El sucesor de Bonifacio, Benedictino (-1303-4), vivió solamente nueve meses después de su elección para el oficio. EJ sucesor de Benedicto Clemente V, (1305-14) fue nombrado por la influencia del rey Felipe de Francia. En su pontificado el cuartel papal fue cambiado de Roma a Avignon, Francia, en 1309, Durante los siguientes setenta años siete papas franceses ocuparon el oficio. Por causa de que el papado estuvo ausente de Roma por cerca de setenta años (igual que el reino del sur estuvo en cautividad en Babilonia por un período parecido), este período de residencia papal en Francia ha sido llamado "la cautividad babilónica de la iglesia".
Clemente mostró su subordinación a Felipe de Francia consintiendo en la destrucción de los Caballeros Templarios. Hay poca duda de que esta acción fue dictada por el rey francés. Los templarios se habían opuesto constantemente a Felipe, y el temía que la orden fuera a convertirse en un rival militar. Mediante torturas y promesas, se consiguió suficiente evidencia para convencer al papa Clemente. En octubre, 1311 el convocó un concilio ecuménico (el quinceavo en los registros romanos), que votó suprimir la orden por causa de sus prácticas corrompidas e inmorales y por otros crímenes, incluyendo la blasfemia.
Los sucesos de los siguientes setenta años convencieron a los estados de Europa que el papado se había convertido en una institución francesa. Se habían nombrado cardenales franceses en número suficiente para constituir mayoría. Se idearon muchos nuevos métodos para recoger dinero, particularmente por Juan XXII (1316-34).
El regreso del papado a Roma se convirtió en tema en cada elección papal. Se reconocía que la identificación del papado con los intereses franceses era un serio desatino, particularmente en vista de los nacientes lazos de nacionalismo en todas partes. Finalmente, en 1377 Gregorio XI terminó el fiasco al regresar a Roma a morir. Urbano VI (1378-89) fue elegido para suceder a Gregorio con la promesa de regresar a Avignon, pero después de su elección Urbano decidió permanecer en Roma. Los cardenales se reunieron otra vez y eligieron otro papa, Clemente VI (1378-94), que regresó a Francia. Ahora había dos papas, y cada uño alegaba haber sido electo válidamente— y así era. Por un cuarto de siglo los papas rivales en Avignon y en Roma se anatematizaron uno a otro y procuraron socavar mutuamente su obra. Por supuesto, había habido antipapas antes. En 251 Novaciano había sido electo obispo de Roma por un partido rival. Otros papas rivales incluyen a Félix II (355-65), a Bonifacio VII (974), y a Juan XVI (997-98).
Probablemente el más extraño cisma papal había ocurrido a mediados del siglo XI. Benedicto IX había sido colocado en el trono papal en 1032. En 1044 fue echado de Roma y ciertos nobles locales colocaron a Silvestre III en la silla papal. Benedicto regresó a Roma, sin embargo, y vendió el oficio papal por cerca de mil libras de plata a arcipreste de Roma, que tomó el nombre de Gregorio VI. Benedicto se negó a cumplir el negocio, y como resultado hubo tres papas, cada uno con suficiente fuerza para resistir a sus oponentes, pero no conbastante para conquistarlos. La situación fue finalmente aclarada por el emperador Enrique III.
La presencia de dos papas en el siglo XIV por un largo período, creó numerosos problemas. La validez de casi cualquier acto eclesiástico era puesto en duda. ¿Quién debía conferir el palio a los obispos recién consagrados? ¿A quién debían ofrecer sus votos solemnes las órdenes monásticas? ¿Quién debía ser reconocido por los diversos gobiernos? Desde el punto de vista de la organización, la situación era casi intolerable. Teóricamente cada papa, si fuera el verdadero, debía vigilar el nombramiento de obispos en cada diócesis, llenar las numerosas vacantes en los arzobispados, mantener el número dé cardenales, nombrar los dirigentes administrativos en la Curia, y llevar adelante los múltiples deberes requeridos en la operación de una monarquía eclesiástica tan difundida. Con dos papas era probable que hubiera dos nombramientos en los diversos puestos, rivalidad en los casos de derecho eclesiástico, y traslapo en la jurisdicción. El mundo cristiano estaba estupefacto. Las protestas venían de todas partes.
En 1409 los cardenales de los dos papas convocaron un concilio para reunirse en pisa. Este concilio, en una manera más bien apresurada, declaró vacante el puesto papal y eligió un nuevo papa, que tomó el nombre de Alejandro V (1409-10). Para desaliento de todos los dos ocupantes se negaron a reconocer la autoridad del concilio, ahora había tres papas. Por medio de maniobras políticas y generosos sobornos, los diversos gobiernos fuertes indujeron a sostener un nuevo concilio, convocado esta vez por uno de los papas. El Concilio de Constanza (1414-18) depuso a los tres papas y eligió otro, que toma el nombre de Martín V (1417-31). Esta vez, sin embargo, por medios políticos la tarea se llevó a cabo. Una vez más la espada secular controló la espiritual. El cisma había terminado, pero el prestigio del papado romano había terminado muy abajo. Las voces de todas partes pedían una reforma drástica de todo el sistema. El siguiente capítulo discutirá con algún detalle este clamor de reforma.
