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jueves, 31 de marzo de 2011

Razones de la oposiciòn secular

Un breve resumen de las relaciones entre los diversos poderes se­culares y la creciente iglesia romana proveerá ejemplos históricos de las varias razones de la oposición secular. Oposición del Imperio Romano Antes del 476 Los tres hijos de Constantino lo sucedieron en 337. Uno fue mata­do en batalla, uno se suicidó, y el tercero, Constancio, gobernó hasta 361. Constancio era un cristiano arriano, y su largo gobierno trajo re­presiones y antagonismo para el cristianismo niceno, que incluía a Roma. Es significativo que Atanasio, no el obispo romano, fue señala­do como el blanco de la persecución del cristianismo niceno. El emperador Julián (361-63) era anticristiano en actitud y obra. Si Constantino hubiera sido un cristiano consistente (o sencillamente si siquiera hubiera sido cristiano), Julián muy bien hubiera llegado a respetar el cristianismo y a abrazarlo. El breve reino de Julián y la fundamental debilidad del refinado paganismo que él trató de intro­ducir, mitigaron la fuerza de su antagonismo. La rivalidad básica entre la autoridad de la iglesia y la autoridad secular se hizo clara en este período. El muy influyente escrito de Agustín, La Ciudad de Dios, puso a las autoridades seculares y religiosas una contra la otra y magnificó su incompatibilidad.

Los papas del siglo V asieron su ideal, empezando muy pronto a describir la re­lación entre los dos poderes como dos espadas: la espada espiritual más grande que la espada secular.

Cisma entre oriente y occidente

Las controversias doctrinales en que los papas romanos se metieron tenían su fuente, como puede suponer­se, principalmente en las especulaciones del Oriente. Estas controver­sias influyeron mucho, sin embargo, para que se establecieran relacio­nes eclesiásticas y seculares. En este período el papado se propuso de­clarar directamente su autoridad, no sólo sobre rivales eclesiásticos, sino también sobre poderes seculares.

Una de las primeras disputas sucedió cuando el patriarca de Constantinopla se negó a desterrar a un hereje. El papa Félix III (483-92) intentó excomulgar al patriarca, destituvéndolo del sacerdocio, y aislándolo de la comunión católica y de los fieles. Félix declaró que su autoridad como sucesor de Pedro lo capacitaba para hacerlo así. Sin embargo, hasta los obispos orientales que habían sido leales al papado informaron a Félix que él no tenía poder de esta clase, y que ellos escogían comunión con Constantinopla antes que con Roma. Por trein­ta y cinco años continuó este cisma. Mediante sagacidad política, un papa posterior arregló el cisma sin pérdida de dignidad.

La controversia iconoclasta

Probablemente lo más amargo de las controversias doctrinales empezó en el Siglo VIII, y es conocido como la "controversia icono­clasta" (destructora de imágenes). El uso de imágenes en la adoración se había vuelto muy popular tanto en el cristianismo oriental como en el occidental desde el tiempo de Constantino, que había muerto en 337. Los cristianos primitivos habían rehusado tener ídolos o imágenes en la casa o en el templo, y por esa razón eran llamados ateos por los paganos del Siglo II. Sin embargo, la influencia del paganismo produ­jo el amplio uso de las imágenes, ostensiblemente al principio con el único propósito de enseñar mediante los cuadros y las estatuas.

Esas imágenes pronto empezaron a ser vistas como poseedoras de cualida­des divinas. Eran veneradas, besadas, y en algunos casos adoradas por los entusiastas devotos. Los mahometanos objetaron vigorosamente esta idolatría, y, en parte como un movimiento político para apaciguar al califa mahometano, el emperador León el Isaurio (717-41) emitió un edicto en 730 contra el uso de imágenes. Pese a la fanática oposi­ción de los monjes, las imágenes fueron quitadas de las iglesias orientales. Cuando el emperador ordenó a las iglesias de Occidente que qui­taran las imágenes, encontró más oposición. El argumentó al papa que la adoración de imágenes está prohibida tanto por el Antiguo como por el Nuevo Testamento y por los padres primitivos, y que es pagana en su arte y herética en sus doctrinas. En respuesta el papa Gregorio II (715-31) dijo que Dios había mandado que se hicieran querubines y serafines (imágenes); que las imágenes preservan para el futuro los retratos de Cristo y de los santos; que el mandamiento contra las imágenes era necesario para prevenir a los israelitas de la idolatría pagana, pero que este peligro ya no existía; y que la adora­ción y postración ante las imágenes no constituye culto, sino senci­llamente veneración. La controversia continuó por más de un siglo. Por medio de maniobras políticas de la regente Irene, el séptimo concilio universal de Nicea en 787 sostuvo el derecho de culto a las imágenes. Carlomagno, emperador en Occidente, se opuso de plano al decreto de este concilio y a la posición de los papas, insistiendo en que las imágenes eran para ornamento, no para culto. Durante la contro­versia el papa Gregorio III (731-41) pronunció la sentencia de exco­munión contra cualquiera que quitara, destruyera o dañara las imáge­nes de María, de Cristo, y de los santos. Esta actitud fue continuada por los papas, a pesar de la oposición de Carlomagno.

