Si la antigüedad y la tradición poseen alguna autoridad, el principio de la igualdad de todos los obispos debiera pretender un primer lugar. Esta era una creencia muy antigua y universal. El Nuevo Testamento muestra que aun los mismos apóstoles respetaban la autoridad de las iglesias que habían establecido. Antioquia no le pidió permiso a Jerusalén para empezar el movimiento misionero, y Pablo no consultó primero a Pedro antes de predicar la salvación a los gentiles por todo el Imperio Romano.
En el segundo siglo se siguió el mismo principio. El obispo Ireneo de Lyon condenó al obispo Eleuterio de Roma (174-89) por seguir la herejía y reprendió al obispo Víctor de Roma (189-98) por intolerancia; sin embargo, reconocía su derecho final de tener sus propias opiniones.
Orígenes (182-251) negaba que la iglesia cristiana estuviera edificada sobre Pedro y sus sucesores; todos los sucesores de los apóstoles, decía él, son igualmente herederos de esta promesa. Cipriano (200-258) declaró enfáticamente la igualdad de todos los obispos, diciendo que cada obispo tiene el episcopado en su totalidad. Hasta Jerónimo (340-420), famoso como un proponente papal y traductor de las Escrituras del griego y el hebreo a
El papa Gregorio I podía usar tal argumento al protestar contra las pretensiones eclesiásticas de sus rivales. Si el patriarca de Constantinopla es el obispo universal sobre todos los otros, entonces los obispos no son realmente obispos sino sacerdotes, escribió Gregorio. En otras palabras, Gregorio basaba su argumento en el hecho de que todos los obispos son iguales, y si uno es exaltado sobre los otros, entonces los otros dejan de tener en realidad el oficio episcopal.
La victoria de León I en Calcedonia en 451 —que, en el pensamiento de muchos lo estableció como el primer papa romano— resultó del reconocimiento de las pretensiones de León respecto al primado de Pedro y a la transferencia de ese primado a los obispos romanos mediante la sucesión histórica. Ni este logro rompió la antigua creencia de que un obispo es igual a otro. Si no hubiera sido por el apoyo político y militar de los poderes militares, el obispo romano nunca hubiera podido declarar sus pretensiones, ni en Occidente. El obispo Hilario de Arlés peleó vigorosamente por mantener este principio, pero León lo humilló mediante poder político. Lo mismo sucedió con el obispo Hinemaro de Reims en su lucha con el papa Nicolás en el siglo noveno.
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