Clemente mostró su subordinación a Felipe de Francia consintiendo en la destrucción de los Caballeros Templarios. Hay poca duda de que esta acción fue dictada por el rey francés. Los templarios se habían opuesto constantemente a Felipe, y el temía que la orden fuera a convertirse en un rival militar. Mediante torturas y promesas, se consiguió suficiente evidencia para convencer al papa Clemente. En octubre, 1311 el convocó un concilio ecuménico (el quinceavo en los registros romanos), que votó suprimir la orden por causa de sus prácticas corrompidas e inmorales y por otros crímenes, incluyendo la blasfemia.
Los sucesos de los siguientes setenta años convencieron a los estados de Europa que el papado se había convertido en una institución francesa. Se habían nombrado cardenales franceses en número suficiente para constituir mayoría. Se idearon muchos nuevos métodos para recoger dinero, particularmente por Juan XXII (1316-34).
El regreso del papado a Roma se convirtió en tema en cada elección papal. Se reconocía que la identificación del papado con los intereses franceses era un serio desatino, particularmente en vista de los nacientes lazos de nacionalismo en todas partes. Finalmente, en 1377 Gregorio XI terminó el fiasco al regresar a Roma a morir. Urbano VI (1378-89) fue elegido para suceder a Gregorio con la promesa de regresar a Avignon, pero después de su elección Urbano decidió permanecer en Roma. Los cardenales se reunieron otra vez y eligieron otro papa, Clemente VI (1378-94), que regresó a Francia. Ahora había dos papas, y cada uño alegaba haber sido electo válidamente— y así era. Por un cuarto de siglo los papas rivales en Avignon y en Roma se anatematizaron uno a otro y procuraron socavar mutuamente su obra. Por supuesto, había habido antipapas antes. En 251 Novaciano había sido electo obispo de Roma por un partido rival. Otros papas rivales incluyen a Félix II (355-65), a Bonifacio VII (974), y a Juan XVI (997-98).
Probablemente el más extraño cisma papal había ocurrido a mediados del siglo XI. Benedicto IX había sido colocado en el trono papal en 1032. En 1044 fue echado de Roma y ciertos nobles locales colocaron a Silvestre III en la silla papal. Benedicto regresó a Roma, sin embargo, y vendió el oficio papal por cerca de mil libras de plata a arcipreste de Roma, que tomó el nombre de Gregorio VI. Benedicto se negó a cumplir el negocio, y como resultado hubo tres papas, cada uno con suficiente fuerza para resistir a sus oponentes, pero no conbastante para conquistarlos. La situación fue finalmente aclarada por el emperador Enrique III.
La presencia de dos papas en el siglo XIV por un largo período, creó numerosos problemas. La validez de casi cualquier acto eclesiástico era puesto en duda. ¿Quién debía conferir el palio a los obispos recién consagrados? ¿A quién debían ofrecer sus votos solemnes las órdenes monásticas? ¿Quién debía ser reconocido por los diversos gobiernos? Desde el punto de vista de la organización, la situación era casi intolerable. Teóricamente cada papa, si fuera el verdadero, debía vigilar el nombramiento de obispos en cada diócesis, llenar las numerosas vacantes en los arzobispados, mantener el número dé cardenales, nombrar los dirigentes administrativos en la Curia, y llevar adelante los múltiples deberes requeridos en la operación de una monarquía eclesiástica tan difundida. Con dos papas era probable que hubiera dos nombramientos en los diversos puestos, rivalidad en los casos de derecho eclesiástico, y traslapo en la jurisdicción. El mundo cristiano estaba estupefacto. Las protestas venían de todas partes.
En 1409 los cardenales de los dos papas convocaron un concilio para reunirse en pisa. Este concilio, en una manera más bien apresurada, declaró vacante el puesto papal y eligió un nuevo papa, que tomó el nombre de Alejandro V (1409-10). Para desaliento de todos los dos ocupantes se negaron a reconocer la autoridad del concilio, ahora había tres papas. Por medio de maniobras políticas y generosos sobornos, los diversos gobiernos fuertes indujeron a sostener un nuevo concilio, convocado esta vez por uno de los papas. El Concilio de Constanza (1414-18) depuso a los tres papas y eligió otro, que toma el nombre de Martín V (1417-31). Esta vez, sin embargo, por medios políticos la tarea se llevó a cabo. Una vez más la espada secular controló la espiritual. El cisma había terminado, pero el prestigio del papado romano había terminado muy abajo. Las voces de todas partes pedían una reforma drástica de todo el sistema. El siguiente capítulo discutirá con algún detalle este clamor de reforma.
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