El emperador León el armenio (813-20) anuló los decretos del Segundo Concilio de Nicea de 787 tan pronto como asumió su oficio, pero el culto a las imágenes obtuvo la victoria final cuando la regente Teodora (842-67) ordenó que las imágenes fueran restauradas y los iconoclastas perseguidos. En el Oriente se puso una limitación a las imágenes, per­mitiendo solamente pinturas y mosaicos en los templos. Las estatuas que se proyectaran más allá del plano de la superficie fueron prohibi­das. No se hizo limitación de esta clase en el Occidente. Las imágenes fueron todavía más veneradas y ampliamente usadas como resultado de la controversia.

miércoles, 30 de marzo de 2011

La pornocracia

Los últimos dos siglos del período medieval presentaron una prueba crucial para el papado. Puede ser suficiente hacer notar que Eu­ropa fue una anarquía después del año 880. Los disturbios en Italia convirtieron el oficio papal en un premio político mezquino. Entre 896 y 904 hubo diez papas, y la mayoría de ellos acabaron asesinados o traicionados. El período de 904 a 962 es conocido como la "pornocracia", con el significado de lujuria e inmoralidad, porque el oficio pa­pal era controlado por hombres y mujeres perversos y sin escrúpulos. De 962 a cerca del 1050 los papas fueron nombrados y gobernados por los emperadores germanos del imperio reestablecido. El papado ha­bía alcanzado su punto más bajo en prestigio y autoridad, pero un nue­vo día estaba alboreando. Mediante una eficaz reforma interna, la apa­rición de gobiernos centrales disciplinados, y la capacidad de usar ar­mas eclesiásticas, el papado pronto alcanzó nuevas alturas de poder, tanto en los ámbitos eclesiásticos como en los seculares.

Elementos de la Misa

Adoración. — Durante el período del 451 al 1050, el método cató­lico romano de adoración empezó a ser copiado por todo el Occidente. Las variaciones de lenguaje, de orden y de liturgia fueron eliminados tanto como fue posible. La adoración se centró en la observancia de la Misa (la Cena) que, como ya se describió antes, había .llegado a ser más que un sacramento que traía gracia al participante; ahora era considerada como el sacrificio "incruento" de Cristo efectuado otra vez; el derramamiento de su sangre y el rompimiento de su cuerpo.

El sim­bolismo había llegado a ser completamente literal. El vino todavía no le era negado a la gente. Aunque no se había definido, generalmente se pensaba que algo le pasa al pan en la Misa, que se transforma en el cuerpo de Cristo. También se había desarrollado un amplio sistema de santos mediadores.

La adoración de la virgen María también au­mentó considerablemente durante este período. La historia de que ella había sido llevada inmediatamente al cielo a su muerte, se exten­dió. Se ofrecían oraciones a María para que ayudara e intercediera. Las reliquias se convirtieron crecientemente en una parte importante de la vida religiosa. El número de sacramentos todavía no estaba fija­do; algunos teólogos sencillamente abogaban por dos (el bautismo y la Cena), algunos insistían en cinco, mientras que algunos tenían una docena. La confesión auricular ya estaba bien establecida, y la idea de méritos por obras externas se extendió ampliamente. El monasticismo del tipo benedectino cubrió a Europa.

Carácter del monasticismo

Históricamente, el movimiento occidental modificó el carácter del monasticismo. Aunque el monasticismo había sido originalmente un movimiento de laicos, el monasticismo occidental hizo sacerdotes a todos los que tomaban los votos monásticos. Aun más: el movi­miento occidental exageró el monasticismo como un instrumento para impulsar el mismo sistema eclesiástico contra el que era en parte una protesta. Los monjes se convirtieron en los misioneros y soldados de avanzada del cristianismo. De hecho, las órdenes monásticas han estado al frente de cada victoria obtenida por la Iglesia Romana desde la Edad Media.

El nombre sobresaliente del monasticismo occidental fue el de Benito de Nursia. Alrededor del año 500 Benito se convirtió en ermi­taño y en 529 fundó un monasterio en Monte Casino, al sur de Roma. Su sistema hacía hincapié en la adoración, el trabajo manual y el es­tudio. En menos de trescientos años los monasterios que seguían esta regla cubrieron el continente europeo. Más que cualquier otro hom­bre, Benito fue responsable de vaciar el movimiento monástico en mol­des de líneas prácticas y de reconciliar sus ideales con los de la iglesia*

Beneficios de las tribus germanas

Cuando menos cinco de estos beneficios resaltan. (1) Las tribus germánicas proveyeron nuevos y numerosos sujetos para el gobierno católico romano. Ellos se atemorizaban con los hermosos y solemnes servicios de las iglesias or­todoxas y se encantaban con el sistema sacramental mágico que pro­veía para todas sus necesidades. Los cristianos arríanos de las tribus eran inexpertos en asuntos doctrinales, y no era difícil ganarlos a to­dos para el criterio ortodoxo de la persona de Cristo.

(2) Las tribus dieron la oportunidad de ampliar y asegurar la maquinaria de la Igle­sia Romana. Se establecieron nuevas iglesias, se prepararon nuevos sa­cerdotes, y se proveyeron nuevos catecismos. Los incultos germanos no trajeron problemas doctrinales nuevos que complicaran esta gran expansión.

(3) Las tribus germánicas eran gobernantes de los domi­nios que habían conquistado, pero se convirtieron en súbditos del en­trenamiento religioso del sistema romano. Esto significaba que la je­rarquía romana muy pronto obtendría gran prestigio y extensa in­fluencia. Además, le dio la razón al punto de vista sugerido en La Ciu­dad de Dios de Agustín: que la ciudad celestial era superior a la secu­lar y que algún día vendría a ser la dominante.

