Todos los historiadores hablan del movimiento masivo hacia el cristianismo después que éste recibió el favor imperial. Aunque el cristianismo no fue nombrado oficialmente religión del estado por cerca de medio siglo, sin embargo, la exhortación de Constantino a sus súbditos a hacerse cristianos, sus generosos regalos a los que ya eran cristianos, y la facilidad con que podía abrazarse el cristianismo, contribuyó a que muchos se decidieran.
La similaridad entre los sacramentos mágicos del cristianismo y los ritos paralelos del paganismo daba a los miembros en perspectiva un sentimiento de familiaridad en su iniciación. En el ejército, especialmente, la influencia de algún sagaz líder podía hacer que ganara en corto tiempo a todos sus leales seguidores. Un ejemplo de la facilidad con que esto podía hacerse puede verse en la conversión de uno de los caudillos francos el siguiente siglo. Clodoveo se enfrentaría a una batalla crucial el siguiente día. El hizo el solemne voto de que si el Dios cristiano de su esposa le daba la victoria en la batalla, entonces él se haría cristiano. Habiendo ganado la victoria, él guardó su voto. Cuando su ejército supo lo que estaba pasando, también quisieron unirse. Esto se llevó a la práctica fácilmente. Los soldados marcharon al lado de un río donde se pusieron sacerdotes con ramas de los árboles. Cuando los soldados pasaban, los sacerdotes metían las ramas al río y rociaban agua bautismal sobre ellos, repitiendo todo el tiempo la fórmula adecuada. Tan pronto como el agua tocaba a los soldados, desde luego, supuestamente ellos se volvían cristianos. No es de sorprender que cuando estos paganos rociados entraron a la membresía de las iglesias cristianas, hayan traído ideas paganas con «líos. Consecuentemente, el cristianismo se infectó más y más con corrupciones paganas al convertirse en un movimiento popular. Impulso para la Aparición del Monasticismo. — La hartura de las iglesias cristianas con paganos rociados fue responsable en parte del rápido crecimiento del asceticismo.
La laxitud en la ética y la vida cristianas siempre ha traído movimientos reaccionarios. Algunas veces éstos no se desarrollaron hasta ser partidos o cismas, pero dieron expresión al remordimiento individual que guió a las prácticas ascéticas. Al permanecer en las iglesias regulares, los cristianos escrupulosos aliviaban su espíritu mediante el ayuno, largas horas de oración y rigurosa disciplina espiritual. Otros, sin embargo, escogieron un método más radical. En el oriente, donde el clima era más atractivo la mayor parte del año, los hombres dejaban las iglesias y sus hogares y se convertían en ermitaños religiosos. Tomaban literalmente la exhortación de Jesús al joven rico para dejarlo todo y seguirlo. Sentían que encerrándose en una cueva lejos de los hombres y ocupándose en la oración y en la contemplación espiritual, podían "perder sus vidas para salvarse".
Uno de los más famosos de esos hermitaños era Antonio de Tebas, de mediados del Siglo III. Huyendo de los hombres, alrededor de los veinte años, pasó los siguientes ochenta y seis años en una cueva. El era venerado como un hombre muy santo, y su cueva se convirtió en un lugar de bendición.
Uno de los más famosos de esos hermitaños era Antonio de Tebas, de mediados del Siglo III. Huyendo de los hombres, alrededor de los veinte años, pasó los siguientes ochenta y seis años en una cueva. El era venerado como un hombre muy santo, y su cueva se convirtió en un lugar de bendición.
Otros empezaron a dejar sus hogares y a seguir su ejemplo. Antes de mucho tiempo había tantos ermitaños en el desierto que todas las cuevas estaban ocupadas. Pronto empezó también la formación de comunidades o grupos cenobitas. Un número de ermitaños se reunían bajo una regla común de organización. El movimiento más antiguo de esta clase que se conoce fue el de Pacomio, que tuvo lugar por el año 335 en Egipto.
Desde el oriente este movimiento se extendió a Asia Menor. La manera práctica de pensar de los occidentales y el clima riguroso desanimaron a los que huyeron a las cavernas, pero para el Siglo VI. Benedicto de Nursia empezó en Italia un movimiento disciplinado y efectivo.
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