Puesto que Roma era el obispado más antiguo y fuerte de Occidente, la oposición en ese sector del mundo mediterráneo era nominal. Es cierto que Tertuliano y Cipriano, obispo de Cartago, desafiaron al obispo romano, y a través de la Edad Media se hicieron muchos esfuerzos por resistir la usurpación del poder papal. Las invasiones de las tribus germánicas en los siglos III y IV proveyeron la oportunidad para que el cristianismo romano obtuviera grandes multitudes de nuevos seguidores que no conocían lealtad rival; la captura mahometana del Norte de África en los siglos VII y VIII eliminaron cualquier rival de esa área.
En el Oriente la situación era diferente. Dos centros religiosos sobresalientes se disputaban la supremacía: Antioquia, famosa por su tradición paulina, y Alejandría, considerada como petrina en su origen, puesto que se pensaba que Pedro había enviado a Juan Marcos a esa ciudad como dirigente. Aun antes de la fundación de Constantinopla en 330 como capital del Imperio Romano, y antes que el obispo de Jerusalén fuera bastante fuerte para ser reconocido como patriarca, estas dos ciudades habían sido rivales eclesiásticas. Se ha hecho mención de la diversidad de puntos de vista en la interpretación doctrinal entre las dos ciudades. Una de las causas de la influencia del obispo de Roma era que cada una de estas dos ciudades rivales procuraba el apoyo romano en su puesto contra el otro lado. Consecuentemente, las apelaciones al obispo romano venían frecuentemente.
El concilio de Nicea (325) reconoció la igualdad de los obispos de Roma, Antioquia, y Alejandría. El concilio de Constantinopla en 381 elevó al obispo de Constantinopla a la dignidad de patriarca, y el concilio de Calcedonia en 451 le dio ese puesto también al obispo de Jerusalén. Así hubo cinco fuertes obispos que eran potencialmente rivales por el primer lugar. El obispo romano tenía la gran ventaja. El era el único candidato de Occidente; la antigua y aguda rivalidad mantenía a los patriarcas en constante vigilancia, no fuera que uno obtuviera algún lugar favorable; la controversia constante y el cisma impedían la organización cuidadosa y la consolidación eclesiástica en Oriente. La principal oposición a Roma venía de Constantinopla por dos razones: primera, la situación política de Constantinopla le aseguraba su prestigio y poder; y segunda, todos los rivales, excepto Constantinopla, estaban abrumados por la invasión mahometana del siglo séptimo. Estos dos elementos merecen una breve discusión.
En el Oriente la situación era diferente. Dos centros religiosos sobresalientes se disputaban la supremacía: Antioquia, famosa por su tradición paulina, y Alejandría, considerada como petrina en su origen, puesto que se pensaba que Pedro había enviado a Juan Marcos a esa ciudad como dirigente. Aun antes de la fundación de Constantinopla en 330 como capital del Imperio Romano, y antes que el obispo de Jerusalén fuera bastante fuerte para ser reconocido como patriarca, estas dos ciudades habían sido rivales eclesiásticas. Se ha hecho mención de la diversidad de puntos de vista en la interpretación doctrinal entre las dos ciudades. Una de las causas de la influencia del obispo de Roma era que cada una de estas dos ciudades rivales procuraba el apoyo romano en su puesto contra el otro lado. Consecuentemente, las apelaciones al obispo romano venían frecuentemente.
El concilio de Nicea (325) reconoció la igualdad de los obispos de Roma, Antioquia, y Alejandría. El concilio de Constantinopla en 381 elevó al obispo de Constantinopla a la dignidad de patriarca, y el concilio de Calcedonia en 451 le dio ese puesto también al obispo de Jerusalén. Así hubo cinco fuertes obispos que eran potencialmente rivales por el primer lugar. El obispo romano tenía la gran ventaja. El era el único candidato de Occidente; la antigua y aguda rivalidad mantenía a los patriarcas en constante vigilancia, no fuera que uno obtuviera algún lugar favorable; la controversia constante y el cisma impedían la organización cuidadosa y la consolidación eclesiástica en Oriente. La principal oposición a Roma venía de Constantinopla por dos razones: primera, la situación política de Constantinopla le aseguraba su prestigio y poder; y segunda, todos los rivales, excepto Constantinopla, estaban abrumados por la invasión mahometana del siglo séptimo. Estos dos elementos merecen una breve discusión.
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