(4) El mundo occi­dental fue privado de la influencia del emperador romano en Constantinopla. Excepto por un breve período, la entrada de las tribus ger­mánicas hizo imposible que el emperador ejerciera poder secular o eclesiástico sobre la Iglesia Romana. Antes de la invasión el emperador todavía se consideraba obispo sobre los obispos, y con su ejército ha­bía mantenido amagado al mundo occidental. Sin embargo, con la barrera bárbara rodeando el occidente, el emperador se vio impoten­te para interferir.

(5) El ganar a estos bárbaros al reconocimiento de la soberanía espiritual de la Iglesia Romana fue un golpe de muerte para las ambiciones de cualquier otro obispo occidental y además le trajo a la iglesia territorios y protección militar.

Agustín de Hipona.

Agustín fue el gran teólogo de los Siglos IV y V. Nació en el Norte de África en 354. Pasando sucesivamente de la filosofía al maniqueísmo, al escepticismo, al neoplatonismo, y de éste al cristianismo, se convirtió en la figura dominante del pensamiento cristiano por un mi­lenio. Su profunda experiencia al encontrar a Dios y su profunda de­voción dieron riqueza a sus ideas teológicas. Sus confesiones, profun­damente personales y místicas, explican su punto de vista doctrinal., En la controversia pelagiana Agustín declaró que Adán había sido creado sin pecado y libre, pero que en la caída de Adán todo el géne­ro humano había perdido su pureza y su libertad. Agustín pensaba que el bautismo de niños o adultos lavaba la culpa del pecado original, pero no el pecado mismo, y creía que los sacramentos de la iglesia eran necesarios para preservar al individuo de la culpa y castigo adiciona­les de este pecado. El insistía en que los hombres no pueden obrar para salvación, y que aun la capacidad para aceptar la salvación es un don de Dios. La condición impotente del hombre requiere que Dios haga todo. Dios escoge a los que deben ser salvos (predestina­ción) y los capacita para salvarse En este punto puede observarse la in consistencia de Agustín. Por su énfasis en la soberanía de Dios, Agus­tín no dejaba nada por hacer al hombre respecto a su salvación; sin embargo, él demandaba que los infantes fueran bautizados para sal­varse de la culpa heredada.

Si Dios predestina a un niño para salvarse, parece que el bautismo tendría poco efecto al intentar obtener la misma cosa. El fuerte énfasis de Agustín sobre la total soberanía de Dios repelía a algunos de sus contemporáneos tanto como la doctrina de Pelagio, de la capacidad del hombre para cooperar con Dios en la adquisición de la salvación, dando así lugar a los conceptos semipelagianos y semiagustinianos mencionados antes.

En adición a sus Confesiones y en oposición a Pelagio, Agustín hizo otras dos contribuciones distintas: estableció la doctrina oficial de la Iglesia Católica Romana relativa a la controversia donatista. Los donatistas habían dicho que cuando el carácter de un obispo es anti­cristiano e injusto, todos los actos sacramentales de ese obispo no tie­nen validez. Así, decían ellos, el obispo Félix no podía ordenar pro­piamente a Ceciliano y Ceciliano no podía administrar el bautismo salvador porque estos dos hombres eran herejes; habían entregado las Escrituras para ser destruidas durante el tiempo de persecución. Agus­tín volvió a interpretar el asunto enseñando que el carácter de un obis­po no hacía absolutamente ninguna diferencia en la validez de sus ac­tos, puesto que la autoridad o insignia de la iglesia garantizaba la vali­dez de cualquier acto oficial que pudiera desarrollar un obispo.-Esto señaló un gran avance en la idea de una iglesia autorizada. Agustín también puso en forma escrita el ideal por el que la Igle­sia Católica Romana estaba luchando. Aunque inconclusos, sus veinti­dós libros titulados/ La Ciudad de Dios/bosquejaban el conflicto entre el gobierno terrenal y el gobierno celestial. Debe recordarse que Agus­tín estaba escribiendo en el tiempo en que los bárbaros germanos es­taban arrasando el mundo occidental. En el mismo año que él murió estos paganos estaban aporreando las puertas de Hipona, su propia ciudad. Agustín describía la ciudad terrenal, mantenida mediante la guerra, el odio, y el mal; en contraste él describía la ciudad de Dios, cre­ciendo lenta, pero seguramente, para cubrir la tierra y superar el go­bierno secular de la ciudad terrenal.

Esta idea de un conflicto entre lo espiritual identificado con el sistema eclesiástico, y lo secular, fue profético de los eventos que vendrían, e hizo mucho por modelar el pensamiento de la era de Agustín y el de la Edad Media de el obispo romano podía ejercer una creciente autoridad. Argumen­tando en los mismos terrenos que les habían probado ser tan eficientes contra los gnósticos, los obispos romanos decían que su tradición de sucesión hasta el apóstol Pedro los dotaba de una autoridad continua, y ellos citaban textos de las Escrituras para probar que Pedro tenía tal autoridad. Cuando se equivocaba .doctrinalmente, o hasta cuando era desairado por un concilio ecuménico, el obispo romano mostraba su gran prestigio y sagacidad cambiando su posición o manteniéndose firme, según lo requirieran las circunstancias, y manteniendo en todo su poderoso lugar.

