Los monjes benedictinos habían sido uno de los primeros factores para el extendimiento del papado y del sistema romano. Eran tan hábiles misioneros para llevar el evangelio, como granjeros para cultivar la tierra. El éxito del monje Agustín al ganar Inglaterra es más espectacular que la obra de muchos de sus hermanos que formaban pequeños bandos y conquistaban la naturaleza en grandes extensiones de la inmensidad europea, pero las realizaciones de estos últimos era casi tan importante. Los monasterios se esparcieron por Europa Central consiguiendo grandes extensiones de tierra para el dominio de la Iglesia Romana, y que servían también como lugar de refugio para los necesitados, de retiro para los eruditos, y de preservación de la enseñanza durante el oscurantismo. Estos monasterios, sin embargo, no escaparon del espíritu secular de sus tiempos. Aunque los monjes tenían que hacer votos de pobreza, por ejemplo, nada se decía acerca de las posesiones materiales del monasterio. Por medio de un severo esfuerzo común, por los donativos de los admiradores, por las ofrendas religiosas especiales por servicios, y por otros medios, los monasterios se hicieron extremadamente ricos. Los monjes no podían tener posesiones, pero podían usarlas, y esta distinción hacía posible evadir completamente la idea de la pobreza personal. Otros abusos se deslizaron en el sistema. Los señores feudales algunas veces daban mercancías pródigamente a los monasterios, demandando (y consiguiendo) en correspondencia el derecho de nombrar los abades y dirigir su política. En los últimos años del siglo IX los monasterios se convirtieron en lugares de servicios placenteros y cómodos.
Se necesitaba una reforma, y pronto vino. Bajo la dirección de su fuerte abad, el monasterio de Cluny empezó esta reforma en los primeros años del siglo X. Otra vez se exaltó la vida ascética estricta. Tuvo lugar la completa separación de los favores y control seculares. El papa se convirtió en el inmediato superior en vez del obispo local. Las comunidades monásticas severas se unieron bajo la dirección del abad de Cluny para llevar adelante esta reforma. La sinceridad y el fervor religioso de tal movimiento iban a inducir apoyo y admiración. Hasta los gobernadores seculares de Alemania, los mismos emperadores, alentaron la reforma desde 962. Es un comentario revelador de la condición decadente del papado en esos siglos notar que los papas de Roma se opusieron a este movimiento aunque el principal propósito, mediante la reforma espiritual, era exaltar el papado. El emperador Enrique III (1039-56) no permitiría, sin embargo, que la oposición romana estorbara el movimiento de reforma cluníaco, y en 1049 nombró a su primo, uno de los reformadores cluníacos, como papa León IX. Sin demora el papa León empezó la reforma en Roma en el sentido del movimiento cluníaco, escogiendo como uno de sus asistentes a un joven celoso reformador llamado Hildebrando. Estos hombres trajeron la reforma al papado e hicieron posible el gran resurgimiento de la iglesia romana durante los siguientes siglos.
Se necesitaba una reforma, y pronto vino. Bajo la dirección de su fuerte abad, el monasterio de Cluny empezó esta reforma en los primeros años del siglo X. Otra vez se exaltó la vida ascética estricta. Tuvo lugar la completa separación de los favores y control seculares. El papa se convirtió en el inmediato superior en vez del obispo local. Las comunidades monásticas severas se unieron bajo la dirección del abad de Cluny para llevar adelante esta reforma. La sinceridad y el fervor religioso de tal movimiento iban a inducir apoyo y admiración. Hasta los gobernadores seculares de Alemania, los mismos emperadores, alentaron la reforma desde 962. Es un comentario revelador de la condición decadente del papado en esos siglos notar que los papas de Roma se opusieron a este movimiento aunque el principal propósito, mediante la reforma espiritual, era exaltar el papado. El emperador Enrique III (1039-56) no permitiría, sin embargo, que la oposición romana estorbara el movimiento de reforma cluníaco, y en 1049 nombró a su primo, uno de los reformadores cluníacos, como papa León IX. Sin demora el papa León empezó la reforma en Roma en el sentido del movimiento cluníaco, escogiendo como uno de sus asistentes a un joven celoso reformador llamado Hildebrando. Estos hombres trajeron la reforma al papado e hicieron posible el gran resurgimiento de la iglesia romana durante los siguientes siglos.
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