Segunda Guerra Mundial empezó en septiembre de 1939. La coalición alemana fue derrotada en 1945. El uso de bombas atómicas al final de la guerra marcó el principio de una nueva era.

La Iglesia Católica Romana.— A pesar de que la Primera Guerra j Mundial invalidó seriamente las más fuertes potencias continentales católicas romanas, a la iglesia le fue sorprendentemente bien en el conflicto y apareció más fuerte en algunos respectos después de la guerra que antes. La aparición del partido nazi bajo Hitler en 1933 marcó el principio de la represión de los católicos en Alemania, que continué hasta el fin de este período. Al mismo tiempo, la amenaza del comu­nismo ruso apareció claramente a la vista. En el mismo fin del período Rusia envolvió a muchas de las pequeñas naciones eslavas vecinas en la esfera de su influencia, y reprimió en cada caso a la Iglesia Romana en favor de la Iglesia Ortodoxa Oriental.

Internamente la actividad de la Iglesia Romana puede recapitularse bajo tres títulos: lucha con el modernismo, censuras contra protestantismo, y relaciones con estados seculares.,

León XIII (1878-1903) sucedió a Pío IX y fue uno de los papas más capaces de este período. Aunque algunas veces él es calificado "papa moderno" porque desplegó interés en estudios clásicos y científicos y permitió que los clérigos liberales dirigieran reformar sociales un estudio cuidadoso de su vida y su obra muestra que él continuó dogmatismo medieval de sus predecesores. En 1897 él puso en marcha una encíclica que censuraba todos los libros condenados antes 1600, aunque pudieran no haber sido incluidos en listas posteriores libros prohibidos. León permitió solamente estudios bíblicos y cien tíficos que no impugnaran el dogma de la Iglesia Católica.

Pío X (1903-14) fue elegido probablemente como reacción León. Tenía poco aprecio por la erudición y la educación elevada. Mi cha de la obra de León fue virtualmente destruida por la hostilidad personal y cultural de Pío X. En 1907 él publicó un nuevo compendio que condenaba el modernismo. Su encíclica del mismo año atacaba vi­gorosamente el modernismo dentro de la Iglesia Romana. Pío abogó por un regreso a la filosofía escolástica y demandó el rechazamiento de los que desearan estudiar derecho canónico, excepto a los que tenían un fondo escolástico. Cualquier mancha de modernismo era suficiente para el rechazamiento de un maestro en seminarios o universidades católicos y la expulsión de los que ya estaban en estas instituciones. Los obispos debían esforzarse por impedir la publicación de libros modernistas y eliminarlos de las escuelas. Todas las reuniones de sacer­dotes debían ser investigadas para ver que el modernismo no tuviera lugar. Benedicto XV (1914-22) continuó la pelea contra el modernismo, como lo hicieron Pío XI (1922-39) y Pío XII (1939-1958).

Este ha sido un período de continuos ataques del papado contra el protestantismo. León XIII se excedió al aprobar la inquisición es­pañola de la edad media, al calificar las llamas como "benditas". El alabó al infame Torquemada, el perverso director de la inquisición española, por su "muy prudente celo e invencible virtud". En 1896 León denunció la ordenación y sucesión anglicanas, condenando tanto la forma como la intención. El inició el punto de vista típicamente ro­mano relativo a la tolerancia religiosa, que afirma que cuando los protestantes tienen el control de una nación, los católicos deben ser tole­rados de acuerdo con la política general protestante de tolerancia reli­giosa; por otra parte, cuando los católicos tienen el control, debe se­guirse la política católica de no tolerancia. Pío X desaprobó vigorosa­mente toda lectura y estudio de la Biblia. Su ataque en 1910 contra los reformadores y sus seguidores Como "enemigos de la causa de Cristo" levantó considerable antagonismo. Benedicto XV continuó la lucha papal contra el protestantismo.

El papa León XIII tuvo mucho éxito al establecer relaciones amistosas con algunos de los estados. Mediante diplomacia táctica y laboriosos esfuerzos de los jesuitas, el papado hizo amigos de Bélgi­ca, España, Francia, Inglaterra, Rusia, y los Estados Unidos. Sus su­cesores no fueron tan afortunados. Bajo Pío X y Benedicto XV Roma recibió severos golpes. En 1905 Francia promulgó leyes que separaban la iglesia y el estado. La propiedad eclesiástica fue confiscada, y fi­nalmente se retiró la ayuda financiera a la religión. Además, las revoluciones en Portugal y México redujeron el prestigio del papa. El golpe fue particularmente radical en la republica de México. Su nueva constitución de 1917 separo la iglesia y el estado y confisco las propiedades eclesiásticas. Todos los oficiales y sacerdotes católicos romanos fueron exiliados.