La jurisdicciòn del obispo

Al final del segundo siglo, hablando en lo general, el oficio de obispo había llegado a ser un tercer oficio eclesiástico. Esto significaba que en cada iglesia local, o diócesis, había tres grados de ministros: un obispo para sobrever todo y ejercer autoridad total, muchos presbíteros, y muchos diáconos. El oficio de obispo pronto creció más allá de los confines de una sola congregación. Cuando los cristianos eran pocos comparativamen­te, una iglesia podía ministrar a una ciudad entera. Cuando se organi­zaron nuevas congregaciones en diferentes secciones de ciudades don­de ya había un obispo sirviendo, ocurrió una desviación significativa del concepto del Nuevo Testamento.


El plan del Nuevo Testamento requería que cada congregación tuviera su propio liderato y fuera in­dependiente de cualquier autoridad de otra congregación. Lo que realmente ocurrió fue que en esas ciudades los obispos que ya estaban en servicio eran bastante influyentes para extender su jurisdicción hasta las nuevas congregaciones. Fueron ordenados nuevos presbíte­ros para proveer obreros para la nueva congregación, todo bajo la au­toridad del obispo de esa ciudad. En Roma, por ejemplo, al finalizar el tercer siglo, había cuarenta congregaciones; cada congregación o parroquia tenía su propio presbítero o —como llegó a ser conocido-sacerdote. Y sobre toda la ciudad había un solo oficial administrador que llevaba el título de obispo. Los obispos de las ciudades influyen­tes pronto extendieron su autoridad en este aspecto para incluir las aldeas que circundaban las grandes ciudades. Aunque, sin embargo, hay escritos posteriores que identifican al obispo con una congregación local.


Para el Siglo IV la separación del oficio de obispo del de presbítero, y el desarrollo de una autoridad territorial sobre una gran área, era la situación normal. Los obispos más fuertes (los que asumían títulos adicionales tales como arzobispo —obispo gobernante, o patriarca— padre gobernante, o papa) presi­dían en grandes concilios a los que asistían, obispos y presbíteros de territorios adyacentes, y empezaron a esperar extender su jurisdicción aun más allá. El alcance de tal desarrollo puede verse en el sexto ca­non del primer concilio universal de Nicea en 325, que decía que de acuerdo con la costumbre el obispo de Alejandría ejercería autoridad sobre Egipto, Alejandría y Pentápolis; el obispo de Antioquia tendría autoridad similar en el área adyacente a su ciudad, y el obispo de Roma ejercería una influencia dominante sobre el territorio alrededor de su ciudad.


La influencia del obispo creció en otra dirección también. La igle­sia era concebida ahora como una institución salvadora porque po­seía los sacramentos salvadores del bautismo y de la cena del Señor. Pero, ¿quién dentro de la iglesia gobernaba estos sacramentos? El obis­po, por supuesto. La idea de que sólo el obispo podía autorizar o admi­nistrar los sacramentos se hizo corriente; de esta manera el obispo per­sonalmente poseía el poder esencial de la iglesia. Tal pensamiento fue fomentado grandemente durante las persecuciones y los movimientos heréticos. El obispo había sido metido en la posición de incorporar la fe cristiana. Los cristianos más fuertes habían sido colocados en ese oficio.


Durante las persecuciones los obispos recibían lo más duro de los ataques; durante los conflictos con la herejía se esperaba de ellos como si fueran los baluartes de la ortodoxia. Como resultado, el obis­po se convirtió en la iglesia, tanto en el concepto popular como en la autoridad para gobernar sus poderes sacramentales. El obispo Cipria­no de Cartago podía decir alrededor del año 250 que donde estaba el obispo, estaba la iglesia, y que no hay iglesia donde no hay obispo. Así puede verse que la naturaleza original de una iglesia neotestamentaria fue corrompida completamente. Ya no consistía de la con­gregación, porque el obispo era la iglesia. Ya no era un compañerismo; se había convertido en una institución salvadora. Sus ordenanzas se habían convertido en sacramentos salvadores, no en símbolos conmemorativos de Cristo. Su ministerio ya no estaba en dos oficios, sino en tres. Ya no era una democracia, sino una jerarquía.

Cambio del sentido de iglesia(100-325 d. de J.C.)

El segundo período de historia eclesiástica (100-325 d. de J.C.) se cierra con la reunión del primer concilio universal. La ocasión para este concilio fue una contienda doctrinal sobre la persona de Cristo.— el principio de la Iglesia Católica Romana. El fin de este período tan crucial ofrece una opor­tunidad de examinar el cristianismo del año 325 y compararlo con la clase de cristianismo del Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento enseñaba que la salvación venía por medio de la sola fe en Jesucristo. Nada se requiere para la salvación, declara­ba Pablo, sino la obra regeneradora del Espíritu Santo que viene cuan­do uno confiesa a Jesús como Señor y confiesa la resurrección de Je­sús de los muertos. La fe salvadora es una experiencia inmediata con Cristo, y todos los hombres son capaces de venir directamente a Cris­to. Ninguna institución externa, obra humana, sacerdote humano, o rito religioso se necesita para capacitar a un hombre para venir a Cristo y recibir el don gratuito de la salvación.


