El papa que cerró el período anterior y que abrió el presente (Inocente III, 1198-1216) tuvo contacto con dos grupos disidentes: los valdenses y los cataros. Ambos movimientos tenían una larga historia antes de ese tiempo. El origen de los valdenses está en disputa. Hasta el origen de su nombre está en duda. Tal vez lo empezó Pedro Waldo de Lyon, Francia, en los últimos años del siglo XII. El encabezó un movimiento en que los laicos deliraban por la enseñanza y el canto de las Escrituras. El grupo fue excomulgado en 1184, pero continuó extendiéndose rápidamente por el sur de Francia, por Italia, España y por el Valle del Rin.
Los inquisidores que procuraban información sobre las creencias de los valdenses testifican que tenían casi las mismas doctrinas que los petrobrusianos: las Escrituras como única autoridad, la necesidad del bautismo del creyente, la negación de la autoridad de la Iglesia Romana, rechazamiento del purgatorio y del mérito de orar a los santos, y la negación a creer que el pan y el vino se cambian en el cuerpo y la sangre de Cristo por el sacerdote. Además se afirmaba que los valdenses permitían que los hombres predicaran sin una ordenación adecuada, difamaban al papa, se negaban a hacer confesión canónica y rechazaban los juramentos y la guerra. Por 1212 algunos de estos grupos se acercaron a Inocente III para pedir permiso de reunirse y leer las Escrituras. El papa dio su permiso, pero tres años después inició un decreto de condenación contra todos los valdenses. En un esfuerzo por inutilizar el movimiento, dos sínodos católicos sucesivos prohibieron la lectura de la Biblia en el lenguaje del pueblo, ya fuera por laicos o por clérigos. Aunque fueron severamente perseguidos, los valdenses continuaron hasta el presente tiempo.
El grupo conocido como los cataros apareció en Francia en el siglo XI. Sus doctrinas eran muy similares a las de los bogomilas. De hecho, los cataros de Francia consideraban a Bulgaria como su lugar de origen y reconocían a un jefe bogomila como su cabeza espiritual. Su concepto dualístico de Dios y su cristología docética sugieren una fuerte influencia maniquea, otra indicación de que tal vez su sistema doctrinal se originó en el Oriente, donde el maniqueísmo era más fuerte.
Los disidentes conocidos como albigenses (porque vivían cerca de Albi en el sur de Francia) eran cataros. Inocente III (1198-1216) decidió, en vista de la gran fuerza del movimiento, que debían emplearse fuertes medios para desarraigarlo. Consecuentemente, Inocente envió dos delegados a Francia para empezar el esfuerzo. Habían sido persuadidos por el obispo de Osma y por Domingo, de probar primero medios religiosos. Asumiendo la apariencia de limosneros, los delegados y otros vagaron descalzos y presentaron un ejemplo de humildad y pobreza. Pocos albigenses se convencieron. Pronto siguieron medidas violentas.
El conde Raymundo de Tolosa era el gobernador nominal del área donde los herejes vivían, pero fue indiferente a sus conceptos religiosos puesto que eran buenos súbditos. Uno de los delegados fue asesinado en 1208, y Raymundo se convirtió en sospechoso de complicidad, o al menos fue acusado de ello. Inocente III proclamó una cruzada contra Raymundo y los albigenses. Quienquiera que los conquistara tendría el territorio como botín de guerra. Cuando las ciudades eran capturadas, sus habitantes eran matados o vendidos como esclavos. Los albigenses huyeron por toda Europa, y otros de los cataros siguieron su ejemplo. El papa Inocente promovió, mediante el Cuarto Concilio Lateranense de 1215, tres cánones relativos a los herejes: los gobernadores seculares no deben tolerar a los herejes en su dominio; los gobernadores seculares que se nieguen a desarraigar a los herejes deben ser echados, ya sea por sus súbditos o por cruzados del extranjero; las cruzadas contra los herejes en el propio país traen todos los privilegios sacramentales y las indulgencias que se conceden a las cruzadas contra los turcos en Jerusalén.
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