Las diversas controversias doctrinales de este período ya se discutieron en el capítulo anterior. La amargura de estas luchas sirvió Para acentuar la rivalidad eclesiástica entre Constantinopla y Roma. Añadidas a estos factores estaban las diferencias raciales, la desconfianza política (especialmente después que Carlomagno fue coronado en Roma el año 800), y las variaciones doctrinales y ceremoniales. Parecía que ocurriría un cisma permanente en el siglo IX. El Patriarca Focio de Constantinopla (858-67 y 878-86—dos veces en el oficio) rechazó las pretensiones de los papas romanos e instituyó un vigoroso programa para ganar los estados eslavos colindantes al cristianismo griego. Focio acusó a la iglesia romana de hereje en doctrina y práctica, particularmente por enmendar uno de los antiguos credos sin convocar a un concilio universal para discutir el asunto. El papa Nicolás I (858-67), sin embargo, fue uno de los papas medievales más capaces y mantuvo el prestigio romano. El asunto fue temporalmente empatado por el sínodo de Constantinopla en 869.
La controversia se renovó en el siglo IX, que trajo como resultado un cisma permanente entre el cristianismo latino y el griego. El patriarca Miguel Cerulario (1043-58) de Constantinopla deliberadamente presentó la ocasión para el cisma. El tenía la ambición de fomentar el oficio que tenía y pensaba que un rompimiento con el Occidente ofrecería una oportunidad más grande de adelanto. Sin mucha dificultad pudo provocar la ira del papa León IX (1049-54).
En las conferencias para discutir la situación, las antiguas diferencias entre el culto oriental y occidental se debatieron. Roma usaba pan sin levadura; Constantinopla pan con levadura. Roma había añadido una palabra al Credo Niceno que enseñaba que el Espíritu Santo procedía del Padre y del Hijo; Constantinopla negaba que pudieran hacerse adiciones al credo sin un concilio ecuménico. Roma mandaba el celibato del clero; Constantinopla permitía a sus clérigos inferiores casarse. Roma permitía sólo a los obispos ungir en la confirmación; Constantinopla les permitía a los sacerdotes hacerlo. Roma permitía el uso de la leche, la mantequilla y el queso durante la cuaresma; Constantinopla decía que no. Estas diferencias, sin embargo, no fueron la causa del cisma que sucedió. Por un plan deliberado, los representantes romanos fueron irritados hasta el punto de romper las relaciones, y el 16 de julio de 1054 empezó el cisma. El Oriente y el Occidente se excomulgaron oficialmente uno a otro. Tal es la situación hasta el presente, aunque se han hecho esfuerzos por suavizar la ruptura.
La controversia se renovó en el siglo IX, que trajo como resultado un cisma permanente entre el cristianismo latino y el griego. El patriarca Miguel Cerulario (1043-58) de Constantinopla deliberadamente presentó la ocasión para el cisma. El tenía la ambición de fomentar el oficio que tenía y pensaba que un rompimiento con el Occidente ofrecería una oportunidad más grande de adelanto. Sin mucha dificultad pudo provocar la ira del papa León IX (1049-54).
En las conferencias para discutir la situación, las antiguas diferencias entre el culto oriental y occidental se debatieron. Roma usaba pan sin levadura; Constantinopla pan con levadura. Roma había añadido una palabra al Credo Niceno que enseñaba que el Espíritu Santo procedía del Padre y del Hijo; Constantinopla negaba que pudieran hacerse adiciones al credo sin un concilio ecuménico. Roma mandaba el celibato del clero; Constantinopla permitía a sus clérigos inferiores casarse. Roma permitía sólo a los obispos ungir en la confirmación; Constantinopla les permitía a los sacerdotes hacerlo. Roma permitía el uso de la leche, la mantequilla y el queso durante la cuaresma; Constantinopla decía que no. Estas diferencias, sin embargo, no fueron la causa del cisma que sucedió. Por un plan deliberado, los representantes romanos fueron irritados hasta el punto de romper las relaciones, y el 16 de julio de 1054 empezó el cisma. El Oriente y el Occidente se excomulgaron oficialmente uno a otro. Tal es la situación hasta el presente, aunque se han hecho esfuerzos por suavizar la ruptura.
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