El cristianismo del Nuevo Tes­tamento también enseñaba que una iglesia neotestameutaria es un cuerpo de personas que han nacido de nuevo, han sido bautizadas y poseen el Espíritu de Cristo. Los oficiales del cuerpo local eran dos— pastores y diáconos. El pastor tiene varios nombres en el Nuevo Testamento; es llamado obispo, pastor, presbítero o anciano y ministro. Las ordenanzas eran dos— el bautismo y la cena del Señor. Todas las igle­sias estaban al mismo nivel, y cada una poseía autoridad para gober­nar sus propios asuntos sin intervención externa. Al final de este período (325) es difícil contemplar el estado general del cristianismo y reconocer un cuadro como el mostrado por el Nuevo Testamento. La gente ya no era la iglesia; ahora el pastor u obis­po, habiendo recibido un nuevo oficio, es considerado el constituyente de la iglesia. La palabra "iglesia" había venido a significar no un cuer­po local o institución local, sino la totalidad de los obispos. Se consideraba que la salvación venía por medio del obispo como custodio de los sacramentos salvadores de la iglesia. Se creía que sólo él era idóneo para administrar o autorizar el bautismo salvador y para servir "la me­dicina de la inmortalidad", la cena del Señor.


Las iglesias y los pastores dejaron de ser iguales bajo Dios y ante los hombres. Se marcaron di­visiones territoriales para mostrar los límites de autoridad de varios obispos fuertes. Para 325 entonces, la misma naturaleza del cristianismo había sido corrompida. Los cambios se habían efectuado en varias áreas so­lapadas.

Movimientos del novicianismo y danatismo

Movimientos durante los primeros siglos, que, aunque separados y distintos, sin embargo se sobreponen y hasta cierto punto se incluyen uno al otro. Todos aceptaban la corrupción de su tiempo respecto al bautismo como una ordenanza salvadora, pero todos pro­testaban contra permitir a los indignos —ya fueran los que habían negado a Cristo en la persecución o que habían entregado la Sagrada Es­critura para ser destruida— que recibieran o administraran los bene­ficios de una iglesia y los sacramentos salvadores.

Novicianismo.-- En muchos aspectos el novicianismo fue la rea­parición del montanismo. Cuando el emperador Pecio (249-51) inten­tó desarraigar todo el cristianismo del mundo, surgieron dos ideas acerca del tratamiento que debía darse a los que habían huido de la persecución, o habían entregado las Sagradas Escrituras, o habían ne­gado la fe. Un partido permitía a esas gentes regresar al seno de la iglesia salvadora después de haber llenado ciertas condiciones; el otro partido decía que a esos nunca se les debería permitir regresar. Puesto que se había concebido que la salvación fuera de la iglesia era impo­sible, esta cuestión era de una importancia más que académica. En 251 Cornelio, el líder del partido indulgente, fue escogido como obispo de Roma después de considerable controversia, después de lo cual, Novaciano, líder del partido estricto, se separó del compañerismo del partido indulgente sobre la base de que ya no eran la verdadera igle­sia. El fue elegido como obispo por sus seguidores.


Las iglesias que se­guían su dirección se esparcieron por varias partes del imperio, parti­cularmente en el Norte de África y en Asia Menor. Muchos montañis­tas vieron en este movimiento el avivamiento de sus propias ideas y se unieron a Novaciano. Hay evidencias de que este movimiento persis­tió hasta casi el siglo quinto. Donatismo. —La severa persecución de Diocleciano trajo el mis­mo problema al primer plano al empezar el cuarto siglo. Durante la crisis el obispo Mensurio de Cartago y su diácono Cecilio, se hicieron muy impopulares al pretender desanimar a los cristianos excesivamen­te celosos que procuraban el martirio. Después dé la muerte de Men­surio en 311, Cecilio fue ordenado obispo de Cartago por él obispo Fé­lix de Aptunga, que era acusado por el partido estricto de haber en­tregado las Escrituras cristianas durante la persecución.


El partido es­tricto objetaba su ordenación argumentando que Félix era hereje, y de­claraba que la ordenación de un hereje no trasmitía poder para cele­brar el bautismo salvador o cualquier otro acto salvador. En 312 un concilio de cerca de setenta obispos del partido estricto se reunió en Cartago y eligió obispo a Mayorino, provocando un cisma bastante parecido al de Novaciano. El nombre de esta controversia fue el de Donato, que fue ordenado obispo del partido estricto a la muerte de Mayorino en 313. La posición doctrinal de ambos lados era casi la mis­ma, excepto que el partido estricto insistía en que cuando un obispo es personalmente indigno (habiendo negado la fe bajo persecución o rendido las Escrituras cristianas) o ha sido consagrado por un obispo indigno, cualquier acto eclesiástico de ese obispo no tiene validez. En otras palabras, él es incapaz de administrar el bautismo salvador.


Los donatistas, por su parte, pretendían representar la verdadera línea de sucesión episcopal y de esta manera estaban calificados para adminis­trar tal bautismo salvador y llevar a cabo otros ritos episcopales. Los donatistas intentaron consolidar su posición exigiendo una audiencia eclesiástica ante obispos imparciales. En 313 el caso fue oído ante seis obispos (incluyendo al obispo de Roma) pero la decisión fa­voreció a Cecilio. El año siguiente los donatistas apelaron el caso ante un concilio, pero otra vez la decisión favoreció a Cecilio.