Se había esperado que el concordato de 1929 entre Pio XI y el gobierno italiano trajera relaciones pacificas entre los partidos. Debe recordarse que en 1870 los patriotas italianos capturaron Roma, el último de los territorios papales fuera de los pocos acres que constituyen el Vaticano. Desde entonces los papas se negaron a dejar esta área, llamándose prisioneros. En 1929 Mussolini convino en pagar al papado una indemnización de 87, 500,000 dólares, añadir unos cuantos acres a los terrenos del Vaticano, y reconocer la ciudad del Vaticano como estado libre. Sin embargo, la controversia más amarga se continúo después porque cada parte no estaba dispuesta a cumplir el acuerdo. En 1946 la monarquía fue derrocada y se adoptó un gobierno republicano. Teóricamente la Iglesia Romana no era más favorecida que cualquier otro grupo religioso, pero en la práctica el fondo católico del pueblo dio a la Iglesia Romana un lugar favorito.

En 1931 en España también fue reemplazada la monarquía por una república, y la constitución estipuló la separación de la iglesia y el estado, dando esperanzas de que se practicaría la igualdad religiosa para todos los grupos. La Guerra Civil empezó en 1936, y en 1939 lle­gó a ser dictador el general Franco, procatólico. La Iglesia Católica Romana se hizo dominante otra vez como religión establecida.

En Francia la Iglesia Católica Romana, la única religión de una gran mayoría del estado, es ignorada por la mayoría de sus adherentes, y tiene poca vitalidad.

Entre las dos guerras, la Iglesia Romana peleó valientemente contra los nazis, sin mucho éxito.

El Luteranismo. —El luteranismo de Europa ha padecido severas pruebas este período. La reforma de Lutero fue plantada en un ambiente de granjeros y campesinos y había esperado que el benevolente príncipe de un estado comparativamente pequeño mantuviera pureza y bienestar de la Iglesia Luterana en su área. Después de 1870 vinieron cambios radicales. La tardía unificación de Alemania en una sola nación requirió considerable reajuste, hasta el punto de la organización y el control luterano. La rápida industrialización de Alemania y la revolución mecánica también lanzaron sobre el luteranismo europeo nuevas normas sociales y económicas que demandaron res­puesta rápida y radical. Al mismo tiempo de este desafío, el militaris­mo y la guerra paralizaron o reclutaron el caudillaje luterano. La Constitución de Weimar adoptada por la República Alemana después de la Primera Guerra Mundial estipulaba la separación de la iglesia y el estado, aumentando las penalidades del luteranismo tradicional. La vitalidad del movimiento de Lutero disminuyó lentamente en las primeras décadas del nuevo siglo. Se ha estimado que el 75 por ciento de los cristianos nominales de Alemania en los años veinte eran indiferentes a la religión.

La aparición de los Nazis en 1933 produjo problemas adicionales. Los esfuerzos de Hitler por gobernar tanto a las iglesias luteranas como a las reformadas en beneficio del estado produjeron el cisma y el conflicto. Se hicieron intentos de paganizar el cristianismo para exaltar factores raciales y nacionales. El mismo Hitler estaba deseoso de ver una iglesia nacional organizada por un grupo llamado Movimiento de Fe de Cristianos Alemanes, pero la oposición de hombres como Martín Niemóller, pastor de Berlín, ofreció firme resistencia. Se organizo un sínodo confesional opuesto a este Movimiento de Fe, que incluía a luteranos y a calvinistas. La Segunda Guerra Mundial res­tringió drásticamente toda la obra cristiana. En los países escandina­vos el luteranismo se ha mantenido como la religión de la mayoría.

El Calvinismo. — Los turbulentos años de las dos guerras y una casi continua contienda ideológica en Europa contribuyeron a la amarga lucha modernista-confesional dentro del calvinismo europeo y minaron la vitalidad de las iglesias reformadas del Continente. Es cierto que el calvinismo estaba mejor preparado por su perspectiva ge­neral para hacer frente a las revoluciones industrial y mecánica del nuevo día que el luteranismo. La separación de la Iglesia Romana del estado en Francia en 1905 también ayudó al calvinismo en esta lucha. Los mismos golpes que sacudieron al luteranismo cayeron sobre el calvinismo. La separación general de la iglesia y el estado ocurrió en los cantones de Suiza, parcialmente por la influencia católica romana; principalmente por causa de la indiferencia.

De Suiza, sin embargo, al fin de la Primera Guerra Mundial surgió una fuerte protesta contra el liberalismo teológico. Karl Barth (1886-1968), pastor de una pequeña iglesia reformada de Suiza, pro­fundamente conmovido por la violencia de una guerra mundial, formuló un sistema teológico que algunas veces ha sido llamado teología de la crisis porque interpretaba los problemas contemporáneos y las convulsiones mundiales como resultado de la confianza del hombre en si mismo y del consecuente descuido de la voluntad de Dios; al­gunas veces llamada teología dialéctica, que se refiere a la total; inca­pacidad del hombre de buscar a Dios y a la necesidad de permitirle a Dios, mediante su soberana gracia, hablarle al hombre; y algunas ve­ces llamada neoortodoxia, que refiere el movimiento a la antigua orto­doxia cristiana Barth exaltaba la soberanía de Dios como trascendente y el pecado del hombre como irresistible. Aunque el sistema de Barth tenía elementos inaceptables para muchos sobrenaturalistas tradicionales, estaba en marcado contraste con el arrogante racionalismo de
la generación anterior y ha sido grandemente influyente en la teo­logía contemporánea.

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