Los donatistas entonces apelaron al emperador romano, que había llegado a ser el único gobernador en el occidente. Constantino, sin embargo, en 316 de­cidió contra ellos y los amenazó con el destierro si no terminaban con el cisma. Sólo después que los donatistas hubieron apelado al poder secular y fueron rechazados, adoptaron finalmente la posición de que no debe haber intervención civil en la religión. Este movimiento reu­nió fuerzas y continuó hasta cerca del siglo quinto.

martes, 29 de marzo de 2011

Movimiento gnóstico y maniqueísmo

La filosofía y la religión se unieron. Se sugirieron seres intermediarios entre Dios y los hom­bres. La autoridad de los gnósticos venía, decían ellos, de un conoci­miento secreto, no escrito pero continuado desde los tiempos primiti­vos por la tradición. En respuesta a su alegato, Ireneo respondió que el verdadero cristianismo también tenía una tradición dada por el Se­ñor mediante los apóstoles y preservada por muchas iglesias que po­dían trazar su historia hasta los días apostólicos.


De esta manera el movimiento gnóstico llevó hacia una veneración de la tradición y la antigüedad. La sucesión, más que la conformidad a la Palabra de Dios revelada, llegó a ser la prueba final de la autoridad y la ortodoxia. Finalmente, el movimiento gnóstico, junto con otras herejías, hizo tanto hincapié en la indignidad del cuerpo material que preparó el ca­mino para el ascetismo y el monasticismo.


El ascetismo se refiere a la opinión que el alma puede ser purificada y ganar méritos castigando el cuerpo mediante el descuido, el aislamiento, o alguna clase de inco­modidad. El monasticismo, en efecto, organizó las tendencias ascéti­cas de manera que el individuo pudiera cortarse de toda relación so­cial con el mundo exterior y disciplinar su cuerpo sistemáticamente para beneficio del alma.

Otro esfuerzo para diluir el cristianismo es conocido como maniqueísmo. El cristianismo se había estado predicando en Persia muy al principio de la era cristia­na. A mediados del siglo tercero un hombre de Mesopotamia, conocido como Mani, sintió la influencia de los muchos movimientos religiosos circundantes y de ellos hizo una religión compuesta que tomó su nom­bre. Incluía elementos de las religiones paganas más antiguas de Persia, del judaísmo, y del cristianismo. El vocabulario del cristianismo y algunas de sus enseñanzas fueron incorporadas al movimiento. Mu­chas de las interpretaciones gnósticas del cristianismo fueron adopta­das. Esta religión no tuvo una gran influencia sobre el cristianismo ortodoxo como un todo.

Clemente de Lejandría y Orígenes

Por el gnósticismo los cristianos empezaron a formular la enseñan­za cristiana completa en una forma sistemática, como un medio de contestar a los pensadores gnósticos, y empezaron a establecer escue­las cristianas para enseñar doctrina cristiana.


Clemente de Alejandría (nacido alrededor del año 160) fue uno de los primeros sistematizadores de la doctrina cristiana. El fue educado en una escuela estable­cida por Panteno en Alejandría, y sucedió a su maestro como direc­tor de la escuela cuando Panteno fue obligado a huir de la persecu­ción en 190.


Los principales escritos de Clemente ilustran la importancia de este tipo de literatura. El preparó un libro de instrucciones cristianas elementales para niños o nuevos convertidos; a un nivel más elevado dirigió una obra elocuente a los griegos en un esfuerzo por ga­narlos para el evangelio; y, finalmente, preparó algunas discusiones especulativas de las profundas verdades del cristianismo, como un reto a los filósofos para aceptar la fe de Cristo. El otro sistematizador importante de la doctrina cristiana fue Orí­genes (alrededor de 185-254), que sucedió a Clemente como direc­tor de la escuela alejandrina. Orígenes compiló textos de las Escritu­ras en varios idiomas, escribió comentarios de casi toda la Biblia, pe­leó batallas literarias contra el paganismo, publicó exhortaciones prác­ticas y de devoción sobre muchos aspectos de la vida cristiana, y pre­paró la primera teología sistemática. Su obra abunda en especulación, alguna de la cual es bastante heterodoxa. En particular se desvió al enseñar la eternidad de la materia, al defender una especie de pre­existencia humana del alma de cada individuo, al suponer que todos (incluyendo a los hombres rebeldes y a los mismos diablos) serían restaurados finalmente al favor divino, y al sostener varias ideas gnósticas respecto al hombre y la creación. Dos discípulos de Orígenes, Gregorio Taumaturgo y Dionisio de Alejandría, hicieron mucho por popularizar la teología de Orígenes.

Además de obligar al cristianismo a definirse, el movimiento gnóstico puso en movimiento ideas y métodos de argumentación que influyeron grandemente en el cristianismo.

Tertuliano e Ireneo

Durante los siguientes siglos después de la era apostólica los es­critores cristianos pelearon ferozmente contra este sistema que negaba la verdadera deidad tanto como la verdadera Humanidad de Cristo. Los principales escritores en contra del sistema fueron Ireneo (alre­dedor de 130-202) y Tertuliano (160-220). Ireneo había sido discípulo de Policarpo en Asia Menor, y éste a su vez. Se había sentado a lo pies del apóstol Juan. Tal vez algo del fuego que ardía contra los gnósticos en el corazón de Ireneo había sido encendido por Juan. Ireneo mudó de Asia Menor a Francia, y en 177 se convirtió en obispo Lyon. En 185, con amplia experiencia y concienzuda erudición, escribo su obra principal, titulada Cinco Libros Contra las Herejías dirigida casi totalmente contra los gnósticos. Su refutación del sistema gnóstico fue cuidadosa y eficiente.


Tertuliano era un apasionado abogado romano del norte de África antes de su conversión al cristianismo el año 180. El se convirtió en un montanista alrededor del año 200. Sus escritos son agudos y provocan el pensamiento. El atacaba prácticamente a todo oponente del cristianismo— a los paganos por su idolatría, a la persecución, y el derramamiento de sangre; a los herejes por mantener conceptos inadecuados de la Trinidad; a los judíos por no venir a Cristo, y al sistema gnóstico descrito antes. La influencia del gnosticismo sobre el cristianismo fue tremenda En la superficie, el hecho mismo de que los cristianos contestaran le ataques del gnosticismo proveyó una valiosa fuente de literatura qué reflejó la condición del cristianismo en el segundo y tercer siglos. Más allá de su interés literario, el gnosticismo obligó al cristianismo a de finirse a sí mismo. Si, decían en efecto los gnósticos, el cristianismo no es lo que nosotros decimos, entonces ¿qué es? Así llegó a ser necesario que el cristianismo definiera sus elementos esenciales. Esto se hizo varios años.


En primer lugar, bajo la dirección del Espíritu Santo, las varias iglesias reunieron los escritos de los apóstoles y de los cristianos primitivos y formaron el canon (regla), o escritos inspirados. Estos escritos han sido probados en el crisol de la vida diaria. Es cierto que un concilio de iglesias no reconoció está colección oficialmente hasta algún tiempo después, pero por los escritos de varios líderes cristianos parece que los cristianos de este, período reconocieron como inspirados los libros que ahora están incluidos en el Nuevo Testamento.


En segundo lugar, los cristianos empezaron a preparar cortas declaraciones de fe que podían ser aprendidas de memoria con facilidad. Uno de los credos o declaraciones de fe más primitivos data la cerca del segundo siglo, y dice como sigue: Creo en Dios el Padre Todopoderoso, Y en Jesucristo su Hijo, Que nació de la virgen María, Crucificado y sepultado bajo Pondo Pilato, Que resucitó de la muerte el tercer día, Subió a los cielos, Está sentado a la diestra del Padre, De donde vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Y creo en el Espíritu Santo, (y) en la resurrección de la carne.

Puede notarse que esta declaración es una respuesta directa a los reclamos de los gnósticos en que su énfasis está en el verdadero cuer­po terrenal de Cristo, su crucifixión, y la resurrección del cuerpo de los cristianos— todo lo cual era completamente antagónico a la doctrina gnóstica.

El gnósticismo y la salvaciòn

Aplicado al cristianismo, el gnòsticismo afirmaba que Cristo era el más alto de los eones —el ser divino que el verdadero Dios mismo ha­bía creado. Cristo no recibió un verdadero cuerpo en la encarnación decían, puesto que él era demasiado santo para estar vinculado a una, substancia mala; más bien, Cristo era sólo un espíritu que parecía tener forma humana.


Los gnósticos torcían la idea de la redención cris­tiana de acuerdo con su peculiar idea del pecado como residente en todas las cosas materiales. La salvación, decían, consistía en la libera­ción del espíritu del cuerpo malo en el que residía. La obra redentora de Cristo era venir del verdadero mundo del espíritu a un mundo ma­terial, y por tanto, malo, para enseñar a los hombres su verdadero conocimiento.


Por supuesto, el gnosticismo negaba las doctrinas cris­tianas fundamentales de una verdadera encamación, un verdadero mi­nisterio físico, y una verdadera muerte en la cruz. Cualquier idea de la resurrección del cuerpo era ridícula en su manera de pensar, puesto que todo cuerpo material era completamente pecaminoso. Este con­cepto de la pecaminosidad del cuerpo dio como resultado una doble actitud hacia la moralidad.


Algunos gnósticos decían que puesto que el cuerpo era pecaminoso de todas maneras y sería desechado al mo­rir, no era malo vivir de la manera más licenciosa: el alma permanece­ría pura en medio de cualquier corrupción física. Otros decían que puesto que el cuerpo era pecaminoso, debía ser dejado morir de ham­bre, descuidado y maltratado. De esta manera, el libertinaje y el asce­tismo crecieron del mismo árbol.


Las evidencias de la lucha del cristianismo por evitar que este sistema filosófico devorara el mensaje cristiano, se encuentran en el mismo Nuevo Testamento. La tradición asegura que Juan el apóstol tenía en mente a este grupo al escribir su Evangelio y su primera car­ta. Su Evangelio describe gráficamente el verdadero ministerio físi­co de Jesús, con énfasis particular en la historia de la cruz. Su epísto­la habla de Cristo como el que los discípulos habían "visto con nues­tros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos to­cante al Verbo de vida" (1 Juan 1:1), e identifica al Espíritu de Dios como el que "confiesa que Jesucristo ha venido en carne" (Stg. 4:2). La carta a los Colosenses combate las doctrinas de los gnósticos, y a los nicoladitas condenados en Apocalipsis eran probablemente gnósticos (2:6, 15).

Concilio en Jerusalén

Entre el primero y el segundo viaje misionero, Pablo y Silas asistieron a un concilio en Jerusalén (alrededor del año 50). Santiago presidió la reunión, y varios discutieron el asunto de si un hombre necesita hacerse judío primero para ser cristiano. Después de que varios hubieron hablado, incluyendo al apóstol Pedro, Santiago dio su decisión de que cualquier gentil podía encontrar la salvación por la simple fe en Cristo, sin pasar por el judaísmo.

En este concilio Pablo declaró osada­mente que una persona no necesita hacerse judía, antes de convertir­se en cristiana, y presentó a Tito, uno de sus conversos, como prueba. El concilio estuvo de acuerdo en que Pablo tenía razón, y Santiago, que presidía el concilio, preparó un decreto para ese efecto. Los ju­daizantes no hicieron caso del concilio.


Durante este período, que se cierra con la muerte del apóstol pablo en Roma el año 68 d. de J.C., se escribieron otros nueve libros que son parte del Nuevo Testamento. Ellos fueron Santiago, Marcos, Mateo, Lucas, Hechos, 1 Pedro, Judas, 2 Pedro, y Hebreos, posiblemente en ese orden.

El fin del templo (68-100 d. de J.C.)

Después de la muerte de Pablo el centro de la fuerza cristiana se cambió hacia la sección occidental del área mediterránea. Aunque el material de este período es escaso, no es difícil encontrar razones para alimentar la tradición del movimiento occidental.

Alrededor del año 66 estalló la guerra judía en Palestina, resultando en la completa destrucción de Jerusalén el año 70, a manos de Tito el romano, Esta catástrofe marcó el fin del templo de Herodes y de los sacrificios de los judíos; al mismo tiempo desarraigó la iglesia cristiana de Jerusa­lén y esparció a la gente. ¿En qué dirección debía moverse la cristian­dad? La tradición dice que el apóstol Juan fue a Efeso cerca del tiem­po en que Jerusalén fue destruida. Esto es admisible, puesto que el movimiento más lógico sería hacia los grandes centros eclesiásticos en occidente establecidos por el apóstol Pablo.

En la literatura posterior aparecen aquí y allá indicios de que los cristianos pudieron haberse ido a todas partes del mediterráneo occidental. Aparentemente Juan fue desterrado a la isla de Patmos desde Efeso, durante la fuerte persecución del emperador romano Domiciano (81-96) el libro de Apo­calipsis, que desafía el esfuerzo romano por obligar a los cristianos a adorar al emperador romano, fue escrito al fin de la década del pe­ríodo apostólico.

Mètodo de las enseñanzas de Jesùs

Las enseñanzas de Jesús son notables tanto en su método como en su contenido. El hizo llegar la verdad por medio de parábolas, pre­guntas, discursos y debates.

El propósito y la persona de Dios fueron revelados en la vida y las enseñanzas de Cristo. El amor debe ser el tema dominante de la vida cristiana: Por el amor de Dios a los hom­bres. Cristo murió en la cruz por los pecados de los hombres; por la confianza personal en Cristo, el hombre puede recibir el nacimiento de arriba y obtener la vida eterna.


El poder conquistador de la cruz y el triunfo final del reino de Dios eran centrales en las enseñanzas de Cristo el estableció su iglesia, un cuerpo local autónomo donde dos o tres reunidos en oración pueden encontrar su presencia y poder. Después de la muerte y ascensión de Cristo, los discípulos a los que él había escogido e instruido, emprendieron la aparentemente im­posible tarea contenida en la Gran Comisión.


Pese a los esfuerzos de muchas otras religiones por atraer a los hombres, el cristianismo em­pezó a crecer como una semilla de mostaza. Desde un punto de vista humano, pueden darse muchas razones para explicar este tremendo desarrollo.

(1) El paganismo estaba en bancarrota y no podía responder a los corazones hambrientos.

( 2 ) La gran agitación de religiones de todas clases clamando por devotos, no podía compararse con la revelación de Dios en Cristo.

(3) Cada cristiano se convirtió en misionero; el fuego sagrado salto de amigó a amigo.

(4) Los cristianos tenían la candente convicción de que solo Cristo podía salvar al mundo perdido que los rodeaba, y que puesto que el regreso de Cristo era inmi­nente, no había tiempo que perder. Setenta años de crecimiento cristiano desde la muerte de Cris­to hasta la del último apóstol.

Factores de la reforma protestante

La Reforma antes de la Reforma había preparado el camino. El Humanismo con su cuestionamiento a la escolástica tomista y medieval El Renacimiento que saca a la Iglesia y su clero del centro de la reflexión teológica valorando al ser humano y sus posibilidades de conocimiento. El confuso momento político, con los turcos a las puertas de Viena, que produce vacíos de poder aprovechable por los alemanes. El progreso artístico, técnico y económico aportado por los nuevos ricos, tales como los mismos Medici, que luego explotaron a toda Europa en pos de una Roma digna del Renacimiento. La decadencia económica de los señores feudales menores. El auge de las ciudades. El endeudamiento de los reyes. Éstos y muchos más fueron factores que coadyuvaron a que Lutero pudiera expresar sus ideas con cierta libertad, muy protegido por sus compatriotas, ya que en realidad se había convertido en su vocero, dándole así voz a los que no la habían tenido hasta ese momento. La aparición de la imprenta posibilitó que fuese dado a conocer "multitudinariamente" y a una velocidad no conocida en ese entonces, por medio de la publicación de grabados, escritos doctrinales, sermones y la importante himnología luterana. La Reforma Protestante fue una revolución de las conciencias. La misma clase económica llevaría a cabo, 200 años más tarde, una revolución política, culminando así el proceso que coloca al ser humano por sobre los dogmas eclesiásticos y no a su servicio. El recuerdo simbólico, punto neurológico, fue ese 31 de octubre de 1517 en el que Martín Lutero colocó sus 95 tesis, tópicos a discutir, en la Catedral de Wittenberg, Alemania. + (PE). 28/10/05

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